Violencia política.

    Esta peste se está apropiando de nuestra región cada vez con más fuerza, y en esta oportunidad ya nadie le puede echar la culpa ni a las guerrillas comunistas ni a la corrupción populista: gobiernos de derecha dan lugar a democracias cada vez más débiles, y cada vez más permeables por las organizaciones narco.

    En simultaneo, de los pueblos oprimidos brota una reacción tan entendible como desesperada, que es votar a las opciones más agresivas y rupturistas disponibles: como cachetazo y grito de protesta hacia las estructuras de la política históricamente establecida, que no vienen logrando hacer nada al respecto de los problemas populares. Pero para sorpresa de muches, ese rupturiusmo casi inevitablemente se propone por derecha, aún con el vasto registro de instancias fallidas de lo mismo, y con el historial intachable de las derecha ejerciendo poder político en contra de los intereses populares.

    Nosotres tenemos algunas cosas para reflexionar al respecto, como siempre mezclando temas de la cultura popular con algunas ideas científicas y nuestras propias teorías agregadas a los análisis. De modo que sin más preámbulos arrancamos con este nuevo trabajo, titulado: “la virtud de los desalmados”.

    

Introducción

    En el año 2019, el canal de youtube “Just Write”, que se dedica mayormente al análisis literario y mediático, publicó un video hablando sobre una ola de videojuegos donde los personajes principales eran padres, y la paternidad era un tema central en esas historias.

    A ese fenómeno se lo llamó “the daddening”, y entre otras razones se especulaba que estuviera determinado por la edad de tanto creadores de videojuegos como jugadores. Esa ola arrancó mayormente en la década pasada, cuando mi generación, la primer generación canónicamente “gamer”, ya tenía cumplidos unos 30 años.

    Antes de eso, los juegos que escenificaban varones solían mostrar personajes hiperviolentos, hipermasculinizados, e hiperpoderosos, operando como lo que llamaron “power fantasies”, o “fantasía de poder” en español. En líneas generales, la histórica cuestión de “la violencia en los videojuegos” estaba más notoria e iconónicamente en esas power fantasies.

    Pero si bien siempre hubo variedad en los videojuegos, en la década pasada aparecieron un montón donde los personajes pasaban a ser mucho más maduros emocionalmente, así como también las historias más complejas y humanas.

    Les recomendamos ese video, que de alguna manera es precursor del actual, y de hecho puede ser muy interesante; pueden encontrar el link en la descripción.

    Just Write mencionó muchos juegos, pero tomó por aquel entonces dos ejemplos característicos para analizar y contrastar. Nosotres aquí hacemos una operación similar, con dos de los juegos que formaron parte del “daddening”, aunque nosotres lo haremos con lecturas y objetivos muy diferentes a los de aquel canal.

    Pero además, ambos van a ser a su vez interpelados por otra obra, esta última ya no de ficción, que utilizaremos como nexo con nuestra realidad histórica para hablar sobre la realidad actual.

    De modo que ya mismo les advertimos: este video está lleno de spoilers sobre la saga God of War y The Last of Us. Y en las lecturas que hagamos sobre ambos trabajos va a tener algún lugar la paternidad, pero nosotros nos vamos a concentrar más bien en las cosas que dicen sobre la violencia.

    Y corresponde también una advertencia mucho más importante. Atención que en este video vemos temas muy intensos, incluyendo diferentes situaciones extremadamente traumáticas. No ahondamos en pormenores morbosos, pero tampoco esquivamos mostrar escenas violentas o hablar de temas sensibles relacionados a ellas, como pueden serlo homicidios o suicidios. De modo que deben tener cuidado con este video si acaso son personas a las que temas violentos puedan generarles algún daño emocional.

    Por lo demás, este trabajo es un sólo video largo, pero está separado en partes a las que pueden saltar directamente desde la descripción, de modo tal que no necesiten verlo de corrido. Las primeras dos partes van a ser una presentación de God of War y The Last of Us. En la tercer parte presentamos el trabajo de no-ficción con el que también vamos a trabajar, y contamos su historia. Luego en la cuarta parte exploramos vínculos entre los tres trabajos, y recién en la quinta parte planteamos nuestra tesis ya con todo lo anterior previamente considerado. Recién en la sexta parte dejamos nuestras conclusiones sobre cómo esto se relaciona con cuestiones de actualidad.

