Archive for December, 2017

Mal Bicho

| December 16th, 2017

 

En el apogeo de las hazañas tecnológicas, perdura la impresión irresistible de que algo se nos escapa; no porque lo hayamos perdido (¿lo real?), sino porque ya no estamos en posición de verlo: a saber, que ya no somos nosotros quienes dominamos el mundo, sino el mundo es el que nos domina a nosotros.

 

    No sé de qué otro momento histórico pueda estar hablando Baudrillard cuando se refiere a que ya no dominamos el mundo (como si alguna vez lo hubiéramos hecho), pero la cuestión tecnológica definitivamente es clave en nuestra era. Precisamente, quiero improvisar una reflexión acerca de algunas cuestiones que se viven en mi gremio.

    Finalmente, después de tener que fumarnos por décadas que tipos como Bill Gates o Steve Jobs sean propuestos como íconos populares y campeones de la virtud, no estoy seguro si por el hecho de haber conseguido enormes cantidades de dinero o por haber logrado instalar un revisionismo histórico digno de provocarle erecciones a los negacionistas, el mundo del IT está en niveles tan bajos de popularidad que las consecuencias empiezan a sentirse en la calle.

    Cuenta un señor en una entrevista, “yo nunca diría que trabajé en Facebook”.

(…)

“We have this habit of highlighting and celebrating brilliant assholes like Steve Jobs and [Uber co-founder and ousted CEO] Travis Kalanick, when the reality is they are awful human beings,” said Greg, head of technology at e-commerce startup Brandless, adding that it is women and people of colour who tend to bear the brunt of their behaviour.

“It reminds me of stories that came out of Wall Street in the 1980s, when sexism was part and parcel of the culture,” he added. “Stories like that become public very quickly and people find out and paint tech with one brush.”

Some of this behaviour stems from the hubris that positions profit-seeking corporations as benevolent forces in the world.

“You are selling ads, you’re not really making the world a better place,” noted the former Facebooker. “But most people drank the Kool-aid.”

(…)

    Lo que está pasando es que, como pasó en los ’80 con las corporaciones bancarias y la gente de la bolsa en aquel momento histórico de “greed is good”, el mundo del IT está siendo visto como parásitos de la sociedad y gente de mierda. Este año salieron un montón de notas sobre cómo Google y Facebook pretenden cosas como hackear el comportamiento humano o cómo utilizan las mismas tácticas de los casinos para tener a la gente siempre pendiente de las porquerías que venden, y en definitiva con lo que juegan es con una economía de la atención que finalmente determina a las sociedades tal y como estamos viendo.

    Buena parte de eso es simple conductismo berreta, con límites conocidos por cualquiera que pispee un poco el asunto. Algunos se preocupan por las iniciativas de verdadero control mental que andan dando vueltas, otros pocos están preocupados por las cuestiones vinculadas a la privacidad, pero lo que está empezando a molestar en serio es el poder que esa gente maneja. Hoy por hoy tu mamá o tus amigos te exigen que uses Whatsapp, te hacen entrevistas laborales por Skype, tus trabajos prácticos en las universidades te los piden en formato de Microsoft Word o Microsoft Powerpoint, el hardware que usás para informarte tiene que estar homologado por Microsoft, los sitios webs que consumís mandan tu información a Facebook y Twitter y Google y otro puñado de empresas que se dedican a vender propagandas a usuarios y metainformación de usuarios a otras empresas, o hasta hemos visto en Argentina que la posibilidad de tener o no tener un iPhone se convierte de repente en una variable política y un indicador económico en la clase media. En definitiva, vivir normalmente es transar con estos tipos, y cualquier otra cosa te condena a la más absoluta marginalidad. Así, te vas a cruzar con hordas de pendejos tarados que te van a hablar de idioteces como la innovación o la comodidad o la eficiencia, convirtiéndose automáticamente en evangelistas empresariales (que en este contexto no es ninguna otra cosa que vendedores ad-honorem), y encima van a decirte con total descaro que están hablando de libertad y de poder elegir e, incluso, de progreso.

