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En la máquina se originan uniones continuadas den forma de cadena; la máquina no puede llevar a cabo transiciones repentinas, por saltos, es decir que no puede modificar los principios originales.
En cambio, el pensamiento humano realiza sus descubrimientos más significativos sobre la base de la fantasía creadora, la cual representa una ruptura de la continuidad en el proceso del conocimiento.
Si consideramos, por ejemplo, la situación de la física hacia fines del siglo XIX, podremos decir que la máquina podría haber calculado, con una exactitud de un millonésimo, los datos de la irradiación y de la absorción del llamado corpúsculo negro, pero no habría llegado al importante descubrimiento de Max Planck sobre la discontinuidad del intercambio energético. En el mejor de los casos, la máquina puede comparar, sobre un mismo plano y sobre la base del método de “prueba y error”, las posibilidades, pero el mundo real y las informaciones sobre el mismo son polifacéticos y amplios, y no pueden ser reducidos a un plano. El traslado casual de la máquina a otro plano, a una clase de sucesos no contemplados en el programa, significa una catástrofe, una “psicosis” de la máquina, una “conspiración de las mónadas”, como lo expresara Norbert Wiener, basándose en Leibniz. En el hombre, en cambio, las asociaciones por saltos despiertan ideas inconscientes, que siempre se hallan presentes, en un plano posterior, en el cerebro. Para el hombre, tales saltos son necesarios para pasar de una teoría a otra.
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En todo caso, todas las investifaciones sobre este problema de la relación entre el hombre y la máquina, deberán partir, en el futuro previsible, del hecho -determinate de toda la evolución posterior de la máquina- que los autómatas han surgido de la actividad espiritual del hombre.
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La construcción de autómatas que se reproducen a sí mismos tuvo como consecuencia un progreso fundamental en el desarrollo de las máquinas cibernéticas: éstas logran la capacidad de una cierta autoevolución. Pero aún esta evolución independiente de los autómatas será muy relativa, puesto que la misma tendrá lugar sobre la base del “impulso inicial” dado al sistema autoreproductor por el hombre, el cual da un programa inicial al autómata. Por esta razón, todas las ideas de una “sociedad de máquinas” independiente, la cual incluso podríoa llegar a rebelarse contra el hombre, son utopías reaccionarias y carentes de fundamento. El reino de las máquinas, aún de las autoreproductoras, no puede llegar a ser independiente, autónomo, cerrado en sí mismo, respecto del hombre, en cuanto “primer motor” de las máquinas cibernéticas. En los primeros “autómatas” ajedrecistas se habían escondido hombres, para engañar a los espectadores. Actualmente se “esconde” al hombre, abiertamente, en la máquina cibernética, pero no su cuerpo sino sus informaciones y su despliegue de trabajo, gracias al cual se insufla vida en el metal muerto de las máquinas.
Las máquinas no poseen -al igual que el satélite de la tierra, la luna- una fuente de luz propia, sino que resplandecen por la luz reflejada del espíritu humano.
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El autómata es sólo un eslabón en la cadena cerrada “hombre-naturaleza”. Este eslabón puede hacerse cada vez más complicado y más largo, pero nunca se convertirá en la cadena íntegra. En el cosmos, el autómata no puede ocupar otro lugar que el situado entre el hombre y la naturaleza. La esfera de los autómatas puede ser más amplia, pero nunca podrá llegar a ser otra cosa que una esfera intermedia, y no puede absorber al hombre ni a la naturaleza. La naturaleza se hallará siempre por debajo y el hombre siempre por encima del autómata.
La relación entre el hombre y la máquina posee carácter histórico y depende de las relaciones sociales.
En la sociedad antagónica, en la cual todos los vínculos naturales han sido desfigurados, puestos cabeza abajo, los órganos artificiales del hombre, los instrumentos de producción, subyugan al trabajador. Incluso la transmisión de funciones del trabajador a las máquinas lleva en sí un carácter antagónico, llegando hasta el completo desplazamiento del trabajador de la producción, hasta la desocupación.
En la sociedad que reposa sobre la propiedad privada, no puede haber una relación razonable entre el hombre y la máquina: mientras el hombre trabaja es esclavo de la máquina, se convierte en su apéndice, y cuando no tiene trabajo es aislado por la máquina.
En la época actual, la máquina, que es un arma de los capitalistas en su lucha contra los trabajadores, se convierte en una herramienta contra el sojuzgamiento cada vez mayor de los creadores espirituales. No es casual que Norbert Wiener plantee una sombría perspectiva y diga que a un hombre de capacidad media pronto no se le ofrecerá nada, en la sociedad capitalista, con lo cual pudiera ganar dinero. En la sociedad burguesa, la inteligencia activa se encuentra entre la Escila del sojuzgamiento por medio de la máquina, de la transformación en un apéndice del sistema cibernético, y la Caribdis del desplazamiento por la máquina.
La contradicción entre trabajo intelecual y trabajo manual adopta, en la sociedad capitalista actual, un carácter particularmente distorsionado: el trabajo intelectual -al igual que el manual- se deprime al nivel de una subordinación a la máquina. La salida radica en que, en la sociedad burguesa, el intelectual no se refugie en una fantástica “torre de marfil”, sino que se dirija hacia los verdaderos trabajadores. Cuando más estrechamente se una la inteligencia con la clase trabajadora y su partido, tanto más rápidamente será relevada la sociedad del insensible pago al contado.
En una organización planificada de la sociedad que se funda en la propiedad colectiva, la transmisión de un número cada vez mayor de tareas de la producción del hombre a la máquina, no conduce a contradicciones antagónicas entre ambos. Por el contrario, una liberación tal del hombre, de numerosas operaciones de la producción, es la condición inexcusable para una correlación razonable entre el hombre y la máquina, en la cual se da “a la máquina, lo que es de la máquina” y “al hombre, lo que es del hombre”. Cuanto más se transfieran a las máquinas las tareas de la producción, tanto más flocererá, de acuerdo a una frase de Marx, “lo humano en el hombre”. Esto se alcanza con la ayuda de la automatización, la cuál representa la línea general de la evolución de las fuerzas productivas en el camino hacia el comunismo para prolongar el medio principal, el “tiempo libre” de los obreros. Pero este “tiempo libre” no es, en ningún caso, un tiempo no utilizado, vacío, socialmente insignificante. El “tiempo libre” es un resultado y al mismo tiempo una condición inexcusable del aselanto social. Para mantener las posiciones claves en el proceso de dirección, el hombre debe perfeccionarse para poder aventajar, en todo momento, la evolución de las máquinas. Para este perfeccionamiento tampoco puede renunciar al “tiempo libre”. Pero si el hombre lo emplea jugando al dominó, no acelerará el adelanto social. De acuerdo a nuestro punto de vista, resulta adecuado decir que la “productividad del empleo del tiempo libre” es una condición escencial para la elevación de la productividad en el trabajo.
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I. B. Novik, Acerca de algunos problemas metodológicos de la cibernética.
Publicado en Cibernética: ciencia y práctica, editorial Lautaro, 1964.