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Este es el texto del video publicado hoy en filosofeels. El texto fue redactado entre el 20 y el 30 del pasado Marzo. Algunas líneas fueron cambiadas a la hora de realizar la grabación, pero fueron cambios mínimos.

Attack on Titan está llegando a su fín, y todo indica que no va a pasar nada bueno en ese final. De hecho, todo indica que va a tener el peor de los finales: genocidio a escala planetaria. Ya veremos eventualmente qué termina sucediendo. Pero de una manera u otra, lo que tenemos hasta acá nos permite pensar algunas cosas que no quisiéramos dejar de anotar, porque nuestro mundo real parece estar necesitando cada día con más urgencia algunas reflexiones. Pero esta vuelta mejor prepárense algunos pochoclos o búsquense algo para acompañar el mate, porque en nuestro afán de no separar algunas cosas relacionadas, el video terminó siendo excepcionalmente largo. Así que sin más preámbulos, arranquemos con este ensayo: Attack on Titan, cuando pase el temblor. Que, por supuesto, está lleno de spoilers.

Parte 1: Memoria

La serie ya se viene estirando por varios años, los giros argumentales son densos, la última temporada se está haciendo más larga de lo prometido, y con todo eso corresponde tal vez un breve resumen para refrescar y dar un poco de contexto.

Esta historia, recordemos, arranca con una escena monstruosa: un titán devorando a la madre del jóven Eren Yaeger mientras él observaba todo. Y no sólo a su madre, sino que los titanes ese día destruyeron su ciudad, y mataron a miles. Pero después resultó que sus propios compatriotas y colegas lo consideraron un monstruo cuando se reveló que él podía convertirse en titán, independientemente de sus acciones; y él pudo eventualmente contemplar sus propios actos monstruosos al recordar que devoró a su padre, aún en una situación más bien inconsciente; además de contemplar los actos monstruosos de su padre, por supuesto. Como si todo eso fuera poco, la razón por la que ese pueblo está aislado del resto del mundo, es porque el resto del mundo los considera monstruos, al punto tal que a les eldianes fuera de la isla no tienen derechos plenos de ciudadanía y hasta directamente les toca vivir en campos de concentración.

Entonces, básicamente, después de años de experiencias y revelaciones una más mortificante que la otra, el mundo resultó ser mucho más complicado de lo que nadie logró entender nunca, quien al principio pareciera ser el héroe finalmente resultó ser más bien villano, y todo el planeta en este momento se debate el curso de acción urgente entre el inminente cataclismo y el infinito conflicto. Y si prestaste atención a esas palabras, probablemente te hayas dado cuenta de que no permiten distinguir Attack on Titan de lo que se lee en las noticias todos los días.

En los premios Crunchyroll del año 2022, Eren fue nominado, al mismo tiempo, a las categorías “mejor protagonista” y “mejor antagonista”. Y es que su historia es complicada. Es igualmente difícil calificar a Eren de “bueno” o “malo”, porque el mundo parece articularse alrededor de que él, su familia, su ciudad, su pueblo, sufran las peores condenas, humillaciones, y sometimientos, por milenios enteros. En definitiva, un mundo monstruoso creó a un monstruo, de modo que ahora no tiene ninguna excusa ni para sorprenderse ni para andar echando culpas a nadie: le pese a quien le pese, las acciones de Eren tienen mucha cuota de “justicia retributiva”.

De modo que Eren está enojado, y ese enojo está plenamente justificado. El tema es que, por razones de la trama, está llevando su legítimo enojo hasta el genocidio mundial, mediante el uso del arma de destrucción masiva que su pueblo tiene preparada desde hace tiempo, y a través de la cuál logró un estado autónomo isolado en constante guerra fría con el resto del planeta: the rumbling, o en español “el retumbar”. Es un arma muy sencilla: millones de titanes humanoides del tamaño de edificios, que al caminar pisotean todo a su paso. Estos titanes son inmortales, se regeneran, no sufren dolor, no tienen mente, no necesitan alimento… básicamente se muestran invencibles. Y Eren ejecutó un plan para lograr obtener el control de tales titanes, de modo tal que pueda utilizarlos para exterminar a todos los enemigos de su pueblo: es decir, a todo ser vivo fuera de la isla de Paradis.

Como mencionábamos sobre les antagonistes de Korra en el video anterior, aunque en este caso mucho más preocupantemente, la audiencia incluye mucha gente que afirma sin dudar “Eren tiene razón”: pero entre “tener razón” y “estar en lo correcto” puede haber una distancia enorme, y Eren es básicamente la encarnación de ese problema; tiene la excusa, y tiene el poder, pero aún ignorando la dimensión ética de lo que está haciendo restan en simultáneo muchas preguntas al respecto de la eficacia de su plan. Todo eso forma parte de acalorados e incansables debates entre millones de personas alrededor de todo el mundo, lo cuál es parte integral del encanto de la serie.

En aquel video contamos un poco cómo ese problema del “tener razón” como lo conocemos hoy en rigor es un invento moderno, momento en el cuál emerge también el concepto de ideología. Y si bien son conceptos con problemas diferentes, en realidad no están tan separados. Aquí esas cuestiones particulares no nos interesan tanto como otra en la que sí pretendemos ahondar. Y es que ese “tener razón” es una consecuencia de algo anterior, y no es la única.

Así como Eren y compañía luchan contra los titanes, desde tiempos inmemoriales la humanidad en su conjunto lucha contra algunos enemigos en común a todas las generaciones y todos los pueblos. La enfermedad, el hambre, o la muerte, son algunos de esos monstruos incansables e invencibles que acosan a civilizaciones enteras. Algunos de ellos son de orden enteramente humanos, tales como la pobreza o la violencia; e incluso entre ellos los hay de menor embergadura, como pueden serlo el fracaso o la humillación. Pero en todo caso, esa clase de enemigos no-tan-metafísicos están siempre presentes en la vida humana de una u otra manera. Se tratan de manifestaciones de nuestras propias limitaciones: físicas, intelectuales, históricas. Son constantes recordatorios de nuestra propia fragilidad y temporalidad; nuestra, y de nuestres seres querides. Y alrededor de ellas construimos cosmovisiones y articulamos formas posibles de llevar adelante la vida: religiones, ideologías, sistemas sociales. Todas esas creaciones históricas están directamente condicionadas por el cómo entendemos al mundo: y es allí donde residen también sus límites.

No es lo mismo entender que los cuerpos celestes son dioses perfectos rigiendo su voluntad sobre toda la creación, a entender que son objetos físicos más bien inertes y sometidos a fuerzas que los hacen interactuar de modos predecibles. No es lo mismo entender que el mundo tiene algunos miles de años de acuerdo a algún relato que le da coherencia a una lectura como esa, a entender que tiene millones de años de edad de acuerdo a características que interpretamos de la composición de los minerales del planeta y la luz en el cosmos. No es lo mismo entender a la vida como la manifestación de un alma inmortal en un cuerpo transitorio, a entender la vida como sistemas complejos de componentes múltiples e inter-relacionados. Etcétera. No es lo mismo, porque no tienen las mismas consecuencias en el cómo nos comportamos más tarde cuando integramos esas ideas a nuestro quehacer cotidiano. Todo ello da lugar a diferentes formas de explicar nuestra relación con el universo, nuestro lugar en el mundo, y nuestros horizontes tanto de acción como de futuros posibles.

Por momentos explicar esto se siente francamente como decir en voz alta verdades sobre-entendidas y más bien evidentes. Pero lamentablemente el mundo parece indicar que ese no es el caso, ya desde hace unas cuantas décadas, cuando no directamente siglos. Todo el siglo XX fue escenario de manifestación tras manifestación de declamaciones solemnes acerca de cómo habíamos llegado a encontrar la explicación definitiva y única para el ser humano, la sociedad, y todo lo demás; y al mismo tiempo, una y otra y otra vez pudimos ver los más desgarradores conflictos, las escenas de deshumanización más espeluznantes, y las crisis más aterradoras, de las que se tenga registro: peor incluso que en el medioevo o la antigüedad.

La libertad, el orden, la seguridad, la historia, la raza, los intereses de clase, el género, la voluntad de Dios, la familia; todos totems o ídolos que parecen irradiar las incansables consignas “esta es la medida del ser humano”, “este es el orden verdadero”, “esta es la única justicia”, “este es el pueblo elegido”. Y el problema no es qué tanta cuota de verdad o falsedad puedan manejar esas ideas, sino que casi unánimemente se presentan de la mano de la siguiente: “cualquier otro camino conduce al inevitable desastre”.

El colmo de esto comenzó en la década de 1970, cuando en el contexto de dos crísis energéticas emergió un avatar del neoliberalismo en Margaret Thatcher, y le dejó al mundo la consigna de la globalización económica, política, y cultural: “no hay alternativa”; o “TINA”, por sus siglas en inglés para “there is no alternative”. Y ese colmo que comenzó con Thatcher y su “TINA” en los 70’s finalizó en los primeros años de los 90’s con la caida del muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética, frente a lo cuál un pensador estadounidense declamó haber llegado un momento anteriormente pensado por muches otres pensadores y pensadoras: el fín de la historia. Por supuesto que a pesar de ese señor la historia sigue, y aquí estamos hoy, año 2022, mientras grabamos estas palabras, pendientes de si no nos toca vivir una tercera guerra mundial. E incluso cuando es evidente que el mundo se vuelve cada vez más insostenible año tras año, aquel “no hay alternativa” de Thatcher parece continuar siendo el slogan de miles de millones de personas, y hasta se continúa insistiendo en que el problema a resolver son las desviaciones de aquella aventura globalizadora.

Este sesgo ideológico mundial manifesto en la “TINA” fue analizado en un célebre libro de Mark Fisher llamado “realismo capitalista”: título que a su vez es el concepto con el que engloba la cosmovisión dominante de nuestra actualidad, y que surge del análisis de diferentes eventos históricos y culturales a modo de proceso de diagnóstico. Allí, Fisher describe cómo la ideología imperante se extiende hasta los más íntimos rincones de nuestro aparato insconsciente para lograr hacernos pensar que el aceptar nuestra realidad actual como inevitable e imposible de cambiar, aún con sus evidentes y miserables fracasos empíricos e inconsistencias teóricas, es “ser realista”. Y también de allí se viralizó una frase atribuída a diferentes pensadores, que básicamente dice lo siguiente: “pareciera ser más fácil imaginar el fín del mundo que el fín del capitalismo”.

¿A qué viene todo esto? Sucede que Eren activando el retumbar en Attack on Titan dejó algunas líneas de debate muy intensas en la comunidad de lectores, porque en definitiva parece que al final la explicación es más bien críptica, fraccionaria, o bien directamente polémica, dando lugar a diversas interpretaciones. Lógicamente, muchas de esas interpretaciones argumentan desde el plano ético, que es uno de los enormes problemas involucrados. Pero una de las líneas de debate más intensas está en el detalle de si activar el retumbar fue en realidad un acto necesario, lo cuál más allá de la respuesta está atravezado por diferentes puntos de vista.

Por ejemplo, hay quienes afirman que activar el retumbar estuvo determinado por la relación que mantuvo Eren con la idea de libertad frente al resto del mundo, algo explorado en las primeras temporadas. Otra gente articula que el retumbar se trató de una estrategia exclusivamente militar, determinada por los detalles del conflicto geopolítico en el que se encontraba Paradis, y el análisis de las consecuencias a corto y mediano plazo. Otras personas afirman que el retumbar no tuvo nada qué ver con la voluntad de Eren, sino con la de Ymir, que controló los eventos del mismo modo que se le atribuye control a Eren pero con sus propios intereses. E incluso existen personas que sostienen argumentos alrededor de la determinación temporal, y el cómo eso indica una lógica de inevitabilidad del curso de la historia: es decir, un destino. Lo concreto es que existen esas y otras interpretaciones, que les invitamos a leer por internet, siendo reddit un buen lugar para comenzar en términos de variedad y cantidad de argumentos.

Aquí nosotros vamos a tomar una postura más bien integradora, dando lugar a una mezcla de todas aquellas interpretaciones, y a otras agregadas por nosotres. Pero trajimos también a gente como Fisher o Thatcher, no sólo porque vamos a argumentar en contra de la inevitabilidad del retumbar, sino porque las experiencias planteadas en Attack on Titan se están utilizando para especular interpretaciones vinculadas a eventos de la vida real, tanto históricos como vigentes; y muy especialmente se utilizan para conjeturar justificaciones para el uso de la violencia como herramienta política en diferentes escenarios. Para ello, “realismo capitalista” y el TINA van a ser nuestro vínculo con la realidad actual.

Parte 2: verdad

Comencemos entonces nuestro análisis prestando un poco de atención a Eren, que entre los eventos de la tercera temporada y la cuarta cambió profundamente y de manera muy abrupta. Un día Eren era un jóven motivado a exterminar a los titanes y pelear por sus amigues; apasionado a su manera, aunque con muchas dudas al respecto de cómo realizar cualquiera de aquellas acciones, en buena medida las primeras tres temporadas exploran eso en detalle, y Eren continuaba su desarrollo mucho más a fuerza de convicción que de grandes virtudes. Pero luego de las revelaciones de la cuarta temporada, de repente Eren pasó a ser un jóven adulto muy sobrio, callado, y de semblante entre resignado y pesimista: un aspecto depresivo, que rápidamente llegaba hasta el nihilismo en las pocas veces que pasaba a expresar sus ideas, y cuyo único verdadero factor de alteración de ese estado parecían ser sus propias demostraciones del más violento odio. Eren pasó en unos pocos episodios a verse de jóven profundamente estimulado por el afán de venganza y libertad a una especie de resignado sin pasión por nada.

Aquí es donde nos viene bien una primera y pequeña cita a Fisher. Sucede que una de las líneas de análisis sobre las acciones de Eren atravieza la posibilidad de un verdadero estado depresivo en términos clínicos, con todo lo que eso implica. Hay quienes especulan, por ejemplo, que la revelación de un mundo muy diferente al que conocía fue una crisis catastrófica para su sistema de valores, en especial de cara a sus ideas juveniles de libertad. Otres leen cuestiones parecidas, pero más vinculadas a la experiencia de los poderes del titán de ataque y el camino de Ymir, determinándolo inexorablemente, y dejando su subjetividad en un segundo o hasta tercer plano. Los argumentos pueden ser muchos, pero la lectura concreta de una depresión es verosimil.

De hecho, hay una línea más de lectura vinculada a la depresión, que se encuentra en el opening mismo de la última temporada. La animación muestra la dramática historia de Eren en recuerdos y collages, mientras la canción del opening, que se llama “the rumbling” o “el retumbar”, articula en clave de black metal lo que parecen ser algunos de sus tortuosos pensamientos. Por un lado, un coro épico dice a los gritos “se viene el retumbar”, y un señor muy enojado te dice con voz furiosa y desencadenada: “¡cuidado! ¡viene por vos!”, no se entiende bien si como advertencia o amenaza. Pero también repasa la historia de Eren, con frases como las siguientes, que me permito traducir rápida y más o menos literalmente. “Todo lo que siempre quise fue hacer lo correcto, ¡lo juro!”, “nunca quise ser rey, ¡lo juro!”. “Yo solamente quería salvar tu vida, nunca quise agarrar un cuchillo”. “Ya no me quedan lágrimas, ya no tengo más miedo: estoy en llamas”. “¿Me hablás de cosas de las que no me doy cuenta? Es porque seguís merodeando en la niebla”. “Y si lo pierdo todo, si llego a resbalar y caerme, no voy a mirar para otro lado”. “Ya no quiero nada: estoy acá simplemente para el retumbar”.

Con eso en cuenta, todo indica que su determinación no tiene vuelta atrás. Pero si intrepretamos su oscuro fatalismo como clínicamente depresivo, Fisher hace algunas notas muy interesantes vinculadas a los efectos de inevitabilidad que se implican en la depresión. Y cito:

<< Una diferencia entre la tristeza y la depresión es que, mientras la tristeza se autoreconoce como un estado de cosas transitorio y contingente, la depresión se presenta como necesaria e interminable: las superficies glaciales del mundo de un depresivo se extienden a todos los horizontes imaginables. En la profundidad de la enfermedad, el depresivo no reconoce su melancolía como anormal o patológica: la seguridad de que toda acción es inútil y de que detrás de la apariencia de la virtud sólo hay venalidad golpea a quienes sufren de depresión como una verdad que ellos han descubierto, pero que los otros están demasiado engañados como para reconocer. Existe una clara relación entre el "realismo" aparente del depresivo, con sus expectativas tremendamente bajas, y el realismo capitalista. >>

Más allá de jugar a la psicología, donde yo psicólogo no soy y más vale dejarlo claro, ciertamente Eren tiene todo servido para experimentar un estado depresivo. Su historia es espantosa y brutal, y cada pequeña revelación sobre el estado de cosas en el mundo sólo logró empeorar una vida que le propuso casi exclusivamente crueldad. ¿Y a quién podría extrañarle que, con esa historia, termine siendo cruel él mismo? Cualquiera que haya atravezado un estado depresivo alguna vez sabe que se trata de, entre otras cosas, un estado de profunda crueldad: para con uno mismo, y en definitiva también para les demás, que entre otros efectos se encuentran frecuentemente impotentes de poder intervenir para ayudar.

Pero atención, que Eren en realidad también siempre mostró un vector de acción muy poderoso, que de hecho suele ser un popular recurso cuasi-terapéutico contra la depresión: el enojo. Eren está profundamente enojado, y como mencionara antes en su descripción parece ser lo único que altera ese estado depresivo que venimos interpretando; tanto es así, que de hecho logra quebrar lo que parece ser un estado similar pero con 2000 años de duración, en Ymir. Y desde el enojo, esas expectativas “tremendamente bajas” que menciona Fisher no sólo no parecen ser tan así, sino que más bien diría que son bastante ambiciosas: alterar el orden mundial en lo inmediato, lo cuál sería tildado de fantasioso por el realismo capitalista. Algo aquí no parece coincidir con lo que dice Fisher sobre la depresión.

Mientras pensábamos eso, una de las maneras que se nos ocurrió para explorarlo fue comparar al Eren dolido y furioso de la canción del opening, con algún otro personaje de alguna otra canción. Y así fue que elegimos esta canción muy popular en latinoamérica, en principio apenas relacionada a la cuestión meramente por una familiaridad semántica en el nombre: “cuando pase el temblor”. Y dice cosas como las siguientes: “Estoy sentado en un cráter desierto; sigo aguardando el temblor en mi cuerpo. Nadie me vio partir, lo sé: nadie me espera. Hay una grieta en mi corazón, un planeta con desilusión. Sé que te encontraré en esas ruinas, ya no tendremos que hablar y hablar del temblor. Te besaré en el templo, lo sé, será un buen momento. Despiértame cuando pase el temblor”.

Hubo todo un debate alrededor de a qué “temblor” se refiere esa letra de 1985, y recurrentemente fue asociada a diferentes eventos. Gustavo Cerati aclaró en entrevistas que estuvo fuertemente influenciada por el entonces reciente terremoto de México, pero esa letra fue asociada también a muchos eventos trágicos de la historia latinoamericana: como ser dictaduras militares, siendo el estribillo “despiértame cuando pase el temblor” una especie de canto por la paz, y definiendo a “el temblor” como algo que claramente nadie quiere vivir.

Por ejemplo, Charly Alberti contó una vez que en Chile, cuando Soda Stereo tocó esta canción, la gente entre el público cantaba que finalmente se había terminado la dictadura de Pinochet; y aunque apenas sea una accidente semántico, en las protestas masivas del 2019 contra el neoliberalismo la gente en Chile se unía curiosamente al grito de “Chile despertó”. Esas metáforas de somnoliencia, aún cuando accidentales al relacionarlas entre canciones, no son inocuas. Comparen sino el “despiértame cuando pase el temblor” con el “wake me up when september ends” que Green Day compuso luego del atentado a las torres gemelas, y la accidentalidad parece cada vez menos incuestionable. Y esas ganas de “dormir”, de que a une le despierten cuando la parte insoportable de la vida real ya haya terminado, definitivamente no tiene nada de accidental cuando hablamos de depresión.

Ciertamente, si continuamos aquella comparación de Eren contra la depresión según Fisher, en conjunto con “cuando pase el temblor”, podríamos decir que esa hipotética y verosimil depresión claramente no sería la única condición en su comportamiento. Porque la canción de Soda Stereo también parece hablar de un estado depresivo y hasta alguna forma de inevitabilidad, pero en ningún momento indica ninguna ira sino más bien algo cercano a lo contrario. La justificadísima furia de Eren parece ser algo que escapa al planteo de inevitabilidad a partir del cuadro depresivo, especialmente cuando se empiezan a contrastar ejemplos de otras posibles escenas ciertamente depresivas pero donde les actores terminan eligiendo otras vías de acción. Pero el hecho de que esté justificada es, al mismo tiempo, un condicionante tan poderoso para la ira de Eren, que en este caso cuesta imaginar un camino alternativo para su estado mental, de deprimido a furioso: y si es tan difícil de imaginar esa alternativa, no sería deshonesto afirmar que no hay alternativa.

Tampoco es que “depresión” deba ser la única explicación para el comporamiento de Eren ni mucho menos, como bien aclaramos antes. Sin embargo, además de ser una hipótesis popular, lo cierto es que el resto de la descripción de Fisher parece perfectamente adecuada a Eren, y la ira pareciera ser el único cabo suelto. Además, emociones como la desesperación, la ausencia de poder, o la completa falta de fé, son básicamente el escenario de rutina episodio tras episodio: la depresión es una presencia tan constante como la muerte, y ciertamente la serie dice muchas cosas al respecto.

Todo esto hace que mucha gente lea en Attack on Titan una reivindicación del uso de la violencia; un poco por catártica, otro poco por honrar aquella ira con fundamento legítimo, con todo lo que ello implica. Pero también la violencia es articulada como el único curso de acción “realista” (entre comillas), teniendo en cuenta no sólo las condiciones subjetivas de Eren sino también el contexto geopolítico, donde se mostraba muy pero muy difícil de sostener el aislamiento de Paradis, o siquiera a los titanes como herramienta de disuación. Coherentemente con todo eso, en la violencia parece poder encontrarse una clave para romper con el círculo depresivo “realista” del que habla Fisher.

Y ciertamente mucha gente parece encontrar seductora a esa vía argumental. Pero aquí vamos a apuntar a otra cosa que nos parece mucho más interesante que el proponer violencia.

Sucede que uno de los componentes ideológicos fundamentales del realismo capitalista es el neoliberalismo, en todas sus dimensiones: económica, cultural, epistémica, y demás. Pero curiosamente, el neoliberalismo le propone al ser humano una situación contradictoria. Por un lado, “no hay alternativa”, al menos en términos de estructura económica y social, y eso está más que claro. Pero al mismo tiempo, se supone que una persona llegue a la riqueza a fuerza de mérito, y al caso los ejemplos parecen ser siempre personas que tienen tanta riqueza que finalmente determinan cambios en la estructura económica y social. Es casi como si en realidad sugiriera juntar poder para efectivamente cambiar algo.

Desde Henry Ford hasta Elon Musk o Jeff Bezos, hay un montón de personajes para elegir, pero siempre resultan avatares de gente con demasiado poder sobre la sociedad en general, que efectivamente dejan sus marcas en la historia, y todo eso en virtud de la riqueza que hipotéticamente supieron conseguir gracias a sus visionarias ideas.

Ciertamente el empresariado se atribuye a sí mismo cualquier cambio social positivo por lo menos desde el siglo XIX, y el discurso típico es que en la competencia capitalista está el vector de desarrollo de las sociedades. Y la parte contradictoria para el TINA de Thatcher es: si se tiene tanto poder sobre la sociedad, ¿para qué otra cosa puede servir ese poder, sino para decidir entre el cambiar la sociedad o continuarla como está? Y nótese que no hablo de “poder para superar al neoliberalismo” ni nada por el estilo, sino simplemente de una posición contradictoria frente a la idea de que “no se puede hacer nada”, o siquiera un análogo “no hay nada qué hacer”.

El punto de esta aparente contradicción es que el TINA es mucho más un condicionante, si se quiere incluso inconsciente, del uso del poder, antes que una propuesta de orden particular. Básicamente, TINA no te dice que no tengas poder, sino que lo “uses bien”; no sea cosa que vayas a “mal usarlo” en alguna alternativa. Y esto es otro punto de contacto entre nuestro realismo capitalista y las cosas que vive Eren.

Al principio de Attack on Titan, claramente la pregunta era qué poder podría combatir a los titantes, que regían el orden social y cualquier forma de vida posible; y atado a eso, estaba el concepto mismo de libertad, en ese “más allá de la muralla” que llegado el momento resultó muchísimo más complicado de lo que nadie imaginaba. En aquel momento, ni Eren ni nadie parecía tener ningún poder frente a los titanes, que regían al mundo con crueldad antihumana. Mientras que al final, Eren termina teniendo demasiado poder, y lo aplica sobre el mundo con crueldad antihumana. Y si Eren no hubiera hecho eso, Paradis muy probablemente hubiera sido sometido con crueldad antihumana. Ciertamente, así planteado, no hay alternativa a la crueldad antihumana, en sutil sintonía con el ethos neoliberal.

Y es doblemente curioso que luego de activar el retumbar, la gran mayoría de los debates terminan yendo hacia la cuestión ética de si está bien usar un poder como ese, o hacia la cuestión pragmática de si usando ese poder en rigor cambió algo para bien. Es decir que en definitiva siempre queda cuestionado el poder de transformar la sociedad, y a traves de ello la posibilidad misma de transformarla en sí. Con lo cuál, sucede un “no hay alternativa” de-facto, que mucho antes de “no se puede hacer nada” más bien implica un realista “no esperes un final felíz”: porque si bien podés llegar a hacer algo, ese algo nunca va a terminar bien.

No sorprende que en esas extrañas coincidencias la cuestión de la posible inevitabilidad en Attack on Titan sea un debate proyectable a la realidad. Y ni siquiera son las únicas. Lo concreto es que TINA es efectivamente deprimente, tal y como intuye Fisher, y tal y como se experimenta en el mundo de Attack on Titan. Es deprimente por lo que hace su pesimismo patológico con nuestra voluntad y nuestras fantasías de cualquier posible mundo mejor. Es deprimente porque nos exije que nos sometamos a una serie de reglas que no elegimos, que no queremos, y que sabemos muy bien que es falso que sean las únicas o las mejores: cuestiona hasta nulificar cualquier poder que tengamos para efectivamente hacer algo al respecto. Y es especialmente deprimente, además, porque nos dice que todo eso que nos hace padecer, se llama “libertad”. Mucho peor todavía que el neoliberalismo es la profunda y cruel injusticia del TINA. Y si se lo mira con ese lente, lo que le pasa a Eren y sus amigues es tranquilamente una escenificación bastante fiel de lo que nos pasa a millones de nosotres.

No creo sin embargo que Attack on Titan se pretenda una apología de la violencia, independientemente de si el retumbar era o no inevitable. Más bien, en realidad parece querer advertir sobre los ciclos de odio y contraodio que, según la trama, parecieran ser la fuerza que articula los pistones en el motor de la historia. Lo concreto es que Eren no escenifica lo mismo que Gabi, aún cuando es claro que los personajes son constantemente comparados incluso dentro de la serie, dando lugar a entender que en realidad sí hay alternativa. Attack on Titan es mucho más alarmista que pesimista. Y si bien celebramos los debates a los que está dando lugar, lamentablemente también consideramos que las herramientas que eligió para plantear sus ideas son problemáticas, y por eso muchos “malos entendidos” son tristemente interpretaciones legítimas.

Y cerrando esta parte explorativa del ensayo, donde comparamos algunas cosas para hilar algún sentido, ahora vamos a pasar a otra más crítica donde vamos a exponer lo que pensamos, y el mensaje que pretendemos extraer de la serie. Para eso, nos tenemos que concentrar ya no tanto en las virtudes de estos trabajos, sino en sus defectos. Y concretamente uno muy particular.

Hace minutos mencionamos cómo las diferentes formas de ver al mundo cambian necesariamente nuestra forma de pensar y de adecuarnos a él, y casi sospechábamos de que fuera una verdad demasiado evidente. Y, por lejos, la ciencia es la actividad más revolucionaria en lo que respecta a “entender al mundo de otra manera”, y algunos ejemplos claros también ya mencionamos. Sin embargo, aún cuando tal vez sea tan evidente al pensarlo brevemente, ¿cómo se justifica que, ni en ficciones tan lúcidas como Attack on Titan, ni en textos tan influyentes como Realismo Capitalista, la ciencia parezca tener lugar alguno?

Y aquí tal vez valga una aclaración. La definición de “ciencia” es importante, y nosotres tomamos una definición amplia: filosofar, indagar, y muchas otras actividades de orden más bien cotidiano aquí las consideramos como legítimamente científicas. Pero ya vamos a retomar eso; el punto sobre el que ahora pretendemos llamar la atención es que por momentos pareciera que la ciencia no fuera parte integral de nuestra cultura: apenas tal vez algún apéndice menor de otras cosas mucho más trascendentes, o incluso algo elevado y lejano para nosotres personas comunes y corrientes. Y eso, tristemente, no es un accidente, sino otra de las tantas injusticias a las que el neoliberalismo, el TINA, y en definitiva el realismo capitalista, nos someten.