    Y más allá de la acidez que el asunto pueda darme, hace unos días no puedo dejar de pensar en un paralelismo: el positivismo optimista a finales del siglo XIX y principios del XX. Ese positivismo que creía en la ciencia y por lo tanto en la tecnología como su campeón indiscutido, que venía a domar a la naturaleza y a transformar las sociedades, trayendo la esperanza de la verdad objetiva, absoluta, y pretendiendo por esa vía derrotar a la insensatez y la estupidez religiosa, política, humana… en aquel entonces empezaron con los superhéroes: supersoldados, superhumanos, tecnológicamente modificados o científicamente explicados, que de una piña te tiraban una montaña, y a las trompadas se abrían paso entre los ejércitos enemigos, y eran supergenios que encontraban soluciones a superproblemas, y hacían un montón de supercosas que la gente no podía hacer; al menos no en ese momento. Los superhéroes nacieron de esa esoteria cientificista del supersoldado y el superhombre. Pero pasó lo que pasó: la tecnología finalmente se convirtió también en motor de la explotación, la naturaleza no sólo no fue domada sino que se empezó a retobar, las guerras pasaron a tener decenas de millones de muertos, y la tecnología mucho más que campeón de la verdad se convirtió en el campeón del desastre. El colmo, claro, fue la bomba atómica; un desarrollo tecnológico que sumergió al mundo en un oscurantismo del que todavía hoy no salimos. Porque mientras las ideas sobre mundos mejores florecían por todos lados, la tecnología logró frenar cualquier discusión sobre cómo mejorar a las sociedades para subordinar la capacidad crítica y la discusión política al problema de adecuarse a algún bloque; hoy ya ni siquiera hay Unión Soviética, y así y todo tenemos que seguir eligiendo entre darle pelota a Estados Unidos o Rusia, o China, o Europa. Y todo gracias, en enorme medida, a la tecnología.

    Pero hablaba de paralelismos. Para esta altura en el siglo pasado, ya había revoluciones y se venía la primera guerra; el positivismo científico tuvo mucho qué ver en cómo se desarrolló el asunto. Hoy tenemos monstruos tecnológicos que se meten en la vida de la gente y hackean a las democracias, y en todos lados se siente ese olor a podrido que indica que la cosa así no va para ningún lado; la cuestión de la posverdad tiene mucho qué ver en cómo se desarrolla ese asunto. No sé qué será más doloroso: si la cantidad de sometimiento que se está generando, si las consecuencias nefastas en el ecosistema, o si las maravillas tecnológicas que necesariamente van a ser cuestionadas de acá a un par de siglos más por haber hecho tanto desastre. Pero no puedo dejar de comparar en mi cabeza a esa generación positivista que terminó siendo vanguardia del desastre, con mis colegas del mundo del IT que hoy juegan a que está todo bien con manipular la atención de la gente y jugar en tiempo real con qué es real. No puedo dejar de imaginar a mis nietos, cuando revisen a mi generación en sus clases de historia, comparando a internet con la bomba atómica.

La historia de la humanidad

| December 9th, 2017

 

A veces creo que toda la historia de la humanidad se puede resumir en una sola frase: “en algún momento pareció una buena idea”.

 

    Esa es una reflexión más que encontré entre mis notas de hace años. Es una de tantas, que estoy de a poquito reviviendo. Por aquel entonces ya me estaba preguntando por cuestiones vinculadas a la verdad, la política, el lenguaje, y el acto mismo de pensar; cuatro temas que en si mismos son un mundo cada uno. Y lo mejor a lo que llegué es a algunas notas como esa.

    Cuando hablaba de Aleteistesia, hace un par de meses ya, explicaba el detalle fundamental de que la verdad se siente; mucho antes que una explicación lógica, mucho más urgente, tenemos una sensación, de que algo es cierto o de que no lo es. Pero más adelante también plantié que no necesariamente la verdad es la única experiencia sensorial que usualmente se atribuye más bien a la razón, aunque la realidad nos indique otra cosa. Y allí hablé de la idea de experiencia cognitiva.

    Al mencionar todo aquello, en buena medida pretendo encontrar una manera que nos permita dar por tierra la diferencia entre sentir y pensar, o razón y pasión, o los nombres favoritos que les haya puesto cada era: son dos caras de una misma moneda que bien puede estudiarse con autonomía, y que dice mucho más sobre nosotros que las estructuras sintácticas de las falacias o la adecuación a estándares de lo que sentimos. Hoy quisiera pensar un poco esos fenómenos más en el plano de la comunicación que de la intimidad; porque si vamos a trabajar la posverdad, no podemos quedarnos solamente en el sujeto.