    

Parte 1: por dios

    El primer trabajo a presentar es una franquicia de video juegos. God of War relata la vida de Kratos, un espartano de la era de los mitos, con una historia de desesperación, resentimiento, y violencia, a niveles que sólo dioses pueden llegar a experimentar.

    Esta franquicia data de la época de la Playstation 2, allá por el 2005, y desde sus orígenes era muy celebrada por su dinámica de juego y su avanzada tecnología visual.

    Francamente yo nunca tuve un contacto felíz con esta franquicia: me parecía muy poco más que otra manera de explotar violencia en videojuegos. Era básicamente lo que Just Write llamó “power fantasy”. En esta oportunidad une encarnaba a un guerrero superpoderoso y superhábil, poco menos que una máquina de matar, que a los hachazos y espadazos se abría camino por campos de batalla y derrotaba a criaturas legendarias con igual pericia.

    Y es que la saga también tenía desde el principio cierto encanto de estar paseando por la mitología griega, la cual ya de por sí abundaba en todo tipo de violencias, aunque esta vez relatado casi en clave “noir”, con un cinismo y acumulación de desgracias que le daban mucha identidad.

    Y así, Kratos, el antihéroe de este relato, resultaba tener una capacidad inusitada para la violencia, la cuál estaba siempre justificada contra un universo maltratador e injusto que sólo le ofrecía sometimiento y desdicha, tal vez con el único bálsamo de la gloria en la conquista militar.

    Esta vida mayormente sin sentido, recién se vería aliviada y resignificada cuando, entre batalla y batalla, Kratos formara una familia con su esposa Lysandra y su hija Calliope.

    La historia de Kratos es trágica desde antes de su nacimiento. Exageradamente trágica, me atrevería a decir. Cansadoramente trágica. Extendieron el concepto de “tragedia griega” hasta lo absurdo.

    Su madre tuvo que escapar con él cuando era muy niño porque sino los iban a matar, fué a parar a la brutal agogé donde ya desde niño debió aprender a sobrevivir, terminó siendo soldado y haciendo de los horrores de la guerra su rutina cotidiana, y todo siempre con un característico ceño fruncido y vengativo que aparentemente mantiene desde su infancia.

    Pero más allá de las muchas injusticias y padecimientos que le tocaron vivir a Kratos, se supone que hay una situación trágica peor que las demás, LA tragedia de Kratos: sucedió que, un día, peleando al servicio de Ares, sin saberlo, Kratos asesinó a su propia esposa e hija. Y ese evento, lejos de ser un accidente, fue un gravísimo error que cometieron los dioses de ese mundo ficcional, quienes prontamente lo pagarían muy caro.

    Después de aquel evento, Kratos queda básicamente en un estado cuasi-psicótico de shock, y por esas cosas de las moiras se entera que la muerte de su familia en realidad fue un evento planificado por Ares, el dios de la guerra. A partir de ese momento, Kratos inicia un camino de venganza y destrucción: primero contra Ares, pero finalmente contra el panteón entero del Olimpo, con Zeus a la cabeza.

    Toda esa historia se narra en tres juegos principales (God of War uno, dos, y tres), y algún que otro juego intercalado entre medio para agregar eventos al relato.

    Relato que, finalmente, termina con Kratos derrotando y matando a todos los dioses de manera brutal. Lo cuál a su vez da lugar a la destrucción del mundo helénico, porque los dioses efectivamente encarnaban diferentes aspectos del mismo.

    Y frente a las consecuencias de sus actos, tomando conciencia de que se había convertido en un monstruo y negándose a tomar el lugar de los dioses, decide suicidarse.

    Hay un montón de detalles vinculados a las decisiones que toma en esa aventura, incluido el suicidio, pero son francamente muchos y no vienen al caso de gran cosa: lo que nos interesa saber de momento es que la historia es brutal, horrible, extremadamente violenta, y termina muy mal. Fín.

    (silencio)

    Excepto que no termina ahí. Como frecuentemente sucede con las franquicias, alguien invirtió en esa propiedad intelectual y entonces en el 2018 continuaron la historia de Kratos, quien lógicamente sobrevivió a su intento de suicidio.