Parte 3: Justicia

El libro de Fisher es realmente muy lúcido y agudo en su análisis de nuestra actualidad ideológica, y Attack on Titan es muy minucioso y verosimil en su articulación y descripción de personajes. Ambas son, a su manera, dos obras muy celebradas, que entran en contacto de diversas formas cuando se trata de entender nuestra realidad contemporánea. Pero a su vez, curiosa y muy significativamente, ambas pecan de la misma notoria omisión frente a uno de los más importantes vectores de influencia histórica y transformación radical de la sociedad, que es la ciencia.

Y cuando nos preguntamos por la ciencia en Attack on Titan, que es uno de los factores más determinantes en el curso de nuestra historia real, y lo es especialmente en el momento histórico que plantea la trama, empiezan a aparecer un montón de situaciones extrañas, difíciles de explicar. Para explorar esto, en simultáneo vamos a tener que aclarar algunas ideas sobre la ciencia en general, y sobre su historia.

Si pensamos hoy en día en “ciencia”, típicamente lo asociamos a “tecnología”. O bien a la imagen de un señor o una señora con delantal blanco y tubos de ensayo, probablemente con un pizarrón lleno de ecuaciones detrás. Hablamos de “los avances de la ciencia” cuando de repente aparece una tecnología nueva, o cuando superamos algún límite histórico y épico como puede ser el llegar a Marte. O bien incluso frecuentemente cuando se curan enfermedades, entendiendo de inmediato en esos casos a la medicina como otro de los espacios de acción humana regido por “la ciencia”. Confío en que estemos más o menos de acuerdo que nuestro preconcepto contemporáneo de ciencia nos guía por esas ideas, o al menos en que es verosímil que ese sea el caso en las sociedades en general. Quedémonos con esa idea de ciencia por un minuto, y volvamos a Attack on Titan.

La gente de Attack on Titan padece todas las cosas que padecimos en nuestro siglo XX, y algunas más. Esa gente es básicamente idéntica a la de nuestra realidad, y las divergencias importantes son más bien a nivel mundo: cosas que sucedieron en la ficción, pero no en nuestra realidad, y viceversa. Claramente, la divergencia principal es toda esa historia alrededor de Ymir y los titanes, cosa que nunca sucedió en nuestro mundo, y de allí se disparan muchos eventos. Pero eso no quita que igualmente ese mundo es muy similar al nuestro durante finales del siglo XIX y principios del siglo XX, con detalles hasta prácticamente calcados.

Uno de esos detalles es el desarrollo tecnológico. Podemos encontrar frecuentemente ingeniería, por ejemplo, especialmente durante la última temporada. Aunque en realidad ya desde el principio tienen desarrollados esos aparatos para moverse al estilo spiderman, y en la trama son bastante claros en que funcionan a base de gas. También se pueden ver algunas barcazas con lo que parecen ser motores a vapor, y eventualmente en la cuarta temporada aparecen los dirigibles. Claramente le prestaron atención a los gases, y es difícil imaginar que lleguen a semejante calidad de desarrollo tecnológico sin tener desarrolladas las bases de alguna forma de disciplina científica equivalente a nuestra neumática. La neumática comparte con la hidráulica buena parte de su corpus teórico, cosa que pueden confirmar muy rápidamente escribiendo “ecuación de Bernoulli” en su buscador online favorito. Y a su vez, ese corpus teórico está basado en matemáticas, que es una herramienta compartida en todas las ciencias exactas, y no tan exactas también.

No es la única tecnología que tienen. Muestran también desde el principio tecnología medieval con grandes compuertas y el uso de poleas y reducciones. También desde el principio tienen armas de fuego, que aún cuando no tan avanzadas funcionan siempre a base de explosiones controladas. Todo eso no es pensable sin algún control de metalurgia, resistencia de materiales, y nuevamente matemáticas. No cualquier aleación soporta una explosión tal que un disparo se ejecute sin efectos colaterales, ni tampoco se pueden crear grandes cadenas y poleas y mecanismos sin estudiar los detalles de proyectar esos diseños a escala en términos de fuerzas involucradas.

Lo mismo sucede cuando más tarde aparecen representantes Azumabito ofreciéndole un prototipo de avión a Paradis: ya no un dispositivo con motor a vapor, sino que se menciona utiliza ciertas piedras como forma de energía, seguramente vía combustión. Y en el discurso de Tibur en Marley, donde se declara la guerra, claramente se pueden apreciar luces eléctricas y el uso de radio, lo cuál requiere una gestión de la energía y una abstracción de las fuerzas del universo mucho más sofisticada, así como también mucha más matemática.

En principio, nada de eso parece ser un tema ni remotamente periférico dentro de Attack on Titan. No parece haber discusiones al respecto entre personajes, no parece haber gente utilizando esos conocimientos explícitamente, y no parece haber nadie que diga cosas como “pretendo ir a la universidad”: el conocimiento científico no es un tema en absoluto. Electricidad y radio implican alguna forma de teoría atómica, coherentemente con el momento histórico, que ya sabemos en qué derivó en un contexto de carrera armamentística. Carrera que gentilmente exponen en la trama cómo Marley la atravieza. O sea que no deberían ser cosas que no le importen a nadie, sino más bien todo lo contrario: todas las potencias deberían estar acaparando científiques, tal y como sucedió en nuestra segunda guerra mundial. Es muy extraño que con tanto nivel de detalle hayan excluido esto, y en Attack on Titan casi que no pareciera pensable aquella idea de gente con delantal y tubos de ensayo.

Del mismo modo, volvamos algunos pasos para atrás, y en lugar de pensar tanto en tecnología pensemos en medicina. Las dos grandes guerras es el momento donde se descubre y desarrolla la penicilina. Para ese entonces ya se estudiaba hacía rato la sangre, y ya estaba establecida la teoría de gérmenes como explicación canónica detrás de enfermedades e infecciones. Y, de hecho, ya había vacunación. Esto queda, una vez más, gentilmente expuesto en la serie, en el hecho de que Marley inyectaba un suero a sus presos y presas políticos, para transformarles en titanes: de eso a estudiar la condición titán en la sangre, hay apenas un paso.

Pero la cuestión medicinal de la ciencia no termina ahí. Cuando se habla de “ciencia” en conjunto con “medicina”, lo que se implica es una comprensión muy precisa de algunos mecanismos detrás de lo que llamamos “vida”. Un ejemplo claro de esos mecanismos a estudiar es uno que aparece una y otra y otra vez en la serie, que es la herencia. La condición titán se hereda, la sangre del linaje real es importante, y demás detalles como esos llevan muy rápidamente a la pregunta: por qué. ¿Por qué se hereda? Por qué se hereda cualquier otra característica, llegado el caso. Y si revisan la historia de esa pregunta en nuestro mundo real, van a cruzarse con gente como Darwin o Mendel haciendo cosas muy diferentes para explicarlas. También se van a encontrar con que esas cosas no se estudian solamente en el contexto de la medicina, sino que hay otros. Vayan y observen sino los desafíos que se enfrentaron intentando solucionar problemas de alimentación, tratando de adecuar plantas comestibles a entornos hostiles, o incluso calibrando generación tras generación la evolución de plantas alimenticias para aumentar su rendimiento y calidad. La historia de la biología, ya no estrictamente medicinal, es también una historia científica que tuvo páginas muy importantes en el momento histórico que refleja Attack on Titan.

2000 años de herencia titánica, claramente estudiada en algún grado y cuidada por sus actores, claramente sistematizada hasta el nivel biologicista mediante el uso de jeringas, pero luego dejada en eso como si ya estuviera todo dicho al respecto, es desconcertante. Es de hecho muy difícil de imaginar que una cura a la condición titán no estuviera siendo desarrollada, ya no por el caso obvio de eldianes en Marley o Paradis por los sometimientos que la titanidad les hace vivir, sino incluso por los pueblos enemigos de Marley como parte de su carrera armamentística. Es absolutamente inverosimil que nadie, en todo el planeta, se ponga a pensar en los pormenores de lo que es básicamente la bomba atómica de ese mundo; más bien deberían haber tenido un progreso tecnológico y científico mundial alrededor de cómo curar la condición titán, o al menos ese debería ser el caso obvio durante una carrera armamentística, además de hacer cañones más grandes. Pero nuevamente, nada de eso forma parte de Attack on Titan.

Observen estas dos imágenes, claramente de inmediato familiares con Attack on Titan, presentando ejércitos que enfrentan enemigos gigantes monstruosos. Ambas son del año 1831, y corresponden a representaciones de la llegada del Cólera a Europa: la misma Europa entre el siglo XIX y XX que parece querer reflejar la serie. Así se veía a las enfermedades por aquel entonces en el mundo real, y muy rápidamente parecen indicar que no se arregla con rifles y cañones. Attack on Titan tenía servido el ir hacia un planteo de enfermedad titán, y de hecho hasta que casi coquetearon con la idea al involucrar esa criatura que se encuentra Ymir en un pozo de agua del mismo modo que une se encuentra con el cólera. Pero siendo tan minuciosa y detallista la serie, es difícil imaginar que este detalle se le pudiera haber escapado. Con lo cuál la hipótesis que sostenemos acá es que sencillamente en algún momento cambiaron de opinión, por la razón que sea, y activamente le escaparon a ese planteo. Las razones de ello pueden ser muchas, pero si la enfermedad titán era un argumento que querían evitar, lo concreto es que la presencia de la ciencia para el escritor de la serie era un problema más que una solución.

Usualmente, cuando articulo esta clase de argumentos, siempre hay alguien que me responde con un concepto ya clásico de crítica artística: suspensión de la incredulidad. Básicamente se supone que temporalmente dejemos de ser tan críticos con la lógica interna de las obras artísticas, porque el objeto de las mismas no pasa tanto por ese aspecto del relato como por su capacidad catártica a nivel sentimental. Lo cuál está muy bien, y la suspensión de la incredulidad es tan útil como cierta: si nos ponemos a revisar cada pequeño detalle (ya dije, por ejemplo, que esta gente de la europa feudal se mueve como spiderman) y a pensar el “cómo deberían ser realmente”, la verdad que cualquier ficción se vuelve una enorme pérdida de tiempo. Sin embargo, los problemas con eso empiezan cuando la ficción se utiliza como puente para entender la realidad, y eso es muy especialmente el caso cuando la ficción parece pretender que ese fuera su rol. De modo que con Attack on Titan tenemos bastantes razones para dejar de suspender nuestra incredulidad, y criticar la ausencia de la ciencia ciertamente corresponde.

Pero esa ausencia no solamente se puede comparar contra la realidad. Si observan nuestro video anterior, allí se aprecia que Legend of Korra también se concentró en el mismo momento histórico y su drástico cambio generacional, pero de diferente manera. Legend of Korra no le escapa a la ciencia del momento, aún cuando introduce elementos misticistas o hasta de ciencia ficción: vemos por ejemplo fire benders trabajando en usinas eléctricas, la radio y el avión son instrumentales en la comunicación masiva, y hasta tiene representación Henry Ford, todo eso sin el menor detrimento para la trama espiritual o divina. ¿Se imaginan, por ejemplo, que alguien haya puesto titanes a generar energía? Piénsenlo un segundo: se regeneran, son inmortales, no necesitan comer para sobrevivir… ¡Pónganlos a correr en una cinta, y tienen energía infinita para explotar al máximo sus fábricas! ¡La gestión energética también es carrera armamentística! Y cuando no están en guerra, es competencia comercial e ideológica. Todo eso es especialmente extraño en su ausencia cuando recordamos que ya tienen electricidad en Attack on Titan.

Otros personajes con perfil científico salidos de otras ficciones hubieran hecho cosas muy pero muy diferentes a las hipotéticamente inevitables que sucedieron en Attack on Titan. Imaginen por ejemplo un Lex Luthor. Ese personaje es un ser humano sin ningún superpoder en un mundo lleno de gente con superpoderes, que encima desafía al más poderoso de todos. Y lo hace a base de convicción e intelecto. Luthor es especialista en explotar cabos sueltos a su favor, y no tienen ningún problema en ser todo lo cruel que sea necesario. Luthor en el mundo de Attack on Titan seguramente hubiera explorado los detalles de los Ackerman, y usaría cualquier ventaja que encontrara para crear un poder político que le permita control de la isla primero, y del continente luego, al mismo tiempo evitando un genocidio y quedándose él en el poder; probablemente tendría su propio equipo black ops de ackermans criados por él, llevando adelante misiones estratégicas alrededor del mundo para mantener su control. Mientras tanto, en la serie no sabemos prácticamente nada sobre los Ackerman, que son básicamente superhéroes pero que a nadie parecen importarles mucho, ni siquiera en el contexto de carrera armamentística.

O imaginen sino también un doctor Doom. Doom tiene muchos puntos de contacto con Eren. Doom viene de una comunidad romaní: un grupo probablemente todavía más marginalizado que les judíes que pretenden escenificar les eldianes. Y Doom es científico, porque su padre era médico, y por esa vía tuvo contacto temprano con las ideas de las ciencias; pero también es mago, porque su madre era bruja, y eso tuvo el mismo efecto en él que su padre con la ciencia. De modo que a Doom no se le escapan ni siquiera las cuestiones místicas. Él comparte con Luthor el ser un humano sin superpoderes en un mundo lleno de supergente, pero sus motivaciones son muy diferentes. Como le pasó a Eren, Doom perdió a su madre y su padre cuando era muy jóven, y eso lo marcó de por vida. El padre de Doom fue perseguido por fallar en curar a la esposa de un rey, y murió escapando, protegiendo a su hijo; con lo cuál Doom eventualmente tomó el trono de ese monarca por la fuerza. Pero la madre había vendido su alma al diablo, razón por la cuál Doom se convirtió en enemigo declarado del diablo y juró derrotarlo, o al menos liberar el alma de su madre. En su aventura por ser más poderoso que el diablo, el nivel de poder que está dispuesto a obtener no tiene ningún límite, y en reiteradas oportuniades ha logrado derrotar y someter hasta a los dioses más centrales de la creación. Para ello utiliza ciencia y magia, al mismo tiempo, y su modus operandi pasa siempre por entender cómo funciona la fuente de poder de sus enemigues, para no sólo derrotarlos sino también apropiársela y quedarse así con ese poder. Desde ya podemos asegurar que si Doom estuviera en el universo de Attack on Titan, no sólo pondría a correr titanes en alguna cinta para generar energía, sino que en su lista de tareas estarían: entender cómo los titanes son inmortales, estudiar cómo es que algunos pueden revertir su forma a humanos de vuelta, entender cómo es que algunos pueden ser controlados cumplidas algunas condiciones, recorrer el mundo estudiando textos ocultos sobre la historia titánica, buscar y estudiar aquella criatura con la que se cruzó Ymir, y muchas otras cosas más a las que nadie parece prestarle atención en el mundo de Attack on Titan; y todo en simultáneo a también desarrollar su propio armamento para darle a Paradis una ventaja sobre el resto del planeta, tal y como lo hace con su nación Latveria en el universo Marvel.

Lo importante de todo esto es que, claramente, mientras más aparece la ciencia, más lejos está la inevitabilidad de la que hablábamos en partes anteriores. Y mientras más exploramos el asunto, la ciencia en Attack on Titan pasa de ser secundaria, a extrañamente ausente, a parecer activamente ignorada.

Pero como insinuamos en nuestro video anterior, en rigor la ciencia no está del todo ausente, y no sólamente por todas aquellas cosas que venimos interpretando del mundo. Hay un personaje que claramente encarna aspectos de la ciencia, y es Hange. Como en muchas otras representaciones de personajes científiques, Hange se muestra apasionada, por momentos inquieta, y frecuentemente desconectada de las sensaciones de peligro o hasta fatalismos que pueden experimentar otres personajes, sonriendo cuando nadie más sonríe: porque donde otres ven una amenaza, Hange vé una oportunidad para entender algo, develar un misterio, resolver un problema. Es típico que esa actitud les convierta en personajes por momentos incómodos o hasta aterradores. Y lógicamente no es casual sea la única con el interés de capturar un titán para estudiarlo, muy a pesar de casi absolutamente cualquier otro personaje de la serie.

Pero noten también otro detalle con respecto de aquello sobre capturar un titán. Si bien el titán capturado es un prisionero, Hange, al hablarle, parece ser también el único personaje que lo trata como a una persona. Le presta atención, y hasta le pregunta por sus intereses. Es cierto que eso está mediado por su propio interés instrumental: pero una cosa no quita la otra, y por esa vía para Hange el titán tiene un valor y una entidad completamente diferentes al que tiene para les demás. Lo cual lleva a otro detalle muy extraño: ¿notaron cómo, durante las primeras temporadas, nadie parecía identificar a los titanes como “gente”? No hubo ni un sólo personaje que dijera “los titanes parecen gente gigante”; “mala”, si quieren, “idiota” si también les parece, “rara” y “enorme” sin dudas, pero gente al fín y al cabo. Es como si no registraran la condición humanoide en los titanes, y si fueran gusanos o amebas gigantes serían exactamente lo mismo. Por supuesto que eventualmente los titanes se revelan como seres humanos afectados por una condición muy particular, y precisamente esa revelación es un giro dramático; pero hasta ese entonces, Hange parece ser prácticamente la única que de alguna manera humanizaba titanes, aún cuando tal vez accidentalmente. Y el resto de les personajes, hasta les más afilades, parecían ciegos a la cuestión.

Ya solamente con eso podemos anotar algunas cuestiones de la ciencia y de nuestra época. Es típico que cualquier personaje directamente vinculade a la ciencia se muestre como una persona rara, extraña, o a veces hasta loca. Como si quienes hacen ciencia fueran gente especial, o bien fuera necesario ser especial para hacer ciencia. Eso por un lado. Y por otro, nótese cómo la actividad científica es por lo menos una molestia para el sentido común instalado y el estado actual de las cosas. Ya sea que se requieran cantidades desquiciadas de dinero para ponerse a colisionar hadrones, o que se requiera capturar vivo un titán y ponerse a hablarle, eso que hacen les científiques parece ir frecuentemente a contramano de a donde va la sociedad, y hasta tener mucho de locura.

Hange encarna varios aspectos de la ciencia, pero no todos. Luthor y Doom también encarnan otros. El punto es que la ciencia en tanto que actividad humana tuvo y tiene muchos roles diferentes, y muchas cuestiones atravezadas. Es un tema mucho más complejo y amplio que aquello que hace esa gente con delantal y tubos de ensayo, y además de tecnologías y medicinas tiene muchos otros resultados. Lamentablemente, tal y como pareciera suceder en Attack on Titan, todo eso es más bien ignorado, cuando no es activamente ocultado.

La ciencia que conocemos es una cosa bastante reciente en términos relativos, y mayormente desacoplada de lo que fuera en otros momentos de su historia. Hoy, por ejemplo, casi unánimemente “ciencia” tiene una connotación contraria a la religión. Y sin embargo, en una gran parte de su historia estuvieron mayormente unidas, y por aquellos entonces hubiera sido tan impensable el pretender separarlas como hoy podría serlo el pretender unirlas. Y al mismo tiempo, buena parte de lo que consideramos “ciencia” hoy está fuertemente influenciado por categorías acuñadas en tiempos de Aristóteles: como ser el concepto mismo de episteme, en contraposición con otros como la tecné o la doxa.

Sucede que en nuestro tiempo “ciencia” se suele analizar en términos de calidad del conocimiento, o de tipo particular de verdad, y por eso las ideas de Aristóteles y la palabra episteme tienen tanto peso en su definición. Y el tema de la “episteme” es demasiado largo para ahondarlo en este video, porque tiene miles de años de historia, ni siquiera hay una traducción precisa, y arranca ya desde una definición del mundo y el alma que en buena medida es alienígena para nosotres. De modo que van a tener que curiosearlo en otro lado: personalmente les recomiendo la entrada que tiene la enciclopedia online de la universidad de Stanford, que articula y resume la cuestión de manera bastante accesible.

Pero resumiendo esa cuestión muy brevemente, Aristóteles distinguía entre diferentes tipos de verdades, donde una de ellas eran “aquellas que no pueden ser de otra manera”; y esas tenían un status superior a todas las demás. Nos referimos a verdades “eternas”, que no son afectadas por el paso del tiempo, a una forma de conocimiento “verdadero en cualquier situación”. Eso es episteme, y ciertamente ha de ser una cosa muy especial. Y esa idea, con el paso del tiempo, terminó siendo un pseudo-equivalente a lo que hoy conocemos como “leyes científicas”, especialmente las expresadas de manera matemática, que se supone explican el universo y rigen el cómo funcionan las cosas. La ciencia que conocemos hoy fue articulada desde hace siglos de modo tal que la humanidad pueda encontrar más de esas leyes, para lo cuál se establecieron reglas y condiciones y órdenes de trabajo que garantizaran, si no la calidad del resultado, por lo menos la limitación de los errores. Y por estas cosas, la disciplina que estudia a la ciencia se llama “epistemología”.

Y sin embargo, irónicamente, ya en la época de Aristóteles no se ponían de acuerdo con qué significaba episteme, o siquiera qué tan importante podía ser para lograr qué cosas: Platón tenía una idea muy diferente a la de Aristóteles al respecto, que nos llegan a partir de sus diálogos socráticos, mientras que Xenofonte (que también estudió con Sócrates) decía cosas diferentes a las de Platón; y a su vez hay pre-socráticos, y de Aristóteles para acá un montón de cosas dichas y hechas, y eso solamente leyendo la influencia griega en lo que llamamos Occidente. Lugares como China o India tienen miles de años de anterioridad a Aristóteles, y ya tenían también por aquel entonces sus propias ideas bastante maduras, bastante distintas.

En la antigüedad no había diferencia alguna entre ciencia y filosofía, por ejemplo, y de hecho el título “científico” directamente no existía. El rol comparable al del científico actual podía estar dividido en el rol general del “sabio”, cualquiera fuera su encarnación, o bien en diferentes especialidades profesionales diferenciadas: el médico, el arquitecto, el artesano, el funcionario estatal. La historia de la ciencia trae problemas serios a la hora de interpretar con precisión los conceptos involucrados, lo cuál es una de las incumbencias de la epistemología, y al respecto hay mucho escrito. Pero diferentes pensadores y pensadoras dicen diferentes cosas, y en diferentes momentos históricos la ciencia fue cualitativamente muy diferente también.

Esa clase de problemas siguen vigentes hoy en día, sin grandes espectativas de ser resueltos en lo inmediato. Y lo mencionamos para dejar clara una nota absolutamente central acerca sobre la ciencia: qué es la ciencia, y cuáles son sus límites, es objeto de debate y de ninguna manera es un tema cerrado. En esos debates hay algunas cuestiones más claras que otras, pero en todo caso cuando alguien dice “la ciencia es tal cosa”, lo que está haciendo es plantear una postura y no contándote el resultado de un debate ya clausurado.

Y acá por supuesto tenemos postura al respecto, que pretendemos defender y compartir. La historia de la ciencia está llena de buenas intenciones, y en definitiva buena parte de lo que se hace desde esa concepción de ciencia vinculada a “episteme” está muy bien y hay que celebrarlo. Pero eso también tiene un montón de problemas, algunos ciertamente muy serios. A nosotres nos interesa la ciencia en tanto que actividad humana, en un sentido mucho más práctico que ideal, y no tenemos gran interés en que el producto de esa actividad sea ni para siempre, ni en cualquier situación, ni siquiera que tenga uso más de una sola vez. Algo como eso probablemente sería llamado “ingeniería” o “arte” por quienes le prestan atención a esa clase de definiciones, y de hecho Aristóteles lo llamaría “tecné” o alguna de las otras categorías al caso. Pero en este canal las categorías de Aristóteles nos importan muy poco, y lo que buscamos es simplemente entender cosas. Y no nos parece que tenga nada de malo el querer simplemente entender cosas, independientemente de todas esas cualidades que buscaba Aristóteles.

Pero cuidado, que no estamos intentando entender cosas “porque sí”, “porque nos gusta”, o “porque es bello”: queremos entender detalles de cómo funciona nuestro mundo, porque queremos intervenir en él de alguna manera. A veces esa intervención podrá ser una adecuación propia, otras veces será una queja. A veces llevaremos el tema hasta la universidad, y quien te dice si el día de mañana no termina siendo parte de alguna tecnología, o de eso que hace esa gente con delantal y tubos de ensayo. Pero muy probablemente el resto de las veces lo llevemos a alguna marcha en la calle, o a algún comentario en un diálogo con amigues, o siquiera tal vez como recuerdo íntimo de alguna conclusión importante para nosotres; seguramente, la mayor de las veces, simplemente lo olvidemos al terminar el video. Cualquiera sea el caso, nosotres vamos a decir que, cuando se trate de entender al mundo, se trata de ciencia.

¿A qué viene todo eso? A que, por si no lo notaste, “que no puede ser de otra manera” es lo mismo que TINA. Tiene muy poco de casualidad que la definición de ciencia moderna coincida con los preceptos del realismo capitalista, con Aristóteles, y con un mundo cada vez más deprimente.

Como vimos hace minutos, mientras más introducimos ciencia en Attack on Titan, aún en sus formas más precarias y fantasiosas, muy rápidamente queda más y más lejos la idea de que Eren hizo algo inevitable. Y aunque a diario no nos damos cuenta, tal y como pasa en Attack on Titan, nuestra relación con la ciencia tiene mucho qué ver con que entendamos o no como inevitables a todas y cada una de las cosas espantosas que suceden a diario.

Durante el siglo XIX y principios del siglo XX, ese momento donde transcurre Attack on Titan, sucedieron una serie de cosas importantes alrededor de la ciencia. Muches pensadores y pensadoras (aunque estas últimas casi siempre silenciadas) introducían ideas revolucionarias para las sociedades de todo el mundo. Piensen, por ejemplo, las ideas de Marx debatiendo con las de Smith sobre el egoismo o la solidaridad en el contexto del trabajo y la riqueza, las ideas de Darwin hablando sobre el origen del ser humano y su vínculo con otras especies, o ideas como las de Freud o las de Einstein. Fue un siglo de gran alboroto intelectual, y en ese contexto muches pensadores y pensadoras debatieron acerca del modo correcto de hacer ciencia, de lo cuál nacieron algunas corrientes de pensamiento de gran impacto.

Pero esos debates estuvieron fuertemente influenciados por algunos factores contextuales fundamentales. Un ejemplo es el costo económico de investigaciones, desarrollos tecnológicos, y adecuaciones sociales. U otro ejemplo sería el impacto político-ideológico. Una cosa era adecuar las escuelas a dejar de enseñar que Dios creó al hombre, y otra cosa muy diferente era socializar los medios de producción. ¡Y sin embargo las dos eran acciones dictadas por la ciencia! De modo que muy convenientemente, al mismo tiempo que la categoría ciencia parecía tener cada vez más valor y prestigio, también pasaba a estar cada vez más centralizada en menos manos, y algunas cosas empezaron a dejar calificar en esa categoría.

Lo que nos importa de esa historia para este video es que, cuando la ciencia empezó a revolucionar la sociedad, además de haber gente que intentara refinarla y extenderla y llevar sus ideas a todos los lugares y quehaceres de la humanidad, también hubo gente queriendo apropiársela, controlarla, adecuarla a sus intereses, y quitársela a les demás.

Primero se pretendió que todo aquello que fuera llamado “ciencia” debía trabajar exactamente igual a la física, o caso contrario era otra cosa de menor valor si es que tenía siquiera alguno. Esto tuvo el efecto colateral de que la ciencia en líneas generales se volviera profundamente deshumanizante y deshumanizadora, y se llenara de practicantes compatibles con ese comportamiento. A su vez, ciencia no era algo que hiciera la gente pobre, con lo cuál la demografía además estaba determinada por el bolsillo. Por supuesto que también pasó a ser una cuestión de género, y hoy tenemos que andar haciendo investigaciones para que se reconozca el rol constante y oculto de las mujeres en la historia de la ciencia, porque jamás se les acreditaba nada de lo que hicieran. Y todas esas cosas en mayor o menor medida fueron el escenario de pujas entre gente sensible a cuestiones humanas y gente mucho más preocupada por cuestiones ideales.

Pero cuando finalmente aquella condición de “ser como la física” terminó colapsando por su propio peso, apareció un pensador que dejó una definición de ciencia sostenida incluso hoy en día por buena parte de la academia mundial. Karl Popper dijo que, para ser ciencia, lo que se dice tiene que ser contrastable, o en términos técnicos “falseable”. No nos vamos a poner con tecnicismos después de tanto video: lo que hay que saber es que Popper literalmente se puso a articular una definición de ciencia para que el marxismo y el psicoanálisis no fueran aceptados en esa categoría. Y para sorpresa de nadie, Friedrich Hayek, figura fundacional del neoliberalismo, pasó de ser profundo admirador a íntimo amigo de Popper; el mismo Hayek que años más tarde se transformara en el avatar con el que Margaret Thatcher afirmara no haber alternativa.

Es difícil decir con honestidad intelectual qué cuota de maldad y cuanta de ingenuidad puede haber en toda esa historia que apenas estamos mencionando en pocas palabras. Popper no necesariamente era un mal tipo por querer excluir al marxismo o al psicoanálisis del mundo científico, ni Hayek era necesariamente mal tipo por sus ideas sobre la libertad que discutía contra el fascismo. Pero lo concreto es que juntando como referentes gente que pretende excluir teorías, que sostiene al egoismo como motor de la libertad, y que si no se hacen las cosas como dicen ellos es todo falso o desastroso, no debería sorprender a nadie el auge de figuras como Thatcher. Y ojalá todo eso terminara ahí.

