Archive for the Pensamientos random Category

Cómo hacer cosas con palabras

| November 15th, 2017

    Quiero dejar una observación, si se quiere, metodológica.

    Sé que a partir de lo que vengo diciendo muchos van a poder preguntar y cuestionar un montón de cosas inconclusas sobre las características de las abstracciones que manejo. Y también sé que van a poder decir mucho sobre cómo tal o cuál disciplina ya contempla constructos teóricos directamente emparentados a esos, y sobre cómo tal o cuál pensador básicamente dice casi las mismas cosas que yo estoy diciendo cuando no bien incluso las descalifica.

    Quiero aclarar que son planteos que entiendo, reconozco, y admito; pero al menos de momento me tienen mayormente sin cuidado. Sucede que mi interés no está en cuestionar las verdades de disciplinas o escuelas ya maduras; lo que yo busco es algo que nos permita explicar cómo podemos tener sociedades enteras divididas, polarizadas, en una constante puja cada vez más brutal y primitiva entre lo que razonamos y lo que sentimos. Y eso es algo dado, algo empírico, aún teniendo en cuenta todo el baggage cultural y científico que manejamos a esta altura de nuestra historia. Eso último en particular me hace activar la discusión y meterme a ver qué pasa, qué sucede que todavía no tenemos esto resuelto. Por eso, no me interesa más que dar en el clavo con mi diagnóstico acerca del qué está pasando, o siquiera por dónde viene la mano; si después para encargarnos de eso vamos al psicoanálisis o a las disciplinas cognitivas, o a las filosofías, o teorías del conocimiento, o la política, o quién sabe qué habrá dando vueltas para encarar todo esto, francamente, confieso, me da lo mismo.

    Y la única forma productiva que tengo de hacerlo, me temo, es la de desarrollar mis propias categorías. Por dos razones. La primera y más importante: porque, al menos en mi caso, estar al tanto de toda la historia del conocimiento universal y recopilar credenciales académicas no puede ser la condición de posibilidad del pensar en voz alta y compartir ideas con los demás. No me da el cuero, la nafta: yo soy obrero, mi destino es entregar mi juventud como fuerza de trabajo a un mundo controlado por empresarios, y de grandulón descubrí que si me exijo un poco más todavía que todo eso, me puedo llegar a romper. Cuando llegue a viejo veré con qué me encuentro; mientras tanto, hoy, lo que puedo hacer es pensar y escribir algunas ideas en algún lado, en mis pocos tiempos libres. Y la segunda razón, es por mi oficio: yo soy programador, y trabajo inventando abstracciones que generalicen cosas del mundo real de modo tal que puedan hacerse automáticas. En mi trabajo no puedo leerme todo antes de empezar a trabajar; tengo que leer trabajando. Y tener palabras plasmadas constituye un trabajo realizado. Es simplemente lo que estoy acostumbrado a hacer.

    Eso es entonces lo que estoy haciendo acá; lo que pueda, un poco para salvar mi alma, y otro poco para sumar apenas un granito de arena a un mundo al que le hacen falta un montón de cosas. Ojalá pudiera dar más que un montón de palabras.

El sometimiento empático

| November 12th, 2017

    Desde hace un tiempo vengo trabajando en algunas ideas vinculadas a la verdad y la sociedad. Mi eje de lectura son algunos fenómenos del orden de lo sentimental, y la acción de los medios en torno a esos fenómenos. Hoy sumo un nuevo item a esa serie, con algunas reflexiones acerca de la empatía.

    Vale aclarar, antes de continuar, para cualquier lector que no venga leyendo textos previos al presente y que simplemente pueda ni tener ganas de hacerlo, que mi interés está en entender qué sucede con la sociedad: qué le están haciendo los medios u otros actores sociales, que se percibe tanta irracionalidad, tanta violencia, y tanta polarización, de manera casi directamente proporcional a nuestro desarrollo tecnológico y científico. Es decir: en parte también me estoy preguntando por qué la ciencia nos está fallando.

Acerca de las experiencias.

    Se habla de empatía, en líneas generales, como la capacidad para pensar como otros piensan, o sentir lo que otros sienten; empatía cognitiva y empatía emocional, respectivamente. Como decía, yo vengo trabajando en la cuestión sentimental, y a esta altura no creo que sea necesario explicar nuevamente la terrible importancia de la sentimentalidad. Sí quiero dejar anotado de nuevo que todas mis indagaciones sobre la sentimentalidad me llevan una y otra vez a los dominios de la estética (en tanto que “el estudio de la percepción en general, sea sensorial o entendida de manera más amplia”). Así, quiero entrar tímidamente a trabajar la idea de experiencia, y relacionarla con el concepto de empatía, dándole un marco más general (y tal vez más adecuado a las disciplinas actuales) a las ideas que vengo planteando.

    Continuando desde la aleteistesia, estoy concentrado en la idea de algo perceptible, sensible, pero sólo en tanto que producto del aparato cognitivo. Y así y todo, anterior a un nivel que separaré utilizando el término “razón”. Como dije en otras oportunidades, hay procesos más primitivos que el uso de la razón operando en nuestro comportamiento cotidiano, y lo expresé con la frase “la razón es poco más que una forma ordenada del espíritu”. Es decir: en este planteo afirmo que el raciocinio y la cognitividad no son exactamente lo mismo, y si se quiere podemos hacer una analogía entre aparatos consciente e inconsciente respectivamente, aún a sólo efectos de claridad conceptual o pedagógicos. Afirmo que el consumo de información, aún en sus instancias más elementales, la interacción con los demás y con el mundo, el autoreconocimiento, y tantos otros procesos que a diario podemos llegar a ejecutar sin siquiera percibirlos como procesos activos, suceden sostenidos y condicionados por procesos anteriores, mucho más autónomos, mucho más primitivos, y por lo tanto mucho más poderosos para determinar comportamientos racionales en los sujetos. A ese plano de la acción humana refiero cuando trabajo fenómenos de la sentimentalidad, y por ello puedo hablar de cosas como “sensación de la verdad”.

    Me interesa entonces trabajar la idea de experiencia cognitiva. En rigor, estoy pensando en la idea de “sensaciones cognitivas”, que en un segundo tiempo se constituyan en experiencias. Confío en que más tarde en esta entrada se puedan apreciar estos conceptos.

    Con “sensación cognitiva” me refiero a algunas sensaciones que histórica y culturalmente se explican en el plano de la racionalidad, y que precisamente vengo a denunciar que no es allí donde suceden, siendo la aleteistesia sólo una de ellas. Ya desarrollé aquella “sensibilidad por la verdad”, a la que llamo la atención como algo de vital importancia para trabajar sobre los fenómenos actuales vinculados a la acción mediática sobre la sociedad; pero es perfectamente aplicable la misma dinámica para muchas otras sensaciones que bien pueden entrar en el mismo plano de abstracción: la sensación de “normalidad” (contrapuesto a “lo raro”), la sensación de “corrección” (frente a “lo incorrecto”), la idea de “lo real” (como, por ejemplo, frente a los sueños)… son todas cuestiones eternamente problemáticas en la sociedad, en todos los individuos, que se perciben mucho antes de poder explicarse con precisión, pero que así y todo históricamente se vienen explicando como consecuencia de una racionalización que lleva a tal o cuál conclusión. No me interesa hacer una lista minuciosa de todas esas estesias que puedan llegar a encontrarse, sino marcar un cambio en el eje de la discusión acerca de los sentimientos: mi hipótesis es que no son la consecuencia de lo que entendemos, sino una frontera mucho más inmediata para con el mundo. El raciocinio, el procesamiento y ordenamiento y adecuamiento de esos fenómenos, opera, sí, como regulador y como intérprete; pero lo hace recién después de vivir la sensación, y no antes de ella.

    Así planteado, es problemático. Porque conceptos complejos como “verdad”, “realidad”, o “correcto”, en principio, no se podrían siquiera imaginar sino de acuerdo al resultado del uso de la razón; es a partir de la razón que podemos expresar tales abstracciones. Y sin embargo, cuando sentimos esa sensación de que algo es falso, de que algo es incorrecto, o de que algo es irreal, por decir sólo algunos ejemplos, tenemos que hacer un trabajo para encontrar la explicación precisa de por qué ese sería el caso, si es que siquiera algún día llegamos a ubicar las palabras que así lo expresan; empíricamente, la sensación es mucho más anterior a la explicación, y la explicación no es más que una adecuación lingüística a eso que previamente sentimos.

    Lo que a primera vista se percibe como problemático en esa relación entre razón y sentimiento es que, si bien tienen autonomía conceptual, si bien es cierto que se puede estudiar la percepción desde el comportamiento del cerebro y el razonamiento desde la lógica formal, lo que sucede empíricamente es que, además, mantienen una relación de recursividad casi hasta simbiótica: son mecanismos que interactúan entre ellos. La sensibilidad determina a la razón, activa a la razón, energiza a la razón; y la razón opera adecuando la sensibilidad a la realidad, ordenándola, determinándola. Esto genera una dinámica de iteraciones, idas y vueltas entre razón y sensación, que determinan los flujos conceptuales y pasionales posibles paras las próximas iteraciones; una primera sensación de algo “falso”, “felíz”, “malo”, “cierto”, “bueno”, o cualquier otra categoría, una instancia de sensación todavía no categorizada como tal quiero decir, puede ser adecuada al sistema cognitivo de una manera X, que en una segunda iteración será puesta de manifiesto como instancia de tal X categoría. Es la sensación exigiendo una explicación, y la explicación generando un lugar en el mundo para esa sensación. Así, esas cosas como “lo verdadero” o “lo correcto”, si bien es cierto que se razonan y explican, también es cierto que primero se sienten.

    Esto probablemente se ve más fácil con ejemplos. Piensen en los niños. Piensen en los primeros contactos con conceptos complejos, de orden racional, como ser las mentiras. ¿Cómo se llevan los niños con las mentiras? ¿Qué hacen? La respuesta es muy sencilla: hacen de todo excepto ser indiferentes. Y digo “las mentiras” por decir algo fácil de imaginar; escenas donde un niño de entera que papá noel son los padres y que eso tenga o no consecuencias en su vida. También es fácil de imaginar a un niño de cara a la idea de las travesuras, o de portarse bien o mal con respecto a ciertas normas sociales (como no ser envidioso, compartir con los hermanos, no pelear con los amigos, y cosas de esas): es fácil imaginar cómo todos reaccionan distinto, es fácil imaginar razones para el caso, pero también es fácil imaginar (porque nosotros ya lo hemos vivido y ya tuvimos tiempo para reflexionar sobre ello) las cosas que siente ese niño en esa escena: los impulsos pasionales, difíciles de explicar, que lo llevan a reacciones, y a más tarde incluso intentar revivir (y/o escapar de) aquellas escenas excepcionales que se llegaron a vivir con mucha intensidad.

