Author Archive

Full auto book scanner

| August 9th, 2017

El pasado año 2016, con mi esposa y Juán, hicimos un scanner robot para libros completamente automático.
Acá dejo un video:

Acá dejo también el trabajo práctico, donde contamos cómo fue el desarrollo del proyecto: http://canta.com.ar/ifts14/laboratorio_3/final.pdf

Acá se pueden ver también otros videos del proceso (pruebas, experimentos, y demás): https://www.youtube.com/user/FerminGitorio/videos?shelf_id=0&view=0&sort=dd

Propp

| August 6th, 2017

    Agregando un item más a la lista de proyectos que jamás voy a terminar: quiero hacer un sistema de generación de historias. Ya deben existir un montón de estos; no podría importarme menos, quiero hacer el mío. Básicamente un motor de escritura parametrizable. La idea es implentar diferentes niveles de modelos de la lengua, y articular todo eso con lineamientos de escritura a más alto nivel. ¿Con qué objeto? Trollear a la literatura, no mucho más que eso; me gustaría poner bots a escribir textos a nombre de diferentes usuarios, que cada uno tenga “personalidades” diferentes, y que publiquen historias. En mis fantasías más sádicas, me daría por satisfecho cuando aparezca algún perejil a quejarse de que uno de esos usuarios boteados le está plagiando una historia.

    Decidí llamar a este proyecto Propp, en nombre del legendario lingüista ruso que quiso hacer una morfología de los cuentos de hadas.

    Acorde a la etiqueta de formalización de proyectos, le creo un repo: https://github.com/Canta/Propp

¿Qué es una buena historia?

| August 6th, 2017

    Hay unos cuantos problemas con las historias buenas, mas allá de la cuestión elemental de la definición. A mí me preocupan hoy por hoy las grandes historias reales que, por diferentes razones, incluso en esta era actual donde lo que más abunda son historias, no salen de círculos dolorosamente marginales. Y es que llegamos a una verdadera economía de las historias, un mercado de historias donde sabrá Dios cuál será el valor de cada cosa pero donde existe una incesante demanda de popularidad, un constante énfasis de los centros y periferias que se arman alrededor de absolutas ficciones, al punto tal de que los espacios más usualmente reacios al discurso académico terminaron sin mas remedio o sin mejor herramienta que instalar en horario central la idea de “posverdad”. Y es que del giro lingüístico para acá, sin necesidad siquiera de ponerse a hablar de siglos de epistemología, ya pasó suficiente tiempo como para un reconocimiento.

    Pero reflexionémoslo por un minuto. Pensemos un poco la cantidad de vidas y de historias que existen detrás de que, de repente, como si nada, la modernidad se muestra manifiestamente en jaque en el mismo lugar y a la misma hora que tenés minas en pelotas bailando con Tinelli o célebres y populares atletas cumpliendo por enésima vez proezas dignas de memoria y celebración hasta dentro de una semana cuando se deban repasar las próximas proezas deportivas dignas de memoria celebración que reemplazan a las anteriores, y así aparentemente hasta el fín de los tiempos. O en el mismo lugar donde florece la razón polémica, esa de la cuál jamás se obtuvo una sóla idea productiva. O en el mismo lugar donde se instala y pone en marcha el sentido común, ese con el que las academias se vienen peleando desde hace incontables generaciones. Ahí, hoy, se habla de “posverdad”.

    Si yo me basara en el mismo material que el más exitoso y revolucionario experimento epistemológico jamás creado, que es toda la parafernalia actual del big data y sus algoritmos de selección de “trascendencia” o “importancia”, si yo usara el mismo corpus digo, tendría que decir que una gran historia tiene cosas como magia, profecías, y alguna forma de maldad sobrenatural. Estoy pensando en Game of Thrones, Harry Potter, Star Wars, y tantos demases. Los juicios sobre tales grandes historias rondarían acerca de personajes mejores o peores, hablarían de circunstancias más o menos épicas, y darían lugar a infinitos debates sobre las condiciones cualitativas que hacen o dejan de hacer a esos trabajos marcas monumentales en el panteón de las ficciones. Hay cosas más periféricas; aquellas que cuentan cuentos sobre sentimientos, como puede serlo la cuestión Twilight, pueblos que se liberan en esa eterna lucha entre civilización y barbarie, como lo puede ser Hunger Games, cosas más vinculadas a sectores particulares de la ciencia ficción, como las Transformers o las cosas de superhéroes, e incluso tenemos lugar para lo que conocemos más formalmente como historia en cosas como los cuentos bélicos o de grandes héroes cual Braveheart; más entramos en detalle, más hacia las periferias nos adentramos, menos popular es nuestra gran historia, menos grande, y menos vale: menos se elige, menos trasciende, menos aparece al lado de las minas en pelotas, los Tinellis, los partidos de futbol, las polémicas, y ahora, como novedad, la posverdad.