Sucede también que, independientemente de si es una buena idea o no basar nuestra ciencia en la episteme aristotélica, hay que tener en cuenta que esa clase de distinciones Aristóteles las estaba realizando porque pretendía distinguir quién debía regir a la sociedad: no estaba distinguiendo solamente entre mejores y peores “modos de la verdad”, sino también entre mejores y peores clases de personas; mejores o peores para gobernar sobre las demás. Y como si no alcanzara con eso, ¿recuerdan aquella cuestión de la suspensión de la incredulidad? Bueno, también viene de Aristóteles, explicando para qué se supone sirva el arte en la sociedad; para sorpresa de nadie, no tiene tanto qué ver con entender al mundo como la episteme.

Accidental o no, coherentemente con todo eso hoy tenemos una ciencia que si no es universal no es tal cosa, de la que sólo un puñado de gente puede participar, y que sólo puede hacerlo de ciertas maneras habilitadas. Nuestro punto de vista acerca de cómo son las cosas “no es científico”, en el sentido de “no es conocimiento serio”, a no ser que cumpla las reglas de la ciencia canónica, e independientemente de qué diga sobre el mundo. Hay detalles para revisar, especialmente pasados los años de 1980, pero en definitiva la ciencia no es en absoluto accesoria para el TINA: requiere que la ciencia sostenga un sólo marco teórico correcto para entender a la sociedad, una sola verdad rectora bajo control de una selecta minoría. Es fácil entender ahora cómo muy en el corazón de eso está una única forma de entender a la ciencia.

Lo que pasa es que “ciencia”, a su vez, se convirtió en algo de lo que ni vos y yo podemos formar parte, porque está bajo llave: sólo un selecto grupo de gente, con un selecto grupo de ideas, puede conseguir acceso al privilegio de decir que lo que hace es “científico”. Y eso es algo que se entiende como correcto y hasta celebrable, porque lo contrario sería permitir que “científico” sea cualquier cosa. Ahí entran conceptos como “relativismo” o “posmodernismo”, que deberán ser el tema de otros videos. El punto acá es que, por buenas o malas razones, por accidente o por premeditación, a vos y a mí la ciencia en tanto que actividad humana de entender al mundo, nos es mayormente vedada. Esto es mucho más intenso en algunas disciplinas que en otras, pero tiene un nombre: tecnocracia, “el gobierno de los expertos”, una forma particular de aristocracia.

Como pasa en Attack on Titan, la ausencia de ciencia en nuestra vida cotidiana restringe el horizonte de lo posible exclusivamente a aquello dictado por el sentido común instalado. La ciencia cuestiona todo y agrega posibilidades: donde algo ya funcionaba lo hace más complejo para permitir otras cosas, y donde algo no funciona da posibles explicaciones del por qué. Y por esta razón es que la ciencia marcó y marca el ritmo no sólo de la tecnología, sino también de las ideologías.

Pero la ciencia no es ni de casualidad necesariamente buena, y de hecho tiene uno de los prontuarios más terroríficos de la historia de la humanidad. Sucede que la ciencia, además de todos los otros aspectos que veníamos mencionando, es básicamente un mecanismo de poder, no solamente de cara a la sociedad sino también al universo. Con la ciencia domamos al veneno y al remedio, al fuego y al rayo, a la luz y a cosas que ni siquiera se ven. Pero también domamos gente, pueblos, y sociedades.

Por eso trajimos como ejemplos a Lex Luthor y el doctor Doom para contrastar con Eren: porque además de científicos son villanos. Ambos odiarían a los titanes tal y como los odia Eren, y también compartirían la misma voluntad inquebrantable para destruirlos o dominarlos, dando lugar a la posibilidad de actos espantosos en el camino. Pero donde Attack on Titan por momentos parece insinuar que Eren es un producto inevitable de la historia, tipos como Luthor o Doom nunca permitirían ser determinados por la historia, sino de hecho exactamente a la inversa: le marcarían el ritmo ellos. Precisamente porque encarnan uno de los perfiles más notorios y tempranos de la ciencia, que es su escandalosa arrogancia.

Recordemos, la ciencia ganó su status no sólo por sus resultados felices, sino también por tener el tupé de cuestionar a Dios y a Su palabra. Intenten imaginarlo: ¿en la cabeza de quién puede entrar el decir que las escrituras sagradas son incorrectas? No solamente pensarlo: ¡decirlo! ¡En voz alta, y para que te escuchen las autoridades intelectuales del momento! ¡Escribirlo y difundirlo para que más gente se entere!. El acto científico ha sido un acto incuestionablemente transgresor durante el curso de la historia, y sin dudas lo sigue siendo en los momentos donde a las tecnocracias de turno le fallan sus defensas. Definitivamente hay que tener un caracter especial para ese aspecto particular del quehacer científico.

Pero todo eso se une a otro aspecto también absolutamente característico de la ciencia, que se ha pretendido atribuir al arte o hasta por qué no a la magia: la infinita capacidad de maravilla. Piensen en llegar al fondo del mar o al espacio exterior, piensen en agregarle décadas a la vida, en conectarse con sus seres querides incluso cuando están aislades y lejos de casa. Imaginen el primer avión, la primera voz sonando en una radio, la primera imagen remota en una pantalla. Imaginen el primer paciente curado de tuberculosis, la primer noticia de que una enfermedad milenaria ha sido finalmente derrotada.

Aunque también la encarnan gente como Hange, a veces en la más alegre curiosidad, otras veces en la incansable voluntad de resolver un problema por irresoluble que pareciera. Pero más significativa todavía es la característica inocencia detrás de todo eso: la convicción de que efectivamente hay algo qué aprender, hay manera de resolver, hay cosas qué crear. Hay alternativa.

Pueden pasar 2000 años donde nadie parece lograr hacer una conceptualización de la deshumanización, pero Hange roza la respuesta al ponerse al tratar a los titanes como gente. En un mundo donde el conflicto parece ser la única alternativa, es Hange quien contacta al general enemigo, y quien sienta a ambos bandos a charlar y sincerarse mientras prepara una cena para todes. Eso se llama “humanismo”, que es un componente fundacional de la modernidad. Y con todo eso, lejos de vivir desconectada del mundo por espantoso que se muestre, y al mismo tiempo lejos de elegir irse a dormir hasta que pase el temblor, Hange dedica cuerpo y alma hasta el último segundo de su vida en intentar encontrarle una solución a la situación.

Así podemos ver que la ciencia cruza mil aspectos de nuestra sociedad moderna y nuestra identidad en tanto que seres humanos. Podrá manifestarse como arte o como metáfora, como política o como filosofía, como arma o como cura: pero cuando se entienden cómo funcionan las cosas, aparecen alternativas, y con ellas otros mundos pensables. Lamentablemente, mientras en Attack on Titan la gente parece vivir sin ciencia y a nosotres nos dicen que no es para cualquiera, mientras les escritores de Attack on Titan le escapan a la cura titán y en nuestra realidad nos dicen que es más fácil imaginar el fín del mundo que el fín del capitalismo, un Eren esclavo de la historia elige un genocidio planetario que luce inevitable, y Mark Fisher finalmente sucumbe a la depresión y termina con su vida a los 48 años.

Durante la pandemia de covid pudimos ver la pasión y el sacrificio con el que resistían nuestros médicos y médicas, la ansiedad por el desarrollo de una vacuna, la celebración de cada pequeño logro científico: barbijos, tests, tratamientos. En la ciencia estaban puestas nuestras esperanzas, nuestra fé, como en otros momentos del mundo hubieran estado en dioses. Nada de eso quitó del medio ninguno de los problemas geopolíticos y sociales que vivimos; del mismo modo que ninguno de esos problemas logró apagar del todo a lo otro. Las metáforas de esa lucha esta vez no incluían solamente monstruos gigantes como en el siglo XIX, sino también superhéroes como los de historias con Luthor o Doom, que ya forman parte de nuestra mitología moderna. Mitología donde la ciencia supo ganarse un lugar, un poco a fuerza de arrogancia y de derrocar dioses al estilo Doom, pero también a fuerza de pasión y dedicación y amor por la vida y el futuro, como Hange.

Y para cerrar esta parte, una última reflexión, que fue determinante en la decisión de hacer este video. La cuestión de la cura titán es especialmente significativa, por muchas razones. Ya vimos la experiencia del covid, y también mencionamos al cólera y la tuberculosis. Pero yo tuve una experiencia relacionada muy particular durante la pandemia del covid, y la quiero contar porque viene muy al caso. Con tanta noticia sobre el covid y economía, pasó mayormente desapercibida una noticia que en otros tiempos hubiera generado celebraciones mundiales: entró en fase 3 una vacuna, pero no para el covid, sino para el HIV, el virus del SIDA. Muches quizás no lo vivieron, pero incluso así les invito a repasar la historia del HIV y todo lo que sucedió alrededor de esa enfermedad durante las décadas de 1980 y 1990. Vean el terror, la marginalización, el odio que se vivía a su alrededor. Miren los problemas que trajo para la ciencia: el descubrimiento de los retrovirus, y cómo eso cambiaba las reglas del ADN concebidas hasta ese momento, con lo cuál cambiaba también la misma concepción de “vida”. Fíjense el impacto cultural y social que tuvo esa enfermedad en nuestra historia reciente. Fíjense de lo que estamos hablando cuando hablamos de una vacuna contra el HIV, y es profundamente conmovedor.

Pero yo lo viví de manera muy particular, porque mi padre murió con HIV cuando yo era chico. De eso hace ya muchos años, y no es ninguna herida abierta ni mucho menos; es algo con lo que aprendí a vivir en paz hace décadas. Y de una manera u otra, cuando escuché la noticia de la vacuna, no pude evitar emocionarme hasta llorar. Pero no era un llanto dolido, tal vez pensando cosas como “la vacuna llegó tarde”, sino una extraña sensación mezcla de alivio y de triunfo, de alegría, de esperanza por un mundo mejor, y de estar viviendo un momento absolutamente histórico. La noticia era accesoria, marginal, secundaria; ya nadie le prestaba atención al HIV como en décadas atrás, y mucho menos en medio del pandemonio que fue atravezar el covid-19: pero sin embargo yo me emocionaba, casi sin razón, tal vez hasta por nostalgia.

Y en el episodio 86 de Attack on Titan, el último que vimos antes de escribir este video, recordé aquella sensación que tuve frente a la vacuna del HIV. Fue cuando ví a Hange explicándole a Annie por qué seguirían peleando. Annie había perdido sus ganas de continuar, y probablemente haya sido la primera escena en toda la serie donde se la mostraba vulnerable y quebrada emocionalmente. Su padre seguramente ya habría sido asesinado por el retumbar de Eren, y entonces no le quedaban razones para continuar. Así que preguntó, “por qué pelear”. Y fue Hange la que explicó que ya no peleaban por sus paises, ni sus familias, ni siquiera por sus propias vidas, sino para que millones de desconocides tuvieran la oportunidad de vivir algo diferente a lo que les tocó vivir a elles. Fué en ese momento cuando me decidí finalmente a escribir esta apología de la ciencia en clave de crítica contra el fatalismo, y cuando finalmente entendí qué era lo que había sentido con aquella noticia de la vacuna del HIV: la alegría que sentí fue la de una absoluta certeza de que, eso que le pasó a mi padre y a mi familia y a mí, ya no le iba pasar a nadie nunca más. Que aquel monstruo invencible había sido derrotado, y no iba a matar nunca más. Que gracias a la ciencia, no iba a pasar nunca más. Nunca más.

Parte 4: Nunca Más

Créanme que nada está más lejos de mi intención que el seguir haciendo este video todavía más largo. Pero lamentablemente corresponde. Porque cuando empecé con esta aventura quería hacer un video sobre la ciencia y fatalismo; sobre lo cruel, injusto, y desastroso que es quitarle a la gente el poder de crear alternativas, y usar el caso de Attack on Titan para graficarlo. Pero muy rápidamente me topé con otra cuestión constantemente haciendo sombra, que es el genocidio.

No se puede hablar de Eren y Attack on Titan haciendo de cuenta que lo que sucede es cualquier cosa comparable con cualquier otra, ni de que lo dice de cualquier manera. Estuve tentado múltiples veces de abordar el tema con comparaciones a ficciones populares como suelo estar cómodo haciéndolo, pero esta vez no fué el caso, y para ser franco la sensación era que el tema siempre me quedaba grande y todo lo que decía sólo lograba banalizar la cuestión.

Y sucedió que mientras escribía este video, en Argentina pasó otro 24 de Marzo; esta vez uno muy especial, por haber sido el primero en que volvemos a salir a la calle después del aislamiento de la pandemia. El punto es que mi país conoce al genocidio, y tiene cosas para decir al respecto.

Mi país Argentina padeció golpes de estado durante todo el siglo XX. Seis de ellos fueron oficialmente exitosos, pero todos los demás intentos fallidos dejaron igual sus marcas en cualquier forma de devenir democrático que mis ancestros supieran lograr. Y mientras en Europa las guerras se hacían mundiales y las colonias en América dejaban formalmente de existir, Argentina vivió en carne propia una y otra vez qué significa estar bajo la influencia de la doctrina Monroe con sus convenientes corolarios e interpretaciones. Si a eso le sumamos nuestra propia experiencia política local y autóctona, donde todas las clases sociales coincidieron en nuestro propio avatar de polarización que compitiera con el tan trillado marxismo del resto del mundo, ciertamente cuesta pensar períodos prolongados que une pudiera llamar tranquilos y pacíficos.

Pero la dictadura militar que tuvo lugar entre 1976 y 1983 fue un momento histórico para Argentina del que todavía cuesta dimensionar en toda su magnitud las consecuencias que seguimos padeciendo. La influencia antimarxista y hegemonizadora estadounidense, en conjunto con el antiperonismo local, la ola neoliberal naciente, y el conservadurismo de corte eclesiástico, configuraron un aparato de represión, acción psicológica, y asesinato, sin precedentes en la historia del país. Y lo llamaron formalmente “proceso de reorganización nacional”, aunque por acá prácticamente todes lo llamamos hoy “la dictadura”.

Los crímenes aberrantes de la dictadura son de conocimiento popular, pasando por violaciones, torturas, robo de bebés privados de su identidad y nacidos en cautiverio, entre muchas otras monstruosidades que son muy fácilmente encontrables como información para cualquiera que le interese y lo busque. Pero el crimen más característico de la dictadura fue sin lugar a dudas encarnado en la emblemática figura de “los desaparecidos”: las víctimas de desaparición forzada de personas.

Terminada la dictadura, múltiples investigaciones llevadas adelante por diferentes organizaciones tanto civiles como estatales, nacionales e internacionales, han recopilado documentación y testimonios de todo tipo vinculados a las acciones de la dictadura. Una de las organizaciones encargadas de investigar los crímenes de la dictadura fue la CONADEP: Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas. Fué una comisión vinculada tanto al poder legislativo como al ejecutivo, dedicada exclusivamente a investigar la cuestión de los desaparecidos. En 1984 la comisión presentó un informe de casi 500 páginas, que tuvo profundo impacto político y social no sólo en Argentina, sino incluso inspirando a realizar informes similares en otros paises. Ese informe se publicó con el título “Nunca Más”, y entre otros dio lugar a la caratulación formal de “plan sistemático de exterminio” para explicar aquello llevado adelante durante esos años, y juzgando eventualmente a sus crímenes como “terrorismo de estado”, y “genocidio”.

Desde ya que tanto partícipes de la dictadura como simpatizantes (que los hay por centenas de miles) justifican su accionar, casi unánimemente en los hechos de violencia previa vinculados a guerrillas o hasta violencia política partidaria o sindical. Y es que la complicada historia de anarquismo, marxismo, liberalismo, peronismo, americanismo, latinoamericanismo, europeismo, nacionalismo, catolicismo, conservadurismo, republicanismo, guerrilla, militarismo, humanismo, y todas las mezclas de todas esas tendencias entre muchas otras, dispersas en un lienzo de decenas de intentos de golpes de estado y algunos hiatos democráticos concretos, sumado a las experiencias cercanas y remotas entre tensiones y revoluciones, dió lugar a ciclos de odios y contraodios infinitos en diferentes sectores de la sociedad. Ciclos de odio, acompañados de tanto romantización como fetichización de la violencia.

Ciertamente Attack on Titan escenifica esa clase de problemas vinculados al odio y la violencia de manera magistral. Pero con todo esto que cuento, en Argentina sabemos cosas sobre la cuestión que sencillamente no se pueden tomar a la ligera, y que son difíciles de tratar incluso para la gente más lúcida.

Una de ellas es un accidente de nuestra historia argentina: la elucubración de una hipótesis explicativa para el conflicto, pretendidamente “neutral” o “crítica”, que oficiara de mediadora entre las diferentes partes, con la esperanza de “cerrar heridas” y dar lugar a un proceso de reunificación de les argentines. Esa explicación sostiene algo cercano a lo siguiente: “lo que hizo la dictadura estuvo mal, pero fue una reacción a la guerrilla, que estuvo mal también”. Y a esa explicación se la conoce coloquialmente como “teoría de los dos demonios”.

Toda esta explicación viene al caso de lo siguiente: la teoría de los dos demonios básicamente indica que la violencia se explica por los ciclos de odio. Frente a lo cuál deberíamos dejar de odiar cuanto podamos, y para eso necesitamos lógicamente algún tipo de acercamiento entre las partes. Cosa que en principio, a decir verdad, suena como un consejo inteligente. Pero es profundamente traicionero entender odio y contraodio como acción y reacción, casi como ley de la Física o verdad universal ahistórica: porque no sólo esconde los detalles particulares de esos odios, sino que además nos exige aceptar algunos tipos de violencia, encima, como inevitables.

Como probablemente se dieron cuenta, la inevitabilidad de la violencia, y en este caso particular del formal genocidio, coincide entre la teoría de los dos demonios y la historia de Eren. Y como ya largamente hablamos en contra de esa supuesta inevitabilidad en Attack on Titan, ahora lo vamos a hacer también con la teoría de los dos demonios, que al estar basada en hechos reales le agrega a la crítica una cuota de seriedad muy delicada. Y tenemos dos puntos para cuestionar.

El primero y más evidente, y más popularmente también compartido por la crítica a la teoría, es que es una absoluta canallada hacer de cuenta que la violencia es siempre la misma y no hay nada allí qué interpretar ni revisar. Ciertamente hubo muertos de “ambos bandos”, pero las comparaciones son francamente atroces y hasta confieso que me dá vergüenza redactarlas. Sea como fuera, ya solamente con la mera y hasta cínica comparación entre número de víctimas queda clara la diferencia de varios órdenes de magnitud en la que la dictadura supera a cualquier acción armada guerrillera, independientemente de la métrica que se utilice. Pero incluso con eso, hasta para el más elemental razonamiento es evidente que jamás va a ser lo mismo la violencia desde el aparato del Estado en una dictadura militar que desde la sociedad civil armada, que no se trata de “bandos”, que “odio” o “violencia” no terminan de describir eso, que no considera intereses de todo tipo involucrados, y que en definitiva para lo único que puede servir un acercamiento basado en comparaciones que asimilan cosas tan disímiles es para consolidar alguna forma autóctona de negacionismo.

Pero sobre eso hay mucho escrito. En realidad nos queremos concentrar en otro punto, frecuentemente omitido en los debates acerca de la viabilidad, posibilidad, y hasta condición “realista”, de la violencia política.

Verán, yo tengo una postura de izquierda, con lo cuál no tengo ningún tapujo en mostrar mi más profundo desprecio y repugnancia por la dictadura. Pero lo concreto es que a mí a la dictadura me la contaron, no la viví. Yo nací en 1982, días después de que la guerra de Malvinas finalizara, y apenas un año antes de que la dictadura entregara el poder del Estado. Mis primeros recuerdos son de años ya pasado todo eso, y francamente pasaron muchos años hasta que la dictadura tuviera alguna entidad en los diálogos con personas cercanas. En la casa donde me crié explícitamente no se hablaba de política, y esa regla se repetía en las casas de mis compañeres de escuela; y frente a esas cuestiones mis maestres se comportaban similar a mis familiares, y en definitiva hasta no haber pasado décadas rara vez me crucé con alguien que articulara reflexiones de orden política ni remotamente sofisticadas: apenas repetir slogans de medios de comunicación, que ante la duda yo también repetía, sin mucho qué cuestionar ni defender.

Es cierto, yo la dictadura no la viví. No cómo mi madre y mi padre, mis tíes y abueles, ni las familias de mis amigues: yo viví más bien la sombra lúgubre que dejó en una sociedad quebrada en muchos sentidos. Una sociedad no sólo inoculada con odio y terror, sino también con la idea neoliberal de que no hay alternativa: que la historia es la que es y no la que hacemos, que cada une debe sólo considerar sus propios intereses, que esos intereses son siempre materiales, y que todo es cuestión de mérito, incluyendo las desgracias.

La sociedad que a mí me vió nacer me genera hoy mucha pena. Era una sociedad desgarrada y en duelo, que en lugar de explicaciones por su dolor recibía mentiras desquiciantes y mandatos culpógenos. No sorprende que en una sociedad como esa, yo y muches otres nos hayamos criado en apatía para con nuestras generaciones anteriores e indiferencia para con la sociedad, y frecuentemente hayamos sentido que la única respuesta realista era el odio. Porque cuando alguien sabe que las cosas no están bien, y nota que las explicaciones que recibe no son ciertas, ese alguien se enoja y ese enojo sólo crece con el paso del tiempo. Y cuando empiezan a aparecer los suicidios entre amigues o entre gente conocida, las adicciones, las pérdidas de cordura, las desesperaciones al perder el trabajo y con eso todo lo demás, el odio entonces se convierte en una cuestión de supervivencia, una fuerza que sirva para sostener la mente y el alma, un aspecto fundacional de la propia identidad.

Con todo eso, debo decir que en muchos sentidos me siento identificado con Eren. Al menos, una parte de mi historia se identifica con él. Y considerando que la historia de mi país y mi generación, no es la única, ni la última, ni siquiera la peor, estoy seguro que ha de haber millones de personas en todo el planeta que sienten la misma coincidencia. En un planeta con desilución, muches en todos lados deben estar fantaseando todos los días la idea de “matarlos a todos”, sin importar en quienes se esté pensando, como solución a los males del mundo. Y confieso que de vez en cuando a mí también me pasa. El odio es una parte de mí, que si bien ya no rige mi comportamiento como en otros tiempos, lo cierto es que tampoco se va a ningún lado. De modo que entiendo el encanto de la violencia, y desde ese lugar no puedo juzgar a la gente que la elige, especialmente sabiendo que las opciones que nos dan en esta vida son brutalmente escasas.

Pero incluso a pesar de todo eso, lejos de la ira homicida, la depresión suicida y la falta de fé, lejos de sucumbir a los horrores del realismo capitalista o de comulgar con él, vivo con enorme fortaleza espiritual y constante estímulo intelectual el camino de crear alternativas. Y eso es así porque antes de mí hubo gente que no le fué indiferente a les demás, y dejó a mi generación algunas verdades que no se ven por televisión. Escuchen a esta señora, presten atención.

[Norita hablando de cómo iba a la mansión, y finalmente la terminaron escuchando].

Escuchen lo que hizo. Escuchen cómo lo hizo. Escúchenla, como la escucharon quienes estaban secuestrades: porque ese gesto que tuvieron con elles y les dió fuerzas para soportar la tortura, es el mismo que ahora nos da fuerza a muches de nosotres. Esa señora es Nora Cortiñas, y es una de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo: un grupo de señoras que le hicieron frente a la dictadura.

Si alguien cree que con odio alcanza para hacer eso que cuenta norita, es porque nunca se jugó la vida. Las madres de plaza de mayo son un grupo de madres a las que les desaparecieron a sus hijes. Y lo que hicieron fue organizarse para, en plena dictadura, encontrar a sus hijes desaparecides. Eran un grupo absolutamente heterogéneo en términos de clase social, formación, o ideología, cuya característica fundamental era ser madres y nada más. Y lo que hicieron fue salir a reclamar, como pudieran, donde pudieran, sin mucha idea de qué hacer exactamemte, buscando apoyo y herramientas para encontrar a sus hijes. Fíjense sino cómo arrancaron.

[Norita contando los inicios].

Además de las madres, estaban las abuelas, que se ocuparon de hacer un montón de tareas vinculadas a relacionar contactos y compartir información. Hacían cosas como juntarse en bares a celebrar cumpleaños ficticios, o en parques a hacer picnics, para poder intercambiarse información y trabajar estrategias de acción sin que las secuestraran también a ellas.

Vivieron constantemente a la sombra de la muerte. Pero siguieron marchando. No sabían cuánto podían durar, ni quién las podría escuchar ni ayudar. Pero siguieron marchando. Hubo madres a las que las desaparecieron, y cuando eso pasó continuar se mostraba como una gigantezca locura. Pero siguieron marchando. Hasta que un día la sociedad empezó a prestar atención, y con eso otras sociedades empezaron también a prestar atención, y hasta que de repente las madres tenían visibilidad en todo el mundo, y todo eso incluso durante la dictadura.

Sobre la lucha de las madres y abuelas se puede hablar horas, así que permítanme ir al grano. Yo no viví la dictadura: yo viví y vivo sus consecuencias. Pero lo que pasa en mi país cada 24 de Marzo, a mí y a mi generación no nos lo cuenta nadie.

Todos los años comparto con millones de personas en todo el país una reunión donde recordamos un hecho horrible de nuestra historia, ciertamente uno de los peores de todos por lejos, pero que de una manera u otra se convierte en un acto de alegría sanadora. Porque incluso con la carga inmensa de horror que tiene el recordar la dictadura, el 24 de Marzo para nosotres que salimos a la calle a marchar es un compromiso también con nuestro futuro, que vamos construyendo de a poquito y en paz.

En todo aquello que conté como experiencias personales mías en una sociedad post-dictadura, la dictadura nunca era un tema, nunca explicaba nada. “Algo habrán hecho” decía cualquier hije de vecine frente a la mención de los desaparecidos, desestimando la cuestión como si fuera algo que le pasa a otra gente distinta a une, y yo francamente me encogía de hombros sin el menor interés por la cuestión. Eso cambió recién cuando finalmente tuve contacto con textos históricos de orden científico en la Universidad, en lugar de comentarios televisivos de algunas pocas palabras o titulares en diarios y revistas. Del mismo modo que luego de entrar en la Universidad, todos esos comentarios y titulares en medios dejaron de pasar desapercibidos y se convirtieron en insultos, amenazas, violencia verbal, mentiras. Aprendí que mi odio tenía mucho qué ver con defenderme de un mundo hostil mientras vivía desconectado de mi historia y de mi pueblo. Y del mismo modo se volvió cada día más evidente que aquel silencio, intolerancia, y hasta negación para con la política que viví durante mi juventud, tenía mucho qué ver con que mis generaciones anteriores hubieran vivido la dictadura.

Las marchas del 24 de Marzo comenzaron minúsculas y a la defensiva, entre radicales y peronistas que pedían a la sociedad se defendiera de nuevos golpes de estado. Pero fueron las Madres y Abuelas quienes las hicieron reivindicativas y propositivas. Las mismas madres y abuelas que combatieron a los militares, DURANTE la dictadura, y de manera pacífica. Y arrancaron siendo apenas un puñadito de señoras, sin ejércitos ni armas. Sus dudas eran muchas. Pero la indiferencia no era una opción frente a su pasión. Hoy juntan millones de personas, y son ejemplo en todo el planeta.

Mientras gente tanto pro como anti dictadura fantasean con la violencia correcta, la justa, la adecuada a la realidad, esas marchas del 24 de Marzo que llevamos adelante millones no son ninguna fantasía romántica, ninguna ficción, ni ninguna teoría sobre nada: es gente real, saliendo a la calle en un acto voluntario de reivindicar la paz y la democracia, al mismo tiempo que se encuentra con su historia y con su pueblo. Y cuando marchamos, nos une una consigna que nos marca el camino, con la que además le contestamos del mismo modo a la dictadura asesina, a la supuesta inevitabilidad de la violencia, y a la teoría de los dos demonios: memoria, verdad, y justicia.

Confío en que, con todo lo dicho, no sea necesario explicar la cantidad de alternativas que habría en el mundo de Eren si hubiera un poquito más de aquellos tres conceptos con los que salimos a marchar en el mundo real.

Conclusion

Finalmente, llegamos al cierre de este larguísimo video, para lo cuál vamos a dejar una reflexión final.

Las múltiples y notorias omisiones en el planteo de Attack on Titan hacen que cualquier lectura de inevitabilidad en el retumbar tenga mucho más qué ver con condiciones ideológicas y sentimentales de quien lee que con nada vinculado a la realidad. Mientras más se involucra la ciencia todo se muestra más y más evitable y lleno de alternativas, y mientras más comparamos contra la realidad nos damos cuenta fácilmente de cuánto está dejando de lado Attack on Titan.

Pero así y todo, si revisan por internet o hasta charlan con sus amigues, la gente que mira Attack on Titan frecuentemente queda con la idea de la inevitabilidad en la cabeza. Al caso vimos que eso tiene mucho de época, y los puntos de contacto entre lo que sucede en Attack on Titan y esas lecturas frecuentes sobre inevitabilidad están muy íntimamente relacionadas con la influencia del realismo capitalista, que Mark Fisher tan lúcidamente logró conceptualizar. Lo cuál hace todavía más complejas a las lecturas acerca de quién es libre de hacer qué, o por qué razones, cuando el sentido común tanto en la ficción como en la realidad es que no hay alternativa. Pero por la vía de Fisher pudimos ver que eso tiene mucho de imposición planificada y cuidada, casi como sucede con las omisiones en Attack on Titan.