    Sabemos que vivencias similares no determinan las mismas ideas en diferentes personas, y que de hecho variaciones mínimas determinan gigantezcas diferencias entre los sujetos; las experiencias cognitivas son más bien instransferibles. Esto es algo que cualquiera que alguna vez haya tenido una discusión familiar o de pareja puede entender con mucha facilidad: la sensación, en retrospectiva, de que uno es capaz de armar un escándalo por boludeces, pero cuando se revisan las sensaciones de por aquel entonces uno debe reconocer no sólo las angustias, sino también la insoportable sensación de incomprensión frente a algo obvio, o incluso la impotencia cuando las palabras nos fallan para explicar en su complejidad o con precisión algo que sentimos. Y no olvidar tampoco la sensación de que las palabras fallan en la tarea de convencer al otro. No sólo no es algo raro, sino que nos pasa a todos. Pero así planteado, si nos quedamos en eso, muchas de las cosas que vivimos no serían posibles: ¿Como podemos creerle a los relatos acerca de cómo funciona el mundo, si nuestro entendimiento está tan violentamente determinado por experiencias enteramente personales? ¿Cómo explicaríamos el hecho de que nos identificamos con personajes de ficciones, con historias contadas, que hasta llegan a tener como objetivo convencernos de algunas cosas y encima a veces lo logran?

    Mis planteos son en líneas generales subjetivistas. Y para el subjetivismo es común que no se pueda hablar seriamente de “comunicación”, sino como alguna forma de ilusión más o menos sostenible. Yo planté la semilla de explicaciones al caso en aquella frase de mis libretas donde me preguntaba si el lenguaje no era al fín y al cabo “un cruel accidente”. Rorty, mucho más en detalle de lo que yo jamás haya logrado, va a hablar de “coincidir en teorías momentáneas”, de la siguiente manera:

(…)

Davidson examina las implicaciones del tratamiento que hace Wittgenstein de los léxicos como herramientas planteando dudas explícitas acerca de los supuestos de las teorías prewittgensteinianas tradicionales del lenguaje. Esas teorías daban por supuesto que preguntas tales como «El lenguaje que estamos empleando, ¿es el “correcto”?», «¿Se adecua a su función de medio de expresión o de representación?», o «¿Es nuestro lenguaje un medio opaco o un medio transparente?», son preguntas con sentido. Tales preguntas suponen que existen relaciones tales como «adecuarse al mundo», o «ser fiel a la verdadera naturaleza del yo», que pueden enlazar el lenguaje con lo que no es lenguaje. Ese supuesto se une al supuesto de que «nuestro lenguaje» –el lenguaje que ahora hablamos, el léxico de que disponen los hombres cultos del siglo XX– es en cierto modo una unidad, un tercer elemento que mantiene determinada relación con las otras dos unidades: el yo y la realidad. Los dos supuestos resultan bastante naturales cuando se ha aceptado la idea de que hay cosas no lingüísticas llamadas «significados» que es tarea del lenguaje expresar, y, asimismo, la idea de que hay cosas no lingüísticas llamadas «hechos» que es tarea del lenguaje representar. Las dos ideas sustentan la noción del lenguaje como medio.

Las polémicas de Davidson contra los usos filosóficos tradicionales de los términos «hecho» y «significado» y contra lo que él llama «el modelo de esquema y contenido» de pensamiento y de investigación, son aspectos de una polémica más amplia contra la idea de que el lenguaje tiene una tarea fija que cumplir y de que existe una entidad llamada «lenguaje» o «el lenguaje» o «nuestro lenguaje», que puede cumplir o no esa tarea adecuadamente. La duda de Davidson acerca de la existencia de tal entidad es paralela a la de Gilbert Ryle y Daniel Dennett acerca de si existe algo llamado «la mente» o «la consciencia». Las dos series de dudas son dudas acerca de la utilidad de la noción de un medio entre el yo y la realidad: ese medio que los realistas ven tan transparente cuanto opaco lo ven los escépticos.

En un trabajo reciente, sutilmente titulado «A Nice Derangement of Epitaphs», Davidson intenta socavar el fundamento de la idea del lenguaje como entidad, desarrollando el concepto de lo que él llama «una teoría momentánea» acerca de los sonidos y las inscripciones producidos por un miembro del género humano. Debe considerarse esa teoría como parte de una «teoría momentánea» más amplia acerca de la totalidad de la conducta de esa persona: una serie de conjeturas acerca de lo que ella hará en cada circunstancia. Una teoría así es «momentánea» porque deberá corregírsela constantemente para dar cabida a murmullos, desatinos, impropiedades, metáforas, tics, accesos, síntomas psicóticos, notoria estupidez, golpes de genio y cosas semejantes. Para hacer las cosas más sencillas, imagínese que estoy elaborando una teoría así acerca de la conducta habitual del nativo de una cultura exótica a la que inesperadamente he llegado en un paracaídas. Esa extraña persona, la cual presumiblemente me halla a mí tan extraño como yo a él, estará al mismo tiempo ocupado en la elaboración de una teoría acerca de mi conducta. Si logramos comunicarnos fácil y exitosamente, ello se deberá a que sus conjeturas acerca de lo que me dispongo a hacer a continuación, incluyendo en ello los sonidos que voy a producir a continuación, y mis propias expectativas acerca de lo que haré o diré en determinadas circunstancias, llegan más o menos a coincidir, y porque lo contrario también es verdad. Nos enfrentamos el uno al otro tal como nos enfrentaríamos a mangos o a boas constrictoras, procurando que no nos agarren por sorpresa. Decir que llegamos a hablar el mismo lenguaje equivale a decir que, como señala Davidson, «tendemos a coincidir en teorías momentáneas». La cuestión más importante es, para Davidson que todo lo que «dos personas necesitan para entenderse recíprocamente por medio del habla, es la aptitud de coincidir en teorias momentáneas de una expresión a otra».

