Archive for September, 2017

Facing poverty, academics turn to sex work and sleeping in cars

(…)

“I feel committed to being the person who’s there to help millennials, the next generation, go on to become critical thinkers,” she said. “And I’m really good at it, and I really like it. And it’s heartbreaking to me it doesn’t pay what I feel it should.”

Sex work is one of the more unusual ways that adjuncts have avoided living in poverty, and perhaps even homelessness. A quarter of part-time college academics (many of whom are adjuncts, though it’s not uncommon for adjuncts to work 40 hours a week or more) are said to be enrolled in public assistance programs such as Medicaid.

They resort to food banks and Goodwill, and there is even an adjuncts’ cookbook that shows how to turn items like beef scraps, chicken bones and orange peel into meals.

(…)

Cinderella is homeless, Ariel ‘can’t afford to live on land’: Disney under fire for pay

(…)

“Disney, we feel, is a contributor to the homeless problem here in Anaheim,” said protest organizer Jeanine Robbins, a longtime local resident. “There are Disney employees who live on the street. They live in their cars. They live in unstable housing.”

Occasionally, there are consequences of the most tragic kind.

Amid an unprecedented regional homelessness crisis, there are almost 4,800 people experiencing homelessness in Orange County, where Anaheim is located, on any given night. More than half can be found on the streets or in other places unfit for habitation. It is unclear exactly how many are Disney employees, but it should perhaps come as no surprise that some face challenges.

(…)

Jews in Texas Already in Hiding From Neo-Nazis; Holiday Service Held at Secret Location

(…)

Last month In Charlottesville, Virginia, there was a torchlight parade that passed in front of a college town synagogue, home of Congregation Beth Israel, with the marchers chanting “Jews will not replace us!” and “Blood and soil!” Some of the marchers had long guns. Those chants were recycled from Hitler’s original Nazis, as was the torchlight parade.

(…)

Maldonado y los hijos de puta

| September 26th, 2017

    ¿Ves esto?.

Nota de Página/12

    Mirá a estos otros hijos de puta lo que te publican.

Nota de hijos de una gran puta 1

    Miralos bien.

Nota de hijos de una gran puta 2

    Después no te hagás el boludo cuando le digas a eso “información”.

    Luego de publicar mi post sobre la aleteistesia, consulté sobre pensadores que hubieran trabajado el tema y un amigo me indicó este texto de Nietzsche que yo nunca había leido. Mis lecturas de Nietzsche fueron ya hace décadas, y si bien su línea de pensamiento es muy cercana a algunos de los temas que me interesan, en este texto pareciera trabajar casi exactamente lo mismo que yo. Así que me parece un excelente punto de continuación para mi ensayo. El texto lo pueden descargar de acá.

    Quiero comenzar con los puntos que tenemos en común. Lo primero que me interesa destacar es que en “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral”, Nietzsche literalmente menciona la idea de un “sentimiento de la verdad”. Y, como yo también lo hiciera, él le adjudica un rol vinculado a la supervivencia y la adaptación a la vida en sociedad. Él en este texto se pregunta qué es lo que lleva al hombre a buscar la verdad; algo análogo a mi pregunta autoafirmada de “por qué no podríamos simplemente ignorarla”. Y de manera también similar a mis conclusiones, él afirma que en realidad al hombre le importa poco la verdad en comparación con otras cuestiones que la rodean: afirma que el ímpetu de verdad es consecuencia de un constructo que opera uniendo a la gente en alguna forma de norma, donde luego reposan las morales.

(…)

En la medida en que el individuo quiera conservarse frente a otros individuos, en un estado natural de las cosas, tendrá que utilizar el intelecto, casi siempre, tan sólo para la ficción. Pero, puesto que el hombre, tanto por necesidad como por aburrimiento, desea existir en sociedad y gregariamente, precisa de un tratado de paz, y conforme a éste, procura que, al menos, desaparezca de su mundo el más grande bellum omnium contra omnes. Este tratado de paz conlleva algo que promete ser el primer paso para la consecución de ese enigmático impulso hacia la verdad. Porque en este momento se fija lo que desde entonces debe ser verdad, es decir, se ha inventado una designación de las cosas uniformemente válida y obligatoria, y el poder legislativo del lenguaje proporciona también las primeras leyes de la verdad, pues aquí se origina por primera vez el contraste entre verdad y mentira. El mentiroso utiliza las legislaciones válidas, las palabras, para hacer aparecer lo irreal como real; dice, por ejemplo, yo soy rico cuando la designación correcta para su estado sería justamente pobre. Abusa de las convenciones consolidadas efectuando cambios arbitrarios e incluso inversiones de los nombres. Si hace esto de manera interesada y conllevando perjuicios, la sociedad no confiará ya más en él y, por ese motivo, le expulsará de su seno. Por eso los hombres no huyen tanto de ser engañados como de ser perjudicados por engaños. En el fondo, en esta fase tampoco detestan el fraude, sino las consecuencias graves, odiosas, de ciertos tipos de fraude. El hombre nada más que desea la verdad en un sentido análogamente limitado: desea las consecuencias agradables de la verdad, aquellas que conservan la vida, es indiferente al conocimiento puro y sin consecuencias, y está hostilmente predispuesto contra las verdades que puedan tener efectos perjudiciales y destructivos.

(…)

Página 4.

(…)

La omisión de lo individual y de lo real nos proporciona el concepto del mismo modo que también nos proporciona la forma, mientras que la naturaleza no conoce formas ni conceptos, así como tampoco, en consecuencia, géneros, sino solamente una X que es para nosotros inaccesible e indefinible. También la oposición que hacemos entre individuo y especie es antropomórfica y no procede de la esencia de las cosas, aun cuando tampoco nos atrevemos a decir que no le corresponde: porque eso sería una afirmación dogmática y, en cuanto tal, tan indemostrable como su contraria.

¿Qué es entonces la verdad? Un ejército móvil de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en resumidas cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas, adornadas poética y retóricamente y que, después de un prolongado uso, a un pueblo le parecen fijas, canónicas, obligatorias: las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son, metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su troquelado y no son ahora consideradas como monedas, sino como metal.

No sabemos todavía de dónde procede el impulso hacia la verdad, pues hasta ahora solamente hemos prestado atención al compromiso que la sociedad establece para existir, la de ser veraz, es decir, usar las metáforas usuales, así pues, dicho en términos morales, de la obligación de mentir según una convención firme, de mentir borreguilmente, de acuerdo con un estilo obligatorio para todos. Ciertamente, el hombre se olvida de que su situación es ésta, por tanto, miente inconscientemente de la manera que hemos indicado y en virtud de hábitos milenarios -y precisamente en virtud de esta inconsciencia, precisamente en virtud de este olvido, adquiere el sentimiento de la verdad-. A partir del sentimiento de estar obligado a designar una cosa como roja, otra como fría, una tercera como muda, se despierta un movimiento moral hacia la verdad; a partir del contraste del mentiroso, en quien nadie confía y a quien todos excluyen, el hombre se demuestra a sí mismo lo venerable, lo fiable y lo provechoso de la verdad. En ese instante el hombre pone sus actos como ser racional bajo el dominio de las abstracciones: ya no soporta ser arrastrado por las impresiones repentinas, por las intuiciones y, ante todo, generaliza todas esas impresiones en conceptos más descoloridos, más fríos, para uncirlos al carro de su vida y de su acción.

