La semana pasada escribía sobre algunas preguntas, indagando acerca de la posibilidad de mecanismos intuitivos, primitivos, que operaran sobre el sujeto antes que el lenguaje formal y determinaran su juicio.

    Esta línea de pensamiento evidentemente me lleva a discutir con el psicoanálisis y sus constructos teóricos sobre el aparato inconsciente. Pero no son ellos con los que tengo intención de discutir hoy; el psicoanálisis tiene su lugar en todo esto, pero no acá, no a este nivel. Lo que pasa en estos casos es que entra el psicoanálisis y nadie entiende una sola puta palabra de lo que está diciendo, buena parte de sus interlocutores lo menosprecian, lo ignoran, se burlan de él, y cuando se empieza a entender un poquito y se van tanteando las consecuencias de tales planteos empieza una reacción brutal con el sólo fín de seguir haciendo pié en el mundo como se lo conoce; para cuando alguien sobrevive a todo eso, siguen siendo apenas un puñado tal y como éramos antes, y entonces nada cambió; así tenemos 100 años de psicoanálisis y todo sigue más o menos igual, cuando no peor. Además, debatir con el psicoanálisis exige mucha mejor preparación de la que estoy dispuesto a exigirme en estos pocos minutos semanales que el régimen de trabajo asalariado me permite dedicar a la intelectualidad, y no me gustaría que tal debate pecara de pedorro. Así que lo dejo para un mejor momento, y acá voy a contrastar contra algo que tengo más a mano.

    Hecha esa salvedad, quiero arrancar con una pequeña frase de Marie-Laure Ryan, en su libro Possible worlds, artificial intelligence, and narrative theory, que resume muy bien el camino que estoy siguiendo:

    “Thinking is not only methodical but also intuitive, not only logical but also analogical”.

    Es interesante la elección de palabras. Me interesa el planteo “analógico”. Verán, cuando nos enseñan electrónica arrancamos con la electrónica analógica (contrapuesta a la llamada digital), donde una de las principales herramientas al caso son las matemáticas, y concretamente el álgebra de funciones. Sucede que a partir de que se involucran las frecuencias en la electrónica, los comportamientos de los sistemas pasan a medirse en curvas cartesianas en lugar de en valores escalares, todo pasa por comprender variaciones en el tiempo, y allí las funciones matemáticas son la norma. Es notable que la primer función que se nos enseña es la función lineal: la más fácil de entender, y que no requiere mucha abstracción qué digamos. Inmediatamente después, en la misma clase, se nos explica lo siguiente: “la linealidad no existe en la naturaleza“. Y a partir de ese punto todo el estudio de los fenómenos eléctricos y los sistemas electrónicos pasa a tratarse sobre cómo linealizar aquello que no es lineal, de modo que sea comprensible por herramientas analíticas rápidas y que pueda cuantificarse. De esta manera se pueden reducir comportamientos sumamente complejos a otros sumamente simples: unos y ceros, que luego nos permiten articular sistemas digitales.

    Traducido al castellano: “es un quilombo, así que lo hacemos más simple porque sino no entendemos nada”. Y con esa herramienta vemos tranformaciones tecnológicas revolucionarias década a década, en un registro absolutamente innegable de espectacular productividad. Pero así y todo, seguimos trabajando con modelos que activamente recortan complejidad. Si quisieramos agregarla, sería sólo para lograr mecanismos más eficientes de reducción de complejidad: sería para entender aquello que todavía no entendemos, de modo que lo que sí entendemos pueda abarcar todavía más casos. Y sólo una vez cada tanto, en muy raras ocasiones (incluso con nuestros tiempos modernos), esto se traduce en una tecnología realmente nueva. Mientras tanto, el trabajo del investigador es adecuar métricas a herramientas ya disponibles. ¿Querés controlar cosas con la mente?, es tan simple como desarrollar sensores que obtengan métricas serializables de operaciones mentales; todo lo demás es una pavada. ¿Querés predecir comportamientos de la sociedad?, es tan simple como desarrollar sensores que obtengan métricas serializables de operaciones sociales; todo lo demás es una pavada. ¿Querés hacer cualquier otra cosa digna de ciencia ficción?: ya sabés por dónde viene la mano. Vamos a reutilizar los mismos planteos metódicos y tecnológicos hasta que algo incuestionablemente más eficiente lo reemplace. Y esa incuestionabilidad va a ser mucho más intuitiva que política, moral, o ética.

    El sentido común en buena medida funciona también así. Parte por economía de recursos, parte también porque, siguiendo esta vía, empíricamente se cumple con los objetivos. Y curiosamente acá los logros son el problema: porque esconden la realidad de que todo es mucho más complicado de lo que parece, y siempre lo fué, aún cuando tengamos razón. Es uno de los tantos aspectos de las intuiciones que me propongo plantear.

