Oración para cuando les fanátiques de la razón se pongan denses.

    Dondequiera que miremos y sean cuales fueren los ejemplos que consideremos, vemos que los principios del racionalismo crítico (tomar en serio las falsaciones; aumentar el contenido; evitar las hipótesis ad hoc; ‘ser honestos’, cualquiera que sea el significado de esta expresión, etc.) y, a fortiori, los principios del empirismo lógico (ser rigurosos, basar las teorías sobre mediciones; evitar las ideas vagas e inestables, etc.), ofrecen una explicación inadecuada del desarrollo pasado de la ciencia y tienden a obstaculizar la ciencia en el futuro. Ofrecen una explicación inadecuada de la ciencia porque la ciencia es mucho más ‘cenagosa’ e ‘irracional’ que su imagen metodológica. Y tienden a obstaculizarla porque el intento de hacer más ‘racional’ y más rigurosa la ciencia desemboca, como hemos visto, en su destrucción.
En consecuencia, la diferencia entre ciencia y metodología, que constituye un hecho histórico obvio, indica una debilidad de esta última y tal vez también de las ‘leyes de la razón’. Pues, lo que parece ser ‘ciénaga’, ‘caos’ y ‘oportunismo’ al compararse con tales leyes, tiene una función muy importante en el desarrollo de las teorías que hoy consideramos como partes esenciales de nuestro conocimiento de la naturaleza. Semejantes ‘desviaciones’ y ‘errores’ son prerrequisitos del progreso. Permiten al conocimiento sobrevivir en este complejo y difícil mundo que habitamos, y permiten que nosotros continuemos siendo agentes libres y felices. Sin ‘caos’, no hay conocimiento. Sin un olvido frecuente de la razón, no hay progreso. Las ideas que hoy día constituyen la base misma de la ciencia existen sólo porque hubo cosas tales como el prejuicio, el engaño y la pasión; porque estas cosas se opusieron a la razón; y porque se les permitió seguir su camino. Hemos de concluir, pues, que incluso en ciencia la razón no puede ser, y no debería permitirse que fuera, comprehensiva y que debe ser marginada, o eliminada, con frecuencia en favor de otras instancias. No existe una sola regla que continúe siendo válida en todas las circunstancias y no existe una sola instancia a la que se pueda apelar siempre.

    Ahora bien, debemos recordar que esta conclusión ha sido referida partiendo de la condición de que la ciencia, tal y como la conocemos hoy día, permanezca incambiada y de que se permita a los procedimientos que ella emplea determinar su desarrollo futuro. Dada la ciencia, la razón no puede ser universal y no puede excluirse la sinrazón. Esta característica peculiar del desarrollo de la ciencia apoya fuertemente a una epistemología de tipo anarquista. Pero la ciencia no es sagrada. Las restricciones que ella impone (y existen muchas de tales restricciones, aunque no es fácil desenmascararlas) no son necesarias para disponer de puntos de vista generales, coherentes y satisfactorios sobre el mundo. Existen los mitos, los dogmas de la teología, la metafísica y otras muchas formas de construir una concepción del mundo. Es claro que un fecundo intercambio entre la ciencia y tales concepciones del mundo ‘no científicas’ dará como resultado una necesidad cada vez mayor del anarquismo que la ciencia misma ya es. Así pues, el anarquismo no sólo es posible, sino que es necesario tanto para el progreso interno de la ciencia como para el desarrollo de la cultura en su conjunto. Y la Razón, por fin, irá a unirse con todos aquellos otros monstruos abstractos como la Obligación, la Obediencia, la Moralidad, la Verdad y sus predecesores más concretos, los Dioses, que se emplearon en otro tiempo para intimidar al hombre y limitar su desarrollo libre y feliz: se marchita…

Paul Feyerabend, Contra el método.

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