Durante las elecciones del 2015 me dejé llevar por mi humanismo y creí que solamente en chiste podía Macri ganar una elección. Simplemente me rehusaba a subestimar de esa manera a la gente. ¿Quién podría ser tan imbécil como para votar a Macri? Viejas ricas psicóticas, milicos entrados en años, pichones de empresarios rondando los 21 años, y un puñado de esos a los que “no les interesa la política”. Me gustaba fantasear que Argentina estaba inoculada contra esa clase de cosas. Que después de la dictadura y los ’90 ya no había manera de volver a esas idioteces. Expresiones de deseo. Ahora pasaron dos años y la policía entra en las escuelas, la gendarmería desaparece gente, y el poder judicial encarcela a quien se le antoje de manera arbitraria, mientras en los medios se defienden y celebran estos tiempos contemporaneos porque significan el final de la corrupción y el comienzo de alguna especie de era de acuario.

    Así, volvemos a hablar de ciclos y contraciclos, y recordamos frases clásicas recontra repetidas. Como la de Norberto Bobbio sobre el fascista, que decía:

(…)

El fascista habla todo el tiempo de corrupción. Hizo eso en Italia en 1922, en Alemania en 1933 y en Brasil en 1964. Acusa, insulta, agrede, como si él fuese puro y honesto. Pero el fascista es sólo un criminal, un sociópata que persigue una carrera política. En el poder, no vacila en torturar, estuprar, robar tus dinero (y los públicos), tu libertad y tus derechos. Más que la corrupción, el fascista practica la maldad.

(…)

    Lo cuál es hasta entendible, si no fuera por su amplio alcance cultural, por la profunda proliferación de mentalidades como las de ese fascista medio cuco del que habla Bobbio. En este espacio me vengo haciendo preguntas acerca del cómo puede ser que eso suceda. Pero cada vez más a menudo me hago otra pregunta, que hoy siento es momento de blanquear: si la gente es así, ¿por qué uno habría de mover un dedo por ellos? ¿Por qué no dejar que se pudran en el infierno que ellos mismos crearon, mirando para otro lado, tal vez hacia adelante inclulso, haciendo la propia vida hasta donde sea posible, y que eso sea todo?

    Y la respuesta es siempre la misma: porque así es como se llega a la complicidad. Toda esa insoportable aberración que experimentamos los que somos sensibles al maltrato en general, a la deshumanización en general, a la hipocresía y a la mentira sistemática, nos impide simplemente encogernos de hombros. Nosotros podemos someternos a vivir en un perpetuo estado de tolerancia para no atentar contra nuestros propios principios, y podemos censurar nuestro odio violento frente a todas aquellas escenas que nos son tan difíciles de digerir; pero para bajar los brazos y darles la razón a los sociópatas de Bobbio, necesitamos un nivel de desesperanza tal que pasionalmente vivamos la más absoluta derrota. Y eso no es un camino a seguir, no es un horizonte: eso es en todo caso la consecuencia de alguna catástrofe.

    Entonces, por el 2015, imaginaba algunos estereotipos de votantes típicos de Macri, y los imaginaba marginales e irrisorios. Incluso durante el ballotage me negaba a considerar seriamente la idea de que estos tipos tuvieran alguna otra trascendencia política que la de generar burla. Hoy descubro, desilusionado y con certeza, cómo es que fenómenos como nuestra última dictadura militar pudieron ser posibles.

    Durante un tiempo me gustó pensar en un aforismo de Kafka como una lúcida explicación de cómo funciona esta dinámica social fascista:

 

El animal arrebata el látigo al amo y se azota a sí mismo para convertirse en amo sin saber que eso solo es una ilusión, provocada por un nuevo nudo en el látigo del amo.

 

    Pero hoy siento que esa interpretación es otra expresión de deseo entre tantas, otra manifestación más de mi sobrevaloración para con el intelecto y el corazón de mis hermanos. Porque no son sólo ellos, quienes votaron a Macri, o quienes defienden la esclavitud económica en virtud de poder comprarse porquerías, o quienes defendieron o quizás todavía lo hacen a la dictadura militar de los ’70, no son los únicos que viven una ilusión de pertenencia a una esfera superior: los que ninguneamos a esa gente también lo hacemos. Yo también he sido parte de este gran engaño, un tanto manteniéndome al margen de lo que sucede en la sociedad volviéndome impermeable al discurso mediático, y otro poco queriendo hacer de cuenta que la gente es algo que en realidad no es. Yo también he sido y soy marioneta y puesta en escena de mis fantasías de superioridad, y así soy parte de esos ciclos y reciclos que parecen tenernos atrapados a todos. Estas son cosas también mil veces planteadas en literatura y filosofía, cosas explicitamente trabajadas en el psicoanálisis; cosas sabidas. Pero no por eso son menos tristes, menos dolorosas, y hoy mi sensación para con el cuco de Bobbio es diferente; hoy la explicaría con otro aforismo de Kafka, distinto del anterior, que dice así:

 

Una vez que hemos admitido al mal en nuestro seno, ya no nos pide que creamos en él.

 

    Estas reflexiones se dan por casualidad en vísperas del centésimo aniversario de la revolución rusa; una llamada a pensar sobre otros tiempos distintos, hipotéticamente peores, donde el mundo tenía otras fronteras y los problemas parecían ser todos más explosivos: guerras mundiales, hombres nuevos por todos lados, la política efervescente y la ciencia creando superpoderes continentales. Guerra y ciencia, política y ciencia, política y guerra, y la religión cruzándolos a todos; la perpetua pregunta por qué es y qué debe ser el hombre salió al escenario, hasta que la obra terminó en los ’90 y hoy el mundo hace de cuenta que ya sabemos la respuesta y que quienes cuestionan esa postura no supieron leer la historia. Así planteadas las cosas, revisamos un poquito qué está pasando en nuestra actualidad, y descubrimos que vivimos casi exactamente los mismos problemas que por aquel entonces, aún exacerbados por los avances tecnológicos. Guerra, fascismo, humanismo en crisis, centralización del poder, y plutocracia.

    Vivimos días de profunda miseria. Tiempos difíciles. Pero trágicamente predecibles. Para el que no se dejaba llevar, todas estas cosas eran predecibles. Para algunos que supieron leer, todo fue siempre predecible. Para los demás, que humildemente vivimos nuestra vida tratando de ser la mejor persona que podamos, quisiéramos creer que todas esas cosas eran exageraciones y la vida en realidad era más felíz que eso; hasta que nos toca bajar la cabeza y hacernos cargo de que nos advirtieron, y que tal vez teníamos que ponernos un poquito más las pilas de cara a toda esa avalancha. Lo que sucede hoy, con los medios y la información comprados, sesgados, manipulados, y bajo control, es algo que ya había pasado antes, y nuestras sociedades, a su manera, aprendieron a integrar; como ese látigo del amo que aprendemos a usar, como ese mal que ya no nos pide que creamos en él; como otro aforismo en el que Kafka supo sintetizar todo esto muy bien:

 

Unos leopardos penetran en el templo
y beben de las copas sagradas
hasta vaciarlas del todo.

Este hecho se repite una y otra vez.

Finalmente se hace previsible y se convierte
en parte de la ceremonia.

 

    Y es que quizás, lo pienso ahora, quizás lo que sucede es que en realidad nunca hubo ninguna otra cosa más que tiempos difíciles.

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