La explicación que Davidson da de la comunicación lingüística prescinde de la imagen del lenguaje como una tercera cosa que se sitúa entre el yo y la realidad, y de los diversos lenguajes como barreras interpuestas entre las personas o las culturas.

(…)

    Leyendo eso, y pensándolo en retrospectiva, creo que mi hipótesis sobre la historia de la humanidad bien pudo ser adecuada. Pero mi diferencia clave con Rorty es que esta cuestión históricamente la encaré en términos computacionales y tecnológicos. Porque es lisa y llanamente la herramienta que conozco, y sin ninguna otra razón en particular. “Procesamos información”, me dije a mí mismo. “Distinguimos información de ruido”. Todavía no estoy del todo seguro qué puedan ser esas dos cosas, pero es el camino que me llevó a entender al “sentido” como “el producto de un sensor”, y así llegar a que lo que llamamos “sentimento” está directamente relacionado a lo que sea que hacemos con el mundo. Yo no diré que el lenguaje es un mediador entre el yo y la realidad, más de lo que lo puedan serlo la vista o el oido. Yo le doy al lenguaje un rol directamente vinculado a la supervivencia, pero en los mismos términos que los plantea Rorty: entiendo a nuestro uso del lenguaje como la manera que tienen los murciélagos o los ciegos de entender algunas de las cosas que los rodean; una forma de obtener un eco, una respuesta significativa para uno poder decidir los próximos pasos, la trayectoria, y poco más que eso. Supongo que esto permite concebir al lenguaje como “mediador”: pero sólo en la misma medida que “media” la vista frente al mango o a la boa, o cualquier otro “sentido” al caso.

    Yo encaro a los sentidos como un mecanismo de adaptación y de supervivencia, meto al lenguaje en esa misma bolsa como un sentido más, y me pregunto entonces cuántos otros sentidos tendremos además de los cinco clásicos universalmente reconocidos como tales. ¿El reloj biológico cuenta como sentido? ¿El deja-vu? ¿Las intuiciones? ¿Qué tan distintas son esas cosas al gusto o al tacto, si a fín de cuentas requieren siempre que se las interprete? ¿Qué grandes diferencias puede haber con la idea de periféricos conectados a una CPU, o de sensores de diferente naturaleza formando parte de un sistema complejo que se retroalimenta con nuevos datos?

    Yo imaginé una historia de la humanidad así, compuesta de ciegos con los brazos estirados, tanteando las paredes, caminando despacito para no caerse, armando un mapa mental improvisado de lo que está pasando para ver si se sobrevive un día más, y para ver si mañana se puede zafar haciendo más o menos lo mismo, o tal vez incluso haciendo alguna otra cosa diferente; una historia, entonces, de las buenas y malas ideas.

    Como decía, esto surge de mis notas de hace años. Por aquel entonces no estaba popularizado el término “posverdad”, pero ya teníamos al “posmodernismo” desde hacía décadas. Lo posmoderno era un misterio, pero los que estábamos ahí éramos por lo general aquellos que cuestionábamos pormenores de la verdad y, por lo tanto, en definitiva, el proyecto moderno. Pero un poquito antes de siquiera tener contacto con la idea formal de “posmoderno”, algo a lo que recién pude acceder recién entrando en la universidad, a finales de los noventa y principio del nuevo milenio, cuando apenas sí leía a Nietzsche y me daba permiso para reirme de la ciencia, recuerdo que el boom mediático para encarar todas estas reflexiones era la película Matrix. De ahí, al caso de lo que a mí me importa, me quedé con una escena: cuando el agente Smith, luego de expresar que el olor del sudor le parecía desagradable, se pregunta si realmente existe tal cosa como el olfato o los olores. Lo cuál es extraño: ¿es que acaso no está percibiendo precisamente el olor? ¿Por qué cuestionar su condición de realidad? Es cierto que el quid de la película es la cuestión de la realidad, no hay dudas, y que eso es justificación suficiente. Pero la manera en que encaro a los sentimientos y los sentidos me lleva a esa clase de cuestiones prácticamente a diario. Y hoy las puedo mezclar con los problemas de la posverdad.

