A veces echamos la culpa de lo que más odiamos en la sociedad a la idea de que la gente que se comporta de X manera es simplemente idiota. Pero eso lo hacemos porque ver gente inteligente comportándose de esa manera es profundamente desesperanzador. Resulta que la inteligencia no es un paliativo contra la dominación, sino casi más bien al revés, un refuerzo: una vez echada a andar la maquina ideológica, la inteligencia está enteramente a su servicio; cada pequeña inverosimilitud ideológica será explicada con premisas justificadas en la Economía, las planificaciones metradas, las nomemclaturas, los modelos estadísticos ad-hoc, y tantas otras condiciones metafísicas sobreprofesionalizadas hasta el ridículo, de modo que nadie más que un puñado tenga permiso para cuestionar esos temas con legitimidad y el resto tengamos que mirar de lejos para elegir a alguno de ellos una vez cada tanto como responsable de las tomas generales de decisiones. Así es fácil mantener alcahuetes entrenados en medios que activamente se pretenden masivos, haciendo las veces no sólo de la representación que usurpan a los verdaderos representantes, sino también de la voz calificada para la opinión sin mayor credencial que el hecho de estar ahí. Una democracia del espectáculo, devenir de la democracia representativa, donde los sentimientos y las intuiciones son mucho más primordiales que las éticas o las ciencias a la hora de tomar decisiones; el reality show que le gana a la realidad.

    Hoy quiero poner foco en un aspecto particular y central de ese engendro: lo masivo. Porque en informática estamos viviendo un fenómeno análogo desde hace alrededor de dos décadas. Se trata del desarrollo de internet, y voy a marcar mi línea de lectura con la siguiente frase célebre de Eric Schmidt:

 
“The Internet is the first thing that humanity has built that humanity doesn’t understand, the largest experiment in anarchy that we have ever had.”
 

    Esta frase fue dicha en los noventas, y fue leida como visionaria. Yo tengo otra lectura: el señor Schmidt estaba profundamente equivocado, y en el mejor de los casos esa frase era simplemente inocente. Hacia finales de los noventas, los aparatos de propaganda ya estaban suficientemente maduros como para poder asumir el desafío de asimilar internet, y de hecho finalmente lo hicieron. Hoy internet es “anárquica” sólo de la misma manera que el liberalismo propone “libertad”: hacés lo que quieras siempre y cuando sea del modo que algunas grandes empresas así lo dispongan.

    En rigor, tecnológicamente, internet permite el ejercicio de ciertas anarquías mucho más pronunciadas de lo que vemos a menudo. Pero tal y como las virtudes técnicas de la democracia, está sometida a algunos otros factores que escapan de la idealidad y son absolutamente manipulables. Cuando se suponía que internet reemplazaría a los grandes medios de comunicación, se hablaba de dos factores fundamentales en ese proceso: el revolucionario acceso a la información, y la idea de que todos puedan opinar. Ya en aquel entonces existían las voces que llamaban la atención sobre la calidad de la información o las opiniones, pero todavía hoy siguen siendo estadísticamente escasos los que señalan a uno de los factores superpotentes de internet: la descentralización.

    Internet era originalmente descentralizada. Internet es, tecnológicamente hablando, descentralizada. Pero socialmente la convertimos en otro mecanismo más de centralización del acceso a la información, tal y como lo son los medios masivos de comunicación del siglo anterior. Y es precisamente la masividad lo que genera el rol centralizador: mecanismos de orden enteramente social llevan a que la gente se adecúe a una serie de comportamientos posibles en internet de los tantos otros casi infinitos que hay dando vueltas o que pueden llegar a pensarse. Así, cortarle las alas a internet fue tan simple como replicar la libertad liberal en este plano: “hacé lo que quieras”, “sé vos mismo”, y de repente estás haciendo las mismas cosas que todos los demás, y son curiosamente las mismas cosas que te proponen hacer, para que seas felíz, un puñado de empresas.

    El ejemplo más fácil de entender es el email. Desde el día cero de internet tenemos ese mecanismo de comunicación, donde podemos compartir lo que querramos, tenemos niveles decentes de anonimato, no necesitamos rendir cuentas a nadie sobre nada, podemos tener diferentes casillas para diferentes fines, podemos tener resguardos de nuestros datos, no quedamos atrapados en ningún mecanismo privado por ninguna empresa, no tenemos límites con quién podemos comunicarnos, es dificil censurarnos, está protegido por las mismas leyes que la correspondencia en papel, y no sé qué tantas otras virtudes más puedo sentarme a escribir al respecto. Eso, comunitariamente, globalmente, lo reemplazamos por herramientas privadas y centralizadas como WhatsApp: que sólo andan con los clientes de WhatsApp, que sólo guardan los datos en los servidores de WhatsApp, que si te dejan o no acceder a tu propia información depende de lo que se le antoje a WhatsApp… al punto tal que buena parte de los usuarios de WhatsApp ni siquiera saben que están usando internet cuando usan eso: ellos simplemente “usan WhatsApp”. Y WhatsApp no sólo no tiene ninguna virtud por sobre el email, sino que encima se pierden muchos derechos al usarlo; pero eso es lo que persiste en la internet como la conocemos. Incluso, persisten después de incontables ejemplos de cómo las empresas eventualmente se quedan con tus cosas y no te las devuelven: tus chats de msn messenger, tus personajes de pet society, tus fotos en fotolog, tus selecciones en grooveshark… y como si fuera poco, la reacción frente a esas cosas es comunmente la gratitud para los que todavía no te borran las cosas de sus servidores: ¡Gracias Google, por no borrar mi blog del 2004 en blogspot!

    La matriz teórica de internet es la red. Mediante teoría de grafos se determinan relaciones que se pueden manipular de manera planificada. Y así se opera sobre la supuesta “anarquía” de internet: generando nodos que centralizan aquello que jamás tuvo ninguna razón para estar centralizado. Y la masividad es el factor clave detrás de eso: nadie jamás haría cosa semejante, si no fuera porque el que tiene al lado suyo también lo está haciendo. A mayor masividad, menor participación real, mayor polarización, mayor manipulación; paradójicamente, más gente involucrada genera menos voces legitimadas. Lo masivo genera urgencias masivas, “temas del momento” de los que de hecho se pretende ser parte (como sucede en las tendencias de Twitter); se estimula la masividad, se estimula la centralización de los datos, la centralización temática, la capacidad de manipulación. Así como los medios (empresas) del siglo pasado eligen a dedo qué mostrar y qué no (además del cómo), así se genera la misma selección arbitraria jugando con las redes: explotando la centralización. Y este es un problema que internet comparte con la democracia.

    Como siempre, están los que lo combaten. En internet las vanguardias tecnológicas militantes pelean por el torrent y el blockchain. Pero son propuestas demasiado disruptivas para la sociedad de centralización en la que vivimos, y continúan en la marginalidad hasta que las empresas encuentran la manera de explotarlo; el mismo destino de los medios comunitarios, chiquitos, baratos, pedorros, que conocemos por fuera de las grandes metrópolis, y que nos hablan de otros problemas, otras urgencias, otros tiempos para las cosas.

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