Luego de publicar mi post sobre la aleteistesia, consulté sobre pensadores que hubieran trabajado el tema y un amigo me indicó este texto de Nietzsche que yo nunca había leido. Mis lecturas de Nietzsche fueron ya hace décadas, y si bien su línea de pensamiento es muy cercana a algunos de los temas que me interesan, en este texto pareciera trabajar casi exactamente lo mismo que yo. Así que me parece un excelente punto de continuación para mi ensayo. El texto lo pueden descargar de acá.

    Quiero comenzar con los puntos que tenemos en común. Lo primero que me interesa destacar es que en “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral”, Nietzsche literalmente menciona la idea de un “sentimiento de la verdad”. Y, como yo también lo hiciera, él le adjudica un rol vinculado a la supervivencia y la adaptación a la vida en sociedad. Él en este texto se pregunta qué es lo que lleva al hombre a buscar la verdad; algo análogo a mi pregunta autoafirmada de “por qué no podríamos simplemente ignorarla”. Y de manera también similar a mis conclusiones, él afirma que en realidad al hombre le importa poco la verdad en comparación con otras cuestiones que la rodean: afirma que el ímpetu de verdad es consecuencia de un constructo que opera uniendo a la gente en alguna forma de norma, donde luego reposan las morales.

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En la medida en que el individuo quiera conservarse frente a otros individuos, en un estado natural de las cosas, tendrá que utilizar el intelecto, casi siempre, tan sólo para la ficción. Pero, puesto que el hombre, tanto por necesidad como por aburrimiento, desea existir en sociedad y gregariamente, precisa de un tratado de paz, y conforme a éste, procura que, al menos, desaparezca de su mundo el más grande bellum omnium contra omnes. Este tratado de paz conlleva algo que promete ser el primer paso para la consecución de ese enigmático impulso hacia la verdad. Porque en este momento se fija lo que desde entonces debe ser verdad, es decir, se ha inventado una designación de las cosas uniformemente válida y obligatoria, y el poder legislativo del lenguaje proporciona también las primeras leyes de la verdad, pues aquí se origina por primera vez el contraste entre verdad y mentira. El mentiroso utiliza las legislaciones válidas, las palabras, para hacer aparecer lo irreal como real; dice, por ejemplo, yo soy rico cuando la designación correcta para su estado sería justamente pobre. Abusa de las convenciones consolidadas efectuando cambios arbitrarios e incluso inversiones de los nombres. Si hace esto de manera interesada y conllevando perjuicios, la sociedad no confiará ya más en él y, por ese motivo, le expulsará de su seno. Por eso los hombres no huyen tanto de ser engañados como de ser perjudicados por engaños. En el fondo, en esta fase tampoco detestan el fraude, sino las consecuencias graves, odiosas, de ciertos tipos de fraude. El hombre nada más que desea la verdad en un sentido análogamente limitado: desea las consecuencias agradables de la verdad, aquellas que conservan la vida, es indiferente al conocimiento puro y sin consecuencias, y está hostilmente predispuesto contra las verdades que puedan tener efectos perjudiciales y destructivos.

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Página 4.

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La omisión de lo individual y de lo real nos proporciona el concepto del mismo modo que también nos proporciona la forma, mientras que la naturaleza no conoce formas ni conceptos, así como tampoco, en consecuencia, géneros, sino solamente una X que es para nosotros inaccesible e indefinible. También la oposición que hacemos entre individuo y especie es antropomórfica y no procede de la esencia de las cosas, aun cuando tampoco nos atrevemos a decir que no le corresponde: porque eso sería una afirmación dogmática y, en cuanto tal, tan indemostrable como su contraria.

¿Qué es entonces la verdad? Un ejército móvil de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en resumidas cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas, adornadas poética y retóricamente y que, después de un prolongado uso, a un pueblo le parecen fijas, canónicas, obligatorias: las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son, metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su troquelado y no son ahora consideradas como monedas, sino como metal.