    No tengo una idea clara acerca de esta reflexión. Sólo sé que cuando repaso la historia del pensamiento crítico vinculado a las historias como lo conozco, como me lo contaron, como lo sé ir a revisar, el cuál arranca casi arbitrariamente en el formalismo ruso de principios del siglo XX, el cuál arranca con Schlovsky yéndole con los tapones de punta al simbolismo y cagándosele de la risa, bardeándolo, agitándole el rancho con una legitimidad únicamente pensable en un momento histórico como el que le tocó vivir, repaso entonces algunas de esas historias que apenas conozco en detalles y me cuesta creer que el título de “grande” pueda caberle a dragones y varitas mágicas y peleas con espadas en el espacio con todo lo que eso implica. O peor aún: destinos y profecías. Mientras tanto, más y más derechos de todas las personas se ven sometidos día a día en virtud de privilegios para los que fabrican todo ese material tan amigado con las minas en pelotas y los combates retóricos a muerte: la privacidad, el acceso a la información, la libertad por sobre mi computación, la propiedad privada sobre las cosas que compro… todo parece absolutamente secundario para el consumidor con tal de estar al día con el capítulo de la serie del momento, o con tal de ver la última superproducción megamillonaria. Mi única certeza en todo esto es que las historias están ocupando un lugar de incuestionable centralidad en nuestra sociedad, mas allá de que la única novedad es el orden de magnitud en el que ese mecanismo se manifiesta.

    Es extraño… una marca de los tiempos que corren es que, habiendo tanta literatura de aventura desde tiempos inmemoriales, que operan como documentos históricos sobre otros momentos del mundo, es raro saber que incluso en el tedio mismo de la rutina voy a poder llegar a viejo y contar la cantidad de cosas espectaculares que me ha tocado vivir, tal y como le pasara a Shlovsky, sin tener que ir a buscar ninguna aventura a ningún lado. No parece haber historia más épica que la historia de la civilización. Es gracioso ver en comparación la cantidad de historias menores a las que necesitamos inflar para poder hacer pié entre tanto vértigo, entre tanta insignificancia del propio destino y tanta trascendencia del ser testigos en este evento revolucionario que es nuestro día a día contemporaneo, que ya tenemos hasta ciencias ficciones vanguardistas obsoletas en lapsos de treinta, veinte, o hasta diez años. Quién sabe hasta dónde nos veremos forzados a fantasear para poder seguir manteniendo esta economía de las grandes historias y de las marginales periferias.

WrapsApp

| August 5th, 2017

Tengo un profundo y plenamente justificado desprecio hacia toda tecnología cuyo único fín es quitarle derechos a las personas. WhatsApp es un claro ejemplo de una de ellas.
Se trata de lisa y llanamente de un email con otra UI; uno envía mensajes, ya sea a un grupo o a una casilla, ya sea texto o multimedia. La diferencia tecnológica fundamental es que el email es descentralizado, cualquiera puede montarlo en cualquier server, se puede resguardar de mil maneras, se puede encriptar como a uno le parezca, es ilimitadamente interoperable, es libre, es standard, es un sistema maduro, y sus logros son legendarios; WhatsApp, por otro lado, sólo te permite interactuar con WhatsApp, está centralizado en los servidores de WhatsApp, trackea a la gente, y es activamente incompatible con cualquier otro servicio de mensajería.

Es una de tantas tecnologías que el mundo parece complotar por instalar como el estado natural de las cosas. Pero es dolorosamente soprendente que gente del gremio IT, que no requiere mucho trabajo para razonar estas cuestiones, insiste en levantarlo como si fuera alguna forma de maravilla innovadora.

Hace un tiempo atrás me topé con un alma hermana, acá: link.
En ese texto, Eugene Wallingford, después de leer a D. Schmüdde y Alexander Rakoczy, nos deja su Occasional Reminder to Use Plain Text Whenever Possible. Hoy siento la necesidad de colaborar con la causa.

Hace años vengo diciendo eso de “email con otra UI”. Hoy me parece un buen momento para plantearlo como proyecto. Así nace “WrapsApp”, que no es más que un wrapper de emails pero que luce exactamente igual a la UI de WhatsApp.

Creo inmediatamente un repo público para poder darle lugar al proyecto: https://github.com/Canta/WrapsApp

(…)

– ¿Por qué se mantiene usted al margen de la polémica?

– Me gusta discutir y trato de responder a las cuestiones que se me plantean. Es verdad que no me gusta participar en polémicas. Si abro un libro en el que el autor tacha a un adversario de «izquierdista pueril», lo cierro enseguida. Tales maneras de hacer no son las mías: no pertenezco al mundo de los que se valen de ellas. Por esta diferencia, que mantengo como algo esencial: se trata de toda una moral, la que concierne a la búsqueda de la verdad y a la relación con el otro. En el juego serio de las preguntas y de las respuestas, en el trabajo de elucidación recíproca, los derechos de cada uno son de algún modo inmanentes a la discusión. Simplemente marcan la situación de diálogo. El que pregunta no hace sino usar del derecho que le es dado: no estar convencido, percibir una contradicción, tener necesidad de una información suplementaria, hacer valer postulados diferentes o destacar una falta de razonamiento. En cuanto al que responde, tampoco dispone de ningún derecho excedente respecto de la discusión misma; está ligado mediante la lógica de su propio discurso a lo que ha dicho con antelación y, a través de la aceptación del diálogo, al examen del otro. Preguntas y respuestas derivan de un juego -un juego a la par agradable y difícil- en el que cada uno de los interlocutores se limita a no usar sino derechos que le son dados por el otro y mediante la forma aceptada del diálogo.