    Llamo la atención entonces sobre esos determinismos y sobre los tiempos en esos fenómenos: el lugar del sentimiento y el lugar de la razón. Y llamo la atención también, ahora ya planteado mi punto, sobre esa relación entre ambos mecanismos: a esa interacción entre sentimiento y razón es a lo que voy a denominar “experiencia cognitiva”. Voy a distinguir entonces “experiencia” de “sensación”. Voy a decir que una sensación es el resultado de un proceso distinto al de una experiencia; voy a decir que en estos términos una experiencia implica un contacto entre sensación y la raciocinio. Así, voy a poder hablar de experiencias que se den en el plano cognitivo.

Una pequeña vuelta de tuerca.

    Hasta acá, vengo planteando una relación de anterioridad entre sentimiento y razón, diciendo que estas cosas “primero se sienten, después se explican”. En rigor, no es esa la relación, y a esta altura cabe esta importante aclaración, que da pié a una reinterpretación del fenómeno.

    Cuando hablo de la dinámica entre sentir y razonar, digo que es una relación recursiva, de ida y de vuelta, donde se determinan mutuamente. Y así planteado, bien cabe la pregunta de dónde empieza ese círculo. Esa pregunta la respondí en varias ocasiones señalando al sentimiento, y expuse el caso de por qué. Pero más tarde me dí cuenta de que no necesariamente deba ser así, y que es sumamente importante comprenderlo; la importancia de la sensibilidad es otra.

    Puede haber razón a partir de la sensación, pero también puede haber sensación a partir de la razón. Ambos casos constituyen experiencia, en tanto que vínculo entre razón y sensación. Y también son pensables otros dos casos, utilizando un resultado nulo desde el otro lado: sensación sin razón, y razón sin sensación.

    Esos últimos dos casos son especiales. Uno de ellos, la sensación sin razón, constituye una experiencia. Y de hecho son fácilmente pensables muchas experiencias para las que la razón es problemática aún cuando la sensación es intensa; cualquiera que alguna vez haya vivido un ataque de pánico puede entender de lo que hablo. Todavía no decido si pensar esto como una respuesta inválida o fallida desde el lado de la razón, o simplemente como una ausencia de respuesta: pero definitivamente esa relación con la razón sigue existiendo, la sensación sigue buscando una explicación, aunque esta tenga sus problemas.

    Por otro lado, afirmo que la razón sin sensación no constituye experiencia en absoluto, y como ejemplos se me ocurren los fenómenos detrás de los déficits de atención o las campañas fallidas de difusión de información.

    Estos son elementos que merecen más detalle, pero sobre los que no me voy a extender en este texto sino en otro más adelante, donde pretendo someterlos al escrutinio de algunas teorías ya existentes. Sí cabe esta idea central acá y ahora, de la sensibilidad como condición fundamental de la experiencia independientemente de si se origina antes o después de la razón. Así, la experiencia cognitiva requiere de sensaciones, aún cuando no necesariamente razones claras, y allí es donde radica su potencia.

Acerca de la empatía.

    Esta idea de “experiencia cognitiva”, si bien aquí se pretende plantear en términos tal vez un tanto sofisticados, en rigor no es tan novedosa, y de hecho haciendo una búsqueda rápida pareciera indicar que con estos planteos se está siguiendo el camino correcto: los resultados ( marketing y big data) nos muestran que los lugares donde explícitamente se usan esos términos es por donde trabaja el enemigo.

    ¿Se acuerdan cuando dije que la “experiencia de usuario” se acuñó en las industrias de la computación y que era inmedible? Bueno, en realidad la miden así, con metadata y encuestas; esas son las métricas de la experiencia, de acuerdo a esta gente. Mediante la recopilación de datos (usualmente compulsiva) sobre los usuarios/votantes/nodos de una comunidad/red, y aplicando algunos algoritmos estadísticos de esos que últimamente se plantea como inteligencia artificial aplicada a los negocios, identifican “sentidos comunes” (lo cuál es una muy interesante expresión para este contexto). Así, se sabe, encaran las dinámicas electorales y adecúan sus discursos. Pero esto en rigor no da cuenta de otros fenómenos, tanto anteriores como posteriores: ¿Por qué después les creen? ¿Por qué son efectivos a la hora de interpelar a la gente? ¿Por qué no cuentan las vastas experiencias de cara al discurso que se pueden encontrar en las sociedades, de la mano de la Historia?

    Grandes líderes del siglo XX, los líderes de la modernidad, ya sea adrede o por accidente, han sabido utilizar estos mecanismos detrás de cómo la gente entiende al mundo y toma decisiones. Aquí el concepto clave que nos deja el siglo pasado es la ideología. Pero a diferencia de otras épocas, el problema ya no pasa por responder la pregunta de “cómo crear imperios”, sino de “cómo hackear las democracias”. Porque la herramienta para interactuar entre nosotros es el relato, y correctamente adecuados los relatos tienen efectos predecibles en las sociedades: a esta altura ya nadie preguntaría si eso es posible, sino más bien cómo. Allí es donde entra aquel concepto que inaugurara esta entrada: la empatía, la capacidad para entender lo que el otro entiende, o de sentir lo que el otro siente.

    Es decir: entendiendo cómo el otro siente, entendiendo cómo el otro entiende, es como puedo interpelar al otro. Pero lo interesante es esta idea de que se pueda explotar a una sensibilidad de orden primitivo, que no nos obligue a desarrollar ningún marco discursivo ni teórico ni sofisticado, sino directamente incluso hasta vacío. En este texto hablamos de la experiencia cognitiva, y para ello separamos sensación de razón. Mi tésis es poner a la razón en un segundo plano, separarla de cualquier hipotético rol que pudiera desempeñar en la recepción de discursos y que opere sólo en un segundo plano de cara a las experiencias cognitivas. Y la empatía precisamente permite percibir eso con mayor facilidad al revisar algunos ejemplos de empatía por fuera del uso de la razón como solemos entenderla; lógicamente se trata del caso de la empatía emocional, pero me resulta también muy útil curiosear cómo se manifiesta la empatía animal.

    Ambas cosas entonces, la distribución de relatos y las herramientas para condicionar al raciocinio a partir de la sentimentalidad, como decía en un principio, en lugar de paliarse se potencian con el desarrollo científico; hoy en día sólo necesitamos concentrarnos en cómo hacer de esos relatos algo suficientemente eficiente para tener impacto emocional sin comprometer demasiado a un uso de la razón que pondría en jaque cualquier clase de falsedad que estemos intentando ocultar. Así planteada, en el mundo en el que vivimos, es fácil imaginar una empatía con cinismo, una empatía nihilista y antihumana, que se utilice no como idealmente se la imagina, como escalón hacia el altruismo y la comunidad, sino como mecanismo de control. Así es como podemos entender a sociedades enteras divididas, polarizadas, en un constante cortocircuito entre razón y sentimiento: se trata nada más y nada menos que de grupos sociales sometidos empáticamente.

    Con esto anotado, en algún próximo texto me propongo traer teorías y herramientas que nos sirvan para encarar la tarea de entender cómo funcionan estas dinámicas sensibles de la experiencia humana.

Libertad Condicional

| November 4th, 2017

    Durante las elecciones del 2015 me dejé llevar por mi humanismo y creí que solamente en chiste podía Macri ganar una elección. Simplemente me rehusaba a subestimar de esa manera a la gente. ¿Quién podría ser tan imbécil como para votar a Macri? Viejas ricas psicóticas, milicos entrados en años, pichones de empresarios rondando los 21 años, y un puñado de esos a los que “no les interesa la política”. Me gustaba fantasear que Argentina estaba inoculada contra esa clase de cosas. Que después de la dictadura y los ’90 ya no había manera de volver a esas idioteces. Expresiones de deseo. Ahora pasaron dos años y la policía entra en las escuelas, la gendarmería desaparece gente, y el poder judicial encarcela a quien se le antoje de manera arbitraria, mientras en los medios se defienden y celebran estos tiempos contemporaneos porque significan el final de la corrupción y el comienzo de alguna especie de era de acuario.

    Así, volvemos a hablar de ciclos y contraciclos, y recordamos frases clásicas recontra repetidas. Como la de Norberto Bobbio sobre el fascista, que decía:

(…)

El fascista habla todo el tiempo de corrupción. Hizo eso en Italia en 1922, en Alemania en 1933 y en Brasil en 1964. Acusa, insulta, agrede, como si él fuese puro y honesto. Pero el fascista es sólo un criminal, un sociópata que persigue una carrera política. En el poder, no vacila en torturar, estuprar, robar tus dinero (y los públicos), tu libertad y tus derechos. Más que la corrupción, el fascista practica la maldad.

(…)

    Lo cuál es hasta entendible, si no fuera por su amplio alcance cultural, por la profunda proliferación de mentalidades como las de ese fascista medio cuco del que habla Bobbio. En este espacio me vengo haciendo preguntas acerca del cómo puede ser que eso suceda. Pero cada vez más a menudo me hago otra pregunta, que hoy siento es momento de blanquear: si la gente es así, ¿por qué uno habría de mover un dedo por ellos? ¿Por qué no dejar que se pudran en el infierno que ellos mismos crearon, mirando para otro lado, tal vez hacia adelante inclulso, haciendo la propia vida hasta donde sea posible, y que eso sea todo?

    Y la respuesta es siempre la misma: porque así es como se llega a la complicidad. Toda esa insoportable aberración que experimentamos los que somos sensibles al maltrato en general, a la deshumanización en general, a la hipocresía y a la mentira sistemática, nos impide simplemente encogernos de hombros. Nosotros podemos someternos a vivir en un perpetuo estado de tolerancia para no atentar contra nuestros propios principios, y podemos censurar nuestro odio violento frente a todas aquellas escenas que nos son tan difíciles de digerir; pero para bajar los brazos y darles la razón a los sociópatas de Bobbio, necesitamos un nivel de desesperanza tal que pasionalmente vivamos la más absoluta derrota. Y eso no es un camino a seguir, no es un horizonte: eso es en todo caso la consecuencia de alguna catástrofe.

    Entonces, por el 2015, imaginaba algunos estereotipos de votantes típicos de Macri, y los imaginaba marginales e irrisorios. Incluso durante el ballotage me negaba a considerar seriamente la idea de que estos tipos tuvieran alguna otra trascendencia política que la de generar burla. Hoy descubro, desilusionado y con certeza, cómo es que fenómenos como nuestra última dictadura militar pudieron ser posibles.

    Durante un tiempo me gustó pensar en un aforismo de Kafka como una lúcida explicación de cómo funciona esta dinámica social fascista:

 

El animal arrebata el látigo al amo y se azota a sí mismo para convertirse en amo sin saber que eso solo es una ilusión, provocada por un nuevo nudo en el látigo del amo.