    Pero esta vez el tono del relato fue muy diferente, y dió lugar a un trabajo universalmente aclamado y hasta reconocido como obra maestra: la historia pasó a ser atrapante y conmovedora, Kratos se convirtió en un personaje sofisticado con el que se podía empatizar, los temas fueron tratados con notable madurez emocional y cuidado estético, todo eso dando lugar a una obra bellísima salida del lugar menos pensado.

    La historia de Kratos continuó años pasada la destrucción del Olimpo y de la Grecia mitológica. Él ahora vive en un bosque de tundra, alejado de pueblos y ciudades, en una cabaña donde formó una nueva familia con su segunda esposa Faye y su hijo Atreus. Y el relato comienza cuando Kratos, triste y solitario, está recolectando mediante tala una serie de árboles seleccionados para una pira funeraria, porque su esposa había fallecido.

    El juego comienza entonces mostrando de a poco la relación entre Kratos y su hijo, y la misión del juego es cumplir con el pedido de Faye antes de morir: liberar sus cenizas en la cima de la montaña más alta de ese mundo.

    En ese viaje se descubren muchos misterios, tanto de la vida de Faye como del mundo en sí, pero fundamentalmente es un viaje de crecimiento donde se explora la paternidad de Kratos, toda la angustia y horror de su historia con la que vive aterrado de terminar transmitiéndole a su hijo, y cómo este último vá creciendo e indagando sobre sus propias inquietudes acerca de la vida. El juego termina, luego de una larga peregrinación, en una escena conmovedora donde Kratos y su hijo finalmente llegan a la cima de la montaña, liberan las cenizas al viento, y se despiden de Faye.

    Pero esa es solo la mitad de la historia. Sucede que Faye y ese mundo tenían sus propias cuestiones sin terminar, de las que Kratos y Atreus ahora formaban parte. Se trataba del mundo de la mitología nórdica, con el panteón de Asgard encabezado por Odín, y Faye era una gigante.

    Muy pronto luego de la muerte de Faye, Kratos y Atreus son visitados por alguien del panteón de Odín y con intenciones asesinas. Y muchos detalles mediante, en su largo viaje padre e hijo aprenden la complicada historia de Asgard, la guerra pasada entre dioses y gigantes, y la inminente profecía de Ragnarok: otro fín del mundo, en el que Kratos se veía nuevamente involucrado, esta vez ya muy contra su volutad y sin ninguna intención de tener nada qué ver con ello.

    Precisamente, esta historia se relata en dos juegos, el último lanzado a finales del 2022, y se llamó “God of War: Ragnarok”. En esa segunda parte, Kratos finalmente forma parte del Ragnarok, dando lugar a otra batalla a muerte contra un panteón entero: pero esta vez como general, defensor, teórico de la guerra, y padre; peleando contra las injusticias de Odín tal y como antes lo hiciera contra Zeus, pero ahora para que las generaciones futuras de dioses y gigantes nórdicos tuvieran una oportunidad de vivir en paz. Y no sólo eso, sino que esta vez lo acompañaban les que defendía, que ya eran sus compañeres de vida, y hasta le pidieron que fuera su general: Kratos ya no estaba sólo, ni alienado de su mundo.

    Toda la historia nórdica de Kratos es conmovedora, inspiradora, y brillantemente relatada.

    Los paralelismos con su historia previa en Esparta y Olimpo son muchos, y parte de su viaje es aprender a resignificar todo aquello de modo tal que pueda ser vivido: aprender a vivir con ello. La cara de Kratos esta vez muestra emociones, él mismo expresa rangos emocionales mucho más amplios que en la saga griega. Y las tragedias en su vida esta vez tienen algún sentido, representan cosas, nos interpelan. Los demás personajes son igualmente delicados y significativos.

    Y nada de esto actúa en detrimento de que el juego sea efectivamente “de acción”, y por lo tanto muestre su cuota evidente y necesaria de constante violencia. Kratos sigue siendo un avatar de la violencia: pero ya no es una máquina de matar, sino un ser sensible con el que se puede empatizar, y alguien experimentado de quien se puede aprender.

    

Parte 2: cenizas quedan

    El segundo trabajo que presentamos es otra franquicia de videojuegos, aunque mucho más corta que la anterior, y mucho más cercana a nuestra realidad: ya no se trata de mundos remotos y mitológicos, sino que se ubica en el comienzo de nuestro siglo XXI. Y tanto más cercana a la realidad actual es, que prontamente fué adaptada también como serie de televisión.