   El polemista se aproxima acorazado de privilegios que ostenta de entrada y que nunca acepta poner en cuestión. Posee, por principio, los derechos que le autorizan a la guerra y que hacen de ésta una empresa justa; no tiene ante él a un interlocutor en la búsqueda de la verdad, sino a un adversario, un enemigo que es culpable, que es nocivo y cuya existencia misma constituye una amenaza. Para él, el juego no consiste, por tanto, en reconocerlo como sujeto que tiene derecho a la palabra, sino en anularlo como interlocutor de todo diálogo posíble, y su objetivo final no será el de acercar tanto como se pueda una difícil verdad, sino el hacer triunfar la causa justa de la que desde el comienzo es el portador manifiesto. El polemista se apoya en una legitimidad de la que, por definición, es excluido su adversario.

   Quizá será preciso hacer algún día la larga historia de la polémica como figura parasitaria de la discusión y obstáculo en la búsqueda de la verdad. Muy esquemáticamente, me parece que en ello se podría reconocer hoy la presencia de tres modelos: modelo religioso, modelo judicial y modelo político. Del mismo modo que en la heresiología, la polémica se propone como tarea determinar el punto de dogma intangible, el principio fundamental y necesario que el adversario ha descuidado, ignorado o transgredido; y en esta negligencia, denuncia la falta moral; en la raíz del error, descubre la pasión, el deseo, el interés, toda una serie de debilidades y vinculaciones inconfesables que la constituyen en culpabilidad. Como en la práctica judicial, la polémica no abre la posibilidad de una discusión en condiciones de igualdad; instruye un proceso. No se ocupa de un interlocutor, trata un sospechoso, reúne las pruebas de su culpabilidad y, designando la infracción que ha cometido, pronuncia el veredicto y dieta condena. En todo caso, no estamos en el orden de una indagación llevada en común; el polemista dice la verdad en la forma de un juicio y según la autoridad que le es conferida a sí mismo. Pero hoy en día el modelo político es el más poderoso. La polémica define alianzas, recluta partídarios, coliga intereses u opiniones, representa un partido; constituye al otro en un enemigo portador de intereses opuestos contra el que hay que luchar hasta el momento en el que, vencido, no le cabrá sino someterse o desaparecer.

   Sin duda, en la polémica la reactivación de estas prácticas políticas, judiciales o religiosas no es otra cosa que teatro. Se gesticula: anatemas, excomuniones, condenas, batallas, victorias y derrotas no son, después de todo, sino maneras de decir. Y sin embargo son también, en el orden dei discurso, maneras de hacer que no carecen de consecuencias. Se dan efectos de esterilización: ¿se ha visto alguna vez surgir una idea nueva de la polémica?. Y no podrá ser de otra manera desde el momento en que los interlocutores son incitados, no a avanzar, ni a arriesgarse cada vez más en lo que dícen, sino a replegarse sin cesar sobre el buen derecho que reivindican, sobre su legitimidad que deben defender y sobre la afirmación de su inocencia. Y hay algo más grave: en esta comedia se remeda la guerra, la batalla, las aniquilaciones o las rendiciones sin condiciones; se hace pasar cuanto se puede por su instinto de muerte. Ahora bien, resulta peligroso hacer creer que el acceso a la verdad puede pasar por semejantes caminos y validar de este modo, siquiera solamente bajo forma simbólica, las prácticas políticas reales que podrían así autorizarse. Imaginemos por un instante que, en una polémica, uno de los dos adversarios recibe, mediante un golpe de varita mágica, el poder de ejercer sobre el otro todo el poder que desea. Algo que, por lo demás, resulta inútil imaginar: basta con ver cómo se desarrollaron en la URSS, no hace tanto tiempo, los debates en torno a la lingüística o a la genética. ¿Eran desviaciones aberrantes de lo que debe ser la auténtica discusión? En absoluto; antes bien, en tamaño real, se trataba de las consecuencias de una actitud polémica cuyos efectos habitualmente permanecen en suspenso.

(…)

 

Michel Foucault, en «Polemics, Politics and Problematizations».
«Polémique, politique et problérnatisations»: entrevista con P. Rabinow, mayo de 1984, respuestas traducidas al inglés en Rabinow (P.) (comp.), The Foucault Reader, Nueva York, Pantheon Books, 1984, págs. 381-390.