Con todo eso considerado, yo no puedo decir que la violencia es siempre incorrecta, ni que siempre es evitable. Afirmar algo como eso sería traicionar a la verdad, porque lo cierto es que hay que estar en los zapatos de la gente, y hablar desde lejos es muy fácil; además de que francamente a mí la violencia me tienta muchas más veces de las que me gustaría aceptar. Pero sí puedo decir que la violencia no es ni por casualidad la única opción, que los resultados de sus alternativas son absolutamente innegables, y que esas alternativas no implican en absoluto resignar nuestras verdades o dejar de trabajar por justicia o por un futuro mejor. Yo no sé si matar con precisión arreglará algún día los problemas del mundo: lo que sé es que lo que en mi país hicieron las madres cura el desgarro y el duelo que dejó la dictadura. Y consideren por favor al caso que estamos hablando de un genocidio en serio, no de alguna ficción fatalista.

Y también sé que otros pueblos no tuvieron ni tienen la misma suerte que tuvo el mío. No tuvieron superheroínas como ellas, no encontraron esa alternativa, o bien no les fué como a las nuestras. Pero de a poco va sucediendo. Cada vez más pueblos tienen millones de personas uniéndose para rechazar las condiciones de injusticia y miseria a las que se ven sometides, y eligen hacerlo en paz. Cada vez más transformaciones sociales son pacíficas, y esas transformaciones son cada vez más estructurales. Aunque nada de eso quita que las fuerzas de la guerra y la violencia sigan siendo inconmensurablemente poderosas, ni que las injusticias sigan siendo en definitiva la norma. Y el realismo capitalista no se fué todavía a ningún lado.

De modo que te dejamos como reflexión, si se quiere, un llamado de atención, directo desde la canción de Attack on Titan: mirá que se viene el retumbar. Están pasando cosas en el mundo que son desafíos sin precedentes en la historia de la humanidad, y tanto mi generación como las que sigan lo van a tener que atravezar. Lo que pasa en Attack on Titan, y lo que decimos en este video, no son miradas nostálgicas a una historia remota, sino una alerta sobre las cuestiones futuras. Y por eso le dimos tanta seriedad a la cuestión, dedicándole un video tan excepcionalmente largo al tema, en lugar de hacer menciones cortitas y aisladas y hasta por qué no más divertidas. Las cosas que se vienen no van a ser divertidas: todo indica que van a ser trágicas, y muy difíciles de vivir. Así que, tené cuidado, porque el retumbar viene por vos. Y cuando lleguen esos momentos decisivos para tu generación, vas a tener que decidir qué hacer, lo quieras o no. Si ese día elegís dormir hasta que pase el temblor, sabé que es perfectamente entendible, y te invitamos a relativizar las voces que te critiquen por decidir eso: porque vos sos un ser humano, la vida no es fácil, y les demás a eso lo tienen que entender aunque se fastidien por no acordar con vos. Pero también tenés que saber que después del retumbar, ya no sé si va a quedar alguien que te despierte, o siquiera una vida que vayas a querer vivir en el mundo que eso deje. Por eso, el día que decidas, tené en cuenta que muches estamos haciendo lo que podemos, nos salga o no nos salga, para que el retumbar nunca suceda.

¡Un nuevo artículo en Nuclear!.

Se titula De Adam Smith a Facebook, y continúa los puntos que habían sido introducidos en el anterior: La insoportable levedad del bit.

En esta oportunidad retomamos desde la pregunta “por qué la izquierda no parece abrazar a la tecnología, que parece ser cosa siempre de derechas”, y para eso vamos a un poco de historia de ambas: de la tecnología (con foco en la informática), de la izquierda, y de nuestra derecha contemporánea.

https://nuclear.com.ar/2021/11/01/de-adam-smith-a-facebook/.

    Una reflexión cortita, como nota rápida para no dejarla pasar. Mi sesgo anti-economicista es explícito: tengo una postura muy fuerte contraria a las explicaciones de la sociedad desde la economía. Las economicistas me parecen posturas agotadas, y a esta altura francamente dañinas. De modo que no hay sorpresas en este texto por ese lado. Pero eso no quita que el debate en términos económicos no tenga lugar legítimo en la sociedad, y cabe también la pregunta por cuál es ese lugar.

    El ecosistema ideológico economicista contemporáneo se divide, a gran escala, básicamente en tres partes: corrientes marxistas, neoliberalismo, y keynesianismo. Sin dudas hay matices, pero tampoco creo que nadie vaya a negar esas tres corrientes de pensamiento como herramientas principales de reflexión acerca de la realidad económico-social. Y apenas me gustaría anotar tres problemas diferentes que tiene cada corriente, en especial a la hora de la integración: sea con otras corrientes económicas, sea con otras filosofías enteras.

Problemas, a vuelo de pájaro

    El mayor problema del marxismo es su enorme profundidad y cuota de verdad. En castellano: “el problema del marxismo es que tiene razón”. Y eso es un problema porque “tiene razón” sólo hasta cierto punto, más allá de lo cuál comienza a tener problemas muy serios.

    Es un problema análogo al de la física, cuando aparecieron relatividad y/o cuántica: la mecánica clásica “tiene razón”, excepto cuando ya no la tiene, y es tan profundo lo que eso dice sobre nuestra realidad que sencillamente cuesta entender de qué estamos hablando cuando expresamos nuestros teoremas clásicos. Son casos particulares de cosas mucho, mucho más complicadas (o simplemente diferentes) que aquello interpretado entre los siglos XVII a XIX; y no por eso dejan de ser casos suficientemente generales para explicar sistemas gigantezcos, y de hecho aquellos en particular con los que tenemos contacto en nuestra interacción cotidiana.

    Eso es el marxismo para buena parte de las explicaciones sociales contemporáneas: pero sin cuántica ni relatividad que le cuestione nada sobre la sociedad ni la humanidad. Cuando las cosas se le empiezan a escapar de las manos al marxismo en el debate por la comprensión de fenómenos sociales, los problemas se vuelven insoportablemente dificiles de discutir por la compleja carga teórica que el marxismo exige, dejando esas discusiones a círculos inaceptablemente pequeños de personas, y a esos círculos más bien aislados entre sí. Todo esto no es ninguna revelación: cualquiera que se fija puede ver cómo los sesudos debates marxistas pueden ser infinitos, mientras las izquierdas marxistas (con todos sus logros) rara vez logran otra cosa que fragmentación e iluminismo frente a la sociedad general.


    El principal problema del neoliberalismo es que está enquistado en las clases altas, e insiste en infectar al resto de las clases sociales (inclusive, e incluso especialmente, las clases bajas). El neoliberalismo es francamente poco serio en términos teóricos cuando se lo compara con el marxismo: ciertamente su poder no está en su carga teórica, que nunca debería de haber pasado de un experimento social más o menos controlado (probablemente la historia, con el paso de los siglos, lo termine leyendo así).

    La virulencia (en múltiples sentidos) del neoliberalismo no pasa simplemente porque “ellos tienen los medios” o problemas de ese tipo, que también son totalmente válidos y reales. Sucede que el neoliberalismo además explota aspectos humanos que otras ideologías más bien niegan: concretamente, el valor de la agencia. Entre toda esa porquería hedionda de darwinismo social y cinismo misántropo, el neoliberalismo también te dice “tus ideas valen”, “tu deseo vale”, “tu voluntad vale”. “Sos especial”.

    Esas cosas llevadas no tan al extremo derivan en lo que vemos hoy: pelotudes terraplanistas, anticuarentena, cuasi-punk, hablando como si fueran grandes defensoras y defensores cultos del racicinio y de grandes ideas políticas centrales para la humanidad como ser la libertad. Y digo “no tan al extremo” porque me parece que todavía no llegamos a ver el extremo de eso. Pero el punto es que el neoliberalismo te toca fibras sensibles de manera muy directa, y así no necesita dos o tres tomos de El Capital ni 40 tomos de obras completas de Lenin: le alcanza con repetir dos o tres estupideces mil veces. Lógicamente, de esa manera deriva también en un fenómeno inverso al marxismo en cuanto se trata de discutir la sociedad: ahora cualquier bolude dice cualquier boludez, y todo diálogo es un diálogo de sordos; el colmo absoluto de la fragmentación, que al neoliberalismo sólo pareciera quedarle como estrategia homogeneizadora el instalar un odio compartido tan difuso como sea posible.

    Cuidado: no por eso hay que ningunear la enorme maquinaria ideológica del neoliberalismo. Apenas me referí al aspecto teórico, donde brillan nombres como Popper o Hayek, pero después está lleno de repetidores más cercanos a la autoayuda como pueden serlo los chicago boys en general. Y aquí es donde me parece que está la punta del ovillo del problema: esta hegemonía intelectual economicista neoliberal es donde se crían les empresaries de nuestras sociedades contemporáneas. Cualquier marxista básico diría que les empresaries no son marxistas por intereses de clase, y en buena medida tendría razón: está claro que les empresaries resistirían buena parte de las ideas marxistas. Pero eso no es tanto problema como el hecho de que insistan en el neoliberalismo, cosa que no queda exactamente explicada en “interés de clase”: porque estamos hablando de millonarios, no de billonarios, y así esa gente cae en la misma trampa que las clases medias y bajas cuando abrazan ideas neoliberales. No es una cuestión de clase, es otra cosa, aunque la clase esté ahí metida.


    Y finalmente, el problema del keynesianismo es su urgencia. Los límites del marxismo no es cosa que se me haya ocurrido a mí aisladamente, sino que se vienen discutiendo desde hace como 80 años en todo el mundo. Y la respuesta keynesiana al auge del marxismo y la caida del liberalismo clásico son cosa de mitad del siglo XX: ya estamos bien entrado el XXI. El tema es que frente a las crisis actuales, insiste: “redistribución ya” parece ser la única estrategia pensable, mientras millones de personas viven pobreza, enfermedad, y hambre; no hay tiempo para pensar nada.

    Eso es un problema muy serio, porque el keynesiamismo está tan viciado como las otras dos corrientes: ya está probado, ya falló en diferentes aspectos, y ya es hora de que sea debidamente contrastado con la realidad histórica y las verdades de múltiples disciplinas. Lo mismo pido del marxismo, pero me parece más complicado que suceda, por sus cuestiones tecnócratas; y no pido lo mismo del neoliberalismo porque es sencillamente humo, no dura dos rounds en ningún debate con datos. El keynesianismo dá lugar a que las cosas se vayan deshilachando de a poco, para poder entenderlas, y arreglarlas o cambiarlas por otras. Pero ese trabajo es lento para los tiempos actuales, y a las cosas que se están viviendo no se les puede pedir tiempo: necesitamos acción.

    La “acción” de la que hablo no es una cuestión de shock económico: esa es la parte que se le escapa al pensamiento economicista. Une keynesiane elemental va a decir algo del estilo “impuesto a les riques, y redistribución urgente”. Pero esa redistribución va a financiar consumo, que estimula la producción, y eso se va a entender como motor de la economía. Pues bien, sucede que el consumo también está en su límite histórico más escandaloso desde que se tengan registros: me refiero al problema ambiental. Ya no es cosa de “las generaciones que siguen”, sino cosa de ahora. Y “el consumo” impacta directamente en ello. Es al menos tan urgente la cuestión climática como la pobreza, porque si no se frenan las tendencias actuales estamos hablando de muertes a niveles francamente bíblicos. A eso no se responde con “producción y consumo”. A eso se responde, de hecho, con una producción varios órdenes de magnitud más regulada (restringida), y a una cultura de consumo absolutamente diferente a la que conocemos: ya no “diferente” en términos reformistas, sino revolucionarios.

¿Qué hacer?

    Lo que hay que revisar no es si sos marxista, neoliberal, o keynesiane: hay que revisar hasta qué punto estos problemas son económicos. Algunos pensamientos vagos, también para dejarlos anotados.

    • Todas las corrientes ideológicas economicistas contemporáneas comparten algunos aspectos que a esta altura deberían ser discutidos con mucha más responsabilidad: como ser la centralidad del trabajo, del mérito, y del comercio, en la organización de la sociedad. Las definiciones de esas cosas además varían mucho, y divergen en antagonismos irreconciliables. Pero además hacen agua en incontables fenómenos humanos cotidianos, y sin embargo parecen pretender insistir en explicarlos en esos términos, no se entiende bien si con obstinación o desesperación. Eso tiene que terminarse.

    • Tenemos que concentrarnos en resolver problemas, no en explicarle a les demás cómo es que están equivocades. El keynesianismo en esto me parece mucho más amigable que los otros dos espacios: tanto para negociar, como para desarrollar herramientas de cohesión técnica y teórica que de lugar a algunos diálogos ya un poco más inter-generacionales e inter-gremiales. No creo que le vaya a ir muy bien en esto, pero definitivamente está mejor parado que los otros dos asnos de escuelas teóricas que se creen frecuentemente la verdad revelada.

    • No podemos seguir hablando de “crecimiento”. En criollo: “ya estamos grandes”. Tenemos que concentrarnos en ideas de horizontes de desarrollo para la humanidad en general, porque la vida en el siglo XXI se está mostrando como un cúmulo de angustias mortuorias y nefastas, y las únicas promesas que nos ofrecen las corrientes economicistas son el retorno de cosas que ya estaban siendo severamente cuestionadas décadas atrás. La escases de futuros felices para la humanidad es mucho más conservadurismo pesimista que falta de recursos. Y acá el marxismo brilla: desde sociedad sin clases hasta la exploración expacial o incluso la inmortalidad, el futurismo marxista humilla a los tibios planteos keynesianos de “vas a poder ir de viaje” o “vas a poder comprarte un auto”, al mismo tiempo que en buena medida protege a las sociedades del darwinismo social neoliberal en el “salvate vos”. Hay que volver a instalar los futuros posibles como horizontes de acción política, y esos futuros no pueden seguir siendo una rémora más del relato económico: es relato social, científico, filosófico, humanístico, animalístico, ambiental…

    • Es absolutamente fundamental que la sentimentalidad humana pase a contemplarse en toda su dimensión. Nuestras teorías del valor, rectoras de nuestros intercambios sociales, no pueden seguir estando forjadas en base a materialismos que no dan cuenta de nuestro comportamiento en su totalidad. No somos aparatos que solamente trabajamos. No somos agentes de producción. No somos consumidoras y consumidores. Somos mucho más que todas esas cosas, y todo lo que se escapa a eso también tiene que estar contemplado en nuestras teorías del valor. Somos amantes, somos amigues, somos solidaries, somos apasionades, somos conflictives, somos dañines, somos racionales, somos sabies, somos ignorantes… somos muchísimas cosas, que no se reducen a “trabajo”, “produción”, y “consumo”, salvo por groseras sobresimplificaciones. Muchos de esos fenómenos están más regidos por abundancias que por escaseses, otros tienen qué ver con los tiempos de los fenómenos más que por los eventos o sus calidades, otros tienen qué ver con las experiencias subjetivas más que con las organizaciones sociales generales… la economía no es, y nunca va a ser, ni suficiente ni siquiera generalmente adecuada para abarcar esos fenómenos en todas sus dimensiones. Y esto no es un romanticismo hippoide: el neoliberalismo explota esto, y así estamos. El neoliberalismo es mucho más emocional que racional, mucho más concentrado en la percepción y la sentimentalidad que en las condiciones materiales; es mucho más eficaz que el marxismo para llegar a la gente, e incluso que el keynesianismo. Esto debe ser contemplado con seriedad, porque sino las derechas van a seguir haciendo destrozos, mientras las izquierdas van a seguir haciendo pucherito porque “lOS iNteRESes De cLasE!!1!”.


    “Qué hacer”… hace poco leía para el doctorado unos textos de Anthony Giddens, donde el tipo básicamente hizo hace algunas décadas el mismo trabajo que me propongo hacer yo ahora: ahondar en la condición humana, para desde más bajo nivel armar otras teorías generales sociales que permitan más integrar disciplinas antes que ponerlas a competir. La primer pregunta es “qué es ser humane”, “cómo funciona el ser humane”. Y es una pregunta implícita que tiene toda teoría que habla sobre la gente, aunque no se hagan cargo y después se hagan les boludes cuando las papas queman.

    Y Giddens fue bastante lúcido en plantear algunos aspectos epistemológicos que yo venía sosteniendo hace muchos años como intuiciones. Uno de los problemas centrales, sino ÉL gran problema central de la teoría social, es la agencia. Estructuralistas y marxistas te van a hablar de determinismos cuasi-teleológicos, con lo cuál a la agencia medio que te la metés en el culo: elegís tu gusto de helado o de chicle, pero no elegís nada frente a las grandes tendencias “histórico-sociales-económicas”, o bien “estructurales”. Quienes reaccionan contra eso usualmente también se van al pasto haciendo de cuenta que elegir el gusto de helado es lo mismo que plantarse contra todo eso: la sobrevaloración de la agencia también lleva a cualquier cachivache, como es el caso manifesto del neoliberalismo. Y por supuesto que en la agencia, no cuesta mucho darse cuenta, está el problema del poder en política. Giddens llamó la atención sobre cómo no es ni una cosa ni la otra, y a la agencia hay que prestarle atención de otra manera; ahí en términos políticos pueden empezar a aparecer Foucault y compañía, pero también aparecen Freud y Lacan, aparecen les pragmatistas yanquis, aparecen lingüistas, sociólogues, biólogues, y muches otres más. El punto es que muy rápidamente la economía pierde centralidad cuando une se pone a analizar a la humanidad en detalle, y se convierte en una disciplina más del montón. Yo voy a realizar mis estudios humanos por otro lado, pero mi esperanza es básicamente hacer la misma clase de trabajo que hizo Giddens.

    Con todo eso, mi conclusión final es un llamado a realizar tareas que en realidad ya se están realizando, y desde hace rato. Tareas de “heterogeneización” (no sé si existe esa palabra) de las corrientes de pensamiento, y en especial de las de orden político. Tenemos que aprender a realizar ingenierías políticas adecuadas a los problemas actuales, para lo cuál necesitamos componentes de cualquier teoría que nos sirva: lo cuál va a ser contingente, y frecuentemente polémico para cualquier conservadurismo instalado. Hoy necesitamos mucho más horizontes aspiracionales y convincentes que teorías definitivas en conflicto. Y esos horizontes no pueden ser tampoco negadores: no podés seguir midiendo el bienestar de la sociedad con métricas como “cuántos autos se venden” en medio de un planeta donde las metrópolis son foco de infección de pandemias, hay círculos de pobreza alrededor de todas ellas, hay explotación descontrolada de la tierra, y el clima mientras tanto se va al recontra carajo; eso es una absoluta cegera, y quien no se aviva a esta altura merece no menos que un cachetazo.

La insoportable levedad del bit

| August 11th, 2021

Me publicaron un nuevo artículo en Nuclear.

El artículo se llama La insoportable levedad del bit, y pretende ser el primero de una serie donde reflexiono sobre algunos aspectos políticos tanto históricos como actuales sobre la informática. En este primer artículo, apenas planteo cómo las izquierdas parecen lejanas en la cotidaneidad informática, y por el contrario las derechas paracen haberse apropiado de varias razones detrás del quehacer computacional. Más adelante (en otro artículo) voy a contar cómo eso es una dinámica que viene de hace rato, cómo es que el neoliberalismo supo incrustarse ahí adentro desde el día cero, y otras cuestiones más vinculadas a qué se supone que haga la informática en la sociedad.

https://nuclear.com.ar/2021/08/10/la-insoportable-levedad-del-bit/.

    Ayer publiqué mi primer video. Todavía estoy aprendiendo detalles sobre cómo hacerlos, y todavía estoy también explorando el ecosistema de hosting de videos, razón por la cuál de momento sólo está en youtube. Pero acá lo pueden ver, y de paso también dejo el texto del video.


    Algunas semanas atrás, en casa nos pusimos al día con Attack on Titan, y sobre esa serie tenemos un montón de cosas para decir. Pero también pasó por esa fecha que Wisecrack publicó un video sobre Legend of Korra. Así que es una buena oportunidad para plantear algo que ambas series comparten. Pero para hacer eso, vamos a tener que comparar con otras cosas que hacen otros trabajos también populares. Así que pónganse cómodes, que arrancamos con este paseo por Legend of Korra, Attack on Titan, y la ideología: por supuesto, con spoilers por todos lados.

    Como decía, necesitamos empezar comparando con otros trabajos. Y la razón principal de esto es que Wisecrack publicó su video sobre Korra en la saga “what went wrong”, donde básicamente argumentan cosas que la serie hizo mal con respecto a su antecesora, “Last Airbender”. Y esto es algo que en muchas oportunidades me crucé, por internet y entre mis amigues. Así que, antes de responder, es necesario contexto.

    Hace algunas décadas atrás, les personajes de series animadas populares, y especialmente las series japonesas, parecían tener siempre algo en común: ser eternes adolescentes. Piensen por ejemplo en un Gokú, un Tsubasa, un Seiya, o cosas de esas. Y ni siquiera hace falta ir tan atrás qué digamos. Es injusto decir que todo el animé es así, porque todes podemos encontrar ejemplos de lo contrario. Y es injusto también echarle la culpa a Japón de esto, porque el resto del mundo tiene su cuota de lo mismo por todos lados. Pero estos personajes son, sin lugar a dudas, extremadamente populares, y trascienden al público infantil.

    Está todo bien con ser adolescente. El problema son eternes cuasi-niñes con solamente dos o tres variables en la cabeza. Y ojalá terminara ahí. También suelen tomar decisiones muy cuestionables sin consecuencia alguna, se la pasan demostrando habilidades inhumanas frecuentemente injustificadas, y tienen varios problemas más que en definitiva pueden hacer de lo que significa “heroismo” para nuestra cultura algo preocupante. Pero cada ejemplo tiene sus detalles, y vale la pena revisarlos.

    Casos como Dragon Ball o Saint Seiya tienen un universo entero estructurado para justificar cualquier exceso, siendo tan así que hasta los dioses multiversales se ponen a tirar patadas para medir qué universo es digno de existencia; una mitología francamente siniestra y demencial, que sólo puede ser tolerada por el final felíz asegurado, caso contrario sería pesadillezca.

    Ejemplos un poco menos ambiciosos como Captain Tsubasa pecan también de antihumanismos bastante serios. El heróico entrenamiento de Hyuga para mejorar su rendimiento y poder así salvar a su familia de la pobreza, o la vida de brutalidad y tragedia a la que se vió sometido Santana y de la que sólo logró sobrevivir a fuerza de fútbol (?), son de alguna manera planteados como inferiores, segundos, frente a la pasión de Tsubasa. Pasión que básicamente le permite articular sus músculos desgarrados y obtener energía de la nada, a pura fuerza de voluntad: porque sí, porque se le antoja jugar al fútbol, y eso es todo.

    “El balón es su amigo”, punto, no hay nada más qué contemplar. “Quiero jugar en Brasil”, punto. “Quiero ganar la copa”, punto. No hay complejidad, no hay contexto, no hay ninguna otra cosa más que voluntad. Si ignora las costumbres sociales de su entorno, al qué va a hacer si le llega a ir mal en el fútbol, o cualquier otra cuestión, nunca son variables a tener en cuenta. Gokú es idéntico: “quiero pelear”, “quiero ser más fuerte”. Y tal como sucede con Gokú, Tsubasa vive en un mundo donde todes parecen aprobar eso: les padres se encogen de hombros, el médico lo deja salir a la cancha con la pierna toda ensangrentada, les compañeres siguen confiando en él aunque a todas luces parece estar lunático, etc. Y bueno, Seiya lógicamente es más de lo mismo: “hay que proteger a Atena”. ¿Por qué? Porque sí. Gracias a eso, supera cualquier obstáculo, y obtiene siempre fuerzas de la nada, que inevitablemente conducen a un final felíz.

    Y aunque sean tan simplones que francamente caen en lo chistoso, así como los planteo yo, no deja de ser preocupante que semejante brutalidad de personajes puedan ser tan populares, tan masivamente aceptados, tan positivamente calificados; no deberían ser esos los héroes mitológicos de generaciones conviviendo con la conquista espacial, la clonación, o la energía nuclear. Y creo que eso dice mucho sobre algunas cosas que estamos viviendo.

    Podría prestarle atención a varias cosas que calificaría como “malas” en todo eso, pero de momento prefiero prestarle atención solamente a una: el tema de la edad. Todas esas historias arrancan con niñes, que después básicamente nunca crecen, o bien tienen una forma de crecimiento muy particular. De hecho, el crecimiento, cualquiera sea, parece más para personajes secundarios que principales.

    Y aquí es donde traigo a Korra a colación. No tengo nada malo para decir sobre la precuela, pero definitivamente consideré Legend of Korra como un trabajo mucho más virtuoso que el anterior, por diversas razones. Así pude ver que Korra dividió aguas en el “fandom” de Avatar, y es por lo tanto un trabajo polémico, llegando hasta el video de Wisecrack. Entonces, tanto el contenido de la serie, como esa polémica en el fandom, vienen bien para plantear algunas cosas.

    Pero el segundo ejemplo que involucro es Attack on Titan: una serie que todavía no terminó y ya da qué hablar. Si existe algo así como una tradición del animé con los modos del heroismo, esta serie rompe con eso de manera muy responsable en sintonía con los temas que plantea. Y es que, aunque en cada caso de diferente manera, uno de los temas centrales que ambas series comparten es el problema de la ideología. Y como si fuera poco, ambas coinciden en plantearla de una manera con la que no sólo coincido, sino que rara vez escucho a nadie mencionar por ningún lado por estos días: la ideología es un problema intergeneracional.

    Esto último está presente casi desde el primer momento en Korra, mientras que en Attack on Titan aparece planteado con fuerza recién en la cuarta temporada. Sin embargo, es tan potente el planteo sobre ideología en Attack on Titan, que sencillamente retuerce cualquier otro argumento persistente de temporadas anteriores, y resignifica todo alrededor de ese concepto tan espinoso para nuestras sociedades contemporáneas.

    Y es que en Attack on Titan queda desgarradoramente claro que les que vienen después de nosotres nos van a pedir explicaciones acerca de por qué el mundo es como es, y “yo soy una buena persona” o “yo tengo excusa” nunca van a ser una respuesta satisfactoria. La ideología se muestra como una cuestión mucho más vinculada al mundo que dejamos que al mundo en que vivimos. Y frente a eso, lo que nosotres queramos hacer con nuestras vidas toma una dimensión tan compleja que sencillamente nubla la mente, y angustia.

    Ideología actualmente tiene dos significados populares, mayormente aceptados. El primero es un término despectivo que viene al caso de plantear una relación equivocada e ilusoria con la realidad. Para esa acepción, “ideología” es una especie de anteojera subjetivista que distorsiona la realidad, a la que se accede básicamente siendo “más objetivo”; y para ser “más objetivo” hay una serie de mecanismos, tales como ir a la escuela para aprender cómo son las cosas en la realidad, o leer muchas fuentes de datos para realizar análisis objetivos. La otra acepción no es despectiva sino descriptiva, y básicamente es un cuasi-sinónimo de “cosmovisión”: el conjunto de creencias e intuiciones que determina las interpretaciones de las experiencias. Quienes articulan esa acepción de “ideología”, generalmente pretenden estudiar qué está sucediendo en tal o cuál situación social, antes que denunciar algún error intelectual de alguien.

    La ideología es un tema gigantezco, muy actual, y muy sofisticado, que de ninguna manera queda satisfecho con esa descripción breve que dí recién. Es imposible abarcarla por completo en pocas palabras. De modo que la estrategia de este canal para encararla va a ser ir reconstruyendo el concepto de a pedacitos, bit por bit, viendo cómo atraviesa muchas de las cosas que nos tocan vivir en nuestra cotidianeidad, esquivando así cualquier pretensión intelectualoide de querer dar una definición definitiva.

    En cualquier caso, sea en términos despectivos o descriptivos, la ideología tiene una particularidad en la que ambos bandos están de acuerdo: reduce brutalmente la complejidad de los conceptos. No importa si uno es de izquierda, de derecha, u otra cosa, la ideología opera necesariamente como filtro entre lo que es el mundo y lo que entendemos de él. Y en ese mecanismo, al mismo tiempo, estamos siempre sacando alguna conclusión necesariamente fragmentaria acerca de cómo es el universo. De esa manera, una parte importante que constituye al fenómeno ideológico son nuestras propias ideas sobre quienes somos y cuál es nuestro lugar en el mundo: cómo debemos comportarnos, cómo deberían ser las sociedades; qué es, en definitiva, ser humane. Se pretenda o no, siempre que la ideología se presenta como problema, esos son temas que la atraviesan.

    Pero la ideología tiene algún que otro parámetro constitutivo más, fundamentalmente en el aspecto histórico. Y no es casual que tanto Legend of Korra como Attack on Titan compartan el mismo momento histórico de desarrollo de las sociedades humanas: el punto cúlmine de la modernidad, que fuera el final del siglo XIX e inicios del XX.

    Brevemente, la modernidad es un momento histórico que arranca en el siglo XVII con la llamada Ilustración, y viene a ser algo así como “la era de la razón”: aparece la ciencia como la conocemos hoy en día, la religión empieza a perder centralidad en las sociedades, suceden la Revolución Francesa y la Revolución Industrial, y entre muchos otros etcéteras prolifera por el mundo un sentido común fundamentalmente antropocentrista; todo pasó a girar alrededor del ser humane.