(…)

Página 7. Subrayado mío.

    Pero las preguntas de Nietzsche son otras, y lo llevan a sostener otras afirmaciones. En ningún momento retoma esa idea apenas esbozada del sentimiento, sino que continúa planteando sus antagonismos entre verdades más de orden intuitivo y aquellas de orden conceptual. Sucede que Nietzsche vivía su batalla contra el cientificismo, de modo que le interesaba ante todo mostrar los límites del pensamiento científico, por aquel entonces positivista. Él va a explicar entonces cómo es que la incesante necesidad del hombre por regularizar y normalizar, mediante el uso del intelecto y los conceptos, aquello que existe sólo en tanto que constante cambio, lo lleva pues a un juego de perpetuar lo que llama “mentiras”, en tanto que “no-verdades-objetivas”. Por eso llega hasta afirmar que la idea misma de verdad y mentira nacen a partir de este mecanismo nomalizador o regularizador mediante conceptos, al momento de llegar a constituirse como moral, y operar distinguiendo a las personas confiables de las que deben ser excluidas de una sociedad dada. Su crítica se sostiene en un abuso del antropocentrismo que floreciera durante la ilustración, los límites de las herramientas logico-matemáticas para explicar la complejidad de sistemas constantemente cambiantes, y la distancia que hay entre los objetos y los mecanismos del lenguaje. A eso contrapone dinámicas más vinculadas a la intuición, que no resuelven los problemas del lenguaje y la objetividad, pero tampoco pretenden constituir una serie de conceptos normativos para determinar qué es verdadero o falso en una sociedad.

(…)

Su procedimiento consiste en tomar al hombre como medida de todas las cosas, pero entonces parte del error de creer que tiene estas cosas ante sí de manera inmediata como objetos puros. Olvida, por lo tanto, que las metáforas intuitivas originales no son más que metáforas y las toma por las cosas mismas.

Sólo mediante el olvido de ese mundo primitivo de metáforas, sólo mediante el endurecimiento y la petrificación de un fogoso torrente primordial compuesto por una masa de imágenes que surgen de la capacidad originaria de la fantasía humana, sólo mediante la invencible creencia en que este sol, esta ventana, esta mesa son una verdad en sí, en una palabra, gracias solamente al hecho de que el hombre se olvida de sí mismo como sujeto y, por cierto, como sujeto artísticamente creador, vive con cierta calma, seguridad y consecuencia; si pudiera salir, aunque sólo fuese un instante, fuera de los muros de la cárcel de esa creencia, se acabaría en seguida su autoconsciencia. Ya le cuesta trabajo reconocer ante sí mismo que el insecto o el pájaro perciben otro mundo completamente diferente al del hombre y que la cuestión de cuál de las dos percepciones del mundo es la correcta carece totalmente de sentido

(…)

Página 8.

    Mi tesis toma distancia del planteo de Nietzsche a partir de sus peleas contra las morales y generalizaciones; si bien yo estoy de su lado en esta guerra, lo cierto es que yo reconozco a las morales y las generalicaciones como dos más de los tantos mecanismos que operan en el día a día de la gente, y que tendrán sus roles: serán más o menos útiles de acuerdo a cada coyuntura. Pero todos los detalles que surgen de sus observaciones son productivos para lo que yo estoy trabajando. Ambos afirmamos que las morales surgen de esa necesidad de supervivencia en sociedad (y no tan sólo supervivencia, a secas, de manera autónoma), y que detrás de esa necesidad existen verdades de orden intuitivo, pre-conceptuales, que hasta constituyen una sensación o un sentimiento. Ahí es donde trabajamos juntos.

    Después de un post particularmente extenso, dejo uno cortito y al pié, más como nota personal que como planteo.

    Dos videos con Slavoj Žižek.
    En el primero, lo vemos hablando de la existencia de reglas para romper reglas:

    El segundo, cómo es que desde el poder nos llega disfrazado el discurso coercitivo:

    Consideren la siguiente escena. Un señor en un medio masivo de comunicación dice que otro señor es un corrupto. Lo acusa de haberse robado dinero que pertenece a la gente haciendo uso indebido de los poderes de funcionario público. Esto desata una polémica. Gente afín al acusado dice que son obviamente mentiras y que al señor del medio masivo de comunicación habría que echarlo y meterlo preso. Gente contraria al acusado dice que son grandes verdades o hasta obviedades, y que al acusado habría que echarlo y meterlo preso. Ambos se dicen unos a otros que son los otros quienes están ciegos y no ven la realidad. Eso los lleva a reflexionar cómo puede ser: son idiotas, está claro, pero incluso tal vez sean gente incapacitada para entender lo que sucede, ya sea por falta de educación o por algún otro defecto; quizás son enfermos. Esa línea de razonamiento los lleva eventualmente a que, entonces, han de estar haciéndolo a propósito, que no hay otra explicación: son unos miserables que disfrutan destruyendo lo bueno del mundo, y lo que hacen es incuestionablemente indignante. Antes de poder reflexionar ninguna otra cosa, otro señor en otro medio de comunicación dice que otro señor diferente al anterior es un corrupto.

    Esta escena, que fue planteada de manera deliberadamente exagerada, es preocupantemente verosimil. Y no es tanto una cuestión de época como algo que se viene repitiendo desde tiempos inmemoriales. Tal vez la magnitud pueda entenderse como novedad, pero sólo si aceptamos “novedoso” a un mecanismo del que se tienen registros desde finales del siglo XIX y durante todo el siglo XX. Hay algo con las mentiras, las verdades a medias, y la retórica, que está muy en boga y está siendo explotado hasta sus últimas consecuencias; y ese algo viene operando desde hace rato.

    Filósofos, historiadores, antropólogos, y muchos otros estudiosos y pensadores de la cultura y del ser humano pueden explicar con precisión los pormenores históricos y detalles importantes detrás de qué cosa pueda estar sucediendo; pueden mostrarnos otros tiempos donde las sociedades se manejaban distinto, pueden hablar de cuándo y cómo las cosas fueron cambiando hacia algo más emparentado a lo que conocemos, pueden esclarecer puntos claves de nuestro desarrollo que hayan modificado sociedades enteras, o pueden incluso contarnos un relato que nos ayude a ver en diferentes perspectivas. Lo concreto es que acá y ahora la corrupción indigna, y parece absolutamente inevitable que una acusación de corrupción, de deshonestidad, de farsa, genere de inmediato un juicio de valor no sólo explosivo sino viralizado. Empiricamente, decir de alguien que está en falta genera alguna forma de desaprobación inmediata, sea contra el acusado o contra el acusador. Y pasan cosas como que el desinterés es entendido como inmoral, y la neutralidad es rigurosamente juzgada como complicidad; y ahí va a parar el último atisbo de presunción de inocencia o cualquier otro constructo ilustrado o moderno que se inventara para salvarnos de la barbarie: existe gente que engaña a los demás, somos susceptibles de ser engañados, y día a día nos vemos obligados a renovar votos de fé para con la sociedad y hasta con nosotros: de un tiempo para acá tenemos hasta prohibido el mentirnos a nosotros mismos. Todos somos potencialmente uno de ellos, un enemigo, y sea lo que sea que está pasando nos lleva a vivir de facto bajo presunción de culpabilidad. Así nuestra realidad se vuelve rápidamente una esquizofrenia epistémica o un pandemonio jurídico, donde cabe la pregunta de cómo puede ser que un mecanismo tan imbécil como un tipo diciendo cosas por televisión nos pueda seguir afectando después de la segunda, tercera, cuarta, quinta vez…