 

    Pero hoy siento que esa interpretación es otra expresión de deseo entre tantas, otra manifestación más de mi sobrevaloración para con el intelecto y el corazón de mis hermanos. Porque no son sólo ellos, quienes votaron a Macri, o quienes defienden la esclavitud económica en virtud de poder comprarse porquerías, o quienes defendieron o quizás todavía lo hacen a la dictadura militar de los ’70, no son los únicos que viven una ilusión de pertenencia a una esfera superior: los que ninguneamos a esa gente también lo hacemos. Yo también he sido parte de este gran engaño, un tanto manteniéndome al margen de lo que sucede en la sociedad volviéndome impermeable al discurso mediático, y otro poco queriendo hacer de cuenta que la gente es algo que en realidad no es. Yo también he sido y soy marioneta y puesta en escena de mis fantasías de superioridad, y así soy parte de esos ciclos y reciclos que parecen tenernos atrapados a todos. Estas son cosas también mil veces planteadas en literatura y filosofía, cosas explicitamente trabajadas en el psicoanálisis; cosas sabidas. Pero no por eso son menos tristes, menos dolorosas, y hoy mi sensación para con el cuco de Bobbio es diferente; hoy la explicaría con otro aforismo de Kafka, distinto del anterior, que dice así:

 

Una vez que hemos admitido al mal en nuestro seno, ya no nos pide que creamos en él.

 

    Estas reflexiones se dan por casualidad en vísperas del centésimo aniversario de la revolución rusa; una llamada a pensar sobre otros tiempos distintos, hipotéticamente peores, donde el mundo tenía otras fronteras y los problemas parecían ser todos más explosivos: guerras mundiales, hombres nuevos por todos lados, la política efervescente y la ciencia creando superpoderes continentales. Guerra y ciencia, política y ciencia, política y guerra, y la religión cruzándolos a todos; la perpetua pregunta por qué es y qué debe ser el hombre salió al escenario, hasta que la obra terminó en los ’90 y hoy el mundo hace de cuenta que ya sabemos la respuesta y que quienes cuestionan esa postura no supieron leer la historia. Así planteadas las cosas, revisamos un poquito qué está pasando en nuestra actualidad, y descubrimos que vivimos casi exactamente los mismos problemas que por aquel entonces, aún exacerbados por los avances tecnológicos. Guerra, fascismo, humanismo en crisis, centralización del poder, y plutocracia.

    Vivimos días de profunda miseria. Tiempos difíciles. Pero trágicamente predecibles. Para el que no se dejaba llevar, todas estas cosas eran predecibles. Para algunos que supieron leer, todo fue siempre predecible. Para los demás, que humildemente vivimos nuestra vida tratando de ser la mejor persona que podamos, quisiéramos creer que todas esas cosas eran exageraciones y la vida en realidad era más felíz que eso; hasta que nos toca bajar la cabeza y hacernos cargo de que nos advirtieron, y que tal vez teníamos que ponernos un poquito más las pilas de cara a toda esa avalancha. Lo que sucede hoy, con los medios y la información comprados, sesgados, manipulados, y bajo control, es algo que ya había pasado antes, y nuestras sociedades, a su manera, aprendieron a integrar; como ese látigo del amo que aprendemos a usar, como ese mal que ya no nos pide que creamos en él; como otro aforismo en el que Kafka supo sintetizar todo esto muy bien:

 

Unos leopardos penetran en el templo
y beben de las copas sagradas
hasta vaciarlas del todo.

Este hecho se repite una y otra vez.

Finalmente se hace previsible y se convierte
en parte de la ceremonia.

 

    Y es que quizás, lo pienso ahora, quizás lo que sucede es que en realidad nunca hubo ninguna otra cosa más que tiempos difíciles.

Democracia neuronal

| October 21st, 2017

    A veces echamos la culpa de lo que más odiamos en la sociedad a la idea de que la gente que se comporta de X manera es simplemente idiota. Pero eso lo hacemos porque ver gente inteligente comportándose de esa manera es profundamente desesperanzador. Resulta que la inteligencia no es un paliativo contra la dominación, sino casi más bien al revés, un refuerzo: una vez echada a andar la maquina ideológica, la inteligencia está enteramente a su servicio; cada pequeña inverosimilitud ideológica será explicada con premisas justificadas en la Economía, las planificaciones metradas, las nomemclaturas, los modelos estadísticos ad-hoc, y tantas otras condiciones metafísicas sobreprofesionalizadas hasta el ridículo, de modo que nadie más que un puñado tenga permiso para cuestionar esos temas con legitimidad y el resto tengamos que mirar de lejos para elegir a alguno de ellos una vez cada tanto como responsable de las tomas generales de decisiones. Así es fácil mantener alcahuetes entrenados en medios que activamente se pretenden masivos, haciendo las veces no sólo de la representación que usurpan a los verdaderos representantes, sino también de la voz calificada para la opinión sin mayor credencial que el hecho de estar ahí. Una democracia del espectáculo, devenir de la democracia representativa, donde los sentimientos y las intuiciones son mucho más primordiales que las éticas o las ciencias a la hora de tomar decisiones; el reality show que le gana a la realidad.

    Hoy quiero poner foco en un aspecto particular y central de ese engendro: lo masivo. Porque en informática estamos viviendo un fenómeno análogo desde hace alrededor de dos décadas. Se trata del desarrollo de internet, y voy a marcar mi línea de lectura con la siguiente frase célebre de Eric Schmidt:

 
“The Internet is the first thing that humanity has built that humanity doesn’t understand, the largest experiment in anarchy that we have ever had.”
 

    Esta frase fue dicha en los noventas, y fue leida como visionaria. Yo tengo otra lectura: el señor Schmidt estaba profundamente equivocado, y en el mejor de los casos esa frase era simplemente inocente. Hacia finales de los noventas, los aparatos de propaganda ya estaban suficientemente maduros como para poder asumir el desafío de asimilar internet, y de hecho finalmente lo hicieron. Hoy internet es “anárquica” sólo de la misma manera que el liberalismo propone “libertad”: hacés lo que quieras siempre y cuando sea del modo que algunas grandes empresas así lo dispongan.

    En rigor, tecnológicamente, internet permite el ejercicio de ciertas anarquías mucho más pronunciadas de lo que vemos a menudo. Pero tal y como las virtudes técnicas de la democracia, está sometida a algunos otros factores que escapan de la idealidad y son absolutamente manipulables. Cuando se suponía que internet reemplazaría a los grandes medios de comunicación, se hablaba de dos factores fundamentales en ese proceso: el revolucionario acceso a la información, y la idea de que todos puedan opinar. Ya en aquel entonces existían las voces que llamaban la atención sobre la calidad de la información o las opiniones, pero todavía hoy siguen siendo estadísticamente escasos los que señalan a uno de los factores superpotentes de internet: la descentralización.

    Internet era originalmente descentralizada. Internet es, tecnológicamente hablando, descentralizada. Pero socialmente la convertimos en otro mecanismo más de centralización del acceso a la información, tal y como lo son los medios masivos de comunicación del siglo anterior. Y es precisamente la masividad lo que genera el rol centralizador: mecanismos de orden enteramente social llevan a que la gente se adecúe a una serie de comportamientos posibles en internet de los tantos otros casi infinitos que hay dando vueltas o que pueden llegar a pensarse. Así, cortarle las alas a internet fue tan simple como replicar la libertad liberal en este plano: “hacé lo que quieras”, “sé vos mismo”, y de repente estás haciendo las mismas cosas que todos los demás, y son curiosamente las mismas cosas que te proponen hacer, para que seas felíz, un puñado de empresas.

    El ejemplo más fácil de entender es el email. Desde el día cero de internet tenemos ese mecanismo de comunicación, donde podemos compartir lo que querramos, tenemos niveles decentes de anonimato, no necesitamos rendir cuentas a nadie sobre nada, podemos tener diferentes casillas para diferentes fines, podemos tener resguardos de nuestros datos, no quedamos atrapados en ningún mecanismo privado por ninguna empresa, no tenemos límites con quién podemos comunicarnos, es dificil censurarnos, está protegido por las mismas leyes que la correspondencia en papel, y no sé qué tantas otras virtudes más puedo sentarme a escribir al respecto. Eso, comunitariamente, globalmente, lo reemplazamos por herramientas privadas y centralizadas como WhatsApp: que sólo andan con los clientes de WhatsApp, que sólo guardan los datos en los servidores de WhatsApp, que si te dejan o no acceder a tu propia información depende de lo que se le antoje a WhatsApp… al punto tal que buena parte de los usuarios de WhatsApp ni siquiera saben que están usando internet cuando usan eso: ellos simplemente “usan WhatsApp”. Y WhatsApp no sólo no tiene ninguna virtud por sobre el email, sino que encima se pierden muchos derechos al usarlo; pero eso es lo que persiste en la internet como la conocemos. Incluso, persisten después de incontables ejemplos de cómo las empresas eventualmente se quedan con tus cosas y no te las devuelven: tus chats de msn messenger, tus personajes de pet society, tus fotos en fotolog, tus selecciones en grooveshark… y como si fuera poco, la reacción frente a esas cosas es comunmente la gratitud para los que todavía no te borran las cosas de sus servidores: ¡Gracias Google, por no borrar mi blog del 2004 en blogspot!

    La matriz teórica de internet es la red. Mediante teoría de grafos se determinan relaciones que se pueden manipular de manera planificada. Y así se opera sobre la supuesta “anarquía” de internet: generando nodos que centralizan aquello que jamás tuvo ninguna razón para estar centralizado. Y la masividad es el factor clave detrás de eso: nadie jamás haría cosa semejante, si no fuera porque el que tiene al lado suyo también lo está haciendo. A mayor masividad, menor participación real, mayor polarización, mayor manipulación; paradójicamente, más gente involucrada genera menos voces legitimadas. Lo masivo genera urgencias masivas, “temas del momento” de los que de hecho se pretende ser parte (como sucede en las tendencias de Twitter); se estimula la masividad, se estimula la centralización de los datos, la centralización temática, la capacidad de manipulación. Así como los medios (empresas) del siglo pasado eligen a dedo qué mostrar y qué no (además del cómo), así se genera la misma selección arbitraria jugando con las redes: explotando la centralización. Y este es un problema que internet comparte con la democracia.

    Como siempre, están los que lo combaten. En internet las vanguardias tecnológicas militantes pelean por el torrent y el blockchain. Pero son propuestas demasiado disruptivas para la sociedad de centralización en la que vivimos, y continúan en la marginalidad hasta que las empresas encuentran la manera de explotarlo; el mismo destino de los medios comunitarios, chiquitos, baratos, pedorros, que conocemos por fuera de las grandes metrópolis, y que nos hablan de otros problemas, otras urgencias, otros tiempos para las cosas.