    Tengan por ejemplo estos otros escenarios imaginarios: ¿Cuestionaría Smith la realidad del olor si el mismo le pareciera agradable? Y si el olor finalmente fuera real o irreal, ¿alguna de esas dos conclusiones se entendería como felíz? ¿Podemos decir que la realidad del olor constituía un “problema” para Smith, o era acaso alguna otra categoría del razonamiento? ¿Se soluciona el “mal olor” saliendo de la matriz? Porque, recordemos, Smith quería escaparse, ser libre. Y entonces bien cabe la pregunta “libre de qué”, o “libre para qué”, cuando el tipo claramente ya no estaba sometido a los mandatos de un orden superior, en tanto que hacía lo que se le antojaba; ya era libre, a su manera, y hasta se puede llegar a discutir que fuera mucho más libre incluso que aquellos ya fuera de la matriz. ¿Por qué el olor podía ser una característica destacable en esa maraña tan intrincada de problemas filosóficos? ¿O fué tal vez tan sólo una línea pintoresca en un guión para darle caracter a un personaje, una línea a la que yo le prestara atención, convirtiéndose así en otro cruel accidente?

    Como sea, hoy puedo mezclar esas cosas. Hoy me permito especular que si las supuestas falsas verdades de la posverdad se sintieran un poquito diferente, tendrían otros efectos en la gente. Medio mundo llama al pensamiento crítico para paliar tanto pandemonio, pero a mí me parece que el pensamiento crítico está ahí simplemente jugándonos en contra. El tema con Smith es que él ya sabía que vivía todas mentiras; el problema no era si el olor era o no verdadero, sino si hay algo más que mentiras en la vida. Frente a lo cuál uno siempre podría peguntarle: ¿cuál es el problema con las mentiras? Y hoy más o menos tenemos una respuesta: el problema es cómo se sienten.

Kepo

| December 3rd, 2017

Otro texto random para el taller literario de Rodrigo Baraglia. Esta vez es una pequeña escena en un mundo ficcional de Bruno Pileggi.

 
 

El lugar era ruidoso y estaba lleno. El tipo igualmente alzaba la voz lo suficiente.

— No, señorita, escúcheme una cosa. Usted podrá estar acostumbrada… y seguramente algunos dirán “mal acostumbrada” pero ¡JA!, ¡Como si hubiera alguna otra forma de sobrevivir en estos tiempos que no sea acostumbrándose a las cosas! Haría bien en ignorar a todos esos imbéciles buenos para nada como yo lo hago; jamás ninguno de esos idiotas logró distinguir las cosas buenas de la vida frente a las mentiras de algún… —

El tipo bebió un largo trago.

— …¡Ahhhh!… Algún miserable embustero vendedor de ilusiones, de esos que tanto abundan por zonas como la nuestra. ¡Tenga esta bebida, por ejemplo! Todos sabemos que es basura. ¡Es agua sucia! Sólo es tolerable después del segundo vaso, y porque la lengua ya está suficientemente adormecida. ¡Probablemente hasta sea tóxica! ¿Verdad, Kepo? —

El cantinero respondió al comentario con un gesto obseno y sin indicios de haberle causado ninguna gracia. De inmediato continuó con su trabajo.

— ¿Vé lo que le digo, señorita? ¡Es lo que yo le digo! Aquí está lleno de idiotas que reniegan de la verdad, y son los mismos que le van a decir estupideces sobre cómo vivir. Esos idiotas también le van a decir que esta bebida en realidad es una exquisitez con grandes virtudes y que es necesario ser alguna especie de sabio conocedor para reconocerlas. ¡Pero es basura! ¡Tu cochina bebida es basura, Kepo, y tu también eres basura! —

El cantinero esta vez directamente lo ignoró.

