En el apogeo de las hazañas tecnológicas, perdura la impresión irresistible de que algo se nos escapa; no porque lo hayamos perdido (¿lo real?), sino porque ya no estamos en posición de verlo: a saber, que ya no somos nosotros quienes dominamos el mundo, sino el mundo es el que nos domina a nosotros.

 

    No sé de qué otro momento histórico pueda estar hablando Baudrillard cuando se refiere a que ya no dominamos el mundo (como si alguna vez lo hubiéramos hecho), pero la cuestión tecnológica definitivamente es clave en nuestra era. Precisamente, quiero improvisar una reflexión acerca de algunas cuestiones que se viven en mi gremio.

    Finalmente, después de tener que fumarnos por décadas que tipos como Bill Gates o Steve Jobs sean propuestos como íconos populares y campeones de la virtud, no estoy seguro si por el hecho de haber conseguido enormes cantidades de dinero o por haber logrado instalar un revisionismo histórico digno de provocarle erecciones a los negacionistas, el mundo del IT está en niveles tan bajos de popularidad que las consecuencias empiezan a sentirse en la calle.

    Cuenta un señor en una entrevista, “yo nunca diría que trabajé en Facebook”.

(…)

“We have this habit of highlighting and celebrating brilliant assholes like Steve Jobs and [Uber co-founder and ousted CEO] Travis Kalanick, when the reality is they are awful human beings,” said Greg, head of technology at e-commerce startup Brandless, adding that it is women and people of colour who tend to bear the brunt of their behaviour.

“It reminds me of stories that came out of Wall Street in the 1980s, when sexism was part and parcel of the culture,” he added. “Stories like that become public very quickly and people find out and paint tech with one brush.”

Some of this behaviour stems from the hubris that positions profit-seeking corporations as benevolent forces in the world.

“You are selling ads, you’re not really making the world a better place,” noted the former Facebooker. “But most people drank the Kool-aid.”

(…)

    Lo que está pasando es que, como pasó en los ’80 con las corporaciones bancarias y la gente de la bolsa en aquel momento histórico de “greed is good”, el mundo del IT está siendo visto como parásitos de la sociedad y gente de mierda. Este año salieron un montón de notas sobre cómo Google y Facebook pretenden cosas como hackear el comportamiento humano o cómo utilizan las mismas tácticas de los casinos para tener a la gente siempre pendiente de las porquerías que venden, y en definitiva con lo que juegan es con una economía de la atención que finalmente determina a las sociedades tal y como estamos viendo.

    Buena parte de eso es simple conductismo berreta, con límites conocidos por cualquiera que pispee un poco el asunto. Algunos se preocupan por las iniciativas de verdadero control mental que andan dando vueltas, otros pocos están preocupados por las cuestiones vinculadas a la privacidad, pero lo que está empezando a molestar en serio es el poder que esa gente maneja. Hoy por hoy tu mamá o tus amigos te exigen que uses Whatsapp, te hacen entrevistas laborales por Skype, tus trabajos prácticos en las universidades te los piden en formato de Microsoft Word o Microsoft Powerpoint, el hardware que usás para informarte tiene que estar homologado por Microsoft, los sitios webs que consumís mandan tu información a Facebook y Twitter y Google y otro puñado de empresas que se dedican a vender propagandas a usuarios y metainformación de usuarios a otras empresas, o hasta hemos visto en Argentina que la posibilidad de tener o no tener un iPhone se convierte de repente en una variable política y un indicador económico en la clase media. En definitiva, vivir normalmente es transar con estos tipos, y cualquier otra cosa te condena a la más absoluta marginalidad. Así, te vas a cruzar con hordas de pendejos tarados que te van a hablar de idioteces como la innovación o la comodidad o la eficiencia, convirtiéndose automáticamente en evangelistas empresariales (que en este contexto no es ninguna otra cosa que vendedores ad-honorem), y encima van a decirte con total descaro que están hablando de libertad y de poder elegir e, incluso, de progreso.

    Y más allá de la acidez que el asunto pueda darme, hace unos días no puedo dejar de pensar en un paralelismo: el positivismo optimista a finales del siglo XIX y principios del XX. Ese positivismo que creía en la ciencia y por lo tanto en la tecnología como su campeón indiscutido, que venía a domar a la naturaleza y a transformar las sociedades, trayendo la esperanza de la verdad objetiva, absoluta, y pretendiendo por esa vía derrotar a la insensatez y la estupidez religiosa, política, humana… en aquel entonces empezaron con los superhéroes: supersoldados, superhumanos, tecnológicamente modificados o científicamente explicados, que de una piña te tiraban una montaña, y a las trompadas se abrían paso entre los ejércitos enemigos, y eran supergenios que encontraban soluciones a superproblemas, y hacían un montón de supercosas que la gente no podía hacer; al menos no en ese momento. Los superhéroes nacieron de esa esoteria cientificista del supersoldado y el superhombre. Pero pasó lo que pasó: la tecnología finalmente se convirtió también en motor de la explotación, la naturaleza no sólo no fue domada sino que se empezó a retobar, las guerras pasaron a tener decenas de millones de muertos, y la tecnología mucho más que campeón de la verdad se convirtió en el campeón del desastre. El colmo, claro, fue la bomba atómica; un desarrollo tecnológico que sumergió al mundo en un oscurantismo del que todavía hoy no salimos. Porque mientras las ideas sobre mundos mejores florecían por todos lados, la tecnología logró frenar cualquier discusión sobre cómo mejorar a las sociedades para subordinar la capacidad crítica y la discusión política al problema de adecuarse a algún bloque; hoy ya ni siquiera hay Unión Soviética, y así y todo tenemos que seguir eligiendo entre darle pelota a Estados Unidos o Rusia, o China, o Europa. Y todo gracias, en enorme medida, a la tecnología.

    Pero hablaba de paralelismos. Para esta altura en el siglo pasado, ya había revoluciones y se venía la primera guerra; el positivismo científico tuvo mucho qué ver en cómo se desarrolló el asunto. Hoy tenemos monstruos tecnológicos que se meten en la vida de la gente y hackean a las democracias, y en todos lados se siente ese olor a podrido que indica que la cosa así no va para ningún lado; la cuestión de la posverdad tiene mucho qué ver en cómo se desarrolla ese asunto. No sé qué será más doloroso: si la cantidad de sometimiento que se está generando, si las consecuencias nefastas en el ecosistema, o si las maravillas tecnológicas que necesariamente van a ser cuestionadas de acá a un par de siglos más por haber hecho tanto desastre. Pero no puedo dejar de comparar en mi cabeza a esa generación positivista que terminó siendo vanguardia del desastre, con mis colegas del mundo del IT que hoy juegan a que está todo bien con manipular la atención de la gente y jugar en tiempo real con qué es real. No puedo dejar de imaginar a mis nietos, cuando revisen a mi generación en sus clases de historia, comparando a internet con la bomba atómica.

Leave a Reply