Sensatez y sentimiento

| October 16th, 2017

    Hace unos días escribía sobre la importancia de los sentimientos en las sociedades contemporaneas. Hoy me cruzo con algunas anotaciones que me permito traer rápidamente al blog para reforzar aquellas ideas.

    En una nota sobre vínculos narcos de Cambiemos, un lector, Tulio Pietro Gigena, nos deja un par de links con extractos del libro de Jaime Durán Barba.

    Del primer link obtenemos la siguiente frase:

    “El electorado está compuesto por simios con sueños racionales que se movilizan emocionalmente. Las elecciones se ganan polarizando al electorado, sembrando el odio hacia el candidato ajeno… Es clave estudiar al votante común, poco informado, ese que dice “no me interesa la política”… El papel de los medios es fundamental, no hay que educar a la gente. El reality show venció a la realidad…”

    Del segundo link, obtenemos lo siguiente:

    (…)

    En la página 363 del libro, Durán Barba recomienda: “Invoque a los sentimientos, no a la razón”. Y explica: “Los humanos somos simios con pretensiones cartesianas”.

    Y viene explicación, o sea una concesión al pobre Renato Descartes, en la página 364: “En política, el ataque enciende los sentimientos del elector común. No es un tema de razones sino de pasiones. Debemos tratar de que nuestro mensaje provoque polémica. Más que perseguir que el ciudadano entienda los problemas, debemos lograr que sientan indignación, pena, alegría, vergüenza o cualquier otra emoción”.

    Ahí aparece, nuevamente, el avatar de la derecha inteligente que te sabe ganar elecciones, estimulando a la razón polémica que desde el día uno de este blog denuncio como el enemigo. Pero tanto o más interesante aún resulta su reflexión de que no importa lo que sienta el interlocutor, siempre y cuando sienta algo; si la propaganda generó alguna emoción, entonces se la considera exitosa.

Sentimentalidad artificial

| October 14th, 2017

    La semana pasada escribía sobre algunas preguntas, indagando acerca de la posibilidad de mecanismos intuitivos, primitivos, que operaran sobre el sujeto antes que el lenguaje formal y determinaran su juicio.

    Esta línea de pensamiento evidentemente me lleva a discutir con el psicoanálisis y sus constructos teóricos sobre el aparato inconsciente. Pero no son ellos con los que tengo intención de discutir hoy; el psicoanálisis tiene su lugar en todo esto, pero no acá, no a este nivel. Lo que pasa en estos casos es que entra el psicoanálisis y nadie entiende una sola puta palabra de lo que está diciendo, buena parte de sus interlocutores lo menosprecian, lo ignoran, se burlan de él, y cuando se empieza a entender un poquito y se van tanteando las consecuencias de tales planteos empieza una reacción brutal con el sólo fín de seguir haciendo pié en el mundo como se lo conoce; para cuando alguien sobrevive a todo eso, siguen siendo apenas un puñado tal y como éramos antes, y entonces nada cambió; así tenemos 100 años de psicoanálisis y todo sigue más o menos igual, cuando no peor. Además, debatir con el psicoanálisis exige mucha mejor preparación de la que estoy dispuesto a exigirme en estos pocos minutos semanales que el régimen de trabajo asalariado me permite dedicar a la intelectualidad, y no me gustaría que tal debate pecara de pedorro. Así que lo dejo para un mejor momento, y acá voy a contrastar contra algo que tengo más a mano.

    Hecha esa salvedad, quiero arrancar con una pequeña frase de Marie-Laure Ryan, en su libro Possible worlds, artificial intelligence, and narrative theory, que resume muy bien el camino que estoy siguiendo:

    “Thinking is not only methodical but also intuitive, not only logical but also analogical”.

    Es interesante la elección de palabras. Me interesa el planteo “analógico”. Verán, cuando nos enseñan electrónica arrancamos con la electrónica analógica (contrapuesta a la llamada digital), donde una de las principales herramientas al caso son las matemáticas, y concretamente el álgebra de funciones. Sucede que a partir de que se involucran las frecuencias en la electrónica, los comportamientos de los sistemas pasan a medirse en curvas cartesianas en lugar de en valores escalares, todo pasa por comprender variaciones en el tiempo, y allí las funciones matemáticas son la norma. Es notable que la primer función que se nos enseña es la función lineal: la más fácil de entender, y que no requiere mucha abstracción qué digamos. Inmediatamente después, en la misma clase, se nos explica lo siguiente: “la linealidad no existe en la naturaleza“. Y a partir de ese punto todo el estudio de los fenómenos eléctricos y los sistemas electrónicos pasa a tratarse sobre cómo linealizar aquello que no es lineal, de modo que sea comprensible por herramientas analíticas rápidas y que pueda cuantificarse. De esta manera se pueden reducir comportamientos sumamente complejos a otros sumamente simples: unos y ceros, que luego nos permiten articular sistemas digitales.

    Traducido al castellano: “es un quilombo, así que lo hacemos más simple porque sino no entendemos nada”. Y con esa herramienta vemos tranformaciones tecnológicas revolucionarias década a década, en un registro absolutamente innegable de espectacular productividad. Pero así y todo, seguimos trabajando con modelos que activamente recortan complejidad. Si quisieramos agregarla, sería sólo para lograr mecanismos más eficientes de reducción de complejidad: sería para entender aquello que todavía no entendemos, de modo que lo que sí entendemos pueda abarcar todavía más casos. Y sólo una vez cada tanto, en muy raras ocasiones (incluso con nuestros tiempos modernos), esto se traduce en una tecnología realmente nueva. Mientras tanto, el trabajo del investigador es adecuar métricas a herramientas ya disponibles. ¿Querés controlar cosas con la mente?, es tan simple como desarrollar sensores que obtengan métricas serializables de operaciones mentales; todo lo demás es una pavada. ¿Querés predecir comportamientos de la sociedad?, es tan simple como desarrollar sensores que obtengan métricas serializables de operaciones sociales; todo lo demás es una pavada. ¿Querés hacer cualquier otra cosa digna de ciencia ficción?: ya sabés por dónde viene la mano. Vamos a reutilizar los mismos planteos metódicos y tecnológicos hasta que algo incuestionablemente más eficiente lo reemplace. Y esa incuestionabilidad va a ser mucho más intuitiva que política, moral, o ética.

    El sentido común en buena medida funciona también así. Parte por economía de recursos, parte también porque, siguiendo esta vía, empíricamente se cumple con los objetivos. Y curiosamente acá los logros son el problema: porque esconden la realidad de que todo es mucho más complicado de lo que parece, y siempre lo fué, aún cuando tengamos razón. Es uno de los tantos aspectos de las intuiciones que me propongo plantear.

    El pensamiento crítico es un paliativo; el famoso “abre tu mente” que se propone desde lugares como la ilustración y la modernidad. Pero es problemático este juego entre la constante reducción de la complejidad de la realidad y la necesareidad operativa de tal reducción. Esa relación tan íntima entre realidad y praxis, esa distancia, opera inevitablemente en todos los niveles de nuestro día a día, y es muy fácil de abusar.

    Permítanme ilustrarlo mejor con un ejemplo. ¿Sabén quién más dice “abre tu mente”, además de los planteos de la ilustración y la modernidad? Las bandana. Cito, textual:

(…)

Dance, dance, dance,
hoy tu sueño es real,
dance, dance, dance,
abre tu mente.
Dance, dance, dance,
hoy tu sueño es real,
dance…

Uh, ah, Guapa, eh, ah, eh!
Si tú quieres bailar,
querrás, sabrás
que este es el momento, guapo,
querrás bailar.

Abre tu mente,
sientes libertad ¿Lo quieres?
Vive el presente, tú querrás bailar,
sí, tú suelta tu cuerpo, déjate llevar,
vamos, cariño, ven, disfruta el dance.

(…)

    Esa bestialidad que podemos leer ahí se permite discutir con toda línea de la filosofía desde antes de Sócrates hasta acá, y le vá mucho mejor en términos de popularidad. Y si bien Las Bandana no sean precisamente el mejor ejemplo de éxito en términos comerciales, habiendo tantos otros mucho mayores que se dedican a lo mismo, un avispado comentarista en youtube supo resumir con precisión la experiencia de esta línea de pensamiento:

    Patacones, crisis, club del trueque Y BANDANA. Qué épocas.

    Otro se pregunta cómo fue que llegamos a lo que tenemos ahora, dando a entender que Las Bandana eran mejores. Y otro más nos explica cómo es que Las Bandana son el mejor grupo pop que dió la Argentina, lo cuál se mide en reproducciones en youtube. Y podemos estar un rato largo leyendo un montón de planteos diversos acerca de características especiales que constituyen virtudes en Las Bandana.

    Es muy fácil burlarse esa clase de planteos: pero desde lejos, en tu casa, atrás de una computadora. Te quiero ver burlándote frente a una horda de fanáticos empoderados por la masa y con su sentimentalidad a flor de piel. Por mucha burla que uno pueda elucubrar, Las Bandana tienen mucho más poder real que cualquiera de nuestras ideas personales. Y lo lograron diciendo tres o cuatro sobresimplificaciones, y cumpliendo con una serie de normas que ya estaban dadas; así planteado, algo no muy diferente al inmaculado método científico que nos permite estudiar la electricidad y la electrónica. ¡Las matemáticas!. Y ya pueden ir imaginando los órdenes de magnitud de los mismos fenómenos leidos en otras figuras culturales mucho más significativas que Las Bandana.

    No me quejo de Las Bandana, pero me llevan a otros problemas con los que sí me fastidia vivir, y que considero batallas que hay que dar. Concretamente, la semana pasada, en un momento escribí la siguiente expresión: “inyectar a la intuición”. Y todavía me duele que la expresión original fuera “inyectar al corazón”. Lo cambié adrede, porque no quería quedar pegado a Las Bandana y toda esa escuela de sentimentalismo berreta; no quería que mi texto fuera leido en joda, como alguna forma pecaminosa y tardía de reflexión adolescente: porque ese es el lugar del corazón en la intelectualidad moderna. Y eso último sí es un problema que considero serio.

