Anteayer escribía algunas reflexiones sobre cómo ciertos determinismos anteriores al uso de la razón operan con mucha más fuerza que cualquier posible argumento, y observaba cómo la derecha explotaba esta cualidad de la gente. En esa aventura pasé fugazmente por Henry Miller, Michel Foucault, y Slavoj Žižek.

    Una reflexión me quedó en la cabeza: “hoy tenemos duranes barbas contando los pormenores de su trabajo en entrevistas como si mentir fuera lo más natural del mundo“. Y es que mentir es efectivamente lo más natural del mundo; fue una queja tonta de mi parte. Patalear por esas cosas es un desperdicio de energía. De una manera u otra, quedarme con esa idea me sirvió para pescar otras cosas dando vueltas por ahí, directamente vinculadas a aquel post de los otros días.

    En primer lugar, un artículo en ars technica. Allí se afirma lo siguiente: “When it comes to controversial science, a little knowledge is a problem“. Cuando se trata de controversia científica, tener sólo un poquito de conocimiento sobre el tema es un problema. Y se cuenta sobre un informe y algunas de sus conclusiones. Efectivamente, notan cómo el conocimiento es utilizado para defender postura mucho más que para cualquier forma de objetividad. Esto por diferentes razones. Y la única buena noticia en la cuestión parece ser que hay temas en los que la polarización todavía no se percibe mucho qué digamos.

    Un segundo artículo, esta vez de opendemocracy.net se pregunta: “¿la electricidad como requisito para la democracia?“. Este artículo plantea al acceso a la información como una de las condiciones elementales para la democracia, y explora un poquito los pormenores de ese acceso, algo que desde hace años forma parte de mis principales intereses. Esto también surge en el contexto caliente de la neutralidad en internet; algo de lo que en Argentina prácticamente ni se habla, pero básicamente consiste en que los proveedores de internet puedan dar mejor y peor internet para diferentes sitios web (por ejemplo, que canal 13 te ande bien pero c5n te ande como el culo).

    Ambos artículos los ví publicados hoy en mi feed de noticias gremial de cabecera. Son temas sumamente calientes, en todo el mundo; no exagero cuando hablo de “mi generación” post tras post. Con el posmodernismo en primera plana, aparece la urgencia intelectual como una avalancha; y mientras más se oculta, más Trumps y Macris terminan apareciendo por todos lados. Es fundamental estudiar todos los pormenores de la verdad para desarrollar armas eficientes contra esta monstruosidad.

    Esos artículos son interesantes para pispear la actualidad de estas cuestiones. Pero otro artículo me terminó de cerrar hoy la voluntad de postear: nuevamente, Žižek, casi random, esta vez en Página/12. En este, que recomiendo curiosear, Žižek reflexiona sobre la actualidad de la izquierda internacional, pasando por fenómenos como Trump, Venezuela, y algunas anécdotas históricas. Parte de este problema, que es el mismo que vivimos acá y en todos lados:

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Sin embargo, incluso si es cierto que la catástrofe económica en Venezuela es en gran medida el resultado de la acción conjunta del gran capital venezolano y las intervenciones de Estados Unidos, y que el núcleo de la oposición al régimen de Maduro son las corporaciones de extrema derecha y no las fuerzas democráticas populares, esta visión sólo plantea cuestiones aún más problemáticas. En vista de estos reproches, ¿por qué no había una izquierda venezolana que proporcionara una auténtica alternativa radical a Chávez y Maduro? ¿Por qué la iniciativa en la oposición a Chávez quedó en la extrema derecha que triunfantemente hegemonizó la lucha de oposición, imponiéndose como la voz de (incluso) la gente común que sufre las consecuencias de la mala administración chavista de la economía?
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    Nuevamente, vá al hueso: la gente prefiriendo la derecha, como si fuera a cambiar algo. A la izquierda, pareciera ser, no se le puede pedir que sea demasiado revolucionaria, pero tampoco se le puede pedir que sea poco revolucionaria. La razón de lo primero, afirma Žižek, es que no alcanza una revolución que rompa con un status quo, sino que se necesita una que además establezca uno nuevo; y la razón de la segunda es que todos estos mecanismos de los que vengo dejando notas acá lo que hacen es percibirse con negación, a la defensiva: como fracasos, lo sean o no.

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La diferencia entre “café simple” y “café sin leche” es puramente virtual, no hay diferencia en la taza real de café – la falta en sí funciona como una característica positiva.
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O piense en el Brasil contemporáneo donde, durante un carnaval, la gente de todas las clases bailan juntos en la calle, olvidando momentáneamente su raza y las diferencias de clase , pero obviamente no es lo mismo si un trabajador desempleado se une a la danza, olvidando sus preocupaciones sobre cómo cuidar a su familia, o si un banquero rico se deja ir y se siente bien de estar uno con la gente, olvidando que acaba de negarle un préstamo a un pobre trabajador. Ambos son iguales en la calle, pero el trabajador está bailando sin leche, mientras que el banquero está bailando sin crema. De manera similar, los europeos orientales en 1990 querían no sólo democracia sin comunismo, sino también democracia sin capitalismo.
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    Ahora me pregunto cuáles serán los juegos epistemológicos que resolverán estos problemas de lingüística demoníaca.

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