En el año 2005 escribí un pequeño texto, para una materia de la carrera de Letras en la UBA, sobre el cuento de Borges “la biblioteca de Babel“. Por devenires del taller literario del que formo parte, estamos leyendo Borges, y recordé este trabajo.
Lo releí ayer, y francamente no entendí nada. Pero me gusta cómo desde hace años vengo reflexionando sobre las mismas cosas, y más me gusta todavía esa tesis super jugada e injustificada sobre la ficción que de pura caradurez me animé a tirar ahí adentro.
La respuesta a cualquier interrogante sobre la Biblioteca de Babel se encuentra en la Biblioteca misma. Y la Biblioteca es, curiosamente, el universo.
Una de mis preguntas fundamentales al leer fue: ¿por qué Biblioteca? ¿Por qué no Feria, o Zoológico, Colmena, Tren, o Río? ¿Por qué exactamente Biblioteca? ¿Por qué no otra cosa?. Es natural que no haya llegado a ninguna conclusión. Pero este trabajo toma como base, ya que lo es, qué implica este detalle (en mi opinión retórico).
Y más tarde, la segunda pregunta, evidente y necesaria: ¿Por qué Babel?. La mecánica fue la misma; sin logros en encontrar respuestas, me topé con el hecho: sea por lo que fuera, era Babel. Y eso también me implicaba algunas cosas.
La idea de la biblioteca como metáfora o representación de un universo me lleva a preguntarme sobre cómo influye o qué función cumple el conocimiento en la literatura, el dato y su orden. Y es que durante todo el relato se sigue aplicando y planteando la posibilidad de una reducción, de una comprensión de un universo, o hasta esquematización o diagramación y, por ende, duplicación, recreación; predicción y manipulación. Ciencia. Escucho conocimiento cuando leo Biblioteca en este cuento (no placer, por ejemplo, ni belleza). Leo una búsqueda constante por una certeza en algo que, caótico o no, excede las posibilidades de control por parte del aparentemente pobre bibliotecario, aparentemente víctima o esclavo de algo que no entiende (¿qué es toda esa locura, toda esa enfermedad y suicidio como característica pertinente o destacable en ese, al fin y al cabo, universo?).
Pero Babel me lleva a otra cuestión. ¿Babel como Biblioteca? ¿El Caos de la incomprensión como Literatura? ¿Es posible comprender en “La Biblioteca de Babel” una perspectiva de la literatura?
Curiosamente, mi pregunta más inmediata fue, entonces, si era posible siquiera comprender algo en la biblioteca de babel. Y me dije que el desconocido relator evidentemente alguna que otra cosa comprendía, por lo que mi pregunta anterior, también entonces, varió: ¿Es lícito comprender en “La Biblioteca de Babel” una perspectiva de la literatura?
Sin embargo, el planteo de un universo en una biblioteca me llevó a una tercera pregunta, que me derivó también a otro detalle. ¿Qué hay por fuera de la Biblioteca?
La respuesta está en el cuento. El vacío aparentemente ilimitado; el lugar por donde los piadosos arrojan los cadáveres, donde los suicidas se suicidan o las pequeñas barandas permiten accidentes en esos conductos de ventilación por donde probablemente también vuelen las pestes (no por nada pulmonares); la muerte. El cuento no plantea la idea de salir de la Biblioteca, pero sí plantea el poder medirla u ordenarla, sí plantea la posibilidad (o imposibilidad) de que tenga límites; todos en ese universo saben muy bien cómo se sale de la Biblioteca, y es muriendo; es para siempre.
Y también, al seguir pensando un poco, el mito de Babel me indicó otro pequeño detalle. Es sabido que en Babel nacieron los idiomas. Sin embargo, también nació la traducción.
Pero quiero partir por lo que tengo. Tomé algunas notas.
“La luz que emiten…” las lámparas en la Biblioteca “…es insuficiente e incesante”. Fue la primera relación directa que encontré entre las palabras Biblioteca e información en el cuento, y fue por medio de la Ilustración, la Enciclopedia; esa luz que da el conocimiento. Podría comparar, por ejemplo, la Biblioteca con un exceso de información vigente en la actualidad gracias al desarrollo de los sistemas informáticos (no por nada llamados así), pero sería simplemente como justificación, para darle validez a lo que digo, y tendría que desarrollarlo; no creo que venga al caso. Sin embargo quiero decir que quizás en algún momento el proyecto de acumulación de información pudo haber parecido factible, beneficioso en alguna medida a sabrá quién qué, pero encuentro la problemática de los límites en ese proyecto planteada en La Biblioteca. Y no me parece un detalle menor; me parece que se toma (o puede tomarse al menos) esa problemática para ejemplificar otra idea, directamente relacionada con la literatura y con mi segunda pregunta principal: ¿qué lee el que lee?