    Vengo hablando de sensibilidades, vengo hablando de determinismos anteriores a la razón; lo hago pensando en política y en inteligencia artificial, usando a los medios como vector y a fenómenos culturales como la llamada posverdad. Pero en definitiva vengo hablando de los sentimientos, y de cómo son terriblemente trascendentes para nuestras estructuras sociales. Que las Bandana tengan millones de seguidores sólo habla de que estamos cediendo esos espacios al enemigo. La ciencia ha logrado instalarse como un pilar de la sociedad contemporánea, pero no ha logrado (ni pretende hacerlo) reemplazar aquellos vinculados a la sentimentalidad y a la fé. Y todo lo que no sea dominio de la acción humanitaria, es espacio enteramente del mercado. Así resulta que hoy, incluso nuestras Universidades, la institución que gestiona el conocimiento universal, es un mero espacio donde uno va para eventualmente conseguir un mejor trabajo; en ese mundo la sentimentalidad queda en manos de sobresimplificadores seriales que compiten por repetir siempre las mismas cosas hasta el infinito, y la fé en un futuro mejor se la lleva un esperitualismo también comercial cuando no directamente oscurantista. Así leemos, con estadísticas y números metodológicamente censados, que los humanismos han fallado, y que su lugar en nuestra sociedad es la chiquilinada inverosimil; y además no leemos que el mercantilismo haya fallado en nada, sino que sólo nos trajo beneficios. Eso es Trump. Eso es el Brexit. Eso es Macri. Somos nosotros no pudiendo hablar del corazón, y dejándole ese rol a Las Bandana.

Teoría del odio

| October 7th, 2017

    ¿Se puede hacer cambiar de opinión a alguien?
    Mi experiencia personal me indica que que sí, aunque no sin un importante trabajo mediante.

    Hay quienes dicen que para ello la persona tiene que estar dispuesta, que debe haber algún grado de voluntad anterior. Otros dicen que es absolutamente imposible, y que en todo caso es la persona la que cambia de opinión, no alguien que la llevó hacia tal cosa. A mí me parece que hay diferentes casos de “cambio de opinión”, no solamente diferentes personas, y al problema se puede entrar de varias maneras.

    Sucede que el proceso de cambiar de opinión es sumamente íntimo, y los cambios en ese plano tienen un efecto masivo en la cosmovisión de un sujeto. Es recién a partir de allí que se cambian las opiniones, y no al revés; la razón en estos casos es poco más que una forma ordenada del espíritu. Y con esa hipótesis me vengo preguntando hace tiempo acerca de la sensibilidad por la verdad y algunas otras cuestiones.

    Lo que me pregunto es, ¿se puede manipular realmente esa sensación de que las cosas tal vez no sean como anteriormente creí, de que algo en realidad es cierto o en realidad es falso? ¿Se puede inyectar un “tal vez” directo a la intuición? Cuando reflexiono sobre la idea de aleteistesia, me pregunto por las cosas anteriores a la razón que determinan lo que considero verdadero o falso. Y si esa sensación puede manipularse, explotarse, entonces se pueden determinar cambios de opinión en los demás (o, a la inversa, restringirlos).

    Lógicamente estuve googleando al respecto. Así pude llegar hasta el prestigioso sitio lostopos.net donde, con imágenes misteriosamente similares aquellas que nos tiene acostumbrados wikihow, nos cuentan acerca de un informe que la Cornell University realizó sobre un subreddit. De allí obtenemos algunos tips de orden estadístico, como “tener gente de nuestro lado”, “no irse por las ramas”, y “cuidar el lenguaje”.

    Está lleno de cosas de esas. “Cómo hacer que una chica cambie de opinión sobre tí”, “cómo cambiarte a tí mismo”, “7 tips para convencer a los demás de [inserte aquí su objetivo]”… todos se basan en estadística rudimentaria (también conocido como sentido común), o en técnicas de persuación y/o retórica que ya discutían los presocráticos. En esos términos, es fácil pensar que cualquier interacción dependerá de la postura inicial del interlocutor, y que allí radica cualquier posibilidad de acción, de acceso al otro. Son en definitiva verdades más o menos innegables, aún cuando contingentes o cuando su rango pueda ser bastante escueto. Cosas como que una persona a la defensiva es infinitamente más fácil de fortalecer en su opinión que de cambiar, lo sabemos todos, y con esto en cuenta es completamente lógico que se pretenda predisposición ante cualquier iniciativa de cambio como condición básica.

    Pero también está lleno de herramientas, muy fáciles de encontrar, que tienen el poder de traspasar esas barreras. Se vé en el deporte, en el nacionalismo, en algunas épicas detrás de logros científicos; un sentido de pertenencia, de ser parte de algo más grande, más importante que uno y que las guerras personales que se es capaz de vivir en el día a día. Cosas como que derecha e izquierda estén en vilo juntos, compartiendo la misma mesa y la misma sensación ante una final de un mundial; cosas como que ricos y pobres pasen días celebrando en un carnaval para luego volver a sus diferencias. A mí, los que más me interesan de todos estos fenómenos tan frecuentes, son aquellos directamente vinculados al arte. Me interesa cómo es que podemos agruparnos, escudarnos, embanderarnos, detrás de frases o canciones o incluso hasta actuaciones que son más o menos universalmente aclamadas o despreciadas y que nos determinan aún sin entender una sóla palabra de lo que están diciendo (cuando siquiera dicen alguna). Trato de ver mecanismos primitivos, un contacto con la gente de más bajo nivel que el lenguaje como lo entendemos en el uso cotidiano. ¿Meta-lenguaje? ¿Proto-lenguaje? No creo que sean términos adecuados para esto, sino que llamo a fenómenos de la percepción y la adecuación. Lo que busco es algo todavía más poderoso que las mentiras.

    Todas esas ideas llevan hacia un concepto central: la estética. Y mis indagaciones siempre están orbitando alrededor de la política. Así fue que hace algunos días traje un fragmento de Walter Benjamin donde nos dice que “la estetización de la política necesariamente lleva siempre a la guerra”. Una cruda advertencia sobre dónde me estoy metiendo, pero también una profecía sobre los usos de lo que estamos viendo, sobre lo que venimos viendo desde el día cero del siglo XX; no por nada, en el mismo sentido, ya había traido antes a Žižek hablándonos sobre los pormenores del carnaval entre ricos y pobres, donde nos advertía que “el trabajador está bailando sin leche, mientras que el banquero está bailando sin crema”. De lo que estoy convencido es de esto: los sentimientos son a la retórica lo que el átomo es a la pólvora, y lo que vemos en los medios a diario es nada menos que la armamentización sentimental.

    Luego de publicar mi post sobre la aleteistesia, consulté sobre pensadores que hubieran trabajado el tema y un amigo me indicó este texto de Nietzsche que yo nunca había leido. Mis lecturas de Nietzsche fueron ya hace décadas, y si bien su línea de pensamiento es muy cercana a algunos de los temas que me interesan, en este texto pareciera trabajar casi exactamente lo mismo que yo. Así que me parece un excelente punto de continuación para mi ensayo. El texto lo pueden descargar de acá.

    Quiero comenzar con los puntos que tenemos en común. Lo primero que me interesa destacar es que en “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral”, Nietzsche literalmente menciona la idea de un “sentimiento de la verdad”. Y, como yo también lo hiciera, él le adjudica un rol vinculado a la supervivencia y la adaptación a la vida en sociedad. Él en este texto se pregunta qué es lo que lleva al hombre a buscar la verdad; algo análogo a mi pregunta autoafirmada de “por qué no podríamos simplemente ignorarla”. Y de manera también similar a mis conclusiones, él afirma que en realidad al hombre le importa poco la verdad en comparación con otras cuestiones que la rodean: afirma que el ímpetu de verdad es consecuencia de un constructo que opera uniendo a la gente en alguna forma de norma, donde luego reposan las morales.

(…)

En la medida en que el individuo quiera conservarse frente a otros individuos, en un estado natural de las cosas, tendrá que utilizar el intelecto, casi siempre, tan sólo para la ficción. Pero, puesto que el hombre, tanto por necesidad como por aburrimiento, desea existir en sociedad y gregariamente, precisa de un tratado de paz, y conforme a éste, procura que, al menos, desaparezca de su mundo el más grande bellum omnium contra omnes. Este tratado de paz conlleva algo que promete ser el primer paso para la consecución de ese enigmático impulso hacia la verdad. Porque en este momento se fija lo que desde entonces debe ser verdad, es decir, se ha inventado una designación de las cosas uniformemente válida y obligatoria, y el poder legislativo del lenguaje proporciona también las primeras leyes de la verdad, pues aquí se origina por primera vez el contraste entre verdad y mentira. El mentiroso utiliza las legislaciones válidas, las palabras, para hacer aparecer lo irreal como real; dice, por ejemplo, yo soy rico cuando la designación correcta para su estado sería justamente pobre. Abusa de las convenciones consolidadas efectuando cambios arbitrarios e incluso inversiones de los nombres. Si hace esto de manera interesada y conllevando perjuicios, la sociedad no confiará ya más en él y, por ese motivo, le expulsará de su seno. Por eso los hombres no huyen tanto de ser engañados como de ser perjudicados por engaños. En el fondo, en esta fase tampoco detestan el fraude, sino las consecuencias graves, odiosas, de ciertos tipos de fraude. El hombre nada más que desea la verdad en un sentido análogamente limitado: desea las consecuencias agradables de la verdad, aquellas que conservan la vida, es indiferente al conocimiento puro y sin consecuencias, y está hostilmente predispuesto contra las verdades que puedan tener efectos perjudiciales y destructivos.

(…)

Página 4.

(…)

La omisión de lo individual y de lo real nos proporciona el concepto del mismo modo que también nos proporciona la forma, mientras que la naturaleza no conoce formas ni conceptos, así como tampoco, en consecuencia, géneros, sino solamente una X que es para nosotros inaccesible e indefinible. También la oposición que hacemos entre individuo y especie es antropomórfica y no procede de la esencia de las cosas, aun cuando tampoco nos atrevemos a decir que no le corresponde: porque eso sería una afirmación dogmática y, en cuanto tal, tan indemostrable como su contraria.

¿Qué es entonces la verdad? Un ejército móvil de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en resumidas cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas, adornadas poética y retóricamente y que, después de un prolongado uso, a un pueblo le parecen fijas, canónicas, obligatorias: las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son, metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su troquelado y no son ahora consideradas como monedas, sino como metal.

No sabemos todavía de dónde procede el impulso hacia la verdad, pues hasta ahora solamente hemos prestado atención al compromiso que la sociedad establece para existir, la de ser veraz, es decir, usar las metáforas usuales, así pues, dicho en términos morales, de la obligación de mentir según una convención firme, de mentir borreguilmente, de acuerdo con un estilo obligatorio para todos. Ciertamente, el hombre se olvida de que su situación es ésta, por tanto, miente inconscientemente de la manera que hemos indicado y en virtud de hábitos milenarios -y precisamente en virtud de esta inconsciencia, precisamente en virtud de este olvido, adquiere el sentimiento de la verdad-. A partir del sentimiento de estar obligado a designar una cosa como roja, otra como fría, una tercera como muda, se despierta un movimiento moral hacia la verdad; a partir del contraste del mentiroso, en quien nadie confía y a quien todos excluyen, el hombre se demuestra a sí mismo lo venerable, lo fiable y lo provechoso de la verdad. En ese instante el hombre pone sus actos como ser racional bajo el dominio de las abstracciones: ya no soporta ser arrastrado por las impresiones repentinas, por las intuiciones y, ante todo, generaliza todas esas impresiones en conceptos más descoloridos, más fríos, para uncirlos al carro de su vida y de su acción.