    Fue reflexionando sobre aquella escena de la corrupción y la posverdad que en un momento me hice esta pregunta: ¿y si lo que pasa es que somos demasiado sensibles a la verdad? Entonces busqué algo al respecto en internet, y encontré solamente algunos ensayos de religiosos hablando sobre religión; lo cuál podría servirme, pero no es precisamente el objeto de mi estudio. A mí acá me interesa el fenómeno de que, en la práctica, la mentira duele; y no sólo eso, sino es que capaz de hacer destrozos enormes en las sociedades. Así como duele la mentira, también duele la verdad. Y no es que simplemente estamos engañados: somos una parte activa del supuesto engaño; es otra cosa lo que sucede acá. En esa reflexión, no supe responder sobre la supuesta demasía, pero sí creo poder hablar sobre la sensibilidad.

    Permítanme traer algunas otras escenas más o menos heterogeneas a colación de esta idea. Siguiendo con los medios, ¿qué está pasando últimamente con la idea del spoiler? Uno puede entrar por internet en cualquier comunidad de seguidores de alguna serie audiovisual. Mientras todavía están emitiendo los episodios semanales, en internet hay gente que por diversas razones tiene acceso al episodio más reciente antes que otras personas. A estos privilegiados súbitamente se les restringen o hasta censuran los mensajes, en virtud de proteger a otros miembros de la comunidad contra los efectos indeseados del spoiler. ¿En qué consiste el spoiler? En enterarse de cualquier posible sorpresa que pudiera deparar el próximo episodio de la serie, antes de efectivamente ver el episodio. Incluso se vive a menudo la situación inversa: ver gente que se “desconecta del mundo” temporalmente hasta no ver la serie, como modo de protegerse a sí misma contra el terrible y amenazador spoiler. Y pareciera ser hasta un hecho chistoso, pero uno puede ver acalorados debates subidos de tono entre gente sumamente apasionada al respecto del tema. No sólo eso, sino que es un fenómeno tan poderoso entre la gente que hasta existe toda una industria multimillonaria del hype alrededor de eso: se generan espectativas, que deben ser protegidas cual inversión riesgosa, y más allá del resultado una y otra y otra vez se va a volver a repetir el ciclo de generar espectativas para luego volver a generarlas y más tarde hacerlo una vez más, sin límite aparente. Esto es algo también sumamente arraigado en el mercado tecnológico, con cada nuevo modelo de teléfono celular. Creo recordar a Henry Miller diciendo a principios del siglo XX: “puedes ir a por la gran novela norteamericana; hay una nueva cada semana, todas la misma”; hoy tenemos grandes blockbusters norteamericanos en los cines de todo el mundo, semana a semana, mes a mes, todos ligeras variaciones los unos de los otros, y todos se proponen grandes eventos cinematográficos, grandes experiencias. ¡Y cuidado con corromperlas con un spoiler!

    Continúo con otro planteo. Hay algunas formas de verdades que no se pueden tocar. No se deben tocar. Estas son las verdades de orden religioso usualmente, aunque también algunas otras cuestiones que con el paso de los años se instalan como tabúes o principios a defender en las sociedades y terminan tomando una forma parecida (como ser los casos de la pedofilia, el aborto, o la pena de muerte). Son verdades dadas, aceptadas en comunidades, y basadas en principios que no se cuestionan; no sin considerable conflictividad. Otra situación: la pasión por el deporte. Algunas de las imágenes más violentas de nuestra sociedad contemporánea las podemos ver en el mundo del fanatismo deportivo (extraño concepto de por sí; como si el deporte estuviera en la misma posición fenomenológica que la religión). Allí, uno sigue a su equipo porque sigue a su equipo porque sigue a su equipo; no existe tal cosa como “cambiarse de equipo”, y perderle interés significa inmediatamente dejar de formar parte de una comunidad de selectos seguidores que se llaman a si mismos “verdaderos hinchas”. Están en las buenas y en las malas, y para ellos cada evento deportivo es una demostración más de la valía del equipo; estos fanáticos eligieron al mejor equipo que existe, por razones cuya cuota metafísica es directamente proporcional a la cantidad de encuentros en los que son derrotados. Siempre, incuestionablemente, son los mejores, y las razones son lo de menos: salvo a la hora de defenderse de todos aquellos que cuestionen al equipo, en cuyo caso es válido hasta el asesinato. Y, nuevamente, esto mueve millones y millones: de personas, de dólares, de megawatts…

    Voy a ir al grano, para no extenderme demasiado. Todas estas escenas tienen en común una relación muy particular con la verdad y la falsedad. En todos esos casos reaccionamos de manera casi hasta explosiva frente a planteos que nos muestran una verdad. Elegí esos ejemplos precisamente porque no son sutiles: es fácil ver la reacción desmesurada, las consecuencias indeseables, el caracter pasional del juicio involucrado y las pésimas generalizaciones que de él se obtienen. Así y todo, ese juego de reacciones y consecuencias constituye verdades para la gente, que por cuestionables que puedan ser a su vez constituyen empirias: y allí ya se ve en jaque incluso la objetividad misma. Y es que se trata de una relación con la verdad que tiene poco o nada qué ver con la objetividad. Sé que esto es algo muy actual en el planteo de la posverdad, donde se pretenden explicar muchos fenómenos masivos contemporáneos en una sobrevalorización de la experiencia subjetiva por sobre la objetividad; pero yo apunto a otro lado. Mi hipótesis está más emparentada con aquellos planteos críticos de la objetividad que se pudieron ver durante todo el siglo XX; en esa serie, tan sólo vengo a traer un detalle. Yo creo poder dar cuenta de un mecanismo que opera en la gente, en todas las personas en general, vinculado a cómo se percibe lo verdadero y lo falso. Algo entonces del orden de la percepción, que las medicinas y filosofías de la psiquis podrán justificar de muchas maneras. Somos sensibles a la verdad; reaccionamos a la verdad como reaccionamos cuando nos pincha un alfiler, cuando vemos una luz muy brillante, cuando tenemos frío o calor. Tenemos un metasentido de la verdad, una sensibilidad de la verdad. Temo que llamarlo “sentido de la verdad”, darle el caracter pleno de “sentido”, me lleve a problemas como la comparación contra el gusto o el tacto; si bien mi intuición me dice que tal vez estén sumamente emparentados, se trata de un problema que no me interesa: sólo me interesa dar cuenta de que somos sensibles a la verdad en tanto que fenómeno humano (y no como idea, ni como consecuencia lógica, sino algo anterior).