    Y fue una era de mucho optimismo, fundamentalmente tecnológico: de repente cosas impensadas en tiempos anteriores eran posibles (como volar, por ejemplo), se curaban enfermedades antes incurables, se producía más que nunca, les riques no paraban de generar cada vez más riqueza, y la tecnología no paraba de hacer maravillas. Lo cuál, spoiler, finalmente no sólo terminó mal, sino de hecho casi de la peor manera pensable, que fue la segunda guerra mundial y la bomba atómica.

    Pero otro parámetro importantísimo que determinó la modernidad en la historia de la humanidad es la velocidad del tiempo: desde que empezó, la modernidad determinó que década tras década, año tras año, día tras día, los avances tecnológicos y científicos generaron que el tiempo vaya cada vez más rápido para todes. Hace 500 años atrás, hijes y abueles se dedicaban a las mismas cosas, hablaban de los mismos temas, tenían una vida y horizontes en común; hoy en día a una persona le cuesta encontrar temas de conversación con alguien 10 años mayor o menor. Y eso es algo que nunca se detuvo, llegando hasta nuestra actual desconexión generacional que vivimos en el presente, e incluso profunda desconexión con nuestro “yo” de años anteriores.

    La ciencia es el personaje principal en toda esta historia de la modernidad. Pero no es el único: también fue la historia del nacimiento y caida en desgracia de la ideología. Es así como tanto Korra como la gente de Attack on Titan, súbitamente y casi sin darse cuenta, se encuentra en conflictos ideológicos prácticamente irresolubles, donde todes dicen tener la razón definitiva, y hacen serios esfuerzos por no perderla. Es exactamente lo que pasó con las tres ideologías principales de la historia de la humanidad (y la cuarta tapada por la historia oficial), que se pusieron en juego durante las dos grandes guerras del siglo XX: el liberalismo, el socialismo, y el fascismo.

    Esas ideologías tienen diferentes nombres y diferentes características dependiendo a quién se le pregunte y, nuevamente, este video no es sobre eso. Lo importante para este video es que el siglo XX nos dejó una espeluznante enseñanza al respecto de las ideologías: todas fallan en la cuestión humana, todas deshumanizan por algún lado.

    Después del siglo XX, el cuentito de buenos contra malos está completamente oxidado, y en ese sentido me parece perfecto que Attack on Titan arranque haciendo una cuasi-defensa del fascismo: porque es la ideología que tiene peor prensa en nuestra actualidad, y sin embargo es muy fácil de entender cuando se vé a la humanidad frente a un enemigo externo.

    El fascismo es el fantasma que aterra tanto a liberales y socialistas por igual. Y déjenme aclararlo, para que nadie se confunda: es el fantasma que me aterra a mí también. Pero el punto es que si uno logra ponerse en los zapatos del monstruo, lo humaniza. Y mostrar los efectos de la historia, tanto en términos de los problemas del acceso o no a la información histórica, como en términos experienciales de las cosas que nos tocan vivir, te muestra que todes podemos ser cualquier cosa el día de mañana: inclusive el monstruo.

    El problema del fascismo es que no se resuelve yendo a la escuela a aprender las cosas correctas, ni haciendo esfuerzos por ser objetivo, sino humanizando a les enemigues: algo insoportablemente costoso para cualquier ideología, sin lo cuál las experiencias del siglo XX son más bien inevitables. Y esto queda espantosamente claro y es absolutamente central en la actualidad que estamos viviendo, donde fuerzas de extrema derecha están logrando acceder a la aceptación popular en casi todos los paises del mundo, llegando al punto impensable hace no mucho tiempo atrás de la toma del capitolio en los Estados Unidos: un principio de golpe de estado en la nación más poderosa del planeta.

    Mientras tanto, aunque de otra manera, Korra vive los mismos problemas. Korra se enfrenta a cuál es su rol en una sociedad moderna plena, siendo ella una entidad supuestamente importante para el mundo. Como bien plantea Wisecrack en su reciente video, buena parte de la trama de Legend of Korra gira alrededor del concepto de balance. Y si bien el cómo implementar un balance es en sí un problema, ni siquiera estaba claro para ella a qué se le podía decir “balance” en un mundo convulsionado y complejo como el que le tocó intervenir. Sus antecesores no enfrentaron al desarrollo tecnológico del industrialismo, el uso de la radio para distribuir información por todo el planeta, ni los complicados argumentos de orden político que legitiman los conflicos, las invasiones, y las matanzas: Aang vivió en una época de reyes y dinastías, no de imperialismos tecnocráticos y democráticos.

    No es en absoluto casual que entre sus rivales se encuentren figuras equiparables a Henry Ford. Pero les villanes de Korra claramente marcan el ritmo y eje de su desarrollo como personaje, y sucede que precisamente cada villane es un sofisticado representante de alguna tendencia ideológica; tanto es así que frecuentemente se les encuentra más planteades como “antagonistas” antes que “villanes”, porque no son necesariamente “malignes”.

    No creo que pueda hacerse una analogía lineal perfecta entre les cuatro antagonistas de Korra y las ideologías que conocemos en el mundo real, porque los detalles son muchos. Pero sí me parece claro que Amon está más cercano al socialismo, Unalaq al liberalismo, Zaheer al anarquismo, y Kuvira al fascismo. Y la cuestión por la que “no son tan malos” es que todes tienen plenamente justificadas sus acciones; desde la modernidad para acá, cuando eso sucede, coloquialmente se dice que “tienen razón”. Y es que la modernidad estableció que “tener razón” y “estar en lo correcto” sean básicamente sinónimos, cuando en realidad no lo son.

    Cada antagonista de Korra es en rigor un campeón de su ideología particular. Y a eso no se le gana simplemente tirando piñas y patadas. Wisecrack un poco critica que, irónicamente, eso es lo que termina sucediendo; y coincido en que tal vez The Legend of Korra un poco haya fracasado en su ambición de abarcar los intrincados detalles de ese momento histórico tan importante y complicado.

    Sin embargo, en defensa de ese trabajo, puedo decir que es un intento bastante digno, y mucho más un camino a seguir que otras historias más reconocidas como “completas” por la crítica en general (como puede serlo la precuela). Y esto toma dimensión, tal vez no tanto en el planteo de les antagonistas, sino más bien en las consecuencias que tuvieron en Korra. Precisamente, Korra no puede siquiera empezar a definir la idea de balance, sino hasta cruzarse con esta gente, y es a través de elles que aprende los detalles de un mundo muchísimo más difícil de aprender que el de Aang.

    Atack on Titan, decía antes, no introduce formalmente a la ideología sino hasta la cuarta temporada. Eso forma parte de la estrategia narrativa de la serie, que consiste en sucesivas revelaciones. Y la introducción de la ideología coincide con la introducción del mundo entero. Antes de ese momento, la serie entera sucede sólo dentro de las murallas de un reino aislado. Y cuando la historia pasa a mostrar un fragmento del resto del planeta, el relato pasa a operar en torno a dos personajes nuevos: Falko y Gabi, dos jovencites adolescentes.

    Pero estes jóvenes son de la generación posterior a la que tuvo centralidad en las temporadas previas. Y si bien ambos personajes comparten muchas cosas, tienen posiciones ideológicas muy diferentes. A su vez, esas posiciones ideológicas se encuentran en conflicto con las de sus antecesores, tanto a la hora de coincidir como de disidir. Y es que las coincidencias ideológicas, cuando suceden, no son precisamente un alivio, sino más bien una responsabilidad; cosa que la serie escenifica de manera descarnada y brutal cuando Gabi comienza a volverse más y más y más extrema en su justificación de una ideología absolutamente heredada.

    Son dos problemas distintos el hecho de que existan las ideologías, y el hecho de que se transmitan generacionalmente. El primero es un problema de orden epistemológico, que tiene qué ver con aquella definición de las “anteojeras” y la objetividad y todo eso. El segundo problema surge de la acepción “cosmovisión”, y de cómo la ideología en términos prácticos tiene más qué ver con culturas que con sujetos sueltos. Y no por nada tampoco un personaje importante para la trama de Attack on Titan literalmente se llama “Historia”.

    Sucede que la ideología surge formalmente en la modernidad con el desarrollo de las teorías marxistas de análisis económico, político, y cultural; y en esas teorías, la historia tiene un rol central. Las mismas personas que comenzaran a usar el término “ideología” como herramienta para entender al mundo, plantearon también las ideas de “alienación” y “motor de la historia” para entender a la gente y a todos esos cambios que estaban comenzando a ocurrir de manera cada vez más acelerada con el desarrollo de las fábricas y las ciudades.

    Los personajes de las primeras temporadas de Attack on Titan viven en una era del desarrollo de la humanidad muy similar a la que le tocó vivir a Aang; y tal y como sucedió con Korra, apenas una generación los separa de un mundo completamente diferente y mucho más complicado por el paso de una historia acelerada y las ideologías en juego. Y, también del mismo modo, determinadas ambas historias por los eventos cercanos al final de la modernidad, de repente les protagonistes ya no eran tan importantes ni centrales para la trama como el mundo mismo: y es que en el siglo XX, el personaje principal pasó a ser el mundo.

    Es con esas cosas en mente que a veces hasta me burlo de críticas a la calidad de los personajes supuestamente principales de Legend of Korra, o de críticas desde las supuestas reglas de los géneros narrativos, cuando en relidad me parece que los temas que se pretenden articular están muy correcta y respetuosamente articulados, tanto teniendo en cuenta a la audiencia hipotética como a las posibilidades reales de plantear algo tan sofisticado.

    Pero fundamentalmente valoro tan positivamente a Legend of Korra, y la encuentro tan ejemplar, cuando se evalúa la urgencia que tiene mostrar esta clase de problemas, y las consecuencias que tiene el no hacerlo. Por esto, aunque no tenga nada malo qué decir sobre la historia de Aang, no me parece mejor que la de Korra. Y, del mismo modo, Attack on Titan, cuyo target a todas luces se acerca a los animés de acción y heroismo de los que podemos encontrar toneladas, y que atraviesa algo tan delicado como el militarismo o hasta directamente el fascismo, me parece mucho más respetuosa por las urgencias del mundo real que por las exigencias del mundo editorial.

    La pregunta por si somos hojas en el viento de la historia, o actores con agencia y capacidad de decisión para cambiar algo, no se puede responder ni siquiera mirando hacia atrás, porque todes vemos algo diferente: sea en el mundo, sea en la historia. Y la revelación de la perspectiva del otre es siempre una crisis para nuestro sistema de creencias, que nos gusta pensar que construimos, pero al que en realidad nos sometemos. Cuando nuestras ideologías se muestran como lo fragmentarias y fantasiosas que en realidad son, quedamos siempre al borde del colapso psicológico: somos muy frágiles, muy sensibles a la historia y la experiencia social. Es así como nos volvemos conservadores y hasta fanáticos: escapándole a eso.

    Y tanto Korra como Attack on Titan comparten esta enseñanza, de la que difícilmente podamos decir que tenemos alguna más urgente en la actualidad. Después de Korra, une puede dudar sobre la bondad o maldad de les antagonistas cuando se trata de cuestiones ideológicas. Pero luego de Attack on Titan, queda absolutamente claro que solamente alguien que no vivió una pizca de lo complicado que puede ser el mundo (léase, niñes), o que tiene los ojos tapados por la razón que sea (léase, el intento desesperado por esconderse detrás de la propia ideología), puede decir que ya se sabe cómo se resuelve la vida en sociedad. Ambas series, a su manera, plantean posturas tan humanistas como anti-romanticistas.

    Y con esto podemos volver hacia el inicio de este video, contrastando con personajes como Gokú o Tsubasa. Pero antes, una pequeña mención crítica a ambas series que tomé como ejemplares.

    Tal vez el punto más débil del planteo de Korra haya sido el haber determinado, al final de sus historias, a les antagonistes como gente “rota”, “impura”, o hasta “corrupta”. Porque, como creo haber planteado, la ideología tiene necesariamente un aspecto epistemológico vinculado a eso de “tener razón” y cómo es la realidad. E históricamente la ideología se puso en juego a ver cuál era “la correcta”, ya sabemos todes con qué clase de resultados.

    El problema es que, en todo caso, casi unánimemente, cuando se lleva a cabo un juicio ideológico, “la corrupción” pasa a ser una de las conclusiones para justificar un “desvío” de lo correcto. Esa “corrupción” es frecuentemente y a todas luces utilizado por los peores actores de las sociedades para sobresimplificar y polarizar los juicios ideológicos, llevando hasta fenómenos insoportablemente actuales como los triunfos electorales de Donald Trump, Jair Bolsonaro, o Mauricio Macri. Y es que no hay camino más acelerado hacia el fascismo que “la corrupción”, que no significa ninguna otra cosa más que “lo contrario a la pureza”.

    Los racismos, los clasismos en el mal sentido, los edaismos, la xenofobia, los conflictos de género, y tantos otros pensables, son todos ejemplos de qué pasa con las sociedades cuando se pretende distinguir entre pures e impures (o bien “corruptes” y “no corruptes”, como está de moda ahora). Para el tema que maneja Korra, y el coraje con el que lo manejaron (tomando distancia de la fórmula ganadora de la precuela), me parece una torpeza en la ejecución dejar a “la corrupción” como explicación del antagonismo.

    Eso, y detalles un poco menos dañinos, como ser la continuidad de la obra de les antagonistas. ¿El movimiento igualitario de Amon desaparece de la noche a la mañana porque su creador se mostró “corrupto”? ¿Con Kuvira se terminan las facciones imperialistas? Cosas de esas no son coherentes con la complejidad del mundo que eligieron plantear, y se sienten.

    Y en el caso de Attack on Titan, que toma decisiones diferentes para plantear estos temas, le critico la ausencia del rol de la ciencia en su historia. Porque si bien tienen tecnología, que se percibe en el desarrollo de tecnología militar y civil, lo cierto es que no parecen mostrar ninguna forma del desarrollo abstracto y filosófico que constituye la ciencia, ni siquiera cuando se trata de hablar del resto del mundo. Y esto es otra marca importante de la modernidad, que en Attack on Titan se vé muy tapada bajo las consignas religiosas o incluso una especie de planteo disimulado de unidireccionalidad e inevitabilidad en la Historia (al estilo Marx).

    Y es que la ciencia comienza en el mismo fenómeno que mostraron en muchas oportunidades en el desarrollo de este relato, que es la pregunta. Me refiero a cosas como Irwin preguntándose si había gente más allá de las murallas, pero también a cosas como Eren odiando a los titanes y jurando destruirlos a todos, o a Errin soñando con libertad. Todas esas cosas llevan a preguntas que determinan la vida de quienes luego terminan buscando las respuestas. Y esa búsqueda es lo que da lugar a todas esas teorías, a veces tan lúcidas e inmediatamente reveladoras, otras veces tan extrañas y sofisticadas, sobre el universo, que constituye la ciencia. Porque Eren, en su afán por derrotar a los titanes, o incluso personajes como Zeque, pudieron preguntarse si no había manera de alterar la condición titán en la sangre: es decir, una cura. Y, de hecho, cuando Zeque se lo pregunta, llega a conclusiones bastante simplonas.

    Pero más allá de esos dos o tres personajes, esa clase de preguntas, entre muchísimas otras sobre las que este video NO trata, son estadísticamente inevitables cuando hablamos del planeta entero, y especialmente de uno en abierto conflicto, como fue el del siglo XX. Alguien siempre va a hacer las preguntas incisivas que hace falta hacer para resolver un problema, y eso es parte constitutiva de la ciencia. Attack on Titan falla, hasta el momento, en darle a eso un lugar adecuado, y sin ello la historia comienza a sentirse forzada hacia una conclusión que no tenía por qué ser inevitable, pecando aquí también de pretender articular un universo que justifique las acciones de les personajes.

    Y como nota final sobre esas series, una aclaración importante. Lo que celebramos de Korra o Attack on Titan no es que estén en lo correcto, sino que pongan en escena cosas que otros trabajos más bien esconden. Y claramente consideramos que es muy importante poner esas cosas en escena; más importante incluso que satisfacer los sesgos de las audiencias. Pero acá no consideramos que las ideologías sean todas iguales: son, de hecho, muy diferentes. Como objetos de estudio se prestan a comparaciones y nos permiten pensar cosas que comparten, pero en la vida diaria son experiencias más bien inconmensurables. Y en ese sentido tampoco estamos diciendo que una persona sea imbécil por abrazar o negar tal o cuál ideología: más bien estamos diciendo que lo hagan pero con responsabilidad. Precisamente, Attack on Titan y Legend of Korra, nos permiten dar ese mensaje.

    Pero bueno… comparemos todos esos problemas con Gokú queriendo pelear, o Tsubasa queriendo jugar al fútbol. El problema con esas historias “simples” es que, precisamente, sobresimplifican los personajes. El universo es simple, la sociedad es simple, las emociones son simples, y la vida es básicamente una cuestión casi exclusivamente de voluntad. Todo eso es algo muy peligrosamente parecido a los argumentos actuales que sobresimplifican a los serios problemas políticos y económicos que vivimos todes en cualquier país del planeta, dando lugar a polarizaciones y binarismos extremos. Y es fundamentalmente una lógica de niñes, no de gente que ya tuvo esas experiencias que revelan los límites de la propia ideología.

    No hay mucha distancia en el “querer es poder” de Tsubasa, al que plantea el neoliberalismo para salir de la pobreza; no hay tanta distancia entre el valorar la pureza del alma de Tsubasa o Gokú hasta lo emocionante, y el despreciar “la corrupción” como si fuera el gran problema de nuestras sociedades. Y, todo bien, no creo que Gokú ni Tsubasa cuenten historias fascistas: pero definitivamente necesitamos, generacionalmente hablando, otra clase de héroes a los cuales mirar con simpatía, si lo que pretendemos es resolver los problemas complejos de un mundo complejo.

    Estos “héroes” de cuando yo era niñe, allá por los ochentas y noventas, que veo re-editándose e insistiendo, y que veo consumir por gente de mi edad como algo digno de celebración, son representaciones de gente que no crece, que no cambia con el tiempo, que casi no tiene generaciones posteriores con las cuales dialogar a la hora de reflexionar sobre sus acciones. Usualmente tienen un maestro o maestra que les enseñó algo, y eventualmente los superan, y eso es parte del relato. Pero, ¿en algún momento se pregunta Tsubasa sobre sus posibles hijes? ¿En algún momento van a importar en algo Gohan o Goten para la historia de Dragon Ball, o va a seguir siempre girando alrededor de Gokú? ¿Dá igual entrenar para Gokú, o jugar al fútbol para Tsubasa, si hay o no hay guerra mundial? ¿Serían gente anti-cuarentena durante el COVID-19, porque querrían realizar sus pasiones con libertad?

    La verdad que es un poco tramposo preguntarse cosas como esas. Pero también es tramposo plantear gente que vive casi completamente fuera de la historia, con dos variables sobre las que articular toda su estructura de pensamiento, y decirle a eso “héroe”. Porque, convengamos, eso describe bastante también a la gente que se fanatiza con alguna consigna del momento que le tocó vivir, como pueden ser “los intereses de clase”, “la nación”, “la libertad”, o “combatir la corrupción”. Y me parece, sinceramente, que de esa gente ya tenemos más que suficiente.

    Y así terminamos nuestro primer video. Todavía estamos explorando detalles sobre cómo hacerlos, y tenemos un montón de dudas al respecto: el tono, la duración, los conceptos que articulamos, y muchos más. De modo que nos vendrían muy bien sus comentarios. Si quieren, pueden escribirnos acá, o pueden hacerlo a la casilla de email comentarios@filosofeels.com.ar. Como sea, gracias a todes por llegar hasta acá, y nos vemos en el próximo video.

    This article was kindly translated to english and published by Dr. Roy Schestowitz, here: introduction, part 1, part 2, part 3.

 

    Hace algunos días me encontré con un artículo que me llamó la atención por varios motivos: https://sysdfree.wordpress.com/2020/12/12/330/

    El artículo, originalmente de la gente de Sabotage Linux, y concentrándose en el software libre, nos muestra ejemplos de cómo a veces la idea de progreso se transforma en exactamente lo inverso. Y entre las conclusiones, les autores sospechan de las oscuras manos de “shareholders” detrás de tantas decisiones problemáticas. Es a la luz de este artículo, y de los comentarios que generó, que me gustaría articular algunas reflexiones propias.

    Adelanto mi línea de lectura: en una abrumadora mayoría de los casos de conflicto dentro de las comunidades de informática en general, las discusiones parecen tender hacia groseras simplificaciones de orden técnico. Y también pareciera que unánimemente se concluyen diagnósticos de problemas con la única idea de purezas degradadas: la constante sombra de la corrupción, o bien de gente que no entiende los principios rectores en tal o cual situación (y por eso se le llama “idiota”). Considero todo eso síntomas de una profunda inmadurez política gremial, que debemos aprender a considerar con seriedad de cara al rol actual de la informática en la sociedad.

    Pero como articular mis argumentos al respecto puede llegar a ser intrincado, muy largo para los estándares actuales de internet, y en diferentes momentos diverger de nociones simples hacia generalidades problemáticas, prefiero comenzar con un pequeño índice de ideas:

     1. Tecnocracia, y tecnocracias contemporáneas, en el ejemplo de la economía.
     2. La condición filosófica de la idea de progreso.
     3. Informática, sociedad, y Software Libre: algunas conclusiones.

 

1. “Es un problema técnico, estúpido”:

    La frase que sirve de título para este apartado, hoy es un meme legendario. Pero ya sea en su iteración meme, como en su versión original de inteligente concepto condensado para una campaña electoral, la frase viene al caso de instalar un sentido común inmediato que adrede reemplaza un debate con una conclusión.

    Odio esa frase. Considero a su éxito como meme un síntoma de buena parte de nuestros problemas contemporáneos mundiales. Eso, y el hecho de que sea tan popular la idea de que no se puede pensar más allá del capitalismo. Y es que la economía está en el corazón de nuestra era. Todo el siglo XX se organizó alrededor de la pelea acerca de cuál es el sistema económico definitivo de la humanidad. Y así nos fué.

    Esa frase, además, presenta al sombrío mal de la tecnocracia tras un manto de simpatía e inteligencia. Pero a esta altura es tan equivocado encontrar a eso gracioso (o peor, acertado) como lo sería el confundir al Ku Klux Klan como gente alegre en alguna festividad de fantasmas. Esa frase se usa para impartir violencia, someter pueblos, y apropiarse de un poder que le corresponde a otres. Vamos a repasar esto, continuando con el ejemplo de la economía, que hoy por hoy es uno de los referentes fundamentales de tecnocracia en todo el mundo.

    Creo que todes estaríamos de acuerdo en que necesitamos planes de producción y distribución estrictos en tiempos de escases, de modo tal que no se desperdicien recursos y no tengamos que padecer situaciones espeluznantes como hambrunas. ¿Verdad? E imagino que de hecho también estaríamos todes de acuerdo en que tales planes deberían ser una prioridad en la planificación de una sociedad. Frente a lo cuál, la economía ciertamente tiene cosas para decir, y bienvenida sea.

    Sin embargo, todas nuestras crisis modernas fueron de especulación y sobre-producción. Y no sólo eso, sino que en ningún momento se dejaron de padecer problemas de escases, aunque literalmente sobren cosas tales como alimentos, y literalmente haya tecnología que resuelve cualquier problema logístico. La novedad es que las escaseses modernas son sintéticas: fabricamos escases donde no la hay. Es interesante que en rigor hacemos eso para sostener el “sistema económico” que generó aquella sobreproducción en primer lugar. Pero, más allá de eso, sucede que al ser un problema de producción, entonces incluso por sentido común ha de ser un problema económico. Y así cualquiera rápidamente concluye algo como lo siguiente: “pues bien, entonces se han hecho malos planes económicos, o bien malas implementaciones de los mismos”. O incluso cosas como “entonces hay que cambiar el sistema económico”, y la discusión pasa a ser sobre cosas tales como capitalismo versus comunismo. De una manera u otra, así nuevamente la economía repone su infinita centralidad en la reflexión sobre la sociedad.

    Y sin embargo, una y otra y otra vez los planes económicos se ven sometidos a fallas sistemáticas catastróficas, al menos para amplios sectores de las sociedades mundiales. Y al caso cabe destacar tres cosas. La primera, es que un fragmento absolutamente marginal de esa población mundial en ningún momento dejó de beneficiarse económicamente por esos fracasos escandalosos e innegables de los “sistemas económicos”. En segundo lugar, se insiste con alcanzar hipotéticos estados de pureza (en la planificación, en la ejecución, en la honestidad de quienes participan del sistema, etc) que nunca se alcanzan, y sin embargo allí es donde frecuentemente radica la esperanza de un futuro mejor donde esas cosas ya no sucedan más. Y la tercera perspectiva a destacar, es que tanto en el capitalismo como en el comunismo (los dos “sistemas económicos” antagónicos del siglo XX) se vivieron las mismas escenas de fracaso: pequeños sectores de la sociedad privilegiados por un lado, con gigantezcos grupos de personas perjudicados a niveles escandalosos e inhumanos por el otro.

    Así sucede que, como pasa siempre con las ideas que se pretenden demasiado abarcativas, más temprano que tarde comienzan a hacer agua, y de repente el antes sentido común inmediato pasa a requerir importantes esfuerzos racionales y especialistas muy bien formados para sostenerla. Es el caso con la economía hoy en día: al mismo tiempo se nos pide que sea una cosa más o menos obvia, de sentido común, especialmente a la hora de votar; mientras que también se nos exige que no opinemos al respecto porque no somos especialistas. Y también al mismo tiempo sucede que entre especialistas se traten unos a otros de imbéciles e ignorantes cuando simplemente no coinciden sus especulaciones acerca de qué está sucediendo o qué hay que hacer. Por supuesto, sin importar quién hable ni qué diga, con argumentos economicistas siempre se dice “objetivo”, y siempre tiene al “progreso” como horizonte.

    Con todo esto, antes que seguir preguntándole a la economía qué hacer, más bien es necesario revisar sus credenciales.

    La trampa es que los “sistemas económicos” no son tal cosa sino órdenes culturales. Es absolutamente ridículo pensar hoy por hoy a la economía como una cosa aislada de condiciones geográficas, biológicas, históricas, políticas, físicas, accidentales, y muchas otras más. De hecho, prácticamente nadie habla hoy de economía cuando habla de economía: habla de política. Nadie dice hoy cosas como “comunismo”, “capitalismo”, “socialismo”, “libre mercado”, “intervencionismo”, etc, como si fueran meras condiciones técnicas de producción y transporte de bienes y servicios: se menciona a esos conceptos como banderas en un campo de batalla ideológico que insiste desde hace más de 150 años, y que el siglo XX llevó hasta la guerra.

    Y la razón de ello está en qué dicen ambos “sistemas económicos”, comunismo y capitalismo, acerca del ser humane. Sucede que, aunque digan cosas diferentes, la centralidad de la economía es una coincidencia entre ambos. De esa manera, nadie dice algo como “no sé, probemos unas décadas, y después evaluamos en detalle”. Ningún país ni estado parece ponerse de acuerdo en cosas como “esta región pruebe este sistema, esta otra región pruebe este otro, y vayamos comparando las experiencias”. Es más: esa idea suena ridícula, idealista en el mal sentido, o hasta extraterrestre, aún cuando el más elemental uso de la razón fácilmente permite considerarla como una obviedad. Y al mismo tiempo que sucede eso, parecemos estar obligades a pedirle permiso a la economía para opinar sobre mundos futuros posibles.

    Lo que sucede es que la economía es apenas un componente más en un sistema social muchísimo más complejo que los parámetros económicos. La fantasía de que “todo pasa por la economía”, o bien que “la economía es la madre de todos los problemas”, es simplemente eso: una fantasía. La economía no es más o menos importante que la física, la biología, o la sociología, per sé: depende de qué se esté hablando. Todas esas disciplinas son herramientas para resolver problemas. Pero de ninguna manera la economía tiene autoridad objetiva alguna por sobre los demás componentes del sistema. Por eso está en constante e interminable conflicto con básicamente cualquier acción que se pretenda realizar en una sociedad moderna: porque todo cuestiona a los puntos débiles de la economía, que una y otra y otra vez se mete donde no le corresponde, mientras que al mismo tiempo deja de atender cosas que debería estar atendiendo.

    Todo eso que acabo de mencionar acerca de la economía en la actualidad, en rigor es un mapa bastante general de lo que constituye una tecnocracia: un sesgo ideológico, manifestado en un área burocrática central de poder, en la que sólo participan aquelles quienes exhiban ciertas credenciales al caso, y a la que todes les demás se someten. La economía como centro del debate social, es ideología. La calificación técnica como condición del debate social, es ideología. La necesidad (en lugar de deseabilidad) de tecnicismos cultos para interpelar a la realidad, es ideología. Y la ideología es política. Eso hacen les economistes y empresaries en las sociedades contemporáneas: política, y ninguna otra cosa. Y es así como la economía no sólo no está resolviendo ningún problema real de ninguna sociedad, sino que además está generando un profundo desprestigio de la política al hacerse pasar por ella.

    Por si quien lee este texto todavía no se dió cuenta, las comunidades informáticas están llenas de estos sesgos tecnócratas. Invito a cualquiera a que vaya a leer los comentarios de cualquier discusión sobre cualquier tema que atraviese al IT en general.