Me planteaba ese Babel como Literatura, esa idea de usar la metáfora de Babel, el mito, como una perspectiva del trabajo que realiza el escritor. Entonces me crucé con este fragmento, ubicándome un poco en la situación:
“Un número n de lenguajes posibles usa el mismo vocabulario; en algunos, el símbolo biblioteca admite la correcta definición ubicuo y perdurable sistema de galerías hexagonales, pero biblioteca es pan o pirámide o cualquier otra cosa, y las siete palabras que la definen tienen otro valor. Tú, que me lees, ¿estás seguro de entender mi lenguaje?”
No pude probar desde un principio la supuesta mecánica retórica que intuí del término Biblioteca; después de días de lectura y relectura, lo que Borges había querido decir con eso o su mera intención siquiera seguían siempre como posibilidades, como algo necesariamente improbable. Fue recién entonces cuando me interesó ese párrafo.
Es cierto que uno lee de una manera u otra utilizando los vocabularios que conoce. Pero también es cierto que leí todas esas veces Biblioteca buscando adrede una relación con otro término, usando de una manera u otra un sistema; aplicando un método. Y es que ese párrafo plantea un limite en ese método mío de lectura, en esa forma que tenía de, al fin y al cabo, ubicar lo que se me ocurriera en el texto, forzarlo. Y es también un límite en todo método de lectura o análisis: se lee lo que se puede, y no se lee porque sí.
Sin embargo, detecto un factor en mi método que lo encuentro también como problema en todo ese universo de la Biblioteca, y es el sentido. Todas esas medidas, todas esas características una y otra y otra vez pronunciadas, explícitas, que llevan a todos los hombres a todas esas conclusiones, a todas esas hipótesis, que al parecer los deriva necesaria y literalmente a la perdición. Cada vez menos gente, cada vez mas infeliz e insatisfecha. ¿Qué idea expresar que no estuviera expresada ya en los textos de la Biblioteca, por ejemplo? ¿qué sentido tendría? O peor aun, entre tanto Caos lingüístico, literario, o de la naturaleza que sea, ¿cómo decirlo? ¿Cómo encontrarle un sentido a todo ese universo cuando plantea a las mismas herramientas utilizadas para el caso como insuficientes?
¿Cuál es la posición del bibliotecario frente a todo eso acaso? ¿Instaurar un orden? Que resulta exactamente lo mismo que esta otra pregunta: ¿para qué vivir? ¿quién o qué es uno? ¿quién o qué en ese lugar? ¿qué genera esas preguntas?
El relato cita una melancolía que no es azarosa, que depende de algo. En un principio, cita por primera vez esa melancolía en la primera página, en “la anatomía de la melancolía”, directamente señalando “el arte que permite contemplar la variación de las 23 letras”. Pero en una segunda instancia lo remite a una nota, en el pié de una página: “Memoria de indecible melancolía”, viajar por noches sin encontrar a nadie.
Y es que ¿qué otra cosa puede generar toda esa completa falta de orientación, de explicación, toda esa sensación de estar perdido en medio de un infinito siempre inválido de clasificar, de vivir en un vacío existencial?
Soledad. O acaso aburrimiento, miedo, o desesperación. Todo aquello que no por mera descripción del paisaje aparecen en los demás, en los que se suicidan o se vuelven locos. O que de repente se comprometen en la Búsqueda (todos, según el relator), de un libro, de una Vindicación, de un catálogo verdadero. De una explicación. De un sentido.
“Ruego a los dioses ignorados que un hombre –¡uno solo aunque sea, hace miles de años!– lo haya examinado y leído.”
Que alguien me diga que no estoy loco, que no estoy desperdiciando mi vida.
La melancolía de la soledad es siempre indecible. Y fundamentalmente porque no hay a quién decírsela; no hay quién entienda, amén del código que se use. Todos están solos y perdidos en La Biblioteca. Perdidos entre respuestas, curiosamente, donde ninguna alcanza para ser la correcta. No hay quién mida; no hay medida. Y por esa razón también en el principio me tomé la libertad de aclararlo: ese sentido que buscan todos en La Biblioteca necesita ser absoluto. Como el que buscaba la ciencia moderna, en todo el universo (que otros llaman Biblioteca). Estoy hablando de un sentido que necesariamente debe ser válido en todos los universos (básicamente el contenido mismo de la Biblioteca).
“Que el cielo exista, aunque mi lugar sea el infierno. Que yo sea ultrajado y aniquilado, pero que en un instante, en un ser, Tu enorme Biblioteca se justifique.”