(…)

Página 7. Subrayado mío.

    Pero las preguntas de Nietzsche son otras, y lo llevan a sostener otras afirmaciones. En ningún momento retoma esa idea apenas esbozada del sentimiento, sino que continúa planteando sus antagonismos entre verdades más de orden intuitivo y aquellas de orden conceptual. Sucede que Nietzsche vivía su batalla contra el cientificismo, de modo que le interesaba ante todo mostrar los límites del pensamiento científico, por aquel entonces positivista. Él va a explicar entonces cómo es que la incesante necesidad del hombre por regularizar y normalizar, mediante el uso del intelecto y los conceptos, aquello que existe sólo en tanto que constante cambio, lo lleva pues a un juego de perpetuar lo que llama “mentiras”, en tanto que “no-verdades-objetivas”. Por eso llega hasta afirmar que la idea misma de verdad y mentira nacen a partir de este mecanismo nomalizador o regularizador mediante conceptos, al momento de llegar a constituirse como moral, y operar distinguiendo a las personas confiables de las que deben ser excluidas de una sociedad dada. Su crítica se sostiene en un abuso del antropocentrismo que floreciera durante la ilustración, los límites de las herramientas logico-matemáticas para explicar la complejidad de sistemas constantemente cambiantes, y la distancia que hay entre los objetos y los mecanismos del lenguaje. A eso contrapone dinámicas más vinculadas a la intuición, que no resuelven los problemas del lenguaje y la objetividad, pero tampoco pretenden constituir una serie de conceptos normativos para determinar qué es verdadero o falso en una sociedad.

(…)

Su procedimiento consiste en tomar al hombre como medida de todas las cosas, pero entonces parte del error de creer que tiene estas cosas ante sí de manera inmediata como objetos puros. Olvida, por lo tanto, que las metáforas intuitivas originales no son más que metáforas y las toma por las cosas mismas.

Sólo mediante el olvido de ese mundo primitivo de metáforas, sólo mediante el endurecimiento y la petrificación de un fogoso torrente primordial compuesto por una masa de imágenes que surgen de la capacidad originaria de la fantasía humana, sólo mediante la invencible creencia en que este sol, esta ventana, esta mesa son una verdad en sí, en una palabra, gracias solamente al hecho de que el hombre se olvida de sí mismo como sujeto y, por cierto, como sujeto artísticamente creador, vive con cierta calma, seguridad y consecuencia; si pudiera salir, aunque sólo fuese un instante, fuera de los muros de la cárcel de esa creencia, se acabaría en seguida su autoconsciencia. Ya le cuesta trabajo reconocer ante sí mismo que el insecto o el pájaro perciben otro mundo completamente diferente al del hombre y que la cuestión de cuál de las dos percepciones del mundo es la correcta carece totalmente de sentido

(…)

Página 8.

    Mi tesis toma distancia del planteo de Nietzsche a partir de sus peleas contra las morales y generalizaciones; si bien yo estoy de su lado en esta guerra, lo cierto es que yo reconozco a las morales y las generalicaciones como dos más de los tantos mecanismos que operan en el día a día de la gente, y que tendrán sus roles: serán más o menos útiles de acuerdo a cada coyuntura. Pero todos los detalles que surgen de sus observaciones son productivos para lo que yo estoy trabajando. Ambos afirmamos que las morales surgen de esa necesidad de supervivencia en sociedad (y no tan sólo supervivencia, a secas, de manera autónoma), y que detrás de esa necesidad existen verdades de orden intuitivo, pre-conceptuales, que hasta constituyen una sensación o un sentimiento. Ahí es donde trabajamos juntos.

    Después de un post particularmente extenso, dejo uno cortito y al pié, más como nota personal que como planteo.

    Dos videos con Slavoj Žižek.
    En el primero, lo vemos hablando de la existencia de reglas para romper reglas:

    El segundo, cómo es que desde el poder nos llega disfrazado el discurso coercitivo:

    Consideren la siguiente escena. Un señor en un medio masivo de comunicación dice que otro señor es un corrupto. Lo acusa de haberse robado dinero que pertenece a la gente haciendo uso indebido de los poderes de funcionario público. Esto desata una polémica. Gente afín al acusado dice que son obviamente mentiras y que al señor del medio masivo de comunicación habría que echarlo y meterlo preso. Gente contraria al acusado dice que son grandes verdades o hasta obviedades, y que al acusado habría que echarlo y meterlo preso. Ambos se dicen unos a otros que son los otros quienes están ciegos y no ven la realidad. Eso los lleva a reflexionar cómo puede ser: son idiotas, está claro, pero incluso tal vez sean gente incapacitada para entender lo que sucede, ya sea por falta de educación o por algún otro defecto; quizás son enfermos. Esa línea de razonamiento los lleva eventualmente a que, entonces, han de estar haciéndolo a propósito, que no hay otra explicación: son unos miserables que disfrutan destruyendo lo bueno del mundo, y lo que hacen es incuestionablemente indignante. Antes de poder reflexionar ninguna otra cosa, otro señor en otro medio de comunicación dice que otro señor diferente al anterior es un corrupto.

    Esta escena, que fue planteada de manera deliberadamente exagerada, es preocupantemente verosimil. Y no es tanto una cuestión de época como algo que se viene repitiendo desde tiempos inmemoriales. Tal vez la magnitud pueda entenderse como novedad, pero sólo si aceptamos “novedoso” a un mecanismo del que se tienen registros desde finales del siglo XIX y durante todo el siglo XX. Hay algo con las mentiras, las verdades a medias, y la retórica, que está muy en boga y está siendo explotado hasta sus últimas consecuencias; y ese algo viene operando desde hace rato.

    Filósofos, historiadores, antropólogos, y muchos otros estudiosos y pensadores de la cultura y del ser humano pueden explicar con precisión los pormenores históricos y detalles importantes detrás de qué cosa pueda estar sucediendo; pueden mostrarnos otros tiempos donde las sociedades se manejaban distinto, pueden hablar de cuándo y cómo las cosas fueron cambiando hacia algo más emparentado a lo que conocemos, pueden esclarecer puntos claves de nuestro desarrollo que hayan modificado sociedades enteras, o pueden incluso contarnos un relato que nos ayude a ver en diferentes perspectivas. Lo concreto es que acá y ahora la corrupción indigna, y parece absolutamente inevitable que una acusación de corrupción, de deshonestidad, de farsa, genere de inmediato un juicio de valor no sólo explosivo sino viralizado. Empiricamente, decir de alguien que está en falta genera alguna forma de desaprobación inmediata, sea contra el acusado o contra el acusador. Y pasan cosas como que el desinterés es entendido como inmoral, y la neutralidad es rigurosamente juzgada como complicidad; y ahí va a parar el último atisbo de presunción de inocencia o cualquier otro constructo ilustrado o moderno que se inventara para salvarnos de la barbarie: existe gente que engaña a los demás, somos susceptibles de ser engañados, y día a día nos vemos obligados a renovar votos de fé para con la sociedad y hasta con nosotros: de un tiempo para acá tenemos hasta prohibido el mentirnos a nosotros mismos. Todos somos potencialmente uno de ellos, un enemigo, y sea lo que sea que está pasando nos lleva a vivir de facto bajo presunción de culpabilidad. Así nuestra realidad se vuelve rápidamente una esquizofrenia epistémica o un pandemonio jurídico, donde cabe la pregunta de cómo puede ser que un mecanismo tan imbécil como un tipo diciendo cosas por televisión nos pueda seguir afectando después de la segunda, tercera, cuarta, quinta vez…

    Fue reflexionando sobre aquella escena de la corrupción y la posverdad que en un momento me hice esta pregunta: ¿y si lo que pasa es que somos demasiado sensibles a la verdad? Entonces busqué algo al respecto en internet, y encontré solamente algunos ensayos de religiosos hablando sobre religión; lo cuál podría servirme, pero no es precisamente el objeto de mi estudio. A mí acá me interesa el fenómeno de que, en la práctica, la mentira duele; y no sólo eso, sino es que capaz de hacer destrozos enormes en las sociedades. Así como duele la mentira, también duele la verdad. Y no es que simplemente estamos engañados: somos una parte activa del supuesto engaño; es otra cosa lo que sucede acá. En esa reflexión, no supe responder sobre la supuesta demasía, pero sí creo poder hablar sobre la sensibilidad.

    Permítanme traer algunas otras escenas más o menos heterogeneas a colación de esta idea. Siguiendo con los medios, ¿qué está pasando últimamente con la idea del spoiler? Uno puede entrar por internet en cualquier comunidad de seguidores de alguna serie audiovisual. Mientras todavía están emitiendo los episodios semanales, en internet hay gente que por diversas razones tiene acceso al episodio más reciente antes que otras personas. A estos privilegiados súbitamente se les restringen o hasta censuran los mensajes, en virtud de proteger a otros miembros de la comunidad contra los efectos indeseados del spoiler. ¿En qué consiste el spoiler? En enterarse de cualquier posible sorpresa que pudiera deparar el próximo episodio de la serie, antes de efectivamente ver el episodio. Incluso se vive a menudo la situación inversa: ver gente que se “desconecta del mundo” temporalmente hasta no ver la serie, como modo de protegerse a sí misma contra el terrible y amenazador spoiler. Y pareciera ser hasta un hecho chistoso, pero uno puede ver acalorados debates subidos de tono entre gente sumamente apasionada al respecto del tema. No sólo eso, sino que es un fenómeno tan poderoso entre la gente que hasta existe toda una industria multimillonaria del hype alrededor de eso: se generan espectativas, que deben ser protegidas cual inversión riesgosa, y más allá del resultado una y otra y otra vez se va a volver a repetir el ciclo de generar espectativas para luego volver a generarlas y más tarde hacerlo una vez más, sin límite aparente. Esto es algo también sumamente arraigado en el mercado tecnológico, con cada nuevo modelo de teléfono celular. Creo recordar a Henry Miller diciendo a principios del siglo XX: “puedes ir a por la gran novela norteamericana; hay una nueva cada semana, todas la misma”; hoy tenemos grandes blockbusters norteamericanos en los cines de todo el mundo, semana a semana, mes a mes, todos ligeras variaciones los unos de los otros, y todos se proponen grandes eventos cinematográficos, grandes experiencias. ¡Y cuidado con corromperlas con un spoiler!