— ¿Lo vé? Kepo no es precisamente muy brillante, pero con el tiempo aprendió a ignorar a sus clientes. ¡Eso es el acostumbramiento! ¡Y pensar que llegan mil otros idiotas diciéndole que tiene que prestarle atención a los clientes! Uno no puede más que divertirse ante tanta estupidez. Pero bien, le decía, por acostumbrada que pueda usted estar a, ¿cómo llamarle? Esa especie de instinto de los extranjeros que los llevan a la diplomacia y a tener cuidado con lo que dicen… esas cosas aquí no van a servirle, señorita. Esto es el Marraquesh, y aquí sólo la franqueza es tolerada; cualquier otra cosa va a llevarla a despertar en un lugar desconocido y sin una sola moneda encima. — El tipo frenó un segundo su discurso para mirar de arriba a abajo a la jóven. — En su caso particular, probablemente también golpeada y violada. Pero, ¡Ey!, quién sabe, quizás estoy siendo un poco prejuicioso. No de usted, claro; me refiero a mis prestigiosos colegas aquí presentes.–

El tipo señaló a todo el establecimiento con sus brazos abiertos. Él estaba sólo sentado en la barra, y nadie más parecía responder a sus gestos. Siguió balbuceando algunas pocas cosas que la jóven no terminó de entender ni le interesó hacerlo. Luego terminó su vaso abrúptamente, lo golpeó contra la barra, y pidió otro más mediante un grito.

— ¿Cómo consiguió eso? — preguntó la jóven.

— ¡Jajajajaj! ¡Eso es, señorita! Veo que aprende rápido. ¡Esa es la franqueza a la que me refería! ¿Se dá cuenta toda la cháchara que nos hemos ahorrado yendo directamente al grano? ¡Cuántas idioteces tendríamos que haber tolerado! Uno no puede pasársela esquivando las cosas importantes como si fueran obstáculos, uno tiene que…

— Le hice una pregunta. —

— …encarar lo que importa como si la vida dependiera de ello. Su pregunta, claro, claro, disculpe, no querría irme por las ramas… — El cantinero le acercó su nuevo vaso y el tipo bebió de inmediato. — ¿Esto? Esto no es nada, señorita. Un recuerdo de un tiempo ahora oficialmente pasado. Verá, el muro de plata nunca fue más que una trampa para turistas. ¡Si ni siquiera era de plata! Y como todas las cosas brillantes, llamaba demasiado la atención. Un idiota le diría que quien llama la atención es porque tiene algo qué demostrar; pero nosotros sabemos que también puede ser porque tiene algo qué esconder. — Bebió otro largo trago. — ¡Ey, Kepo! ¿Acaso no es cierto que tienes aquél símbolo de la Trinidad colgado a la vista de todos, sólo para no tener que explicar que no crees una mierda y que hasta odias a los cochinos dioses? ¡Deberías también colgar cuadros de hombres y mujeres teniendo sexo para no tener que explicar cómo te llevas con tus animales! ¡Jajajajajaja! —

— ¿Y el muro de plata escondía algo? —

— ¡Es una forma de decir, señorita! ¡Una metáfora! ¡No lo tome tan literal! Verá, algunas cosas se esconden mejor a simple vista. ¿Qué mejor manera de esconder algo evidente, que tener algo gigantezco llamando la atención al lado? Aquí vienen… ¡Ja! ¡Venían!… visitas de todos los paises, generación tras generación, para conocer el estúpido muro, y mostrar respeto a los creadores, y traer tributos, y rezar plegarias… ¡Pero nunca fue más que un cochino muro! Y aún si fuera realmente de plata, ninguno de esos visitantes se llevó jamás una sola pepita. No, señorita, ese muro no tenía valor alguno. Lo verdaderamente valioso era su biblioteca. ¡Y estuvo siempre también a la vista de todos! Pero, qué otra cosa se puede esperar… cht, turistas… —

El tipo bebió otro trago, y dejó de hablar por un minuto, mirando su vaso.

— ¿Pero qué había en la biblioteca? —

— ¡Ja! ¡Libros, señorita! ¡Libros! ¿Qué otra cosa habría en una biblioteca? ¡Centenares de libros! Se dice que algunos de esos textos eran únicos y ni siquiera se encontraban copias en ninguna de las dos islas favoritas de todo el mundo. Y usted sabe cómo pueden llegar a ser los libros, ¿verdad?. Algunos de ellos son más crueles que los niños y que los ébrios. ¡Niños ebrios! Eso es lo que había en la biblioteca… —

— No respondió a mi pregunta. —

— Oh, claro, claro. Esto. Un recuerdo, señorita, nada más. ¿Qué otra función podría tener? Es lo único que pude salvar de aquel lugar.– Y, después de reflexionar un minuto, agregó: — ¡JA! ¡Mi vida claramente no cuenta! —