    Por supuesto que podría poner aquí infinitos ejemplos, especialmente en las cuestiones más polémicas, que suelen generar décadas de flamewars y conflicto. Pero permítanme dejar apenas uno menor, corto, pequeño, que considero bastante ilustrativo de lo que estoy hablando. Se trata de un artículo del 2015 acerca de por qué alguien considera buena idea dejar de hablar mierda de php, y dejar de hablar mierda de los demás en general. Observen las respuestas en reddit, donde hasta se acusa a la gente de php de ser “anti-intelectualistas”, llamando a la objetividad como credencial: https://www.reddit.com/r/programming/comments/4z6vjv/contempt_culture/

    Todo nuestro gremio está funcionando así, desde hace tiempo. Y para sorpresa de nadie, durante la última década, nuestro gremio comenzó a caracterizarse por generar problemas donde no los había, afectar comunidades enteras con cambios forzados que les usuaries rara vez pidieron, generar escaseses sintéticas aplicando obsolescencia programada (como es el caso escandaloso de la deprecación compulsiva de i386), someterse vertiginosamente a intereses corporativos como si no tuviéramos historia al respecto, renegar de condicionamientos políticos pero al mismo tiempo ponerse títulos políticos como “democrático” o “abierto”, y tantas otras cosas nefastas más. Y todo esto siempre con las banderas de la objetividad y el progreso.

 

2. Acerca del progreso:

    Siguiendo el ejemplo de la economía, tanto en La Riqueza de las Naciones como en El Capital se encuentran ideas de progreso que marcan el camino de la humanidad: desarrollo de opulencia, sociedad sin clases, y todas las cosas buenas que ya sabemos. Y es que era el clima de aquella época: revolución política en Francia, y revolución tecnológica en Inglaterra. Claramente el mundo estaba cambiando. Y en el corazón de ese cambio estaban el antropocentrismo primero, y la ciencia luego. El Hombre le ganó a Dios, y de repente era dueño de su propio destino, que ya no estaba escrito en las santas escrituras ni controlado por les sabies; y al mismo tiempo, la ciencia era la herramienta para las verdades definitivas y la certeza absoluta. Y ese espíritu aventurero que mezclaba innovación con ingenuidad dio lugar al nacimiento de un nuevo aspecto ideológico en las sociedades del momento: el optimismo tecnológico.

    Con el paso de las décadas, los desarrollos científicos y tecnológicos dieron poco lugar al debate, y casi que el único límite para el ser humano era la imaginación. Y no es que no existieran voces críticas ni problemas nuevos: era que la tecnología introducía cambios tan radicales y espectaculares que difícilmente se podía debatir contra las virtudes de su uso adecuado. Por ejemplo, al ver la exclusión y miseria que generaba la propagación de la tecnología, Marx no condenó a la tecnología sino al cómo era utilizada en esa sociedad; y de hecho afirmó que el desarrollo tecnológico para ese entonces era no sólo deseable (ese sería, según él, el camino hacia una sociedad sin clases) sino incluso inevitable.

    Pero, aunque Marx fuera más explícito que otres, llegando al colmo de decir que la Historia sólo conducía en una dirección, lo cierto es que en aquel momento la tecnología (y su madre, la ciencia) ya habían escrito clandestinamente el nuevo destino de la humanidad: el progreso. La libertad de las santas escrituras le duró poco a la humanidad, que se inventó otras escrituras sagradas diferentes, con nueves sabies que las cuiden. Me estoy refiriendo al mismo momento histórico donde asomaba el positivismo como escuela filosófica científica, y donde comenzaban las carreras entre naciones para resolver viejos conflictos identitarios en el campo de batalla por la supremacía científica, tecnológica, y económica; ese mismo momento histórico donde generación tras generación el mundo comenzó a moverse más, y más, y más rápido, incrementando la escala de toda acción humana.

    El optimismo en eso duró hasta la primera guerra mundial: un conflicto tan escandalosamente devastador, que ni siquiera entraba en las pesadillas de la gente de por aquel entonces. Una generación entera quedó traumada por ese conflicto. De modo que, como dicta el más elemental uso de la razón, se llegó a la obvia conclusión de que al menos eso habría de servir como parte del proceso de aprendizaje del mundo, y seguramente no volvería a pasar; nuevamente, progreso, aunque esta vez el costo fuera francamente demasiado alto. Aunque ya todos estaban avisados, y el mundo entero comenzaba a sospechar de la supuesta bondad incuestionable del desarrollo científico y tecnológico: la carnicería inconmensurable que fue la primera guerra mundial hubiera sido imposible sin la intervención de la ciencia.

    Por supuesto, todes sabemos que luego vino una segunda guerra mundial, todavía peor que la anterior, y como si fuera poco terminó con el desarrollo de la bomba atómica: un dispositivo tecnológico, hijo de la ciencia más pura y avanzada, que por primera vez en la historia permitía fantasías verosímiles e inmediatas sobre la extinción del ser humano y de la vida en el planeta tierra en general. Y como si no fuera suficiente, también nos dejó 50 años de guerra fría, que sin mucha vergüenza podemos argumentar que tranquilamente no terminó nunca.

    Lo que dejé en esos párrafos anteriores no es otra cosa que una breve historia de la modernidad: un momento histórico de la humanidad. Y la idea de progreso es hija de la modernidad: nació con ella, y murió con ella.

    Tomen por favor nota de eso último: el progreso está muerto. Hoy nadie cuerdo y que haya leido algún libro alguna vez puede hablar de “progreso” sin titubear al menos un segundo. El progreso fue literalmente la bandera de los momentos más oscuros de nuestra historia, y generó heridas profundísimas que todavía no han sanado. Hoy hablar de “progreso” en abstracto, aislado de la sociedad en general, es sencillamente negacionista.

    Pero además, sucede que la historia de la modernidad y del progreso es también la de las tecnocracias cientificistas. De hecho, el término “tecnocracia” es un término moderno. El auge de la economía como pilar y mandato central de las sociedades modernas fue consecuencia del mismo sesgo ideológico que dió lugar a las otras cosas: el antropocentrismo del renacimiento, unido al optimismo tecnológico moderno. Con esos dos ingredientes, eventualmente fue elemental entender cualquier cosa que exista como un objeto de estudio científico esperando ser explotado por las fuerzas productivas humanas.

    ¿Y quienes más calificades que les científiques para organizar esta tarea? Está claro que, teniendo a su alcance conocimiento objetivo e incuestionable, les científiques saben mejor que nadie más qué hacer, siempre. Y si les científiques acaso hicieran algo incorrecto, sólo puede explicarse por desviaciones subjetivas de les mismes: como ser la ignorancia de tal o cual detalle, cuando no directamente oscuros y corruptos intereses personales.

    Así llegamos hasta aquel artículo, “when progress is backwards”, donde la gente de Sabotage Linux se pregunta si no será por “la corrupción” que las cosas no progresan y más bien van al revés.

    Sucede que la informática es una disciplina nacida en el siglo XX, y que en los últimos 40 o 50 años no deja de acelerar su “progreso tecnológico”, emulando de manera vertiginosa todos los pasos que el resto de las disciplinas supieron dar en los siglos anteriores: primero ingenua, luego optimista, y eventualmente positivista y tecnócrata. Y así hoy nos miramos incrédules, unes a otres, mientras discursos terraplanistas son cada día menos marginales, centenas de miles de personas en todo el mundo reniegan de las medidas sanitarias durante una pendemia en nombre de una libertad que parece tener prioridad por sobre cualquier otra cosa, lunátiques amenazan a la nación más poderosa del mundo con un golpe de estado amparades en conspiraciones demenciales, y no parece existir un sólo lugar en el mundo que no esté cada vez más polarizado y al borde del conflicto social. Desde nuestro gremio francamente me parece… corto de vista, si bien tal vez un paso en la dirección correcta, preguntarse en ese contexto por el progreso en gtk o python, mientras las telecomunicaciones son nuestros tanques de guerra desde hace décadas, e Internet es ahora nuestra propia bomba atómica.

    Tal vez es momento de que la informática también aprenda a cuestionar la idea de progreso en general.

 

3. Software libre y sociedad:

    Los dos problemas que mencioné anteriormente se dan por una toma de distancia equivocada con la sociedad. La tecnocracia es el abuso de una tal vez entendible especifidad, mientras que aquel progreso tan nefasto es sencillamente cerrar los ojos a las consecuencias sociales de lo que hacemos. Y frecuentemente siento esas distancias, incluso incrementándose, dentro de las comunidades de la informática. Además, ambas cosas suceden también de acuerdo a cuál es nuestra idea del límite de nuestras comunidades, y por lo tanto nuestra relación con otras. Todo esto es la razón de este texto. Me gustaría anotar algunas alertas que deberíamos tener como comunidad, y tenerlas en cuenta para explicar también nuestros problemas internos.

    Pero retomando la cuestión de la bomba atómica, una observación. ¿Saben en qué derivó ese asunto? La declaración universal de derechos humanos. Es muy interesante recordar y reflexionar acerca de ese evento de nuestra historia reciente, apenas hace 70 años atrás. Piensen un segundo en este concepto: la Unión Soviética, DURANTE STALIN, firmando un pacto que dice “todes tienen derecho a la propiedad”, al mismo tiempo que los Estados Unidos, DURANTE EL MACARTISMO, firma un pacto que dice “todes tienen derecho a comida, ropa, vivienda, salud, y servicios sociales”. ¿Entienden lo que tiene que haber sido el estado del mundo para que una cosa como esa fuera firmada por esos dos monstruos? En serio, tómense unos minutos para considerar la magnitud de lo que tiene que haber sucedido en el siglo XX para que esa escena haya sido posible.

    Hoy es absolutamente impensable un tratado así, aún cuando definitivamente se muestra urgente. Y eso es sintomático. Al mismo tiempo, hoy no es la física quien está en el ojo de la tormenta sino la informática: esa ciencia jóven que nació al calor, precisamente, de las dos grandes guerras. Hoy desde la biología hasta la astrofísica se entiende al mundo utilizando el concepto de “información”, mientras en los diarios de todo el mundo se puede leer sobre los conflictos entre GAFAM y los estados naciones por el poder de las empresas informáticas. Hoy nosotres, informátiques, somos responsables.

    Es injusto hacernos responsables como individuos de semejantes problemas. Claramente estas cuestiones son más grandes que cualquiera de nosotres. Pero no me parece pedir mucho tenerlas en cuenta a la hora de tomar decisiones, destacando además que esto es especialmente crítico frente al proyecto político del Software Libre. Y dentro de la informática eso se traduce en cambiar muchos comportamientos que actualmente parecen inmutables. Veamos algunos ejemplos.

    Una vez RMS llamó “ético” a systemd “porque es software libre”. Esto es un caso de ambas cosas: ser demasiado técnico, y desacoplarse absolutamente de las consecuencias del software. Mientras RMS se acota a un aspecto particular del problema, systemd fue y es un vector de absoluta discordia en las comunidades de software libre en particular, y del ecosistema GNU/Linux en general. Esto pudo haber sido una contingencia menor en el hecho de, simplemente, estar respondiendo un e-mail, y ser esa la manera que tiene de responder; todes sabemos que RMS no se toma las cosas tan a la ligera. Pero si vemos el faq de GNU al respecto de systemd (y estoy seguro de que hay unas cuantas preguntas frecuentes vinculadas a systemd y su relación con GNU y el software libre), lo único que encontramos es un breve comentario acerca de la convención de nombres: https://www.gnu.org/gnu/gnu-linux-faq.en.html#systemd

    No podemos dar la espalda a los conflictos sociales: ni los conflictos exclusivamente técnicos internos a la informática, ni los de nuestras comunidades de técnicos y usuarios, ni los de nuestras sociedades en general. Lo mismo que sucede con systemd ocurre con wayland, con ejemplos como el que dí de php contra otros lenguajes de programación, también ocurrió antes con debates a todas luces estériles como gnome vs kde, y ciertamente va a seguir ocurriendo. El disenso es bienvenido, pero hacer de cuenta que alguna objetividad escapa a las condiciones sociales y aisla a los argumentos de parámetros subjetivos ya debería ser una idea superada. Y tristemente no lo es.

    Del mismo modo, sin importar el conflicto, la conclusión parece ser que alguien “se vendió”: o la FSF se vendió cuando cancelaron a RMS, o RMS se vendió cuando no criticó a systemd, o RedHat compró al gobierno de Debian para que systemd sea estandarizado de facto, o Canonical se vendió a Microsoft, o tal o cuál corporación es responsable de infectar el proyecto en cuestión con su dinero, etc. Cuando no se espera pureza de principios, se espera pureza económica, o hasta pureza de alma. Y la objetividad ciertamente no ayuda a humanizar esos debates. A veces pareciera que se pretende que quienes trabajamos en informática ignoremos nuestras fuentes de trabajo, y si tal o cual entidad nos paga el sueldo entonces somos impuros (o sea, corruptos). O incluso es como si los argumentos hicieran de cuenta que quienes hacen software libre fueran una especie de mártires cuyo único compromiso en la vida es con… cualquiera sean las ideas que quien se queja en ese momento interpreta que deben ser las del software libre; y, por supuesto, que son inmunes a las condiciones económicas del mundo real. El punto debería ser que estamos perdiendo batallas políticas, no que la pureza sigue sin aparecer.

    Otro caso típico de inmadurez política: la cuestión de los códigos de conducta. Los movimientos políticos vinculados a los racismos, los feminismos, y los géneros, por dar algunos ejemplos que todos conozcamos, tienen mucho camino recorrido en términos de organización, derrotas, y triunfos. Son movimientos con varias generaciones encima, a diferencia de los informáticos que tenemos apenas una o dos. Y esos movimientos aprendieron a construir poder político real: elles tienen mártires de en serio, con vidas enteras dedicadas a sus causas. Y, coherentemente con su militancia humanista, intervienen en todos las esferas de praxis humana: tal y como hace la economía desde hace siglos sin que a nadie parezca importarle. Si tiene algo qué ver con seres humanes haciendo algo, entonces elles tienen algo para decir, porque discuten lo que significa ser humane. Y en informática les hemos recibido, y seguimos recibiéndoles frecuentemente, con hostilidad y desprecio: no leemos sus libros ni participamos de sus charlas, pero hacemos de cuenta que tenemos cosas profundas para decirles, o bien que debatimos cuando en realidad sólo les ninguneamos. Frecuentemente hablamos sobre la especificidad de lo que hacemos, pero cuando nos corresponde hacernos cargo de que no estamos formados ni en raza, ni en género, ni en feminismo, en lugar de eso les negamos autoridad y hasta intentamos llevar las discusiones hacia un sentido común que atrasa décadas. No nos gusta que desde otras áreas nos digan cómo comportarnos: nos creemos aislados de “toda esa boludez social”. Nunca decimos algo como “la verdad que no sé una mierda sobre género, ni racismo, ni feminismo”: pero eso no es un problema cuando se trata de responderles que cambiar palabras es una idiotez, o que moderar el lenguaje que usamos es censura. Demasiadas veces hacemos de cuenta que nuestra intolerancia está justificada en alguna objetividad que el otre ignora o corrompe, y en estas cuestiones queda evidenciado. Y en todo caso, nuevamente le damos la espalda a cuestiones que la sociedad impone. Lamentablemente, esto es especialmente notorio cuando aparace la palabra “libertad” por algún lado.

    Pero además, el velo de la supuesta objetividad nos hace fantasear que somos inmunes a la influencia ideológica, cuando estamos lejos de serlo. Demasiadas veces he visto debates en informática que hablan de pretendidas meritocracias, competencias virtuosas, o hasta directamente críticas a la idea de estado, las cuales coinciden todas con premisas neoliberales. Por supuesto jamás se hacen cargo de tales coincidencias en esas discusiones, ni reflexionan al respecto: ni siquiera cuando desde el feminismo o el anti-racismo se les llama la atención.

    Lo que logramos al pretender darle la espalda a la realidad, ya sea pretendiendo que sea más sencilla de lo que realmente es, o bien pretendiendo que cualquier cosa que no se adecúe a nuestros estándares sea considerada alien, es delegar el poder político de esos asuntos a otros actores. Y allí es donde las relaciones públicas corporativas se hacen un festín, aprovechando todos estos espacios que dejamos vacíos para ejercer elles poder político en nuestro nombre. Hoy claramente estamos siendo usados por corporaciones que hacen de la informática un lugar peor para usuarios y desarrolladores por igual, y además están haciendo un daño estremecedor a la sociedad en general, mientras hizan nuestras banderas con hipocresía y de esa manera nos avergüenzan.

    Y es doblemente trágico cuando todo esto afecta al Software Libre en particular, porque es un espacio desde donde tenemos mucho para ofrecer a la sociedad. Así como las militancias del racismo o el feminismo se meten en el mundo del software, nuestras reflexiones sobre la naturaleza del intercambio, del conocimiento, de las prácticas comunitarias, y de la colaboración, tienen profundas consecuencias una vez propagadas en la sociedad, y trascienden por lejos al software. Tenemos la capacidad de, como elles hacen, confluir en movimientos heterogéneos y masivos de poder político, para así establecer agendas de cambio social. Mientras tanto, GNU/Linux ganó la guerra de los servidores pero nunca en los escritorios, GNU no tiene injerencia en móviles, Linux es cada día más corporativo, systemd cada vez está más cerca de reemplazar a GNU por completo, las corporaciones tienen cooptados a les usuaries, y nosotres como comunidad hacemos esfuerzos por seguir discutiendo quién es un idiota.

    Quienes trabajamos en informática no deberíamos pretendernos aislados del resto de la sociedad. Pero quienes además llevamos adelante iniciativas políticas, como lo somos quienes formamos parte del movimiento Software Libre, tenemos la obligación de reflexionar sobre estas cuestiones y hacer nuestro mejor esfuerzo para encararlas con inteligencia y responsabilidad. Pero lo más importante de todos: hacemos ideología, y tenemos que aprender a abrazar esa idea de una vez por todas. Les propongo entonces que hagamos ideología con honestidad intelectual y sensibilidad, ya que nuestra militancia hoy tiene mucha más necesidad de empatía que de objetividad.

 

    Este texto lo escribí para la materia Historia de la Ciencia, del Doctorado de Epistemología e Historia de la Ciencia de la UNTREF, a finales del 2020. Versión PDF, aquí.


    Episteme y tecné, fundamentos elementales e históricos de lo que hoy llamamos ciencia y tecnología, son dos conceptos de límites difusos y profundamente debatidos. Y por supuesto que los anacronismos no van a ayudar a definiciones más precisas, pero eso no quita que si rastreamos la moderna y vigente distinción entre ingenieres y científiques, dos roles que se encarnan alrededor de la idea de conocimiento y dos labores críticas en la construcción de las sociedades contemporáneas, se llega sin muchas dificultades hasta los orígenes mismos de ambos conceptos en la antigua Grecia. Lo cuál constituye una extraña constante en la historia de la ciencia: si une presta atención, en realidad no se entiende del todo sobre qué está fundada.

    Algunas partes de episteme y tecné son más fáciles de distinguir que otras. Al caso, cualquier diccionario o enciclopedia nos va a saber explicar cómo episteme refiere a cierto modo del conocimiento vinculado a generalidades y causas últimas, lo cuál vendrían a ser nuestras modernas leyes científicas, y que en la antigüedad estaba más ligado a un conocimiento elevado o hasta un componente de la sabiduría; mientras que tecné refiere a saberes más acotados y vinculados a quehaceres concretos, como el conocimiento vinculado a las profesiones y las artes. Y hasta ahí, no parece haber problemas demasiado grandes.

    Pero también es cierto que tan frecuentemente coinciden aspectos de ambas que cabe la pregunta de si no son más parecidas que distantes. Y esto no es ninguna idea novedosa. Se puede apreciar, por ejemplo, en la enciclopedia de filosofía de la universidad de Stanford, en su artículo referido a la historia de ambos conceptos, que los mismos no están tajantemente separados sino hasta Aristóteles, y que incluso el Sócrates de Jenofonte casi hasta activamente despreciaba una categorización como esa; episteme y tecné estaban todo el tiempo mezcladas, incluso en la antigua Grecia. Pero así y todo, pareciera haber hasta hoy reglas que rigen el trabajo epistemológico y el tecnológico por separado, llegando al punto que hacemos epistemología les filósofes, y tecnología básicamente todes les demás.

    Los problemas arrancan fundamentalmente a la hora de pretender lidiar con la tecné; o, para ser más precisos, con qué no lo es. Al caso, Eric Schatzberg, en su obra “Technology, Critical History of a Concept”, se pregunta un poco cómo puede ser que un concepto tan heterogéneo en sus características formales no sea más frecuentemente problemático para quienes lo articulan en sus reflexiones. “Tecnología”, para Schatzberg, es un concepto “marginal” en la reflexión teórica en general, en el sentido de que mucho más frecuentemente que analizarlo se lo dá por entendido. Y plantea un argumento (que, a su vez, tomó de Serafina Cuomo) para comprender el fenómeno:

    (…) The marginal status of technology as a concept isn’t the result of historical accident. Instead, this marginality is rooted in a fundamental problem. In the division of labor that accompanied the rise of human civilization, people who specialized in the use of words, namely scholars, grew distant from people who specialized in the transformation of the material world, that is, technicians. Our present-day concept of technology is the product of such tensions between technicians and scholars. Since the time of the ancient Greeks, technicians have fit uneasily into social hierarchies, especially aristocratic hierarchies based on birth. (…)

    O sea, algo que hoy por hoy nadie negaría: un problema político. El término “tecnología” en Schatzberg, más tarde aclara, en realidad es un fenómeno de finales del siglo XX, y toda la historia de occidente antes de eso más bien se refería a la idea de “arte”; término que comenzó a restringirse en “lo artístico” al mismo tiempo que “tecnología” crecía, pero que en principio refería a “los quehaceres” y “lo material”: tecné, básicamente. Pero la distinción también era política en su contraste con “la ciencia”, independientemente de qué forma particular de tecné estuviéramos hablando, o del momento histórico.

    Esto ya quedaba claro en el contraste entre Sócrates y Aristóteles, cuando el primero, según Jenofonte, desconfiaba de la idea de ponerse a estudiar el cosmos, y decía que estudiar geometría estaba muy bien siempre y cuando llegara hasta el conocimiento de medir la parcela de tierra que uno pretendiera comprar; mientras que Aristóteles pretendía separar “los razonamientos acerca de lo que no puede ser de otra manera”, y a distinguir niveles de virtudes más elevadas que otras, cuando pretendía separar la paja del trigo entre quienes debían o no gobernar.

    Pero antes que concentrarme en cualquier idea aristotélica o socrática, la mención a lo político la quiero utilizar para explorar algunos aspectos más de esta “competencia” entre tecné y episteme por la calidad, utilidad, y nivel, del conocimiento. Porque “lo político” (otra categoría sobre la que podríamos hablar años sin ponernos de acuerdo en su alcance, especialmente en sus contactos con “lo cultural”) no se reduce a lo que dijera tal o cual pensador en algún lugar alguna vez, sino que a mi juicio la relación es más bien al revés: esas ideas se sostienen porque tienen lugar entre una sociedad que las hace sobrevivir al paso del tiempo y que les da centralidad. Una persona, por incisivas que puedan ser sus reflexiones, difícilmente pueda decir cosas sobre el universo que duren más allá de los pocos minutos que toma el enunciarlas si no cumple con una serie de normas determinadas por la sociedad de ese momento histórico. En la propia historia de la ciencia podemos encontrar muchos ejemplos de cánones milenarios erróneos, al mismo tiempo que periferias de muchísima menor trascendencia historica aunque de conclusiones acertadas: es el caso de Aristóteles mismo, frente al modelo geocéntrico de Aristarco.

    Sostengo entonces que las condiciones de una verdad relevante están en la cultura misma sobre la que se pretende tener relevancia. Y uno de los aspectos tal vez más lejanos para nosotres con otros momentos históricos es el rol del relato mítico encarnado en lo religioso como rector de una sociedad. Los dioses griegos, básicamente, con todas sus aventuras y desventuras, constituían mucho más conocimiento de los fundamentos detrás de cómo funciona el universo que cualquier idea de Aristóteles, o Platón, o Sócrates, o quien fuera; en todo caso estos últimos debían fundamentar sus hipótesis en lo divino, y allí es donde cualquier cosa que dijeran podía conseguir o no aceptación social general. Y sucede que la tecné tiene un curioso lugar en el panteón del Olimpo.

    El canon mitológico puede ser caótico y permitir muchas interpretaciones. Pero en todo caso, la representación de la tecné en ese relato fundacional de nuestro universo brilla más por sus defectos que por sus virtudes. Hefesto, el dios griego de la tecné, pareciera ser el único que no estaba físicamente idealizado; léase, era feo. Ciertamente, toda una anomalía frente a la gloriosa belleza general de sus colegas. Pero esa anomalía va mucho más allá que simple “fealdad”.

    Hefesto era aparentemente un dios de bien (al menos para los estándares de esos dioses), apasionado por su trabajo, generoso, que no parecía tener tanto interés en hacer travesuras como sí demostraban muchos otros dioses, que parecía tener muchos más problemas con otros dioses que con nosotres mortales, y que incluso cumple roles muy importantes en nuestra historia. Por ejemplo, el fuego que Prometeo robara de Olimpo para más tarde compartir con los hombres, era precisamente el fuego del taller de Hefesto. Y Zeus mismo, con malas intenciones, y probablemente también de malas maneras, ordenó a Hefesto la creación de la primer mujer humana: Pandora. Y además de nuestra historia de origen, Hefesto participó constantemente en las historias de tanto dioses como héroes por igual, mediante el uso de sus habilidades: forjando items mágicos y artefactos de diversa importancia.

    Pero Hefesto era curiosamente feo, independientemente de sus virtudes o trascendencia. Concretamente, tenía una cojera, que depende quién lo cuente tenía diferente alcance (llegando hasta el enanismo) y diferente origen. Pero es una particularidad que ha llamado la atención de más de un estudioso. Por ejemplo, existen trabajos que vinculan esa cojera a un simbolismo relacionado a enfermedades frecuentes entre quienes trabajaban el metal por aquel entonces, e incluso debates entre quienes lo consideran una representación de enfermedades congénitas (ejemplo #1, ejemplo #2).

    Y su fealdad le traia problemas a Hefesto; no era algo simplemente pintoresco o menor, sino un rasgo central de su historia, especialmente en lo que respecta a sus relaciones amorosas y sexuales. Por ejemplo, Zeus le arregló un matrimonio con Afrodita, quien luego no le fue fiel, lo cuál llevó a que más tarde Hefesto terminara armando toda una escena cuando la encontró “in-fraganti” con Ares. También hay un relato muy importante en la historia de Hefesto vinculado a Atena, donde básicamente esta última lo rechaza categóricamente, en un contexto que dependiendo la línea canónica podía ir desde un maltrato de Atena hasta un intento de violación por parte de Hefesto. Incluso una de sus historias de origen plantea que su madre lo tiró del Olimpo cuando nació, por ser “feo”. Pero el detalle de las muchas historias de este dios de la tecné excede por mucho el objeto de este texto; me interesa concentrarme en el detalle de que la fealdad le traia problemas notorios, y eso no era un tema recurrente entre los dioses sino una cosa que más bien le pasaba a él sólo.

    De una manera u otra, todo indica que en líneas generales era un dios querido por la población en general, y muy relevante en la cultura ateniense. Los himnos de Hefesto que nos llegaron hasta nuestros tiempos básicamente agradecían las cosas que el dios había enseñado a los hombres. Y es que ese fue uno de sus roles centrales: divulgar el conocimiento de “las artes” (en sentido amplio). Sin embargo, Hefesto nunca dejó de ser una figura menor en relación con Atena, quien también se encargó de divulgar conocimiento, pero que curiosamente este otro conocimiento tenía un estatus superior. Precisamente, a Atena se la relaciona más bien con la sabiduría que con las artes.

    Teniendo todo eso en cuenta, es interesante considerar que las historias de Hefesto parecen vincular con frecuencia y claridad las dos figuras menores de la sociedad griega: las mujeres, y los esclavos. Hefesto era un dios mucho más sometido que libre, que frecuentemente realizaba sus tareas manuales de la misma manera que cualquier esclavo en cualquier polis (bajo órdenes), y que dependía también frecuentemente de sus habilidades prácticas para salvar situaciones generadas por su condición física y social. Pero nótese incluso la problemática relación entre esta representación de la tecné y las mujeres: todos los dioses griegos parecen mostrar un historial sexual nutrido en violencias contra las mujeres y abusos de poder de todo tipo, pero aparentemente las únicas historias donde las mujeres tienen poder para rechazar o siquiera evitar el deseo sexual de un dios son las de Hefesto. Y esto pareciera estar justificado unánimemente en su “fealdad”, pero sin embargo Hefesto demostró en múltiples oportunidades disponer de la pericia técnica para someter a cualquiera si lo deseara, e incluso demostró también pericia diplomática para convencer hasta a Zeus. ¿A qué viene la “fealdad” entonces?

    Sostener cualquier tesis al respecto de estos comentarios con un mínimo de rigor requeriría mucho más trabajo que aquel puñado de párrafos, y ciertamente es algo que le queda muy grande a este texto: porque no sólo se requiere un análisis pormenorizado de los mitos en diferentes momentos históricos, sino que incluso la “cultura griega” en realidad no era tal cosa y estamos hablando de muchas culturas organizadas de muchas maneras tanto en el tiempo como en el espacio. Pero igualmente parece pensable interpretar la existencia de cierto sesgo con respecto a la tecné instalado ya directamente desde el mito fundacional, anterior a Aristóteles: como si la tecné fuera conocimiento de segunda, una cosa de gente a la que le faltan otras virtudes.