    Continúo con otro planteo. Hay algunas formas de verdades que no se pueden tocar. No se deben tocar. Estas son las verdades de orden religioso usualmente, aunque también algunas otras cuestiones que con el paso de los años se instalan como tabúes o principios a defender en las sociedades y terminan tomando una forma parecida (como ser los casos de la pedofilia, el aborto, o la pena de muerte). Son verdades dadas, aceptadas en comunidades, y basadas en principios que no se cuestionan; no sin considerable conflictividad. Otra situación: la pasión por el deporte. Algunas de las imágenes más violentas de nuestra sociedad contemporánea las podemos ver en el mundo del fanatismo deportivo (extraño concepto de por sí; como si el deporte estuviera en la misma posición fenomenológica que la religión). Allí, uno sigue a su equipo porque sigue a su equipo porque sigue a su equipo; no existe tal cosa como “cambiarse de equipo”, y perderle interés significa inmediatamente dejar de formar parte de una comunidad de selectos seguidores que se llaman a si mismos “verdaderos hinchas”. Están en las buenas y en las malas, y para ellos cada evento deportivo es una demostración más de la valía del equipo; estos fanáticos eligieron al mejor equipo que existe, por razones cuya cuota metafísica es directamente proporcional a la cantidad de encuentros en los que son derrotados. Siempre, incuestionablemente, son los mejores, y las razones son lo de menos: salvo a la hora de defenderse de todos aquellos que cuestionen al equipo, en cuyo caso es válido hasta el asesinato. Y, nuevamente, esto mueve millones y millones: de personas, de dólares, de megawatts…

    Voy a ir al grano, para no extenderme demasiado. Todas estas escenas tienen en común una relación muy particular con la verdad y la falsedad. En todos esos casos reaccionamos de manera casi hasta explosiva frente a planteos que nos muestran una verdad. Elegí esos ejemplos precisamente porque no son sutiles: es fácil ver la reacción desmesurada, las consecuencias indeseables, el caracter pasional del juicio involucrado y las pésimas generalizaciones que de él se obtienen. Así y todo, ese juego de reacciones y consecuencias constituye verdades para la gente, que por cuestionables que puedan ser a su vez constituyen empirias: y allí ya se ve en jaque incluso la objetividad misma. Y es que se trata de una relación con la verdad que tiene poco o nada qué ver con la objetividad. Sé que esto es algo muy actual en el planteo de la posverdad, donde se pretenden explicar muchos fenómenos masivos contemporáneos en una sobrevalorización de la experiencia subjetiva por sobre la objetividad; pero yo apunto a otro lado. Mi hipótesis está más emparentada con aquellos planteos críticos de la objetividad que se pudieron ver durante todo el siglo XX; en esa serie, tan sólo vengo a traer un detalle. Yo creo poder dar cuenta de un mecanismo que opera en la gente, en todas las personas en general, vinculado a cómo se percibe lo verdadero y lo falso. Algo entonces del orden de la percepción, que las medicinas y filosofías de la psiquis podrán justificar de muchas maneras. Somos sensibles a la verdad; reaccionamos a la verdad como reaccionamos cuando nos pincha un alfiler, cuando vemos una luz muy brillante, cuando tenemos frío o calor. Tenemos un metasentido de la verdad, una sensibilidad de la verdad. Temo que llamarlo “sentido de la verdad”, darle el caracter pleno de “sentido”, me lleve a problemas como la comparación contra el gusto o el tacto; si bien mi intuición me dice que tal vez estén sumamente emparentados, se trata de un problema que no me interesa: sólo me interesa dar cuenta de que somos sensibles a la verdad en tanto que fenómeno humano (y no como idea, ni como consecuencia lógica, sino algo anterior).

    Cabe aclarar que en adelante en este texto pretendo manejar verdad y falsedad como dos valorizaciones, dos formas de procesar el mismo objeto, la misma percepción: una con valor positivo y otra negativo si se quiere, pero en ambos casos el producto del mismo proceso y el mismo fenómeno, la misma función devolviendo su resultado que más tarde es procesado por algún otro componente del sistema.

    Repasemos un poco aquellas escenas. Volvamos a las acusaciones de corrupción. Podemos imaginar, en cualquier posición del plano político donde nos sintamos más cómodos, cómo es que podemos ser interpelados por algunas de esas situaciones, cómo es que nosotros podemos ser uno de los que nos encontramos defendiendo a un candidato o cuestionando a un periodista. Tal vez no con la virulencia que yo planteara, pero definitivamente con algunos fenómenos similares. Lo más probable que nos encontremos de repente incurriendo en falacias, seguramente ad verecundiam o ad hominem, donde tan sólo el quién dice lo que se dice es suficiente para tomarlo como verdad o falsedad. Ya no podemos volver de eso; a partir de ese punto ya estamos en razonamientos inválidos para cualquier forma de objetividad. Entonces tratamos de recurrir a los hechos, y nos damos cuenta de que no los tenemos: tenemos más discursos; alguien dice que vió algo, hay un testimonio, hay documentos que así y todo están sujetos a interpretación. No tenemos caso, no hay situación concreta de corrupción, sólo hay hipótesis cuanto mucho: pero así y todo no podemos ignorar el asunto, no podemos simplemente borrarlo de nuestra mente. Tiene consecuencias. Vamos a culpar a nuestros rivales políticos de jugar sucio, y vamos a decir que nuestros avatares de la verdad son los más adecuados para interpelar la realidad. Ya mismo, en este punto, cabe una pregunta: ¿Por qué no simplemente nos es indiferente la hipótesis misma, y dejamos que sean los mecanismos institucionales al caso quienes se encarguen de confirmarla o refutarla? ¿A qué viene que nosotros nos enteremos de tales hipótesis? ¿Cómo es que nosotros somos partícipes de esa investigación, de ese juicio?

    Un periodista diría una obviedad: que la vida en democracia implica decisiones informadas, que el conocimiento de los actores políticos es clave para una sociedad sana, que ese conocimiento es importante para nosotros, que es necesario que alguien lo difunda, porque se está develando una estafa al pueblo todo, y eso constituye no sólo un acto de justicia sino de amor a la patria. Pero rara vez será hecha esa pregunta, y menos veces lo será con ánimos legítimos de tratar de comprender algo: en casi todos los casos será una pregunta retórica. Y luego de esa pregunta sin responder y sin plantear, nosotros vamos a comportarnos de esa manera que ya venía contando: nosotros los que incluso reflexionamos al respecto de todo esto. No vamos a poder ser neutrales ni aunque hiciéramos el esfuerzo: porque más tarde nos conectamos a internet, o vamos a nuestro trabajo, o salimos a la calle en cualquier lado, y todos nuestros pares no están ejerciendo ninguna forma de neutralidad de nada, y entonces vamos a tener que adecuarnos, en nuestro discurso, en nuestro comportamiento, en las muecas que ponemos frente a diferentes comentarios, y un poco ya teníamos más facilidad para adecuarnos a un lado o al otro, y eso constituye el día a día al que tenemos que adaptarnos para sobrevivir en sociedad: ya no es alguna forma de ficción sobre la verdad, o algún consumo de información para tomar decisiones o pasar el rato, es la vida misma, es el mismo acto de continuar viviendo lo que está mediado por todo este fenómeno. No es trivial para nosotros, es fundamental, es necesario. Y no lo podemos evitar. Luego, con tedio o con bronca, vamos a entregarnos al juego de acomodarnos en el espectro político de turno, vamos a publicar links a notas en las redes sociales cualesquiera de las que participemos, vamos a opinar sobre las cosas que dicen otros, y así vamos a ser parte grupos que nos permitan mantener en cierto grado lo que denominamos cordura.

    Hay algo así como un círculo vicioso operando allí. Hay mecanismos vinculados a la condición social del hombre, mecanismos lingüísticos en el uso de la palabra, uso de posición dominante del discurso y retórica en los medios de comunicación masivos… de todo un poco. Hay, de hecho, un importante popurrí de trabajos que se pueden leer sobre el tema. Mi hipótesis va hacia un inicio de todo eso. En aquellas escenas, lo que me interesa rescatar es la sensación. Afirmo que la razón por la que esas acciones son exitosas en términos de afectar a la gente, es por cómo se sienten. En toda esa escena de la denuncia mediática, la reacción se vive con indignación. Que X diga que Y es corrupto es indignante; ya sea porque Y ofende alguna moral al ser corrupto, o porque Y lo hace al difundir mentiras. La intervención de la moral es clave, pero es algo que me interesa retomar más adelante; aquí quiero ir hacia la indignación en tanto que reacción. Lo que planteo es que hay una reacción sensible mucho antes que una explicación racional: ya estaba la reacción programada, del mismo modo que ya estaba programada la atención misma al tipo y contenido del discurso en cuestión. Ya estábamos predispuestos a que, si alguien dice algo como eso, no sólo le prestamos atención sino que además nos indignamos. No es posible que el tema “no nos interesa”: y en los casos que así fuera, sería visto también como algo indignante, como una forma incorrecta de llevar la vida en sociedad y directamente hasta como una ofensa, porque estaríamos ante la encarnación de un ciudadano irresponsable.

    Recién esquivaba a la moral. Permítanme mostrar por qué. Volvamos a otras escenas. En este momento me interesa la del deporte. Esta es particularmente productiva porque es la más difícil de defender en términos morales. Dos hinchadas se pelean. Es algo que está mal visto en todo contexto, excepto en el ámbito del fanatismo deportivo; allí es hasta celebrado. Las peleas se entienden como batallas, de las mismas hasta se cantan canciones, y se vive así una forma de épica cuyo único lugar posible en nuestra sociedad es ahí. Incluso los apasionados por el deporte más racionales, aquellos que ven el tema desde cierta distancia y no se prestan a los episodios más explosivos del fanatismo o hasta los critican, también ellos están dispuestos a hacer sacrificios (económicos, sociales) para formar parte de esa épica, o están más que dispuestos a formar parte de sesudas polémicas con discursos mayoritariamente incontrastables con la realidad que en cualquier otro ámbito sería inmediatamente tildado de poco serio. Y así y todo es, sin embargo, uno de los pocos ámbitos donde se puede explícitamente encontrar un perfil de mi tesis: “es un sentimiento”. Es uno de los pocos espacios donde la sensibilidad y la pasión justifican el accionar ya no sólo irracional sino hasta violento, y es algo celebrado por millones; “pasión de multitudes”. Acá, no se explican las cosas, sino que se sienten; y todo lo demás es secundario, es algo adecuado a ese sentimiento. Es así que un comentario, una mueca crítica siquiera, puede desatar una polémica exacerbada o incluso hasta peleas a muerte. Aquí hay verdades que no se cuestionan: tal equipo es el mejor, porque se siente el mejor, y no hay ninguna otra cosa qué entender al respecto. Aventurarse en una aventura crítica constituye la renuncia inmediata a la pertenencia de grupo. El fanatismo deportivo tiene sus morales y sus códigos de ética: correr está mal, tirar piedras está mal, ser amigo de la policía está mal; pero si matás algunos rivales no hay mucho problema qué digamos, más bien es algo para celebrar durante años. Y la información aquí no puede distinguirse del ruido: en las buenas y en las malas, se gane o se pierda, siempre se está alentando al que siempre será el mejor de todos; estamos ante la más absoluta impermeabilidad para con la objetividad.