    Cabe aclarar que en adelante en este texto pretendo manejar verdad y falsedad como dos valorizaciones, dos formas de procesar el mismo objeto, la misma percepción: una con valor positivo y otra negativo si se quiere, pero en ambos casos el producto del mismo proceso y el mismo fenómeno, la misma función devolviendo su resultado que más tarde es procesado por algún otro componente del sistema.

    Repasemos un poco aquellas escenas. Volvamos a las acusaciones de corrupción. Podemos imaginar, en cualquier posición del plano político donde nos sintamos más cómodos, cómo es que podemos ser interpelados por algunas de esas situaciones, cómo es que nosotros podemos ser uno de los que nos encontramos defendiendo a un candidato o cuestionando a un periodista. Tal vez no con la virulencia que yo planteara, pero definitivamente con algunos fenómenos similares. Lo más probable que nos encontremos de repente incurriendo en falacias, seguramente ad verecundiam o ad hominem, donde tan sólo el quién dice lo que se dice es suficiente para tomarlo como verdad o falsedad. Ya no podemos volver de eso; a partir de ese punto ya estamos en razonamientos inválidos para cualquier forma de objetividad. Entonces tratamos de recurrir a los hechos, y nos damos cuenta de que no los tenemos: tenemos más discursos; alguien dice que vió algo, hay un testimonio, hay documentos que así y todo están sujetos a interpretación. No tenemos caso, no hay situación concreta de corrupción, sólo hay hipótesis cuanto mucho: pero así y todo no podemos ignorar el asunto, no podemos simplemente borrarlo de nuestra mente. Tiene consecuencias. Vamos a culpar a nuestros rivales políticos de jugar sucio, y vamos a decir que nuestros avatares de la verdad son los más adecuados para interpelar la realidad. Ya mismo, en este punto, cabe una pregunta: ¿Por qué no simplemente nos es indiferente la hipótesis misma, y dejamos que sean los mecanismos institucionales al caso quienes se encarguen de confirmarla o refutarla? ¿A qué viene que nosotros nos enteremos de tales hipótesis? ¿Cómo es que nosotros somos partícipes de esa investigación, de ese juicio?

    Un periodista diría una obviedad: que la vida en democracia implica decisiones informadas, que el conocimiento de los actores políticos es clave para una sociedad sana, que ese conocimiento es importante para nosotros, que es necesario que alguien lo difunda, porque se está develando una estafa al pueblo todo, y eso constituye no sólo un acto de justicia sino de amor a la patria. Pero rara vez será hecha esa pregunta, y menos veces lo será con ánimos legítimos de tratar de comprender algo: en casi todos los casos será una pregunta retórica. Y luego de esa pregunta sin responder y sin plantear, nosotros vamos a comportarnos de esa manera que ya venía contando: nosotros los que incluso reflexionamos al respecto de todo esto. No vamos a poder ser neutrales ni aunque hiciéramos el esfuerzo: porque más tarde nos conectamos a internet, o vamos a nuestro trabajo, o salimos a la calle en cualquier lado, y todos nuestros pares no están ejerciendo ninguna forma de neutralidad de nada, y entonces vamos a tener que adecuarnos, en nuestro discurso, en nuestro comportamiento, en las muecas que ponemos frente a diferentes comentarios, y un poco ya teníamos más facilidad para adecuarnos a un lado o al otro, y eso constituye el día a día al que tenemos que adaptarnos para sobrevivir en sociedad: ya no es alguna forma de ficción sobre la verdad, o algún consumo de información para tomar decisiones o pasar el rato, es la vida misma, es el mismo acto de continuar viviendo lo que está mediado por todo este fenómeno. No es trivial para nosotros, es fundamental, es necesario. Y no lo podemos evitar. Luego, con tedio o con bronca, vamos a entregarnos al juego de acomodarnos en el espectro político de turno, vamos a publicar links a notas en las redes sociales cualesquiera de las que participemos, vamos a opinar sobre las cosas que dicen otros, y así vamos a ser parte grupos que nos permitan mantener en cierto grado lo que denominamos cordura.

    Hay algo así como un círculo vicioso operando allí. Hay mecanismos vinculados a la condición social del hombre, mecanismos lingüísticos en el uso de la palabra, uso de posición dominante del discurso y retórica en los medios de comunicación masivos… de todo un poco. Hay, de hecho, un importante popurrí de trabajos que se pueden leer sobre el tema. Mi hipótesis va hacia un inicio de todo eso. En aquellas escenas, lo que me interesa rescatar es la sensación. Afirmo que la razón por la que esas acciones son exitosas en términos de afectar a la gente, es por cómo se sienten. En toda esa escena de la denuncia mediática, la reacción se vive con indignación. Que X diga que Y es corrupto es indignante; ya sea porque Y ofende alguna moral al ser corrupto, o porque Y lo hace al difundir mentiras. La intervención de la moral es clave, pero es algo que me interesa retomar más adelante; aquí quiero ir hacia la indignación en tanto que reacción. Lo que planteo es que hay una reacción sensible mucho antes que una explicación racional: ya estaba la reacción programada, del mismo modo que ya estaba programada la atención misma al tipo y contenido del discurso en cuestión. Ya estábamos predispuestos a que, si alguien dice algo como eso, no sólo le prestamos atención sino que además nos indignamos. No es posible que el tema “no nos interesa”: y en los casos que así fuera, sería visto también como algo indignante, como una forma incorrecta de llevar la vida en sociedad y directamente hasta como una ofensa, porque estaríamos ante la encarnación de un ciudadano irresponsable.

    Recién esquivaba a la moral. Permítanme mostrar por qué. Volvamos a otras escenas. En este momento me interesa la del deporte. Esta es particularmente productiva porque es la más difícil de defender en términos morales. Dos hinchadas se pelean. Es algo que está mal visto en todo contexto, excepto en el ámbito del fanatismo deportivo; allí es hasta celebrado. Las peleas se entienden como batallas, de las mismas hasta se cantan canciones, y se vive así una forma de épica cuyo único lugar posible en nuestra sociedad es ahí. Incluso los apasionados por el deporte más racionales, aquellos que ven el tema desde cierta distancia y no se prestan a los episodios más explosivos del fanatismo o hasta los critican, también ellos están dispuestos a hacer sacrificios (económicos, sociales) para formar parte de esa épica, o están más que dispuestos a formar parte de sesudas polémicas con discursos mayoritariamente incontrastables con la realidad que en cualquier otro ámbito sería inmediatamente tildado de poco serio. Y así y todo es, sin embargo, uno de los pocos ámbitos donde se puede explícitamente encontrar un perfil de mi tesis: “es un sentimiento”. Es uno de los pocos espacios donde la sensibilidad y la pasión justifican el accionar ya no sólo irracional sino hasta violento, y es algo celebrado por millones; “pasión de multitudes”. Acá, no se explican las cosas, sino que se sienten; y todo lo demás es secundario, es algo adecuado a ese sentimiento. Es así que un comentario, una mueca crítica siquiera, puede desatar una polémica exacerbada o incluso hasta peleas a muerte. Aquí hay verdades que no se cuestionan: tal equipo es el mejor, porque se siente el mejor, y no hay ninguna otra cosa qué entender al respecto. Aventurarse en una aventura crítica constituye la renuncia inmediata a la pertenencia de grupo. El fanatismo deportivo tiene sus morales y sus códigos de ética: correr está mal, tirar piedras está mal, ser amigo de la policía está mal; pero si matás algunos rivales no hay mucho problema qué digamos, más bien es algo para celebrar durante años. Y la información aquí no puede distinguirse del ruido: en las buenas y en las malas, se gane o se pierda, siempre se está alentando al que siempre será el mejor de todos; estamos ante la más absoluta impermeabilidad para con la objetividad.