    Y sin embargo, esta “cultura griega” que supo comenzar a distinguir entre tecné y episteme de manera aparentemente tan sesgada, terminó construyendo maravillas tecnológicas como el mecanismo de Anticitera. Recordemos, estamos hablando de lo que se considera la primer computadora analógica de la historia de la humanidad, utilizada para predecir fenómenos astronómicos con admirable precisión incluso para nuestros estándares. Y si uno se pone a curiosear los pormenores detrás de construir un dispositivo como ese, tiene por lo menos tanta episteme como tecné. De nada hubieran servido las grandes investigaciones y teorías de prestigiosos astrónomos para construir un dispositivo como ese sin el conocimiento técnico de materiales ni la pericia para manejarlos con la precisión requerida; de nada sirve para esta tarea un maestro artesano que pretendiera no tener contacto alguno con las matemáticas de los engranajes diferenciales ni los complejos problemas a resolver para calcular la información deseada. Toda esta tarea, a su vez, escaso uso tendría si el dispositivo no fuera posible de ser utilizado por un tercero, alguien incalificado para la construcción o configuración de semejante aparato, pero que de una manera u otra requiere utilizarlo; tal y como cualquier computadora moderna, que uno no se pone a construir ni necesita entender mucho qué digamos, sino que uno simplemente utiliza. Y esto último implica otro nivel agregado de tanto tecné como episteme, que conocemos hoy en los ámbitos academicos y técnicos bajo conceptos como “ergonomía” o “interfaz de usuario”, y no pasa tanto por entender ni los planetas ni los engranajes. No se trataba, en definitiva, ni una tarea de algún genio, ni la intervención de ninguna musa, sino que dispositivos como ese son el fruto de un trabajo colectivo y organizado entre diversas formas coordinadas de conocimientos y disciplinas, muy probablemente incluso durante generaciones; y donde además se agregan les usuaries de dichos desarrollos, con otras necesidades epistémicas y técnicas, construyendo de esa manera un entramado social de conocimientos complejo en muchos niveles. Llegar a semejante desarrollo es difícil de imaginar con la idea de “tecné como conocimiento de segunda”: para esta gente, la tecné era claramente muy importante.

    Si revisamos un poco la cronología hipotética de hechos alrededor del mecanismo de Anticitera, lo primero que encontramos es que se especula date del período Helenístico del desarrollo científico griego; es decir, los tiempos posteriores a Alejandro Magno, que arrancan por el siglo III AC. Para ese entonces Aristóteles ya podría ser una autoridad, pero también fue un momento histórico de mucha influencia intercultural con Persia, Egipto, y partes de Asia, así como también de pérdida de relevancia de Grecia propiamente dicha: Atenas, Sparta, y el resto de las ciudades estado que constituían “Grecia” ya no era las capitales ni culturales, ni científicas, ni militares, que pudieron haber sido en siglos anteriores, y esos roles se desplazaron hacia ciudades como Antioquía o Alejandría. Esta última, famosa a su vez entre otras cosas por haber sido sede de dos grandes maravillas de la antigüedad: el faro, y la biblioteca. Y podríamos dedicar amplios párrafos a comparar ciudades y buscar datos, pero apresurando nuevamente una tesis que no será posible sostener con adecuado rigor diría que el mecanismo de Anticitera se explica mejor por las diferentes políticas de financiamiento científico y tecnológico de Alejandro Magno en adelante, mucho antes que por la sabiduría, órdenes sociales, o la aparición de grandes genios; es decir, nuevamente, política antes que naturaleza del conocimiento.

    Pero la figura de Alejandro Magno abre también la puerta para otra arista frecuentemente mencionada cuando uno repasa la historia del desarrollo científico, que es el ámbito militar, dominios de Atena y de Ares. Muches de nosotres modernes nos formamos en un sentido común que relaciona el financiamiento militar con el desarrollo científico, dada la experiencia de las dos grandes guerras, y la posterior guerra fría. Sin embargo, parece ser aceptado que el financiamiento formal a la ciencia para la guerra es algo más bien novedoso del siglo XX, y que los hitos de tal relación en la antigüedad son esporádicos cuanto mucho. Por ejemplo, Barton Hacker, en su trabajo “Greek Catapults and Catapult Technology”, escribe lo siguiente:

    (…) Why, for example, were catapults so successful, so widely adopted? What role, if any, did Greek science play in the development of catapults? What were the consequences of a highly developed catapult technology? (…) The earliest catapults were the product of relatively straightforward attempts to increase the range and penetrating power of missiles by strengthening the bow which propelled them. Since such a reinforced bow could not be spanned in the ordinary way, mechanical ingenuity supplemented human muscle. (…) Thus the archer could use not only his arm muscles but his more powerful back muscles as well. (…) What did catapults contribute to the highly efficient siege craft of Alexander and his successors? Clearly catapults were not powerful enough to batter down the walls of a well-fortified town. But they could, and did, provide the covering fire that enabled attackers to approach the walls, where other techniques could be brought into play in order to breach or surmount them. (…)

    Las innovaciones tecnológicas eran frecuentemente pequeñas modificaciones vinculadas a la optimización de algún mecanismo, usualmente realizado por técnicos. O hasta directamente provenían de origen civil, desde donde se desarrollaban soluciones a problemas primero, y luego se buscaba financiamiento. Precisamente, lo que sí era frecuente en la guerra era el financiamiento tecnológico, no el científico. Pero además, tales “innovaciones tecnológicas” eran apenas un complemento del desarrollo tradicional de las prácticas de guerra, donde se observaban como “innovaciones” o “tecnología” a las estrategias, los diversos órdenes de acción militar, o hasta el origen de los soldados e incluso del oro para financiar la campaña: todas técnicas mucho antes que “leyes”. La pericia marcial, dicho sea de paso, era una forma de técnica antes que una sabiduría. Les generales debían ser sabios, sin duda; pero de la misma manera, una guerra sin tecné resulta inimaginable, y más bien pareciera que la episteme fuera la secundaria en este campo de la praxis humana con tantos problemas prácticos qué resolver.

    Es irónico que tanto Ares (avatar de la violencia en la guerra) como Atena (de la sabiduría en la acción militar, entre otras cosas) hayan tenido tan peculiares problemas con Hefesto, cuando todo indica que más bien deberían ser buenos amigos. Lamentablemente llegamos tarde a esta conclusión como para salvar el vapuleado prestigio del pobre Hefesto entre sus pares. Pero me atrevo a especular si no serán por razones emparentadas a esas injusticias para con el prestigio del dios de la tecné, que hoy conocemos muchos más grandes pensadores de por aquel entonces, e incluso grandes héroes de guerra, que grandes artesanos o trabajadores.

    Hoy en día, la filosofía de la tecnología se ha desarrollado como disciplina, y desde allí tenemos herramientas y colegas con los cuales pensar nuestras relaciones posibles con qué tecnés para qué sociedades. Otras relaciones con la tecné, menos despectivas, son posibles.

    Al caso, por ejemplo, Leonardo Ordóñez, en su trabajo “El desarrollo tecnológico en la historia”, sostiene que “la organización social incide en el desenvolvimiento de la técnica, y esta, a su vez, ayuda a modelar aquella, en una constante retroalimentación mutua”.

    En ese mismo trabajo, Ordóñez nos cuenta acerca de Michel Serres, que desarrollara un modelo explicativo para el desarrollo histórico de la técnica, y en el mismo se “reivindica” (observación mía) a Hefesto como avatar de la revolución industrial.

    U obsérvese también otro trabajo, esta vez de Guido Nicolosi, donde se explica lo siguiente:

    (…) The body is the first instrument of man, his first technical object. The primary form of technique is therefore that of the body. (…) These elements will thus reappear frequently during this reflection: analyzing technique, as I see it, means starting off from these. Highlighting the relationship between these phenomena and technique in itself involves a demonstration that technique and society are not separate entities. Indeed, technical skills are not the property of any single body, but are qualities arising from the entire system of relationships that constitutes the presence of an agent in an extensive and structured physical and social environment.

    El trabajo de Nicolosi está adecuadamente titulado “Tras las huellas de Hefesto: habilidades, tecnología, y participación social”.

    Para finalizar entonces este repaso por algunos contrastes entre las ideas de tecné y episteme, como conclusión, quiero plantear que: si bien es absolutamente innegable el valor del trabajo vinculado a la episteme, percibo también un sesgo anti-técnico desde el origen mismo de tales conceptos, que sospecho ha tenido un profundo impacto en el desarrollo de la ciencia en occidente. Tanto es así que, hasta la revolución industrial, o incluso tal vez recién muy entrado el siglo XX, no se revalorizó a la tecné; y es posible que en muchos ámbitos académicos aún siga siendo vista como conocimiento de segunda. Y considero esto cuanto menos un despropósito. Porque la tecné forma parte de nuestros rasgos constitutivos más elementales en tanto que especie misma, y alrededor de nuestras tecnés es que también organizamos nuestras vidas, nuestras sociedades, y cualquier futuro posible.

    Tuve acceso a una copia de Multiversos, el recientemente publicado libro del grupo Luthor, y lo terminé de leer hace un par de días. El libro es excelente, y lo considero una lectura recomendada si no fundamental para cualquier persona que se interesa por entender a la ficción en tanto que objeto de manera rigurosa, contemporánea, y comprometida.

    Sin embargo, mucho más que una reseña (que francamente no sabría cómo escribir), me queda en el tintero una crítica, que me viene genial para mis propias teorías. Así que voy a aprovechar el envión de tener la lectura fresca y el tiempo libre de Enero, para dejar anotada mi línea de lectura de un problema que percibí. Sucede que en el capítulo 6 del libro, se habla sobre el concepto técnico de “saturación” en la ficción. Y mientras lo explicaron, dos puntos claves me resultaron disonantes. Se trata de apenas una diferencia de interpretación en un fenómeno, pero que cambia cierta carga de responsabilidad de mecanismos de bajo nivel, y entonces explica el fenómeno de otra manera, llevando tal vez a otros conceptos diferentes para entender la ficción.

    (…) Nuestra percepción de lo real parte de una saturación completa y de la negociación constante entre nuestros sentidos, es decir, del recorte que nuestra psique necesita hacer de la información proporcionada por ellos para organizar la experiencia y no colapsar en la hiperestesia. (…)

    Este es el primer punto donde empecé a sospechar de lo que leía, de modo que voy a detenerme a investigarlo. Hay algo aquí que me parece… confundido entre el sentido común de lo que se afirma. Es decir: cualquiera estaría de acuerdo sin grandes debates en que la realidad se constituye de aquello saturado en conjunto con aquello percibido. Pero hay detalles.

    En primer lugar, el límite de la hiperestesia. Hiperestesia es hipersensitividad: sentir demasiado, sentidos saturados (en la acepción coloquial del término). Esto se puede imaginar fácilmente con ruidos tan fuertes que aturden, luces tan brillantes que nos hacen doler la cabeza, etc. Y es interesante pensar los pormenores de esas operaciones físicas, biológicas, aún siendo legos en el asunto (es decir, sin ser médicos, ni estudiosos del cuerpo humano).

    Piensen un segundo en esos ejemplos: ruido muy fuerte, luz muy brillante. “La psique” a la que se hace referencia en la cita anterior no puede hacer absolutamente nada contra eso: no le pone un límite a los decibeles del tímpano ni a los lúmenes del ojo; la psique no calibra los sentidos, que a su vez no negocian entre ellos: en la hiperestersia, los sentidos se padecen, y punto. Y la hiperestesia, al menos en esas escenas que yo planteo, se produce por causas ajenas al funcionamiento de la percepción de lo real: fuerzas hostiles, desestabilizadoras de ese mecanismo. Hay otros ejemplos pensables, como ser condiciones del cuerpo que lo llevan a fenómenos similares: configuraciones que lleven algún sentido a ser vivido con mucha más intensidad que la de alguna forma de normalidad deseable. Piensen en alguna alergia en la piel, que te hace sentir demasiado cuando tocás algo, y “pincha” o “quema”.

    Aquí parece asumirse que el recorte de “la información proporcionada por los sentidos” tiene el doble fín último de “organizar la experiencia” y de “no colapsar en la hiperestesia”; pero en esos ejemplos inmediatos que introduzco yo, para nada extraños, no parece tener mucho qué ver la hiperestesia. Asumo que se está sosteniendo una hipótesis como la siguiente: “si no recortáramos nuestros sentidos, nos quemarían la cabeza”. Y coincido. Pero eso no es “hiperestesia”, y el detalle es absolutamente clave.

    Esa “cabeza quemada” no sería el efecto de “un sentido (o más) que sintió demasiado”, sino de una percepción intentando abarcar más de lo que puede. Y ese “recortar” y “hacer de intermediaria entre los sentidos” que parece ser la función de la psique, hoy por hoy se puede llamar sin grandes polémicas “procesar”. Como decía antes, la psique no calibra los sentidos: están siempre sintiendo a pleno. Siempre están a su 100% biológico de rendimiento. Lo que la psique sí puede hacer en situaciones normales es administrar el valor de lo que le brindan esos sentidos: recortar, valorizar, enfocar, etc. La “cabeza quemada” entonces se daría en la psique: con lo cuál no se le puede asignar a los sentidos la responsabilidad del problema. Y si el problema está en la psique, y es problema a la hora de procesar, de lo que estamos hablando es de, básicamente, de un problema de “ancho de banda” de la cabeza.

    Hasta aquí, apenas un detalle menor, mañoso, que en definitiva cambia poco o nada: casi que se termina diciendo lo mismo con otras palabras. Pero más adelante aparece la siguiente segunda cita:

    (…) podemos no haber viajado jamás a China, pero vivimos en la certeza de que no por eso los teatros de Shangai dejan de tener un número determinado, que podríamos averiguarlo, y que pueden ser visitados en direcciones verificables.
    (…)
    En cambio, por definición todo mundo ficcional es un mundo incompleto. (…) No podemos afirmar ni negar la existencia de la localidad de Aldo Bonzi en los mundos ficcionales en los que transcurre el Ulysses de Joyce, el Grand Thief Auto, o Seinfeld. Al menos no hasta que una expansión de esos mundos ficcionales llegue hasta allí,
    (…)
    La saturación del mundo ficcional, entonces, jamás supone la amenaza hiperestésica de lo real, sino que es una selección de escorzos y una gradual distribución de ausencias, dependiente, por principio de divergencia mínima, del marco de referencia de la realidad en la que se insertan.
    (…)

    Y aquí ya se asumen muchas cosas, que implican divergencias importantes entre lo que yo sostengo y lo que el capítulo ofrece. Vamos a tener que ir por partes.

    Fíjense, por ejemplo, esa última mención a la hiperestesia, y compárenla con lo que yo expliqué antes; aquí sí se vuelve importante la diferencia entre los sentidos y la psique. En el planteo de Luthor, esto no es menor: para elles, “inmunidad a la hiperestesia” se muestra como un razgo constitutivo de lo ficcional, mientras que desde mi punto de vista no existe tal inmunidad: la ficción te puede comer todo el ancho de banda de la cabeza sin mayores problemas.

    La clave está en el orden de los factores. Recordemos, si la responsabilidad no es de “los sentidos”, entonces es de “la psique”; y la psique “procesa”, y tiene un problema de “ancho de banda”. Claramente la analogía inmediata es con una unidad central de proceso típica de computación básica, y al problema aquí podemos llamarlo más específicamente “capacidad de cómputo” o “de proceso”. Todes sabemos que las computadoras pueden tener “el cpu al 100%”, y entonces “ponerse más lentas”, ¿verdad? O también “tildarse”. Todas esas cosas suenan bastante parecidas a aquél “colapso” del que la psique se protege al cortar la información. Pero ese colapso no sería porque el mouse o el teclado “se volvieron muy sensibles” (en cuyo caso la computadora es simplemente más difícil de usar), sino porque el CPU no tiene más capacidad, y se calienta, y demás fenómenos conocidos. Así entendido, la naturaleza de lo que procesa el CPU no hace ninguna diferencia, sino cuánto puede procesar y en qué tiempo.

    Y lejos de ser gratuita o lúdica, o siquiera didáctica, esta comparación viene al caso de introducir una cuestión que Luthor no toma en su libro: la ficción en tanto que problema computacional. Lo cuál es especialmente llamativo teniendo en cuenta que uno de sus principales intereses es abarcar a los video-juegos como género legítimo de ficción, y teniendo también en cuenta que en todo caso Luthor siempre reconoce los pormenores técnicos y operativos de cada medio (cine, literatura, etc) como condiciones de análisis. Sucede que los video-juegos introducen su propia especificidad en la cuestión computacional o informática; y tal y como sucediera con otras “nuevas artes” de tiempos anteriores (claramente pienso en el cine), este nuevo aspecto permite entender detalles de la ficción que de otras maneras serían escurridizos.

    Pero definitivamente lo más llamativo de esta ausencia de lo computacional en el texto de Luthor es que uno de los mecanismos más trabajados en el ambiente computacional, precisamente, es la saturación, en todas sus acepciones: porque el problema del CPU que planteo no es alegórico sino real, literalmente hay industrias enteras empedernidas en resolverlo, y durante décadas los video-juegos vienen siendo uno de los campos principales de batalla.

    Dejo apenas un ejemplo, ilustrativo de los contactos que hay entre la saturación de Luthor y la informática. Piensen en el desarrollo de los video-juegos 3D en primera persona. ¿Alguna vez se pusieron a curiosear cómo funcionan? ¿Intentaron tal vez programar alguno? Tienen a su disposición un mundo ficcional, y necesitan buscar estrategias eficientes de interacción con el mismo. “Eficientes” significa varias cosas, y entre ellas se encuentra “que no se bloquee el CPU tratando de procesar todo al mismo tiempo”: es decir, aquella “hiperestesia” que amenazaba desde lo real. Literalmente las ficciones ahora padecen esa hiperestesia, y literalmente quienes desarrollan video-juegos tienen que buscar estrategias para trabajarla o caso contrario el video-juego no existe. De ninguna manera la ficción está libre de esa “hiperestesia”, y cabe preguntarse seriamente cuáles son las diferencias entre esa “optimización necesaria” del problema computacional y aquel riesgo “sensorial” que Luthor describe como uno de los límites que separa ficción de realidad.

    Otro ejemplo de problemas en aquel planteo de Luthor. Se trata de una experiencia personal. Hace algunas semanas, distendiéndome luego del trabajo y el año académico, me puse a ver por internet el video-juego “Half Life: Alyx“. El cuál, debo decir, es una maravilla de la tecnología. Sin embargo, tuve la muy triste experiencia de padecer un efecto colateral de ese modo particular de video-juego: me generó nauseas. No pude seguir mirándolo, aunque me encantara. ¿Y por qué no pude? Literalmente por hiperestesia. En este caso, mi sentido del equilibrio se vió afectado por estar viendo en pantalla completa un juego VR en dos dimensiones. Y eso sucedió sin que yo me “tildara” ni “me pusiera más lento”: mi capacidad de cómputo estaba intacta. Es un ejemplo de cómo la hiperestesia efectivamente es otra cosa distinta de la que habla Luthor, y entonces no es ahí donde está ese límite de la ficción que busca. Y que claramente hay hiperestesia en la ficción.

    El juego VR literalmente exige calibrar la experiencia sensorial; ya no estamos hablando de estrategias discursivas sujetas a interpretaciones, o referencias que requieran un nivel de entrenamiento cultural determinado para poder percibir con plenitud el recurso literario, sino de efectos biológicos directos. Y el caso particular del sentido del equilibrio es paradigmático: un problema también de la robótica y la cibernética. Sucede que (y esto también fue una experiencia personal, porque yo estudié robótica y quise programar inteligencias artificiales desde muy jóven), cuenta la leyenda, en la medida que se pretendieron hacer robots autónomos y/o humanoides, quienes los desarrollaban, al intentar copiar las características humanas, se fueron dando cuenta de que en realidad tenemos otros sentidos sumados a los cinco canónicos, siendo el del equilibrio uno de ellos. ¿Quién no vió algún video de un robot humanoide, siendo torpe y cayéndose sin poder demostrar el menor atisbo de equilibrio? Es típico que tomamos conciencia de estos sentidos sólo cuando los perdemos, y mientras tanto continúan operando “en segundo plano”, sumando datos para ser procesados, sin que nos demos cuenta. Y es difícil pensar cómo “la psique” regularía esos sentidos si ni siquiera nos damos cuenta que existen; entraríamos en el terreno de lo inconsciente.

    Pero no es todo. Otras cosas se pueden obtener de esos ejemplos. Los juegos 3D se la pasan haciendo “recortes” de “lo que se percibe”. En realidad, lo que hacen es recortes de lo que se procesa, y de cómo se visualiza. Y es muy importante prestarle atención a los algoritmos utilizados al caso, para entender la clase de problemas puntuales que se solucionan. Por ejemplo, siendo que la generación de imágenes es uno de los procesos más costosos (¿lo será también para el ser humano?) sólo aquello que está dentro del rango de visión se debe enviar a procesar para ser generado como imagen; la memoria volatil es más rápida que el disco rígido, de modo que todo aquello que pueda guardarse en memoria se pretende mantenerlo allí para poder ser accedido rápidamente, de modo que el CPU no deba quedarse esperando al disco rígido para poder terminar alguna operación (allí ya estamos hablando de interdependencia articulada temporal y secuencial entre diferentes componentes de un sistema); los espacios tridimensionales pueden ser muy grandes y tener muchos componentes para procesar en simultáneo, de modo que todo ese proceso (así como también la ya mencionada generación de imágenes) se acelera con hardware ad-hoc para que no “colapse” el CPU, y diferentes algoritmos permiten cargar en memoria diferentes fragmentos del mundo con diferente criterio, para no necesitar cargar todo junto; etcétera. Si bien claramente la materialidad es muy distinta, no parece haber grandes diferencias conceptuales con aquel “necesita hacer de la información proporcionada por ellos para organizar la experiencia y no colapsar” de Luthor. Y así planteado, se nubla mucho la diferencia entre lo que Luthor propone que hace la gente para acceder a la realidad y lo que las computadoras hacen para generar la ficción.

    Computacionalmente, los algoritmos de optimización de capacidad de cómputo, u otras optimizaciones, no sólo los implementan los video-juegos, sino que toda la informática está plagada de ellos. Por ejemplo, los videos que consumimos por internet tienen un grado tal de optimización que podemos ver cosas de altísima calidad transmitiendo un porcentaje fraccionario de los datos totales de tal visualización: se utilizan algoritmos predictivos, y de variaciones mínimas, calibrados para obtener calidades suficientes, que reconstruyan la imagen a partir de menos información de la que se disponía originalmente, y permitan un balance entre cantidad de datos que se transmiten y calidad del producto final. Literalmente se calibra si se usa más CPU, más internet, placa de video, etc. Y siempre con el horizonte de que “no colapse”.

    Otro detalle. Luthor dice que “por definición todo mundo ficcional es un mundo incompleto”, y contrasta eso con la verificabilidad de lo real. Pero esto es profundamente problemático. En primer lugar, se habla de manera inocente de verificabilidad con el ejemplo de los teatros de Shangai, intentando sostener esa idea con la expresión “vivimos en la certeza”. Frente a esto, me permito recordarle a Luthor que vivimos en un momento de la historia de la humanidad donde existe más información que nunca, más accesible que nunca, más fácil de compartir que nunca, y con un desarrollo de la ciencia y la técnica absolutamente estremecedor y maravilloso, pero así y todo fragmentos significativos de la sociedad mundial te discute que la tierra es plana. “Vivimos en la certeza” no da cuenta de lo complejo que es el problema de la verificabilidad de la realidad; más bien dá cuenta de sus límites, y convierte a la realidad en un caso particular de la ficción: algo con lo que estaría plenamente de acuerdo, pero que no creo sea lo que Luthor pretendía decir.

    Y no tan curiosamente los video-juegos también tienen cosas para decir al respecto. Quizás lo que dice Luthor con respecto a los límites de la ficción sea aplicable para la literatura o el cine, pero en los video-juegos existe la posibilidad de la generatividad: se vá generando, sin más límite que el que resistan los servidores y el software. Eso coincide con el universo real, donde el límite lo pone la física universal. Y, además, en un mundo de un video-juego uno puede ir a ver al código y a la memoria qué existe y qué no: algo bastante más eficiente y preciso que la verificabilidad de la realidad. Está claro que Luthor se concentra más bien en la idea del canon y el relato concreto; pero el canon es errático cuanto menos, y la ficción no se reduce al relato: dos aspectos que también coinciden con lo que llamamos “realidad”.

    Eso último es importante. Porque claramente se pueden hacer interpretaciones de a qué llamamos “límites de la ficción”. Y Luthor se amparó en un sentido común de verificabilidad para hablar de realidad, cuando a todas luces es un concepto en absoluta crisis, en todo el mundo, de la mano de fenómenos como la posverdad y los infinitos negacionismos reaccionarios de toda índole. Pero al mismo tiempo, Luthor se permitió sostener “no podemos afirmar ni negar la existencia de la localidad de Aldo Bonzi en los mundos ficcionales”, poniendo diferentes ejemplos, entre ellos Senfield: una sitcom que no pretende plantear ningún universo distante ni extraño, y de hecho transcurre en Nueva York. Luthor va a tener que hacer serios esfuerzos para convencer a cualquier persona poco comprometida con la crítica literaria de que “en realidad no existe Aldo Bonzi en el universo Senfield”; porque es el más elemental sentido común que sí existe. Y cierra esta propuesta afirmando que no se va a poder sostener la hipótesis Aldo Bonzi “hasta que una expansión de esos mundos ficcionales llegue hasta allí”. ¿Por qué lo menciono? Porque estas expresiones son claramente mucho más normativas que descriptivas de la ficción: si no un síntoma de que algo no anda bien con la teoría, al menos un pedido de concesión.

    “Vivimos en la certeza” se aplica perfectamente al decir “Aldo Bonzi existe en el universo de Senfield” para cualquier hije de vecine. Aquí, en esta dimensión del problema que se plantea para explicar el concepto de saturación, tampoco percibo ninguna diferencia entre “la percepción de lo real” y “acceso a la ficción”. Ni tampoco en la idea de “selección de escorzos y una gradual distribución de ausencias” (casi una descripción de lo que hacen los motores 3D de video-juegos), en especial teniendo en cuenta que en todo caso se depende siempre de una “enciclopedia personal” y una “divergencia mínima”: ambas cosas necesarias para entenderse a une misme y a les demás en la realidad.

    Etcétera. Esos son algunos puntos disonantes en el planteo del capítulo de Multiversos sobre Saturación. Puntos que, admito, recorto y focalizo para poder hacer mis propias interpretaciones sesgadas e interesadas. Y digo esto porque en líneas generales el capítulo es sólido, y el concepto de saturación es cuanto menos productivo. A mí me hace ruido porque es básicamente mi tema de estudio, y puedo afirmar con plena seguridad que caso contrario no tendría nada qué reprocharle al capítulo. Y me parece que todas estas divergencias pueden entenderse tirando del hilito de la “hiperestesia”. De hecho, me parece muy lúcido que hayan planteado esa barrera. Mi recorrido teórico fue similar, pero con la divergencia mínima de considerarlo problema computacional. Y así, para estos problemas, yo desarrollé otras herramientas, que no creo que compitan con el concepto de saturación sino que sirven más bien para integrar aquello que no queda satisfecho en las presentes críticas.

    Decía, yo partí también del problema de lo sensible, como Luthor pensó a la hiperestesia como peligro de lo real y límite distintivo de la ficción. Pero yo invertí la carga de responsabilidad del problema poniéndola en “la psique”, y no en “los sentidos”. De esa manera, en Feels Theory, interpreté a los sentidos como el input de un segundo componente de nuestra subjetividad, y pensé un poco en qué hace ese otro componente. Pero también pensé en qué hacen los sentidos, qué son. Mi objetivo fue lograr una teoría que explique algunos fenómenos contemporáneos y urgentes de disonancias para con la realidad (o sea, ficciones): en concreto, la posverdad. Por eso mi lectura está calibrada para percibir cosas como “verificabilidad ingenua” o “sentidos y capacidad de cómputo”. Sucede que interpretando a los sentidos como un input de otra cosa, puedo pensar problemas de esa otra cosa, en lugar de ponerme a pensar en las infinitas materialidades de cada posible vector de influencia (un trabajo análogo a la búsqueda de especificidad de Luthor en la ficción, separándola del medio puntual). Pero también partí de otros conceptos, basados en experiencias personales, y francamente pasionales. Y sucede que, si separo los sentidos del cómo se procesan, y los interpretos como inputs de ese procesador, en realidad ese procesador tiene capacidad para tomar muchos inputs diversos, y no necesariamente son sólo los cinco sentidos canónicos. En ese nivel, ¿qué diferencia hay entre los sentidos canónicos y cualquier otro input de ese “procesador”? Tal y como fuera el caso del equilibrio, que constituye “un sentido de segunda línea”, pueden existir muchos otros “sentidos”, entendiéndolos como inputs. Y como si fuera poco, este modelo también permite una recursividad: el output del procesador puede volver a ser input en un segundo tiempo. De esa manera experimentamos, vivimos, sentimos, a la ficción; y allí ciertamente hay lugar para “hiperestesia”. Y, como si fuera poco, un pilar de mi teoría es la idea de la verdad como sentido: algo que explica mucho mejor al “vivimos en la certeza” de Luthor que la verificabilidad de la realidad.