    El juego en principio era uno más “de zombies” en una larga lista de juegos “de zombies”, que por aquel entonces estaban de moda. Pero resultó ser uno muy especial, no sólo por su calidad tecnológica sino también artística.

    The Last of Us cuenta la historia de Joel, un carpintero divorciado que vivía con su hija en Texas. De jovencito amaba tocar la guitarra y soñaba con ser cantante, pero se casó muy jóven y pronto se convirtió en padre, frente a lo cuál abandonó sus proyectos personales para dedicarse a los cuidados de su hija. Su vida era laboriosa y económicamente difícil, pero de una manera u otra lograba hacerse algo de tiempo para ser un padre presente, compañero, y amoroso.

    Pero en el año 2013, padre e hija debieron vivir los traumáticos eventos del brote mundial de una extraña pandemia que volvía a la gente salvaje, agresiva, y asesina.

    Se trataba de un hongo, que residía en el cerebro, y desde allí pasaba a controlar a su huesped: una mutación del cordyceps, el famoso hongo que en nuestro mundo real sabe volver zombies a algunos insectos.

    Esta mutación volvía zombies a los humanos, y se esparció por todo el planeta muy rápidamente, desactivando por completo a la civilización humana moderna en cuestión de semanas.

    Esa noche, Joel, su hermano Tommy, y su hija Sarah, lucharon por sobrevivir en medio de un ataque de hordas zombies y una estampida descontrolada de gente escapando por su vida. Los aviones se caian del cielo, los incendios y tumultos se apoderaban de cualquier paisaje, ningún lugar parecía seguro, y eso no mejoró exactamente cuando se involucró el ejército a poner orden, que encima en ese momento todavía no tenía ni un diagnóstico del problema ni un protocolo a seguir.

    Y así fue que, durante el escape de esa situación pesadillezca, Joel carga a una Sarah herida en sus brazos, y es interpelado por un soldado que recibe órdenes de matar a cualquier sospechoso de estar infectado. El soldado dispara su rifle semiautomático, y Joel se tira al piso junto con Sarah tratando de protegerla. Tommy interviene y los salva, asesinando al soldado. Pero cuando revisan si están bien, encuentran a Sarah con problemas para respirar y hablar: había sido alcanzada por un disparo, y se ahogaba en su propia sangre. Murió sufriendo, desesperada, aterrada, y frente a los ojos de su padre que no pudo hacer nada para salvarla.

    Veinte años más tarde, en el 2033, Joel vive en una zona de cuarentena militarizada, en un mundo destruido que jamás encontró ni cura ni solución para la pandemia de cordyceps. Los zombies merodean por las ruinas del viejo mundo, y no existe ningún lugar realmente seguro.

    En ese mundo, Joel es un tipo frío, duro, que se identifica como sobreviviente y trabaja mayormente como contrabandista, realizando todo tipo de tareas deshumanizantes con la mayor naturalidad. Es una especie de matón independiente, que no parece tenerle miedo a nada, pero tampoco se mete en ninguna aventura idealista ni fantasiosa: un tipo con los piés en la tierra, en una tierra hostil y despiadada.

    Ese mundo ya no tenía un estado nacional formal, pero de una manera u otra había algo así como un “ejército de los Estados Unidos” que hacía las veces de soberano, imponiendo su ley marcial sobre las zonas de cuarentena.

    Y en respuesta a ello, surgieron diferentes grupos organizados de protesta, incluyendo grupos armados, que exigían volver a otras formas de organización más democráticas. Uno de esos grupos armados eran las Fireflies, o luciérnagas en español, que consistían básicamente en una organización guerrillera revolucionaria, libertaria, y clandestina.

    Joel era impermeable a los principios idealistas de las fireflies, y veía con malos ojos a sus actividades porque además de idealistas eran siempre muy peligrosas, aunque de vez en cuando podía realizar tareas de contrabando para ellos. Y fué precisamente en uno de esos trabajos de contrabando que se inicia el nudo de esta historia.

    Sucedió que las fireflies estaban apostando toda su operación, y perdiendo, a una misión importante y urgente: realizar una migración desde Boston hasta Salt Lake City, unos 3800 kilómetros, llevando con ellos una carga. Finalmente esa operación se vé seriamente comprometida, y es así que las fireflies le piden a Joel como medida desesperada que lleve adelante parte de la misión: apenas llevar la carga por un tramo corto del viaje.