    Allí, entonces, tenemos una ética que muy difícilmente pueda adecuarse a ningún régimen constitucional republicano de esos que requieren ciudadanos informados para poder tomar decisiones racionales. Y sin embargo tenemos una relación absolutamente pasional con la verdad, del mismo modo que lo teníamos antes, cuando los ad hominems proliferaban más que las preguntas. Veamos otro aspecto más: la gente spoiler. En tiempos de fanfictions, uno podría hablar de crísis de los cánones; pero muy por el contrario nos encontramos con sucesivas reivindicaciones de los mismos. Es cierto que los fanfictions han ganado mucho espacio dentro de la cultura, pero no por ello parecen haberse visto debilitados los mecanismos que sostienen cánones desde hace siglos. Y, convengamos, cualquier hipótesis sobre qué sucede próximamente en nuestra serie favorita es necesariamente una forma del fanfiction. O sea que el fanfiction no es ni más ni menos que el estado natural de las cosas en la ficción, y las conclusiones canónicas son un mero cierre editorial sin más trascendencia que la que se le quiera dar en una comunidad dada. Así y todo, vemos peleas infinitas sobre cuál debería ser tal canon en tal historia; cuál debería ser la verdad. No me interesa tanto la relación entre canon y verdad como la relación entre fanfiction y spoiler. Sucede que necesariamente los fanfictions han de existir, y aparentemente también de manera necesaria han de existir los desenlaces canónicos (algo mucho más cuestionable en mi opinión); pero hay un juego de espectativas por ver cuál es el verdadero final que por momentos se muestra francamente virulento. Gente indignada por la opinión de los demás sobre tal o cuál posibilidad de desenlace, gente agrupada clamando finales para tramas, internet llena de imágenes e historias futuras mostrando finales o hasta reinterpretaciones de eventos pasados, todo mediado por el fantasma del spoiler. Están quienes los aman y quienes los odian, pero aparentemente no se puede ser muy indiferente hacia la idea del spoiler. La experiencia de la revelación debe ser cuidada y medida por los agentes mismos del canon; otras formas de revelación constituyen un acto sucio y hasta ilegal. Luego de la revelación existe un momento de confirmación o no de fanfictions, y de aceptación o no de la verdad revelada, con diferentes impactos emocionales en diferentes personas. Ciertamente no son impactos tan explosivos como los de pueblos divididos en bipartidismos electoralistas o centenas de personas en batallas campales a muertes por banderas deportivas; pero son de una manera u otra un mecanismo de cautivación de espectadores que insiste en ser explotado con una rigurosidad metódica; luego de la enésima serie y el millonésimo plot-twist, uno podría estar más bien acostumbrado a la experiencia, y podría tener una gimnasia tal que opere como paliativo para cualquier forma de sorpresa. Pero no parece ser el caso, sino más bien lo contrario. Al punto tal que estos mecanismos propios de la ficción ya directamente se instalan en otros mercados, como ser el de la tecnología: hoy tenemos presentaciones en directo para todo el mundo de los nuevos productos de Apple, que consisten lisa y llanamente en un teléfono celular, con el cuál uno hace las mismas cosas que haría con otro teléfono celular anterior o posterior a ese: así y todo el evento es una gran revelación. No sólo eso: hay “filtraciones”; aparecen antes de tiempo imágenes que no deberían haber sido publicadas, y constituyen noticia. Entonces, tenemos revelaciones que no son tales, sino casi más bien un trámite burocrático, y spoilers que constituyen diferente grado de ofensa de acuerdo al contexto: a veces hasta ofensas legales. Aprovechando este apartado, me gustaría mencionar que en el mundo de la tecnología acuñaron un concepto maravilloso: “experiencia de usuario”. Es algo absolutamente inmedible que determina absolutamente todos los proyectos actuales de tecnología. Y aquí me gustaría hacer otra comparación: la gente spoiler y los fanáticos deportivos tienen otra cosa en común. Cuando un equipo gana, el hincha dice que él ganó. Cuando un seguidor de una saga confirma una teoría como canónica, lo vive como un triunfo personal. No sé si decirle a eso “experiencia de usuario”, pero ciertamente es una experiencia en tanto que partícipe de algo, y es una experiencia muy emparentada con lo que estoy rastreando. Y todo esto, cabe nuevamente dejar anotado, para que no se me acuse de divagar en cosas sin importancia, es una dinámica de miles de millones de dólares y miles de millones de personas involucradas, en todo el mundo.

    ¿Qué verdad busca esa gente? ¿Confirmar que su marca de celular es la mejor o su teoría es la única legítima? ¿Cuál es el problema con que le digan otra cosa, o que se lo digan antes de los tiempos canónicos? Aquí es donde se puede involucrar a la verdad religiosa. Todos sabemos que los principios religiosos son incuestionables: son dogma, son verdades a priori y no son objeto de crítica. Cualquier posible análisis es sólo en condición de reafirmar lo que sostienen y ejercitar alguna forma de crecimiento personal, pero nunca de contradecir o criticar. Si así fuera el caso, incluso, el objeto de la crítica sería alguna que otra persona involucrada en algún momento histórico que hubiera alterado con sus interpretaciones o sus actos el correcto camino de la fé en tanto que institución; pero jamás se cuestionaría la fé religiosa. Es que no hay manera: es lo que es, y lo entiende quien lo entiende como lo entiende. ¿A qué viene no-ser, ser-otra-cosa, si la verdad de la fé ante todo es y es todo? Sólo puede venir a colación de la equivocación, o de la mala fé: exactamente las mismas conclusiones a las que llegáramos en la escena de la denuncia mediática. Y aquí pueden entrar otras comparaciones, como la impermeabilidad para con los datos empíricos, la negacion para cualquiera que traiga otra verdad, la apocrificidad de todos los textos no canónicos, las masas inconmensurables de gente congregada en eventos religiosos, la violencia justificada, etc, etc, etc. Este texto ya es suficientemente largo como para necesitar entrar en esos detalles más bien evidentes.

    Como dijera antes, busqué algunas pocas escenas más bien cotidianas donde se pudieran ver algunos contrastes claros, pero los mecanismos de los que hablo se pueden ver en diferente grado y constantemente en todas las esferas de la acción humana. Se puede ver que hay una reacción ante manifestaciones de lo verdadero/falso, que usualmente (pero no siempre) toma la forma de una moral, que más tarde se justifica en alguna forma de ética o estética ad-hoc, y que eso está siendo sistemáticamente explotado en diferentes espacios considerados “industrias”. Pero que desde el vamos es algo que arranca siempre por esa reacción, esa percepción de algo que nos genera una respuesta, y no es exactamente “información”. No es lo mismo la información que nos indica que mañana va a llover, que aquella que nos indica que mañana nuevamente va a llover, como viene lloviendo sin parar desde hace dos semanas, y que eso confirma nuestras sospechas de que estamos viviendo un cambio climático a nivel mundial. No es sólo información que procesamos: es una de las funciones por las que la pasamos. Uno de los mecanismos en el sistema de procesamiento de información que poseemos todos tiene como efecto una reacción vinculada a nuestras sospechas, nuestras intuiciones, nuestros deseos, de una verdad ya sea oculta o evidente pero que declaramos nuestra. Es un mecanismo muy primitivo que opera en la frontera de nuestra psiquis y el momento de relacionarnos con los demás. Nos permite distinguir quienes somos, diferenciarnos, agruparnos. Y sí, es algo de orden psicológico, muy probablemente inconsciente, y también es algo muy emparentado con otros mecanismos de la conciencia, la percepción, y la comunicación; pero afirmo que se trata de un mecanismo particular e individualizable. Lo que digo es: al momento de determinar si una información, un conjunto de datos que percibimos, constituye verdad o falsedad, nosotros sentimos algo. Así como podemos sentir con los dedos, por separado aunque al mismo tiempo, temperaturas y texturas, así nosotros, entre todas las cosas que sentimos, sentimos verdad o falsedad en la información; y es algo absolutamente inevitable para nosotros. Esa inevitabilidad es lo que justifica la explotación; esa sensación tan íntima es lo que justifica la instalación exitosa de algo como la posverdad, la famosa “experiencia subjetiva” que tendría prioridad por sobre la verdad objetiva. Y, que yo sepa, no es algo que esté conceptalizado formalmente.

    Decidí llamar “aleteistesia” a este concepto de “sensibilidad por la verdad”. Originalmente lo pensé como “veristesia”, pero me presentó dos problemas. El primero y más inmediato, “veritas” es latín y “estesia” es griego; está simplemente mal usada la terminología culta. Pero el segundo problema es mucho más interesante. Resulta que la palabra en griego para verdad es Aleteia, pero no significa lo mismo que el latín Veritas. Aparentemente Martin Heidegger trabajó esta cuestión y fue central para él: veritas da cuenta de verdades en términos de lo verificable, mientras que aleteia da cuenta de otra cosa. El “a” de aleteia significa “sin”, en el sentido de “desprovisto de”, y “leteia” significa “ocultamiento”. Aleteia es entonces una forma de verdad en tanto que desocultamiento, mostrar algo que antes no se veia, develar, hacer visible lo que está oculto; incluso, lo evidente. Y me parece un concepto mucho más adecuado para lo que trato de conceptualizar rápidamente en este post. Sucede que la sensibilidad, la susceptibilidad exacerbada que se puede percibir siguiendo la línea de aquellas escenas anteriormente mencionadas, está muchísimo más vinculada a una relación con la idea de una verdad evidente, o con una verdad que debe permanecer oculta, antes que con cualquier material empírico o dato contrastable.

    Quedan muchas cosas para decir al respecto, pero serán en todo caso temas para otros posts. Por las dudas, voy dejando algunas notas:

       * Se pueden mencionar muchas cosas sobre el proyecto moderno y sus ideas de verdad al respecto de esto.

       * Hay una relación con las mentiras que a veces opera de manera recursiva. Zizek plantea esto de manera muy clara en uno de sus videos. De allí se pueden articular cosas vinculadas a la aleteistesia.

       * Hay muchos autores, tanto teóricos como de ficción, que critican el impacto de las mentiras difundidas en los medios de comunicación. Se pueden discutir cosas con muchos de ellos.

       * No llegué a hablar sobre la alethephobia y la mythophobia, que son el miedo a la verdad y la mentira, respectivamente. Explorar los miedos puede dar muchas conclusiones sobre cómo opera el sentir de las cosas.