    Allí, entonces, tenemos una ética que muy difícilmente pueda adecuarse a ningún régimen constitucional republicano de esos que requieren ciudadanos informados para poder tomar decisiones racionales. Y sin embargo tenemos una relación absolutamente pasional con la verdad, del mismo modo que lo teníamos antes, cuando los ad hominems proliferaban más que las preguntas. Veamos otro aspecto más: la gente spoiler. En tiempos de fanfictions, uno podría hablar de crísis de los cánones; pero muy por el contrario nos encontramos con sucesivas reivindicaciones de los mismos. Es cierto que los fanfictions han ganado mucho espacio dentro de la cultura, pero no por ello parecen haberse visto debilitados los mecanismos que sostienen cánones desde hace siglos. Y, convengamos, cualquier hipótesis sobre qué sucede próximamente en nuestra serie favorita es necesariamente una forma del fanfiction. O sea que el fanfiction no es ni más ni menos que el estado natural de las cosas en la ficción, y las conclusiones canónicas son un mero cierre editorial sin más trascendencia que la que se le quiera dar en una comunidad dada. Así y todo, vemos peleas infinitas sobre cuál debería ser tal canon en tal historia; cuál debería ser la verdad. No me interesa tanto la relación entre canon y verdad como la relación entre fanfiction y spoiler. Sucede que necesariamente los fanfictions han de existir, y aparentemente también de manera necesaria han de existir los desenlaces canónicos (algo mucho más cuestionable en mi opinión); pero hay un juego de espectativas por ver cuál es el verdadero final que por momentos se muestra francamente virulento. Gente indignada por la opinión de los demás sobre tal o cuál posibilidad de desenlace, gente agrupada clamando finales para tramas, internet llena de imágenes e historias futuras mostrando finales o hasta reinterpretaciones de eventos pasados, todo mediado por el fantasma del spoiler. Están quienes los aman y quienes los odian, pero aparentemente no se puede ser muy indiferente hacia la idea del spoiler. La experiencia de la revelación debe ser cuidada y medida por los agentes mismos del canon; otras formas de revelación constituyen un acto sucio y hasta ilegal. Luego de la revelación existe un momento de confirmación o no de fanfictions, y de aceptación o no de la verdad revelada, con diferentes impactos emocionales en diferentes personas. Ciertamente no son impactos tan explosivos como los de pueblos divididos en bipartidismos electoralistas o centenas de personas en batallas campales a muertes por banderas deportivas; pero son de una manera u otra un mecanismo de cautivación de espectadores que insiste en ser explotado con una rigurosidad metódica; luego de la enésima serie y el millonésimo plot-twist, uno podría estar más bien acostumbrado a la experiencia, y podría tener una gimnasia tal que opere como paliativo para cualquier forma de sorpresa. Pero no parece ser el caso, sino más bien lo contrario. Al punto tal que estos mecanismos propios de la ficción ya directamente se instalan en otros mercados, como ser el de la tecnología: hoy tenemos presentaciones en directo para todo el mundo de los nuevos productos de Apple, que consisten lisa y llanamente en un teléfono celular, con el cuál uno hace las mismas cosas que haría con otro teléfono celular anterior o posterior a ese: así y todo el evento es una gran revelación. No sólo eso: hay “filtraciones”; aparecen antes de tiempo imágenes que no deberían haber sido publicadas, y constituyen noticia. Entonces, tenemos revelaciones que no son tales, sino casi más bien un trámite burocrático, y spoilers que constituyen diferente grado de ofensa de acuerdo al contexto: a veces hasta ofensas legales. Aprovechando este apartado, me gustaría mencionar que en el mundo de la tecnología acuñaron un concepto maravilloso: “experiencia de usuario”. Es algo absolutamente inmedible que determina absolutamente todos los proyectos actuales de tecnología. Y aquí me gustaría hacer otra comparación: la gente spoiler y los fanáticos deportivos tienen otra cosa en común. Cuando un equipo gana, el hincha dice que él ganó. Cuando un seguidor de una saga confirma una teoría como canónica, lo vive como un triunfo personal. No sé si decirle a eso “experiencia de usuario”, pero ciertamente es una experiencia en tanto que partícipe de algo, y es una experiencia muy emparentada con lo que estoy rastreando. Y todo esto, cabe nuevamente dejar anotado, para que no se me acuse de divagar en cosas sin importancia, es una dinámica de miles de millones de dólares y miles de millones de personas involucradas, en todo el mundo.

    ¿Qué verdad busca esa gente? ¿Confirmar que su marca de celular es la mejor o su teoría es la única legítima? ¿Cuál es el problema con que le digan otra cosa, o que se lo digan antes de los tiempos canónicos? Aquí es donde se puede involucrar a la verdad religiosa. Todos sabemos que los principios religiosos son incuestionables: son dogma, son verdades a priori y no son objeto de crítica. Cualquier posible análisis es sólo en condición de reafirmar lo que sostienen y ejercitar alguna forma de crecimiento personal, pero nunca de contradecir o criticar. Si así fuera el caso, incluso, el objeto de la crítica sería alguna que otra persona involucrada en algún momento histórico que hubiera alterado con sus interpretaciones o sus actos el correcto camino de la fé en tanto que institución; pero jamás se cuestionaría la fé religiosa. Es que no hay manera: es lo que es, y lo entiende quien lo entiende como lo entiende. ¿A qué viene no-ser, ser-otra-cosa, si la verdad de la fé ante todo es y es todo? Sólo puede venir a colación de la equivocación, o de la mala fé: exactamente las mismas conclusiones a las que llegáramos en la escena de la denuncia mediática. Y aquí pueden entrar otras comparaciones, como la impermeabilidad para con los datos empíricos, la negacion para cualquiera que traiga otra verdad, la apocrificidad de todos los textos no canónicos, las masas inconmensurables de gente congregada en eventos religiosos, la violencia justificada, etc, etc, etc. Este texto ya es suficientemente largo como para necesitar entrar en esos detalles más bien evidentes.