    Hay mucho para decir, y no lo voy a hacer en este texto. Pero puedo adelantar que a los algoritmos para procesar información los llamo “sesgos”, a lo pre-procesado guardado en “base de datos” los llamo “prejuicios”, hablo de “experiencias cognitivas”, separo las nociones de “información” y de “dato”, entre otras cosas más. Yo abracé el aspecto computacional para encarar a la ficción, al mismo tiempo que abracé a sentimentalidad, para buscar explicaciones nuevas a qué pasa con las personas en el mundo que conocemos, y poder desarrollar tecnología vinculada a ello. Por eso el subtítulo de mi libro es “desde la posverdad, hacia la sentimentalidad artificial”. Y desde ese lugar entonces pretendí introducir una lectura crítica de apenas unos pocos renglones, disonantes para mi paladar, del reciente trabajo de Luthor.

Smells like teen spirit

| January 3rd, 2021

    Hace algunas semanas atrás escuchaba decir a Victor Hugo Morales, en una de sus editoriales, la siguiente frase: “nos encanta tener razón”. Le dediqué un par de horas a buscarla para linkearla, pero lamentablemente sin éxito: se perdió entre los infinitos videos de youtube que consumo a diario, y que no tienen desgrabaciones que luego faciliten sus búsquedas.

    Pero no importa, la frase persiste: “nos encanta tener razón”. Victor Hugo se refería, creo recordar, a cómo a veces nos ponemos criticones llegando hasta la obstinación, y de hecho cerraba la reflexión con el siguiente consejo: “el límite es cuando se comienza a criticar a la selección”. Dado que él hizo su carrera como periodista deportivo, frecuentemente hace analogías desde ese lugar, y esta vez le hablaba a sus colegas. Decía que en su experiencia con el mundial ’86 pudo ver periodistas incapaces de disfrutar el triunfo porque habían sido críticos de la selección nacional durante toda su campaña mundialista; necesitaban que perdiera, que le vaya mal a la selección, para justificar su postura. Y entonces utilizó eso como metáfora, como línea en la arena, de un límite que no hay que cruzar en pos de tener razón. Y digo metáfora porque, en realidad, hablaba de otro tema de actualidad, ya no me acuerdo cuál, pero uno de los tantos que nos cruzan en estos últimos meses: cómo comportarnos con la pandemia, qué hacer con las vacunas, y por supuesto qué pretendemos que suceda en el país y cómo nos llevamos con el gobierno.

    Siendo un tema que yo trabajo, eso de tener razón me quedó en la cabeza, pero sin darle mayor importancia, apenas como nota de color. Y pasó que, mucho más cerca del ahora, en un breve debate entre Navarro y Lijalad en El Destape, los escuché charlar precisamente sobre qué hacer con la gente que no se cuida durante la pandemia: que cómo puede ser, que si son los medios o no, que si habría que instalar más miedo al virus entre la gente, que si se puede o no hacer algo. Otra vez, el diálogo se perdió entre centenas de videos, pero los temas están claros y de hecho se repiten frecuentemente; confío en que todes puedan imaginar de qué les hablo sin grandes esfuerzos.

    En sintonía, ayer escuché una editorial de Ronaldo Graña, donde hablaba sobre la actualidad del covid y lo que se viene, y donde supo decir alguna frase que viene también al caso de todo esto, sea lo que sea:

    (…) En los ámbitos políticos, y en los ámbitos médicos, la preocupación es grande; en el único lugar donde no hay preocupación es en la esfera social, en la esfera pública: cuando uno vé los comportamientos de la gente pareciera que ya pasó (…) Por lo que sea, pero siempre por comportamientos sociales (…) Se saben algunas cosas sanitarias del coronavirus: se sabe cómo prevenirlo en la vida cotidiana. No se saben muchas. Pero lo que nadie logra descifrar ni acá, ni en Europa, ni en Estados Unidos, ni en ninguna parte de occidente, es por qué las sociedades llegan a un punto donde se hinchan las bolas, y dicen “bueno, que sea lo que Dios quiera”. Este es el verdadero enigma de lo que pasa hoy con el coronavirus (…) Nadie sabe por qué: si es como dicen los psicoanalistas por la pulsión de muerte, si es como dicen los economistas por la necesidad, si es como dicen los sociólogos por la necesidad de transgredir que tienen determinados sectores de la sociedad… nadie sabe a ciencia cierta por qué vastos sectores de la sociedad juegan a la ruleta rusa con este virus, del cual se sabe tan poco, y que ha matado a tanta gente.

    Y todas esas reflexiones están constantemente mediadas por la posverdad y las noticias bizarras: conspiranoia antivacuna, rebeldía intransigente, y furia ideológica. Y está claro que también es muy fácil rastrear sentidos comunes vinculados a derechas e izquierdas, que ya estaban instalados y militados desde hacía rato en las sociedades, y que no dejan de operar por estar viviendo en pandemia. Pero así y todo, hay fenómenos que se espaban entre los dedos, como bien reflexionaban Graña, Navarro, Lijalad, y tantas otras personas. ¿Cómo puede ser que todavía haya TANTA gente negando la pandemia? ¿Cómo logra ser TAN permeable la resistencia a la cura? ¿TANTO les cuesta cuidarse a quienes no se cuidan?

    Nótese que mi énfasis en esas preguntas viene al caso de la cantidad, la magnitud: no es un fenómeno marginal, ni en Argentina ni en ningún otro lugar de occidente (oriente no tengo la menor idea). Si fueran dos o tres gatos locos, vaya y pase. Pero hablamos de centenas de millones de personas, cuando no miles.

    Uno de los detalles ciertamente más pintorescos es el nivel de resistencia a la autoridad: algo que desde las izquierdas históricamente solíamos celebrar por nuestra posición de minorías, pero de lo que esta vez preferimos tomar distancia. Y me refiero en este caso no sólo al discurso de las autoridades, como ser un ministro o un presidente diciendo que por favor nos comportemos de X o Y maneras, sino incluso a la autoridad de la ciencia como verdad legítima y canónica.

    Pero no quiero extenderme demasiado en todos los detalles que se me ocurre plantear alrededor de estas escenas, aburriendo a cualquier lectora o lector; voy al grano. Esos niveles de rebeldía, de resistencia al cuidado, y de obstinación, que bordean lo caricaturezco, los encuentro también en otras dos situaciones: la adolescencia, y la adicción. De modo que me puse a pensar un poco en esos dos estados posibles de las personas, a traves del eje de su relación con la verdad.

    ¿Consideraron alguna vez la posibilidad de que podamos ser adictos a la verdad? Es raro, pero concédanme por favor algunos minutos para dedicarle a la idea. Hace varios años ya me preguntaba: “¿y si lo que pasa es que somos demasiado sensibles a la verdad?“. Esto es apenas un paso más en esa línea, nada que deba asustarles.

    Piensen unos segundos. ¿Qué es eso que menciona Victor Hugo de que “nos encanta tener razón”? ¿Qué es esa sensación? Supongo que todes la habremos vivido, ¿verdad?. La considero innegable. Y, sin embargo, no parece un elemento escencial en ningún análisis. A veces lo encaran por el lado de la “certeza”, como característica subjetiva, pero analizando si algo es “correcto” o “equivocado”, y no si “nos encanta”; a veces le dicen “verosimilitud”, lo cuál es una propiedad de los objetos (el discurso, por ejemplo), y el asunto ya pasa mayormente por la postura política, efectiva y activamente desvalorizando cómo pueda sentirse. Y me pregunto, ¿qué tan importante puede llegar a ser esa sensación?

    Recordando mi adolescencia, puedo decir que la sensación de tener razón ranqueaba bastante alto. No estoy seguro de si pueda ser el caso para todo el mundo, pero sí puedo dar fé de que efectivamente sucede. Y diría que no menos del 90% de mi rebeldía estaba amparada en esa sensación de que les demás no tenían razón y yo sí. Pero no era algo divertido o liviano: la sensación era insoportable, infuriante, desesperante. Por aquel entonces no tenía la idea clara, pero hoy puedo decir sin grandes dudas que en esa rebeldía se ponía en juego mi identidad. Y bueno… la primera en ligarla era la autoridad, cual fuera. De hecho, no lo había pensado antes, pero viví una larga adolescencia con una constante e infinita sensación de soledad, y es posible que buena parte de ello tenga qué ver con que no tuviera ninguna figura de autoridad legítima: ningún camino a seguir, ninguna referencia positiva… sólo sentía el deber de defenderme frente a un mundo que estaba equivocado.

    La adolescencia se caracteriza por un aprendizaje compulsivo de las emociones, fundamentalmente de cara a los cambios biológicos del cuerpo, y los cambios sociales de cara a nuestras nuevas responsabilidades. Coherentemente, que yo sepa, los dos grandes ejes de formación cultural para la adolescencia están puestos en la sexualidad y la inminente adecuación al mercado laboral (al menos para mi clase social; supongo que algo más general sería la frase “fijate qué vas a hacer con tu vida”). Pero más allá de qué tan bien planteado pueda estar aquello, en mi experiencia la relación con la verdad (y por lo tanto con aquella sensación de tener razón, que tan intensamente vivimos en la adolescencia) se reducía a la obligación de aceptar el canon de turno, y las figuras que se pretendían autoridades no parecían tener ningún interés en ganarse mi respeto: parecían creer que con fuerza les alcanzaba. La cuestión, para hacerla corta, es que, por ese camino, en mi caso particular, aprendí muchas cosas de mierda. Hasta eso de los 25 tranquilamente tuve que convivir con muchas ideas mal aprendidas de mi adolescencia sin nada que las contrastara, y me costó años sacármelas de encima cuando muy intuitivamente me iba dando cuenta de que algo no estaba muy bien qué digamos. Cosas vinculadas al sexo, a la autoridad, al trabajo, a la sociedad… todas fueron posibles de ser reformuladas y transformadas, pero no antes de prestarle atención a esa sensación incómoda e infelíz de que algo andaba mal, de que no tenía razón. De modo que, yo diría, aún sin ser adolescente, es bastante importante esa sensación.

    Pero eso son cosas mías, y no se supone que esto sea un diario íntimo ni nada parecido; pondría más ejemplos si los tuviera a mano, ya los buscaré por internet con tiempo. Continuemos por favor. Lo que me interesa dejar en claro es que se trata de una sensación. Victor Hugo dijo “nos encanta”, pero ese es un aspecto felíz del asunto. Otras cosas también nos encantan, y no por eso dejan de volverse algo bastante problemático y oscuro en nuestras vidas. El comer o el tener sexo pueden ser dos ejemplos inmediatos, pero que forman parte de una constelación de experiencias sensoriales que eventualmente pueden derivar en un estado, digamos, indeseable: la dependencia, o bien la adicción.

    Quiero ser respetuoso, y por eso no quiero hacer de cuenta que soy experto en estas cosas, así que permítanme ser categórico antes de continuar: no sé una mierda ni de adolescencia ni de adicciones. Estoy apenas improvisando reflexiones, que las dejo anotadas para aclarar mis ideas y compartirlas fácilmente. Por favor, permítanme pensar estas cosas aún siendo un ignorante. Lo digo por si alguien se siente mal por estar metiéndome en temas sensibles de una manera desprolija o desubicada: francamente ni sé medirlo.

    Sigo. “Desorden biopsicológico”. Eso dice la entrada de wikipedia en inglés “addiction”, arriba de todo, al principio nomás. Díganme ustedes si “desorden biopsicológico” no se parece bastante a la situación con la que les periodistes se rascan incrédules la cabeza sin saber qué hacer. Y esto lo digo, un poco como chiste irónico, y otro poco como legítima preocupación. U observen esta otra línea descriptiva: “Habits and patterns associated with addiction are typically characterized by immediate gratification (short-term reward), coupled with delayed deleterious effects (long-term costs)“. Díganme ustedes si eso no se parece bastante a cualquier comportamiento random que uno pueda tildar de “adolescente”.

    Pero estoy agarrando algunas poquitas palabras del artículo, y usándolas de manera bastante más libre de lo que corresponde. El artículo básicamente plantea que hay un modelo canónico para la definición de adicción, de orden cerebral (biológico) y conductista (psicológico), que si bien tiene críticas también es el punto de partida de cualquier diagnóstico. Y ese modelo plantea la idea de la relación adictiva en términos de acción-recompensa, que no tan sesgadamente me animaría a interpolar como “costo-beneficio”: algo mucho más cercano al canon económico, político, y ético, de nuestras sociedades contemporáneas, y que coincidentemente son tres ejes en absoluta crisis. Pero, en el caso estricto de la adicción, la “recompensa” parece estar planteada como enteramente “biológica”; es decir, sensacional.

    El tema es inmenso, y me rehuso a divagar durante párrafos y párrafos; podría estar semanas escribiendo. Así que voy a intentar cerrarlo de prepo, para continuar cualquier otro día y de cualquier otra manera. Y lo cierro entonces con una reflexión. Esa “sensación” que menciona Victor Hugo, afirmo yo, no es ninguna joda: es importante para las sociedades. Especulo que sea clave en la posverdad, en el control social, y en la discordia imperante a nivel mundial. “Demasiado sensibles a la verdad” es un poco eso: volvernos dependientes, adictos, a esa cosa que nos alivia la incertidumbre y nos aclara el horizonte de acción; eso que nos dice que somos normales, que no estamos loques, que no somos idiotas, que hay una explicación clara para lo que está sucediendo. Y ni hablar si justo vos resultás ser alguien dedicade a tomar decisiones importantes para les demás. NECESITAMOS eso: así de importante es. Y a todas luces los medios nos están engordando con las versiones industriales y procesadas de esa sustancia tan necesaria; como si nos vendieran agua u oxígeno pero, encima, mezclados con porquerías. En esos términos, diría que estamos dejando en manos del mercado algo mucho más cercano a lo que debe ser un derecho humano.

    Como dije tantas otras veces, uno de los problemas más importante de la verdad, y tal vez el menos estudiado de todos, es cómo se siente. Y especulo ahora que en el dominio de la formación de identidades y sujetos, mezclado con el de la dependencia y la adicción, podemos encontrar algunas respuestas al qué hacer de cara al caótico presente de nuestras sociedades, y de cualquier futuro mejor posible.

    Odio trabajar. Cada mañana que me levanto para ir a trabajar, desde hace ya muchos años, me siento un esclavo. Y tengo algunas cosas para decir sobre ese sentimiento.

    Lo primero es la necesidad de abrir el paraguas frente algunas situaciones inminentes de una declaración como esa. Sé muy bien que soy un absoluto privilegiado, en muchos sentidos. Mi vida diaria no es la de un trabajador de la zafra, ni mucho menos la de los históricos e icónicos trabajadores negros esclavizados en todo el mundo durante los siglos inmediatamente anteriores al actual. Soy varón, blanco, cis, que tuvo acceso no sólo a la educación sino también incluso a la vivienda, que fue criado con amor por una familia presente, que tiene amigos, y que tiene proyectos (en plural) de vida. Además, como si eso fuera poco (que no lo es), puedo también vivir de mi sueldo, e incluso darme el lujo de que mi esposa no esté obligada a trabajar para poder mantener económicamente nuestro techo. Formo parte de un porcentaje muy bajo de gente acá en Argentina, y encima tuve la suerte de formarme en informática, que es un ámbito laboral con mucho empleo legítimo actualmente en todo el mundo, y sin miras de que eso caiga con el paso del tiempo (sino muy por el contrario, sólo va a crecer). Y no solamente me encuentro con todas esas virtudes en mi vida, sino que además se dan otros detalles que hacen muy culposo afirmar algo como lo que arranqué afirmando en este post: no creo poder encontrar un trabajo mejor que el que tengo ahora. En mi trabajo actual, ya lo dije, me pagan bien; pero es además intelectualmente estimulante, me veo frecuentemente trabajando en proyectos de orden técnico cercanos a las vanguardias tecnológicas del rubro, es además un espacio con mucho futuro, pero por sobre todas las cosas trabajo con gente que no sólo es muy capaz sino que también es muy comprensiva y humana. Básicamente no debería poder quejarme. Y sin embargo, acá estoy.

    “No debería poder quejarme” es de hecho parte importante del problema. Pero creo poder llegar a eso más adelante. Con todas sus virtudes, mi trabajo es también exigente, al punto tal de que mis responsabilidades incluyen guardias pasivas 24/7, y no creo estar haciendo algo que para la sociedad sea TAN importante. De hecho, no lo es para mí. Trabajo de devops, y como ingeniero de live streaming. Me ocupo de que señales online permanezcan online. Y, francamente, no me importa mucho si permanecen o no online. Soy responsable, me ocupo de que lo que me piden se cumpla y que todo funcione bien, no sólo por mi trabajo sino por el de mis compañeres. Pero tanto mi cabeza como mi corazón están en cualquier otro lado. No me importa si alguien está mirando un partido de futbol y de repente tiene un microcorte, o si esta persona se ve en la insoportable necesidad (dios nos guarde) de cambiar de señal para poder seguir viendo el evento. No me importa si esa persona pagó o no por ese servicio, no me parece un acto de suficiente autoridad como para justificar ninguna urgencia real (como sí podrían serlo vidas en juego): hoy hay un partido de futbol, pero mañana hay otro, y después otro, y después otro; y hay repeticiones, y hay comentarios en diferido, y análisis, y gente hablando hasta el infinito sobre el tema, y con todo eso entonces el valor del constante “acá y ahora” es un absoluto fetiche que en definitiva somete a una larga lista de trabajadores vinculados a que todo ese aparato demencial continúe funcionando.

    Es apenas uno de los casos molestos en mi trabajo: los eventos deportivos. Hay muchos otros casos, también todos particulares y aislados. Pero en cualquier otro trabajo de mi gremio me voy a cruzar con las mismas cosas: todo ya, todo urgente, todo más rápido que ayer, porque sí. Las expectativas de mis superiores son lograr aumentar la velocidad con el mismo hardware, para poder subir la escala (o sea, más cantidad y más velocidad) a un precio accesible; combinen eso con la captura y gestión de datos de consumo, y se pueden especular “productos” futuros que se pueden vender a partir de estas tecnologías, y así crear otras tecnologías que sigan el mismo ciclo, y eso al infinito. Mis compañeres de trabajo también, en general, se forman y practican para ser parte de esos ciclos. Y no veo a nadie decir “no, paren, esto está mal”. “Nada de esto es urgente”. “No hace falta más escala”. “No hace falta más barato”. “No hace falta más”.

    En mi gremio, hoy por hoy, las métricas lo son todo. Lo que hace la gente predice lo que hará la gente, y eso determina en qué invertir dinero, y cálculos de dineros futuros, y cosas por el estilo. La clásica lógica empresarial, como siempre condimentada con ciencia para el trabajo y pseudociencia para la gestión, pero ahora con data de los usuarios en tiempo real. Es más fácil que nunca para los directores pegar volantazos con decisiones abruptas que significan el quehacer diario de los trabajadores, los cuales nos vemos zigzagueando todo el día entre mandatos nuevos sumados a las responsabilidades de siempre, para después ir a dormir pensando en los zigzags de mañana. Llegamos a casa cansados, sin energía, preocupados, y tratando de que el tiempo nos alcance para descansar así no nos enfermamos. No podemos dedicarle el tiempo que quisiéramos a nuestra familia, a nuestros amigos, ni mucho menos a nuestros proyectos cualquiera fueran. Y por supuesto que todo esto sólo se vuelve más difícil de sostener a medida que nos hacemos más viejos y nuestros cuerpos se van degradando.

    Podría decir mucho más, con mucho más detalle, pero prefiero volver al inicio: “no quiero trabajar”. No es que “no quiero trabajar en mi trabajo actual”, sino que no quiero trabajar, a secas, en absoluto. El síntoma más inmediato de mi problema es que al final del día siento que me paso la vida haciendo cosas que no quiero hacer, porque la alternativa es ir a parar a la calle. No quiero depender del trabajo tal y como lo conocemos para comer y tener techo. Siento que toda mi energia física e intelectual está al servicio de mantener y perpetuar un pandemonio kafkiano que tiene como novedad deshumanizante una supervelocidad cada vez más digna de ciencia ficción. La tecnología que todo lo acelera facilita también que eso sea masivo y hasta normal. Y las predicciones que se realizan con la data que yo ayudo a automatizar son para inversiones y ganancias, no para la salud de las personas y de las sociedades en general. La ética no es un problema más allá de la legalidad para todo este aparato, y en él me siento un agente del cinismo y la distopía. Así que no quiero ser un trabajador asalariado, del mismo modo que tampoco quiero ser un empresario. Siento un profundo desprecio por el concepto capitalista y/o contemporáneo de “trabajo”.

    La velocidad es parte del problema que vivo yo y que vive mi sociedad. Vivimos en una era donde el tiempo es el “bien” más escaso que tenemos, pero también eso es así porque el mismo sistema generó semejante situación. Nada objetivo o natural nos obliga a ir tan rápido en la generación de pavadas como el evento deportivo “en vivo”, es todo un constructo de urgencia cultural. Estupideces como esas se dicen que “generan trabajo”, del mismo modo que a mis modificaciones tecnológicas para que todo eso funcione se les dice que “agregan valor”. El capitalismo contemporaneo es básicamente un gigantezco esquema Ponzi, donde la producción tiene mucho menos qué ver con el valor que fenómenos tales como el sentido de pertenencia. Mi amigo Ezequiel Vila incluso afirma: “el capitalismo nunca pasó por la producción, sino por el consumo”. Y hoy, siglo XXI, no parece haber opción a ese sistema. Es que el concepto mismo de “producción” actual es incluso poco serio: una cosa es producir comida y ropa, o hacer casas, o cualquier elemento material que a uno se le ocurra, con diferentes grados de complejidad involucrada; otra cosa es el trabajo intelectual, las relaciones humanas, la generación de información, y demás. Hay niveles diferentes de producción sometidos a diferentes regímenes y dinámicas, y con diferentes fines; pero no manejamos diferentes teorías del valor para casos diferentes. Y eso viene también al hecho de que la economía en rigor se supone que está ligada en su caso de uso más elemental al fenómeno de la escases, cuando nuestras crisis económicas de hoy más bien se vinculan a todo lo contrario: sobreproducción.

    Son muchos los aspectos contemporáneos que nos hacen dudar muy fácilmente del capitalismo en general; no por nada está en crisis de credibilidad en todo el mundo. Pero quiero dejar anotado apenas uno más, vinculado nuevamente a la tecnología: hoy muchas cosas están resueltas, o se resuelven muy fácil, pero de una manera u otra se limita el acceso a todo eso. Desde querer controlar las copias digitales, a que no te atiendan en un hospital, no es un problema de falta de recursos o medios, sino de que el sistema requiera que vivamos necesitados de sus variables y sus dinámicas para poder perpetuarse. Eso no es ni eficiencia, ni productividad, ni mucho menos ética: es un control misántropo y nefasto de las sociedades.

    Todo eso es en general los clásicos problemas de la clase obrera y su relación con la plusvalía, reeditados en la contemporaneidad. Está todo directa o indirectamente en Marx y compañía. Quiero decir: no es nuevo como problema. Lo que es novedoso es la magnitud de algunas cosas. Pero por esto me parece muy sintomático que “no debiera de poder quejarme” porque “hay gente mucho peor que yo”. Hay toda una cultura que defiende esas cosas de las que me quejo, y que censura la crítica, desde la misma gente que la padece, aún cuando está más que claro que las cosas andan mal. Algunos dicen que “no podrías vivir sin trabajar”, otros que “el trabajo dignifica”; otros directamente reaccionan a la defensiva y se ponen a hablar de cómo el comunismo no funciona, que “los paises en serio” cosas, y muchos otros etcéteras. El mismo marxismo frecuentemente sostiene la necesidad de la identidad de clase y la identificación para con el trabajo, dos planteos que también considero parte del problema. Lo que necesitamos es reentender qué significa “trabajo”, y cuál es la relación que eso tiene para con la sociedad en general.

    Observen por ejemplo la siguiente reflexión informal, de hace como diez años atrás:

Lo conté un montón de veces, lo plantié un montón de veces, y lo sigo sosteniendo. A no ser que me traigas alguna forma de conocimiento que se auto-aprende o algo por el estilo, por ósmosis, aprender es el producto de un montón de trabajo. Trabajo que, sí y sólo sí la Universidad tiene alguna función social por fuera de la creación de aristocracias, hoy es no sólo en negro sino directamente no remunerado.

Sí, estoy diciendo que a la gente que estudia hay que pagarle para que estudie; en lugar de, al mismo tiempo, como estamos acostumbrados, obligarles a que en paralelo se rompan el orto también “laburando” y tratando de, al mismo tiempo, tener una vida por fuera de esa trituradora.

    Ya por aquel entonces tenía en claro que estudiar es un trabajo. Todavía el big data era un término apenas para entendidos, y si le querías explicar a los demás que la gente utilizando cosas gratuitas estaba generando información y conocimiento (o sea, estaba haciendo un trabajo), se reían de vos. Hoy el que no sabe eso es considerado un analfabeto para lo que es la política contemporánea.

    Con el trabajo científico y tecnológico hemos logrado maravillas impensadas hace apenas décadas atrás, y hasta logramos que la colaboración en la generación de información sea trivial; pero así y todo seguimos pensando en términos absolutamente obsoletos en relación a lo que es nuestra capacidad real de trabajo, como si todo tuviera qué ver con “generar capital” o “agregar valor”. Hoy, “generar capital” es poco más que “boludear”, porque está directamente determinado por la idea de “consumir”; y las relaciones de sometimiento laboral tienen mucho más que ver con generar una escases inexistente que lleve a una competencia entre pares mucho antes que con una distribución de ningún tiempo ni fuerza de trabajo escasos. Pero así y todo, cuestionar la idea de “trabajo” sigue siendo alienígena cuando no directamente tabú, y lo mejor que se puede esperar al hacer eso en público es que apenas se rían de uno.

    Como sea, mi idea de lo que hacemos cuando “trabajamos” en términos capitalistas es muy diferente a lo que estoy acostumbrado a escuchar en mis pares. La única urgencia real que tiene la humanidad en general es la muerte: es lo único que hace del tiempo un bien escaso en términos objetivos; y en lugar de poner nuestra fuerza de trabajo en resolver ese problema (extendiendo la vida por tiempo indeterminado), lo que hacemos es dedicarnos a generar sedantes (químicos y culturales) para mantener las relaciones de dependencia y sometimiento brutales que ya conocemos, como si la vida fuera eso. Si los mismos modelos actuales de generación de información (no necesito ponerme a pensar ninguna ciencia ficción) los aplicamos a problemas reales, se obtienen soluciones teóricas complejas en tiempos que en otras épocas sólo podrían ser calificados de fantásticos, y sólo resta llevar esas soluciones al laboratorio (tarea que también imagino que puede ser automatizada). Con lo cuál, “trabajar” pasa a ser poco más que dedicarse a pensar e interactuar con los demás, sin urgencias demenciales ni sometimiento deshumanizante. Y sin “capital” qué generar.

    La gente que me conoce sabe que puedo estar todo el día haciendo cosas, de diferente naturaleza: ciencia, arte, tecnología, o incluso compartir ocio, durante todos los días de mi vida. Y aún así, casi todas mis actividades extralaborales podrían calificarse hoy por hoy como “improductivas”, porque son todas sin fines de lucro. Y es que allí hay una de las claves oscuras que nos dejan ver cómo se esclaviza a la gente en el capitalismo: no existe “no hacer nada” en la vida; uno siempre está haciendo algo, esté o no “trabajando”, y el big data es prueba suficiente (y objetiva) de ello. “Algo productivo” es absolutamente contingente a las reglas de cada sociedad, no del capital, y es perfectamente pensable una sociedad donde no sólo no hay que dedicar la vida a generar capital, sino que tampoco hay por qué estar sometido a regímenes de trabajo que deban constituir ni una tortura ni una identidad ni nada de lo que constituyen hoy.

    Pero no quisiera dejar pasar otra reflexión, atacando la cuestión de “trabajo para no ir a parar a la calle”. También desde hace tiempo estoy convencido de que el gran problema con la pobreza en el capitalismo no es la “pobreza” en sí. No es tener pocas cosas, ni que muchas otras sean lejanas e inaccesibles. Yo no tengo problema con vivir en una casa pequeña, con la comida medida, usando la misma ropa hasta que se necesite cambiarla, sin lujos ni privilegios: mi problema con la pobreza es que sin dinero no puedo pagar la casa, ni la salud de mi familia, ni puedo comunicarme con la gente que se comunica utilizando tecnología, ni puedo acceder a un montón de conocimientos que me interesan para los quehaceres que realmente satisfacen mi vida (investigación, desarrollo, y solución de problemas reales). El problema no es la escases, sino el desamparo: el problema es quedarse sólo, sin nadie que a uno lo ayude, sin herramientas ni esperanzas. Y esa es la amenaza de la pobreza. Una amenaza enteramente generada por el capitalismo, para mantenernos pendientes del horario laboral y el consumo hegemónico. Es una forma muy cruel de sometimiento y de tortura.

    Repensando algunas nociones claves de nuestro quehacer diario (siendo el trabajo una de ellas), lo que obtenemos son críticas muy incisivas a muchas ideas instaladas desde hace generaciones. Lo que necesitamos para hacer eso no es ser grandes sabios cultos e iluminados, sino honestidad intelectual y espiritual para dejar de defender los sistemas establecidos e impuestos sobre nosotros. Yo propongo pensarnos todos los días como eslabones entre un pasado que no elegimos y un futuro para con el que somos responsables y sobre el que vamos a tener que dar explicaciones. Ese, me parece, es el camino para construir opciones al capitalismo, que no requieran armar un binarismo con el comunismo, ni que nos lleven a coquetear nuevamente con el fascismo como hoy está sucediendo por todos lados.