No sabemos todavía de dónde procede el impulso hacia la verdad, pues hasta ahora solamente hemos prestado atención al compromiso que la sociedad establece para existir, la de ser veraz, es decir, usar las metáforas usuales, así pues, dicho en términos morales, de la obligación de mentir según una convención firme, de mentir borreguilmente, de acuerdo con un estilo obligatorio para todos. Ciertamente, el hombre se olvida de que su situación es ésta, por tanto, miente inconscientemente de la manera que hemos indicado y en virtud de hábitos milenarios -y precisamente en virtud de esta inconsciencia, precisamente en virtud de este olvido, adquiere el sentimiento de la verdad-. A partir del sentimiento de estar obligado a designar una cosa como roja, otra como fría, una tercera como muda, se despierta un movimiento moral hacia la verdad; a partir del contraste del mentiroso, en quien nadie confía y a quien todos excluyen, el hombre se demuestra a sí mismo lo venerable, lo fiable y lo provechoso de la verdad. En ese instante el hombre pone sus actos como ser racional bajo el dominio de las abstracciones: ya no soporta ser arrastrado por las impresiones repentinas, por las intuiciones y, ante todo, generaliza todas esas impresiones en conceptos más descoloridos, más fríos, para uncirlos al carro de su vida y de su acción.

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Página 7. Subrayado mío.

    Pero las preguntas de Nietzsche son otras, y lo llevan a sostener otras afirmaciones. En ningún momento retoma esa idea apenas esbozada del sentimiento, sino que continúa planteando sus antagonismos entre verdades más de orden intuitivo y aquellas de orden conceptual. Sucede que Nietzsche vivía su batalla contra el cientificismo, de modo que le interesaba ante todo mostrar los límites del pensamiento científico, por aquel entonces positivista. Él va a explicar entonces cómo es que la incesante necesidad del hombre por regularizar y normalizar, mediante el uso del intelecto y los conceptos, aquello que existe sólo en tanto que constante cambio, lo lleva pues a un juego de perpetuar lo que llama “mentiras”, en tanto que “no-verdades-objetivas”. Por eso llega hasta afirmar que la idea misma de verdad y mentira nacen a partir de este mecanismo nomalizador o regularizador mediante conceptos, al momento de llegar a constituirse como moral, y operar distinguiendo a las personas confiables de las que deben ser excluidas de una sociedad dada. Su crítica se sostiene en un abuso del antropocentrismo que floreciera durante la ilustración, los límites de las herramientas logico-matemáticas para explicar la complejidad de sistemas constantemente cambiantes, y la distancia que hay entre los objetos y los mecanismos del lenguaje. A eso contrapone dinámicas más vinculadas a la intuición, que no resuelven los problemas del lenguaje y la objetividad, pero tampoco pretenden constituir una serie de conceptos normativos para determinar qué es verdadero o falso en una sociedad.

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Su procedimiento consiste en tomar al hombre como medida de todas las cosas, pero entonces parte del error de creer que tiene estas cosas ante sí de manera inmediata como objetos puros. Olvida, por lo tanto, que las metáforas intuitivas originales no son más que metáforas y las toma por las cosas mismas.

Sólo mediante el olvido de ese mundo primitivo de metáforas, sólo mediante el endurecimiento y la petrificación de un fogoso torrente primordial compuesto por una masa de imágenes que surgen de la capacidad originaria de la fantasía humana, sólo mediante la invencible creencia en que este sol, esta ventana, esta mesa son una verdad en sí, en una palabra, gracias solamente al hecho de que el hombre se olvida de sí mismo como sujeto y, por cierto, como sujeto artísticamente creador, vive con cierta calma, seguridad y consecuencia; si pudiera salir, aunque sólo fuese un instante, fuera de los muros de la cárcel de esa creencia, se acabaría en seguida su autoconsciencia. Ya le cuesta trabajo reconocer ante sí mismo que el insecto o el pájaro perciben otro mundo completamente diferente al del hombre y que la cuestión de cuál de las dos percepciones del mundo es la correcta carece totalmente de sentido

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Página 8.

    Mi tesis toma distancia del planteo de Nietzsche a partir de sus peleas contra las morales y generalizaciones; si bien yo estoy de su lado en esta guerra, lo cierto es que yo reconozco a las morales y las generalicaciones como dos más de los tantos mecanismos que operan en el día a día de la gente, y que tendrán sus roles: serán más o menos útiles de acuerdo a cada coyuntura. Pero todos los detalles que surgen de sus observaciones son productivos para lo que yo estoy trabajando. Ambos afirmamos que las morales surgen de esa necesidad de supervivencia en sociedad (y no tan sólo supervivencia, a secas, de manera autónoma), y que detrás de esa necesidad existen verdades de orden intuitivo, pre-conceptuales, que hasta constituyen una sensación o un sentimiento. Ahí es donde trabajamos juntos.

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