    Como dijera antes, busqué algunas pocas escenas más bien cotidianas donde se pudieran ver algunos contrastes claros, pero los mecanismos de los que hablo se pueden ver en diferente grado y constantemente en todas las esferas de la acción humana. Se puede ver que hay una reacción ante manifestaciones de lo verdadero/falso, que usualmente (pero no siempre) toma la forma de una moral, que más tarde se justifica en alguna forma de ética o estética ad-hoc, y que eso está siendo sistemáticamente explotado en diferentes espacios considerados “industrias”. Pero que desde el vamos es algo que arranca siempre por esa reacción, esa percepción de algo que nos genera una respuesta, y no es exactamente “información”. No es lo mismo la información que nos indica que mañana va a llover, que aquella que nos indica que mañana nuevamente va a llover, como viene lloviendo sin parar desde hace dos semanas, y que eso confirma nuestras sospechas de que estamos viviendo un cambio climático a nivel mundial. No es sólo información que procesamos: es una de las funciones por las que la pasamos. Uno de los mecanismos en el sistema de procesamiento de información que poseemos todos tiene como efecto una reacción vinculada a nuestras sospechas, nuestras intuiciones, nuestros deseos, de una verdad ya sea oculta o evidente pero que declaramos nuestra. Es un mecanismo muy primitivo que opera en la frontera de nuestra psiquis y el momento de relacionarnos con los demás. Nos permite distinguir quienes somos, diferenciarnos, agruparnos. Y sí, es algo de orden psicológico, muy probablemente inconsciente, y también es algo muy emparentado con otros mecanismos de la conciencia, la percepción, y la comunicación; pero afirmo que se trata de un mecanismo particular e individualizable. Lo que digo es: al momento de determinar si una información, un conjunto de datos que percibimos, constituye verdad o falsedad, nosotros sentimos algo. Así como podemos sentir con los dedos, por separado aunque al mismo tiempo, temperaturas y texturas, así nosotros, entre todas las cosas que sentimos, sentimos verdad o falsedad en la información; y es algo absolutamente inevitable para nosotros. Esa inevitabilidad es lo que justifica la explotación; esa sensación tan íntima es lo que justifica la instalación exitosa de algo como la posverdad, la famosa “experiencia subjetiva” que tendría prioridad por sobre la verdad objetiva. Y, que yo sepa, no es algo que esté conceptalizado formalmente.

    Decidí llamar “aleteistesia” a este concepto de “sensibilidad por la verdad”. Originalmente lo pensé como “veristesia”, pero me presentó dos problemas. El primero y más inmediato, “veritas” es latín y “estesia” es griego; está simplemente mal usada la terminología culta. Pero el segundo problema es mucho más interesante. Resulta que la palabra en griego para verdad es Aleteia, pero no significa lo mismo que el latín Veritas. Aparentemente Martin Heidegger trabajó esta cuestión y fue central para él: veritas da cuenta de verdades en términos de lo verificable, mientras que aleteia da cuenta de otra cosa. El “a” de aleteia significa “sin”, en el sentido de “desprovisto de”, y “leteia” significa “ocultamiento”. Aleteia es entonces una forma de verdad en tanto que desocultamiento, mostrar algo que antes no se veia, develar, hacer visible lo que está oculto; incluso, lo evidente. Y me parece un concepto mucho más adecuado para lo que trato de conceptualizar rápidamente en este post. Sucede que la sensibilidad, la susceptibilidad exacerbada que se puede percibir siguiendo la línea de aquellas escenas anteriormente mencionadas, está muchísimo más vinculada a una relación con la idea de una verdad evidente, o con una verdad que debe permanecer oculta, antes que con cualquier material empírico o dato contrastable.

    Quedan muchas cosas para decir al respecto, pero serán en todo caso temas para otros posts. Por las dudas, voy dejando algunas notas:

       * Se pueden mencionar muchas cosas sobre el proyecto moderno y sus ideas de verdad al respecto de esto.

       * Hay una relación con las mentiras que a veces opera de manera recursiva. Zizek plantea esto de manera muy clara en uno de sus videos. De allí se pueden articular cosas vinculadas a la aleteistesia.

       * Hay muchos autores, tanto teóricos como de ficción, que critican el impacto de las mentiras difundidas en los medios de comunicación. Se pueden discutir cosas con muchos de ellos.

       * No llegué a hablar sobre la alethephobia y la mythophobia, que son el miedo a la verdad y la mentira, respectivamente. Explorar los miedos puede dar muchas conclusiones sobre cómo opera el sentir de las cosas.

Noticias de ayer

| September 15th, 2017

De la mano de cuestiones que insisten, e insisten, y que en realidad vengo digiriendo desde hace años y no parecen querer irse a ningún lado, quería dejar anotado acá algo que ví en Agosto del 2016, y volví a encontrar recientemente. Dejo sólo algún fragmento, para no aburrir, que me atrevo a mezclar buscando otro impacto:

Algunos destellos en las redes. Alguien colgó una frase de Jauretche: “Los gobiernos populares son débiles ante el escándalo. No tienen, ni cuentan con la recíproca solidaridad encubridora de la oligarquía y son sus propios partidarios quienes señalan sus defectos, que después magnifica la prensa. El pequeño delito doméstico se agiganta para ocultar el delito nacional que las oligarquías preparan en la sombra y el vendepatria se horroriza ante las sisas de la cocinera”.

(…)

Se puede pensar que lo escribió tras la caída del gobierno de Perón en el 55. El cuadro es el mismo, las denuncias parecidas. Pero no, Jauretche es un radical en ese momento, que escribe sobre el movimiento al que pertenece.

(…)

Lo escribió tras la caída de Irigoyen, cuando al gobierno del “Peludo” no lo bajaban de inepto y corrupto. Ocurrió hace más de 80 años y todavía no se hablaba de sociedad de la información ni de “semiocapitalismo”. Y en seguida vino el golpe de la oligarquía. Siguieron bastante tiempo con esa letra como una manera de destripar la recuperación del movimiento popular. Las denuncias nunca se probaron pero el Irigoyenismo tardó mucho en salir del bache.

Allí estaban Crítica y La Nación haciendo de las suyas. Muchas de las ideas sobre el peso de la información surgen de esa época. La oposición hacía su propia historia, y al mismo tiempo acusaba al irigoyenismo de hacer la suya cuando bromeaban sobre “el diario de Irigoyen”. Dos lados del mostrador, dos formas de ver la realidad. La historia se desliza sobre esa dicotomía que ahora se reinventó con el nombre de “la grieta”. Dos lados: el de los movimientos populares y el de las clases ricas y dominantes, y en el medio, la grieta.

(…)

Así que, como se puede ver, no importa cuánto lo tenga en la cabeza: pueden pasar 100 años que la cuestión va a seguir ahí hasta que alguna maravilla o algún horror peor la saque del medio. Ya escribiré, con más pilas, sobre estos temas, mi fantasía más romántica: ver planteado algún día una disciplina, un sistema, un espacio siquiera, donde por fín se mezcle la ciencia moderna, el arte, la fé, y un humanismo nuevo que no nos plantee como centro del universo, para por fín dar por tierra con tanta cultura de lo imbécil y tanta política de terror.

Otro texto del taller de escritura. En esta ocasión, la consigna era “Escribir un acontecimiento desde diferentes puntos de vista”. Lo escribí en 40 minutos.