— ¿Usted estuvo allí? —

— ¡Era mi lugar! Está usted hablando con el sumo rector de la ya inexistente biblioteca de plata, al pié del legendario y difunto muro de plata. — Tomó otro trago, y sonrió con ironía. — ¿Sabe cuál es la parte más divertida? Esta ciudad sobrevivirá al asunto, a fuerza de imbéciles. Verá, del mismo modo que antes venían a conocer el muro, ¡no tenga ninguna duda que mañana vendrán a conocer sus ruinas! “Aquí había un muro” diran los visitantes, y traerán tributos, y dirán plegarias, y más tarde le contarán historias a sus más imbéciles amigos sobre la importante experiencia de haber visitado las ruinas del muro de plata… pero tenga por seguro que la biblioteca probablemente se pierda en la historia tan sólo en algunos pocos años. —

— ¿Y eso estaba en la biblioteca? —

— Claro. Esto, y muchas otras cosas más… — El tipo hizo una pequeña pausa al ver un gesto de extrañeza en la jóven. — Usted no frecuenta bibliotecas, ¿verdad? No se preocupe, la idea es muy simple: preservar algunos textos también requiere preservar algunos otros items que den cuenta de la veracidad de las historias. Claro, luego viene la pequeña cuestión de la veracidad de tales items… pero no entremos en detalles, el punto es que las historias no necesariamente tienen por qué ser ciertas. ¡Ja! ¡Si supiera las historias que uno podía encontrar en esa biblioteca! Había cosas francamente delirantes. ¡Y tan divertidas! Una historia por ejemplo contaba que el muro fue creado para protegerse de criaturas invasoras, ¡pero no cualquier critaturas! Este libro describía con lujo de detalles a unos seres como nosotros los humanos, pero enormes y muy fuertes y muy tontos, que asediaban ciudades golpeando los muros con sus propias cabezas. Siempre releía esa historia para imaginar a nuestros turistas corriendo hacia el muro, a los gritos y apuntándole con la cabeza, para estrellarse en la gloria… —

— Pero si ese objeto es legítimo, debe tener miles de años… —

— Hmp… supongo que sí frecuenta bibliotecas. Puede que lo sea, puede que no; yo sólo puedo darle mi palabra, cuyo valor no estoy seguro si se incrementa o disminuye con el curso de los tragos.– Se detuvo a terminar su vaso. Inmediatamente pidió otro más. — Y yo digo que es legítimo. Como sea, señorita, este pequeño y yo somos los únicos dos sobrevivientes de la tragedia del muro de plata, de modo que ahora somos compañeros. —

— ¿Nadie más se salvó?

— Ah-ah. Sólo un servidor y su irresistible amigo, tan popular entre las jóvenes extranjeras. Todos los demás en la biblioteca murieron. No que me importe mucho realmente; algunas de las personas más desagradables que conocí en mi vida estaban ahí adentro. Pero es cierto que a algunos voy a extrañarlos. ¡Salud por ellos!. —

— ¿Y cómo hizo usted para salvarse, donde nadie más lo hizo? —

— Oh, ¡es que yo fui notificado, apenas minutos antes! Si no me hubieran avisado, hoy estaría compartiendo tumba con gente bastante poco recomendable para pasar la eternidad. —

— ¿Quién le aviso? —

— Bueno… digamos que me lo contó un pajarito. — El tipo hizo una mueca irónica, y nuevamente bebió otro trago.

— Y este pajarito suyo, ¿por qué lo eligió a usted, entre tantas otras personas? —

— ¿Bromea, señorita? ¡Soy el sumo rector! Soy la figura más importante y respetable del establecimiento. —

Hubo unos segundos de silencio. La jóven se acomodó en su banco y pidió un vaso para ella. Lo tomó de un sólo trago. El tipo ya no decía nada, sólo sonreía. Cuando terminó su vaso, la jóven lo dejó sobre la barra, y a su lado también dejó su daga.

— Mi buen amigo rector — dijo, — esto es el Macarresh, y tengo entendido que aquí la franqueza es la única condición de tolerancia. —

— ¡Claro que sí, señorita! Claro que sí. Dice usted verdad. ¡Ya habla como alguien nacido entre nosotros! —

— Dígame entonces, ¿qué podría pedir un pajarito a cambio de su vida? —

— ¡Pues lo mismo que podría pedir un rey! ¡Cualquier cosa! ¡Lo que sea que pueda dar! —

— Pero usted es tan sólo un humilde bibliotecario… ¿Qué puede tener usted para ofrecer? ¿Acaso reliquias como la que cuelga de su cuello? —