La justificación, la razón. Aunque también la medida: lo “justo”, lo exacto. Esa palabra juega con lo correcto, lo legal, lo lógico y lo preciso.
Ahora, esta tercera pregunta que hice en un principio, “qué hay por fuera de la Biblioteca” entra en la cuestión.
En nuestro vocabulario, Biblioteca implica un espacio delimitado y con una función específica. No así Universo. Es otro problema de límites y perspectivas. Cualquier noción de Universo está limitada, como el concepto de Infinito o de Nada, a algo que necesariamente excede los límites de lo que se puede conocer. Cualquier noción imaginable de infinito deja automáticamente de ser infinita. Exactamente el mismo problema tiene “nada”, que al pensar en “nada”, necesariamente se está pensando en algo. Universo es otra de esas variables contradictorias que implican lo que se conoce y lo que está más allá de eso, lo que se puede comprender y lo que no.
Por esta razón me parece particularmente destacable la palabra Biblioteca.
La Biblioteca abarca todo lo posible y lo imposible también, lo real y lo irreal, lo preciso y lo inexacto, lo justo y lo injusto; el universo, y todos los demás universos. Al universo (que algunos llaman Biblioteca), acá lo llamo ficción. Un producto necesario de la imaginación humana, del razonamiento y el sistema de los sentimientos. La hipótesis que desprendo de “La Biblioteca de Babel” es que crear una ficción es darle un sentido al caos o al azar, determinar un límite en lo infinito, y eso puede hacerse en cualquier lenguaje (por ejemplo, en el matemático, ¿cuánto es cero? ¿qué número puede ser ese?); que es una herramienta (un método si se quiere) para encontrar explicaciones y sentidos, y anterior a métodos como el científico; que es la mecánica del mito, y una parte necesaria de todo sistema de razonamiento: los valores y los sentidos. Algo que necesariamente poseen los que buscan la verdad y (o en) “lo real”, el generador de esa indecible melancolía, que no parece estar en ningún lado, pero curiosamente en todos lados a la vez y para siempre, que a fin de cuentas es lo único verdaderamente real de lo que pueden dar cuenta los Bibliotecarios, más allá de qué digan los libros, o qué no digan.
La ficción se encarga de determinar qué existe por fuera de la Biblioteca. La ficción determina un límite en la perspectiva de lo real, una medida; un orden. La ficción es “Tu justificación”.
Ese cuento es una ficción más de Borges. Los libros de La Biblioteca curiosamente no parecen mostrar autor. Pero este sí lo tiene, y no es Dios.
Esa visión desgastada del artista-dios puede juzgarse de otra manera en “La Biblioteca de Babel”. Y es que después de leer este texto de Borges, el dios es mas bien el que lee, el que da un sentido (¿para qué otra cosa sirve Dios al fín y al cabo?). La literatura plantea un quiebre en las construcciones necesariamente retóricas por el ejercicio mismo de los lenguajes, y este texto de Borges resulta un ejemplo claro.
La antígua dicotomía retórica/poesía. Mi idea es que Borges utiliza la traducción como técnica a la hora de escribir. Es una idea complicada de demostrar (si es que posible, claro), y seguramente tomaría un enorme análisis siquiera darle un mínimo sentido válido o alguna coherencia. Sin embargo, me sirve para plantear esta perspectiva: la traducción muestra un límite necesario en la comunicación (por el uso de lenguajes), y “La Biblioteca de Babel” muestra hasta qué punto influye ese mecanismo en la vida de las personas que, de una manera u otra, se enfrentan a ese problema de que, aun sin estar tan solos, algunas cosas son imposibles de comunicar; más allá de que más tarde se logre, en un momento y lugar dado, el problema es así de sencillo: no se puede. Y, por otro lado, la otra cara de ese problema, de encontrar la explicación y la forma exacta de algo (en un momento) incomunicable: “…la posibilidad de que un hombre encuentre la suya, o alguna pérfida variación de la suya, es computable en cero”. Ese es el espacio de la ficción, y el de la literatura: crear esas cosas imposibles de encontrar. No por nada en La Biblioteca, cuando algunos determinaron ponerse a escribir ellos mismos, “las autoridades se vieron obligadas a promulgar órdenes severas”. No por nada es “inútil observar que el mejor volúmen […] se llama Trueno Peinado.” Y eso es porque, en La Biblioteca de la supuesta certidumbre, en el lugar donde estan todas las respuestas, la ficción no tiene espacio, ni forma, ni tiempo, ni validez; está en todos lados, y en ninguno a la vez.