1)

    No se puede escribir cualquier cosa en 40 minutos. Escribir exije un montón de dedicación y concentración. Especialmente cuando tenés que ponerte en la piel de otro, y entender lo que está pasando desde su punto de vista, y analizar, sentir, que lo que está pasando te pasa a vos, y que vos de repente sos otro, y que tu cabeza está en un lugar diferente al de todos los días, aunque normal para ese que estás imaginando, y entonces todo lo que estás haciendo son experiencias más bien nuevas. No pueden ser cortas, no pueden ser instrascendentes: tienen que durar en tu cabeza, y tenés que aprender a tener cosas para decir.

    Es también una cuestión de gimnasia, está claro. Mientras más lo hagás, más rápido te sale. Imaginate un profesional que tienen que hacer esto varias veces por semana o hasta por día. Uno se sienta a escribir, y el modus operandi es siempre más o menos el mismo; ya tenés trucos, mañas, ya no hay tantas sorpresas, ya recordás otros momentos en los que estuviste trabado y lo gambeteaste (o no) y pudiste ver, en el momento o eventualmente, que si hacías tal o cuál otra cosa diferente a la que ya hiciste, encontrabas un camino totalmente distinto. Y eso cuando tenés todo el tiempo del mundo vaya y pase; cuando tenés deadlines, tenés que escribir, no hay tu tía. Y cuando morfar depende de eso, creeme que escribís; no te tirás en posición fetal a dar vueltas por el piso, ni te ponés a mirar videos pelotudos en internet, ni te ponés a jugar jueguitos o leer cosas que nada qué ver: te ganás el mango, te ganás el plato de comida. ¿Querés además saber hasta dónde escala eso cuando también alimentás a tu familia?

    Así que no podés tomarte la escritura como una especie de juego pasional que podés hacer en tu tiempo libre y que no importa cuánto tarde ni a dónde vaya. Hay reglas. Sentás el culo en la silla, y movés los putos dedos hasta que lo que hace falta escribir esté escrito.

2)

    A mí me das 40 minutos y te escribo cualquier cosa. Especialmente cuando tenés que ponerte en la piel de otro, y entender lo que está pasando desde su punto de vista, y analizar, sentir, que lo que está pasando te pasa a vos, y que vos de repente sos otro, y que tu cabeza está en un lugar diferente al de todos los días, aunque normal para ese que estás imaginando, y entonces todo lo que estás haciendo son experiencias más bien nuevas. Y esas experiencias pueden ser cortas, o incluso hasta intrascendentes: pueden no durar un carajo en tu cabeza y encima podés tardar meses hasta que realmente tenés algo para decir al respecto. Si pasa por eso, no hacemos nada. Lo que sale sale.

    Es también una cuestión de gimnasia, está claro. Mientras más lo hagás, más rápido te sale. Imaginate un profesional que tienen que hacer esto varias veces por semana o hasta por día. Y me chupa un huevo si me dicen que es serio o en joda, que lo tengo que presentar a Cadorna o a Montoto, que tengo que prestarle atención a nosequé porque sino me pegan una patada en el culo y me tengo que buscar otro laburo… Yo soy escritor, yo soy el que decide cuándo escribo, cómo escribo, cuánto tardo, y me chupa la pija si a Cadorna o a Montoto no le gusta cómo carajo hago o dejo de hacer mi vida: si creen que pueden escribirlo ellos, que lo escriban ellos y se dejen de patalear. ¿No llegué con el deadline? Que sirvan para algo y se pongan a negociar uno nuevo. ¿No les gustó el producto final? Que lo vendan como material para entendidos y listo. Si prefiero cagarme de hambre o tirarme en posición fetal a llorar en el piso en lugar de escribir lo hago y nadie puede venir a decirme un carajo.

    Así que no podés tomarte la escritura como una especie de actividad profesional que tenés que hacer de 9 a 18 y donde lo más importante es tener las cosas a horario. No hay reglas. Vos tenés que escribir, y después trabajar lo que escribiste, y lo entregás cuando lo entregás, y si es en 40 minutos bien y sino también, y si quieren algo en 40 minutos que se hagan cargo de lo que piden, y al que no le gusta que se vaya a la puta madre que lo parió.

3)

    En 40 minutos podés escribir cualquier cosa. Escribir exije un montón de dedicación y concentración. Especialmente cuando tenés que ponerte en la piel de otro, y entender lo que está pasando desde su punto de vista, y analizar, sentir, que lo que está pasando te pasa a vos, y que vos de repente sos otro, y que tu cabeza está en un lugar diferente al de todos los días, aunque normal para ese que estás imaginando, y entonces todo lo que estás haciendo son experiencias más bien nuevas. Pero lo cierto es que lo que sale sale, y en 40 minutos sale algo, y en 9 horas sale otra cosa, y eso que salió primero le guste a quién le guste es algo al fín y al cabo.

    Y no es tanto una cuestión de gimnasia. No es tan cierto que mientras más lo hagás, más rápido te sale. Imaginate un profesional que tienen que hacer esto varias veces por semana o hasta por día. Uno se sienta a escribir, y el modus operandi es siempre más o menos el mismo; ya tenés trucos, mañas, ya no hay tantas sorpresas, ya recordás otros momentos en los que estuviste trabado y lo gambeteaste (o no) y pudiste ver, en el momento o eventualmente, que si hacías tal o cuál otra cosa diferente a la que ya hiciste, encontrabas un camino totalmente distinto. Entonces te confiás de esa clase de cosas, y te das cuenta de que pasás más tiempo lidiando con tus herramientas de siempre que con lo que se supone que tenés que estar escribiendo, que querés jugar a copiar y pegar algún pedazo de otra cosa y cambiarle las palabras, y así ves pasar el día, y terminás con un trabajo que no te gusta ni a vos ni a nadie, y te empiezan a decir que te copiás a vos mismo, y te decís a vos mismo que cumpliste con lo que te pidieron… y terminás tirado en posición fetal dando vueltas por el piso, o te ponés a mirar videos pelotudos en internet, o te ponés a jugar jueguitos o leer cosas que nada qué ver, porque de repente no podés vivir con vos mismo. Así terminás con un bloqueo de la concha de la lora, pasás más tiempo dudando de qué está bien o mal hacer en lugar de simplemente hacerlo, y todo gracias a tus años de gimnasia. ¿Y cuando morfar depende de eso? ¿Querés además saber hasta dónde escala eso cuando también alimentás a tu familia?

    Así que podés tomarte la escritura como una especie de actividad profesional que tenés que hacer de 9 a 18 y donde lo más importante es tener las cosas a horario, pero no podés dejar de tomártela también como un juego pasional que podés hacer en tu tiempo libre y que no importa cuánto tarde ni a dónde vaya. Hay reglas, pero sólo a veces. Y cuando hay reglas simplemente sentás el culo en la silla y movés los dedos hasta que lo que hace falta escribir esté escrito, y cuando no hay reglas vos sabrás que será lo que te salve el alma.