    El pensamiento crítico es un paliativo; el famoso “abre tu mente” que se propone desde lugares como la ilustración y la modernidad. Pero es problemático este juego entre la constante reducción de la complejidad de la realidad y la necesareidad operativa de tal reducción. Esa relación tan íntima entre realidad y praxis, esa distancia, opera inevitablemente en todos los niveles de nuestro día a día, y es muy fácil de abusar.

    Permítanme ilustrarlo mejor con un ejemplo. ¿Sabén quién más dice “abre tu mente”, además de los planteos de la ilustración y la modernidad? Las bandana. Cito, textual:

(…)

Dance, dance, dance,
hoy tu sueño es real,
dance, dance, dance,
abre tu mente.
Dance, dance, dance,
hoy tu sueño es real,
dance…

Uh, ah, Guapa, eh, ah, eh!
Si tú quieres bailar,
querrás, sabrás
que este es el momento, guapo,
querrás bailar.

Abre tu mente,
sientes libertad ¿Lo quieres?
Vive el presente, tú querrás bailar,
sí, tú suelta tu cuerpo, déjate llevar,
vamos, cariño, ven, disfruta el dance.

(…)

    Esa bestialidad que podemos leer ahí se permite discutir con toda línea de la filosofía desde antes de Sócrates hasta acá, y le vá mucho mejor en términos de popularidad. Y si bien Las Bandana no sean precisamente el mejor ejemplo de éxito en términos comerciales, habiendo tantos otros mucho mayores que se dedican a lo mismo, un avispado comentarista en youtube supo resumir con precisión la experiencia de esta línea de pensamiento:

    Patacones, crisis, club del trueque Y BANDANA. Qué épocas.

    Otro se pregunta cómo fue que llegamos a lo que tenemos ahora, dando a entender que Las Bandana eran mejores. Y otro más nos explica cómo es que Las Bandana son el mejor grupo pop que dió la Argentina, lo cuál se mide en reproducciones en youtube. Y podemos estar un rato largo leyendo un montón de planteos diversos acerca de características especiales que constituyen virtudes en Las Bandana.

    Es muy fácil burlarse esa clase de planteos: pero desde lejos, en tu casa, atrás de una computadora. Te quiero ver burlándote frente a una horda de fanáticos empoderados por la masa y con su sentimentalidad a flor de piel. Por mucha burla que uno pueda elucubrar, Las Bandana tienen mucho más poder real que cualquiera de nuestras ideas personales. Y lo lograron diciendo tres o cuatro sobresimplificaciones, y cumpliendo con una serie de normas que ya estaban dadas; así planteado, algo no muy diferente al inmaculado método científico que nos permite estudiar la electricidad y la electrónica. ¡Las matemáticas!. Y ya pueden ir imaginando los órdenes de magnitud de los mismos fenómenos leidos en otras figuras culturales mucho más significativas que Las Bandana.

    No me quejo de Las Bandana, pero me llevan a otros problemas con los que sí me fastidia vivir, y que considero batallas que hay que dar. Concretamente, la semana pasada, en un momento escribí la siguiente expresión: “inyectar a la intuición”. Y todavía me duele que la expresión original fuera “inyectar al corazón”. Lo cambié adrede, porque no quería quedar pegado a Las Bandana y toda esa escuela de sentimentalismo berreta; no quería que mi texto fuera leido en joda, como alguna forma pecaminosa y tardía de reflexión adolescente: porque ese es el lugar del corazón en la intelectualidad moderna. Y eso último sí es un problema que considero serio.

    Vengo hablando de sensibilidades, vengo hablando de determinismos anteriores a la razón; lo hago pensando en política y en inteligencia artificial, usando a los medios como vector y a fenómenos culturales como la llamada posverdad. Pero en definitiva vengo hablando de los sentimientos, y de cómo son terriblemente trascendentes para nuestras estructuras sociales. Que las Bandana tengan millones de seguidores sólo habla de que estamos cediendo esos espacios al enemigo. La ciencia ha logrado instalarse como un pilar de la sociedad contemporánea, pero no ha logrado (ni pretende hacerlo) reemplazar aquellos vinculados a la sentimentalidad y a la fé. Y todo lo que no sea dominio de la acción humanitaria, es espacio enteramente del mercado. Así resulta que hoy, incluso nuestras Universidades, la institución que gestiona el conocimiento universal, es un mero espacio donde uno va para eventualmente conseguir un mejor trabajo; en ese mundo la sentimentalidad queda en manos de sobresimplificadores seriales que compiten por repetir siempre las mismas cosas hasta el infinito, y la fé en un futuro mejor se la lleva un esperitualismo también comercial cuando no directamente oscurantista. Así leemos, con estadísticas y números metodológicamente censados, que los humanismos han fallado, y que su lugar en nuestra sociedad es la chiquilinada inverosimil; y además no leemos que el mercantilismo haya fallado en nada, sino que sólo nos trajo beneficios. Eso es Trump. Eso es el Brexit. Eso es Macri. Somos nosotros no pudiendo hablar del corazón, y dejándole ese rol a Las Bandana.

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