— ¡Ja!… No señorita… está usted volviendo a hablar como turista. Una persona como yo, lo que tiene para ofrecer son historias. —

— ¿Qué clase de historias? —

— ¡Toda clase de historias! ¡Las más apasionantes, ridículas, inspiradoras, y escandalosas historias que usted pueda o no imaginar! Estamos hablando de la que probablemente sea la biblioteca más importante del mundo. Y no es por fanfarronear pero crecí en el maldito lugar. ¿Qué otra cosa habría de hacer con mi tiempo, más que leer? Oh, las historias que uno podía encontrar ahí adentro, si tan sólo tuviera el corazón para escarbar entre tanto libro… Mire nuestro amigo Kepo, por ejemplo. ¡Oye, Kepo! ¡Si, tu, miserable porquería! ¿Quieres escuchar una historia? ¡Es acerca de una raza invasora, que hace 2500 años tuvieron la estúpida idea de que podían derribar el estúpido muro porque aprendieron a comunicarse con los estúpidos animales! ¿Y sabes qué les pasó? ¡Pues lo mismo que a todos los demás invasores, Kepo! ¡No lograron nada más que hacer el ridículo, y tuvieron que dejar a sus hijos aquí conviviendo con todas las demás razas de idiotas que ven algo brillante y pretenden conquistarlo! Pero esta raza en particular tiene el interesante detalle de que terminó siendo muy poco propensa al diálogo después de hablar tanto con tanta alimaña. ¡Y muy propensa a ejercer trabajos denigrantes, como atender pocilgas y servir tragos! ¡Dime, Kepo! ¿Acaso puedes hablar con las moscas y ratas? ¡Dinos qué cosas te dicen tus animales en tus momentos especiales! ¡Jajajajaja! —

— Cuénteme entonces alguna historia, buen rector. Alguna que valga la vida. —

— Ah, pero, verá usted jóven, que no todas las vidas valen lo mismo. Y, por supuesto, ese también es el caso con las historias. La pregunta sería entonces, ¿qué historia vale qué vida? Pero si lo pensamos un poco, ¿qué otra cosa es nuestra vida que nuestra historia? ¡Ja! Es como una paradoja; una más, entre tantas otras. Observe este amiguito aquí presente, por ejemplo. Tres extraños y milenarios símbolos, con significados perdidos en el tiempo. ¿Y allí arriba? Nuestra Trinidad, colgada a la vista de todos, en mística coincidencia. Pero no es la única coincidencia, así como la nuestra no es la única Trinidad. Piénselo un poco. ¿Cuántos paises tienen triples deidaes, cuando no tripes monarcas, que son en definitiva representantes divinos? ¡Y sin embargo todavía hoy hay guerras por discusiones sobre cuáles son los verdaderos dioses! Es completamente paradójico. O al menos lo es hasta que uno alcanza a ver la cantidad de turistas que llegan desde todos esos lugares… —

— ¿Qué está tratando de decir? —

— Nada, señorita, nada. ¡Ignore los divages de este viejo borracho! Tal vez no es más que la propia nostalgia de haberlo perdido todo… esta pequeña reliquia puede volverse pesada como un ancla, ¿sabe? Pero más que en un lugar, esta me ancla en el tiempo. Como sea, hablando de trinidades y coincidencias, usted es la tercera persona que se acerca curioseando esta pequeña pieza de metal… aunque confieso que “persona” hoy en día es un término completamente desvirtuado. ¿No es así, Kepo? —

— ¿Qué otras personas? —

— Vamos… recuerde que no ser francos en este lugar es castigado, y algo me dice que usted está perfectamente al tanto de quienes estoy hablando. —

— ¿Y qué historias les contó a ellos? —

— Sólo las que querían oir, desde ya. Aunque mayormente tonterías. Historias de otros mundos, señorita, y otros tiempos. Historias imposibles de probar. Y no necesariamente muy divertidas. Pero historias que se pudieron preservar en la biblioteca, y que ya no será posible preservarlas más; si no tomáramos en cuenta mi predisposición a contarlas, claro está. Quién sabe… quizás hasta sigo vivo precisamente por eso. ¡Pero suficiente sobre mí, jóven! Siento haber estado hablando por horas ya, y usted apenas ha dicho palabra. ¡Y todavía le debo una historia! Dígame pues, ¿qué historia le gustaría escuchar? ¿Alguna de tesoros escondidos? ¿Alguna de reinos ocultos, o de grandes destinos? —

La jóven pidió otro trago.

— Nada de eso, buen rector. Cuénteme, por favor, alguna de sus historias, donde se indique, en detalle, cómo matar a un dragón. —