4)

    No se puede escribir la verdad. Ni en 40 minutos, ni en 9 horas. Escribir exije un montón de dedicación y concentración. Especialmente cuando tenés que ponerte en la piel de otro, y entender lo que está pasando desde su punto de vista, y analizar, sentir, que lo que está pasando te pasa a vos, y que vos de repente sos otro, y que tu cabeza está en un lugar diferente al de todos los días, aunque normal para ese que estás imaginando, y entonces todo lo que estás haciendo son experiencias más bien nuevas. Saquémonos cinco minutos la careta: eso es absolutamente imposible. Lo que podés hacer es pilotearla, y cumplir con los demás o con vos mismo, pero con una mano en el corazón no podés decir nunca que lo que escribiste es verdadero: no son más que una sarta de mentiras, incondicionalmente.

Otro texto para el taller de escritura.
Esta vez la consigna fue: Combinar la repetición y el contraste. “Las costumbres de una comunidad”.

    Escondidos entre los pilares de los pequeños grandes placeres humanos, se encuentran la satisfacción del secreto prejuicio y la activa discriminación. Tanto es así que dividir a la gente en grupos resulta una actividad irresistiblemente encantadora, aún cuando privada de su esporádica y contingente justificación científica; es tanto un juego hipócrita como un goce moderno el disponer de incontables categorías que nos permitan distinguir entre adecuados y no adecuados, entre aptos y todo lo demás, lo que ande por ahí, lo que sobra. Pero no es ni tabú, ni pecado, ni está mal visto siquiera para las sensibles almas de los refinados que manejan tanto conocimiento y saben percibir con brillante precisión al universo. Con este texto pues seguimos los pasos de estas grandes personas, nos unimos a ellos, explorando los vericuetos de una comunidad tan ancestral como vigente: el mersa.

    Boludo y de mal gusto, el mersa sobrevive desde que la gente es gente. Allá por el año quichicientos, en las cuevas esas con los dibujos esos, ya se encuentran los cazadores con sus lanzas, las presas que alimentarán la tribu, y los pelotudos inverbes que corren para cualquier lado con los brazos en alto, sin armas, y sin aparente virtud de la que se pudiera dejar constancia, amén de su evidente presencia.

    Uno que no entiende mucho podría decir que aquella persona tendría un rol, que daría algo a cambio del ser; que forma parte, pensando un poco, de una larga cadena de sucesiones y conexiones que llevó a la humanidad a sobrevivir a tamaña adversidad: catástrofes naturales, enfermedades, depredadores más hábiles, fragilidad; que es un eslabón en el contínuo de nuestro conocimiento, y nuestro crecimiento, y nuestra cuestionablemente infinita actualidad. Pero no: hoy sabemos que tenemos satélites, y entendemos al átomo, y entendemos la luz, y mandamos cosas a otros planetas, y ese tipo ahí sin armas al lado de un buey que está siendo cazado, lo podemos visualizar muy bien, de tener nuestras herramientas estaría sacándose selfies y mandando besitos y escribiendo “jajaja” en alguna red social mientras los demás se rompen el orto laburando por un plato de comida. Y sabemos que si lo criticamos somos unos intolerantes y no entendemos nada de la vida porque no estamos en la onda. Y que, “la verdad”, diría, “tendrían que buscarse otra manera de ganarse la vida porque eso que hacen es muy violento y el pobre animalito no tiene la culpa de nada; fíjense a quién votan, jajaja, besitos”.

    Ese tipo es mersa. La cabeza le da hasta por ahí nomás y para algunas pocas cosas. Siempre fue así. Y los hay de todos colores, y los tienen junados en todos lados. En Grecia nos consta que los estudiaban; eran el corpus de tanto filósofos como sofistas. En Roma eran una preocupación incesante; “Aut Caesar, aut mersa”, decía Borgia; “Si vis pacem, para mersum”, decía Vegecio. Estuvieron en Constantinopla y en Turquía, y propagaron la peste con un ímpetu imparable, y cazaron infieles y herejes, y cabalgaron y zarparon hacia nuevos continentes a donde llevaron nuevas enfermedades, y formaron felices colonias, y lloraron independencias, y trataron una y otra y otra vez por todos los medios posibles de reinstalar antiguas dependencias (de monarquías, de paises, de iglesias) porque todo tiempo pasado fué y será siempre mejor, y así continuaron hasta hacer posibles dos guerras mundiales y cincuententa años de guerra fría; en el interín pudieron deleitarse con enormes maravillas como la batimanía o los campeones del yoyó. Y hoy se conglomeran unidos en redes sociales, donde pueden compartir lo mejor de sus mejores momentos, mientras tienen siempre disponibles aplicaciones para ver si cojen o tests de inteligencia en infobae. Mersas. El más gigantezco y espeluznante desperdicio de energía jamás imaginado. La proporción, la magnitud de su accionar, lo terrible de su fuerza, serían dignos de canciones épicas si no fueran tan condenadamente marmotas. Y con el paso de las eras (y hay que hacerse cargo que se ha intentado), los conoció Mohamed, y los conoció Jesús, y los conoció también Buda, y así y todo no parecen tener solución alguna: los tipos dale que dale con el tiki-taka, los consejos antiestrés, las ideas brillantes y fáciles para hacerse unos mangos, las polémicas, las minas en pelotas en todos lados, los autos caros y ruidosos, la pasión exacerbada por los deportes, la opinión sobre todo, las citas a pensadores que después se revuelcan en sus tumbas y de los que no saben ni escribir bien el nombre, los emoticons, los memes que no son graciosos, hablar de lo que pasa en la televisión, creer que decir “son todos chorros” es tener pensamiento crítico, las promociones de los bancos, la tecnología al pedo, el hit del momento, la nostalgia, los trending topics, el dólar, las vacaciones, y la autoayuda.

    Todo aquello a nuestro alrededor, miremos donde miremos, está imbuido en la esencia mersa; pensado en lo mersa, adecuado a lo mersa. Y así planteado resta la pregunta de cómo se puede tomar esta distancia que un humilde servidor y sus lectores están tomando. ¡Pues si lógicamente no la hay! ¿Por qué habría de haber tal cosa? Si lo mersa bien puede ser cuestión de grado, o incluso hasta una sana normalidad; pero además tenemos vínculos incuestionables con el mersa, que no podemos romper. Nos une la especie, nos une la masa; nos une el hambre y la deriva existencial. Podemos fantasear con un mundo futuro donde la gente ya ha hecho cosas como conectarse todos el cerebro entre sí y finalmente tener un poco de compasión por el otro, pero no podemos imaginar un mundo sin siquiera una parte de nosotros mismos; no sin caer en lo mersa una vez más, y así formar parte de esa interminable cadena de la estupidez humana, que no se entiende bien si estaría mejor representada con una orgía o con una picadora de carne, o si es una cuestión de perspectiva, o si simplemente habría que dejarse llevar por algunas cosas y entender un poco menos y entonces, tal vez, sólo tal vez, el pánico de la escena del buey que no tiene muchas ganas de ser achurado y te está mirando fijo y te está apuntando con los cuernos, sólo tal vez decía te inspire a sacarte una selfie y cagarte de la risa celebrando que esa ahora la podés contar incluso después de muerto. Quien sabe, quizás la mersada original está en aquellos dibujitos en aquellas paredes de aquella cueva de sabrá dios cuándo.