    Y “la carga” resultó ser una jóven adolescente, llamada Ellie.

    Joel aceptó a regañadientes, en parte por favores adeudados y en parte por una oferta que valía la pena.

    El plan era simplemente acompañar a Ellie hasta un sitio controlado por las fireflies fuera de la zona de cuarentena, de modo tal que no la capture el ejército. Y para ello era necesario atravesar sitios peligrosos: a veces controlados por el ejército mismo, y otras veces sencillamente zonas de nadie repletas de zombies.

    Así comienzan un incómodo viaje donde el caracter de Joel y Ellie choca constantemente y deben aprender a convivir para sobrevivir. Ellie no era una prisionera, de modo que era extraño que las fireflies la consideraran tan importante: aunque a Joel no le interesaban mucho los detalles, y le mintieron diciéndole que se trataba de alguna cuestión personal de la lider firefly, con la cuál era suficiente explicación.

    Pero pronto surgió a la luz la verdad, cuando Joel pudo ver que Ellie tenía una marca de infección de cordyceps en su cuerpo. Normalmente, esa marca significa la zombificación en cuestión de horas, pero de una manera u otra Ellie no se convertía nunca. Resultó que Ellie era inmune al cordyceps, y las fireflies querían llevarla hasta una instalación médica bajo su control para poder desarrollar una cura a la peste que sometía al mundo.

    Para Joel, después de 20 años de supervivencia y miseria, esas cosas eran fantasías ridículas y no se les debía prestar atención. Pero por cuestiones de la historia que no es necesario detallar, luego de que llegaran al punto cercano a la zona de cuarentena al que debían llegar, se encontraron con que las fireflies habían sido emboscadas y asesinadas por el ejército. Y más detalles mediante, Joel finalmente acepta llevar a Ellie directamente hasta Salt Lake City, atravesando a pié todo el continente norteamericano casi de costa a costa.

    The last of Us narra ese viaje de Joel y Ellie. Durante este viaje lleno de eventos que dura algo así como un año, ambos se vuelven una enorme influencia el uno para el otro, llegando a entablar un vínculo de profundo cariño.

    Ellie encontró en Joel no sólo un protector y un amigo, sino también una figura paterna que nunca había tenido, así como también Joel tuvo oportunidad de reconciliarse con sentimientos y con una parte de su historia que para sobrevivir en ese mundo hostil sencillamente había sepultado junto con buena parte de su propia humanidad.

    Tal y como sucedió con la historia de Kratos, la relación de paternidad dió lugar a una historia tan dramática como bella y conmovedora, y sin por ello negar un contexto de violencia y deshumanización generalizados.

    Encontrar esa calibración entre mundo distópico, historia trágica, pero al mismo tiempo relato movilizador, humanizante, y respetuoso de las audiencias, no es un trabajo sencillo, y este fué uno particularmente aclamado.

    Pero también como sucedió con Kratos, la historia no termina de manera tan sencilla.

    Al final de The Last of Us, Joel finalmente logra llevar a Ellie hasta el hospital de las fireflies.

    Ellie llega inconsciente luego de casi ahogarse, y a Joel lo noquean cuando pide ayuda para reanimarla. Pero al despertarse Joel, se encuentra sano y salvo en una camilla, custodiado por algún firefly, y con la lider firefly a su lado.

    Ella le explica que Ellie está bien, y que ya le hicieron algunos análisis, los cuales dieron como conclusión que efectivamente podían hacer una vacuna que protegiera a la gente de la infección de cordyceps. Básicamente, le explicaban a Joel que con su esfuerzo había logrado salvar a la humanidad.

    Pero el precio de ello sería matar a Ellie: debían extraerle del cerebro una variante nuevamente mutada de cordyceps, que era lo que la hacía inmune, y no había manera de que sobreviviera a la operación.

    Y aquí es donde The Last of Us se puso polémico. En una decisión que una década después continúa siendo controversial, Joel se niega a permitir que maten a Ellie, inclusive poniendo en la balanza al resto de la humanidad, y entonces decide salvarla. Para ello, asesina a todo firefly que se cruza en su camino, incluyendo al cirujano que estaba a punto de operar a Ellie, luego de lo cual la toma en brazos y se la lleva del hospital.

    Ellie despierta más tarde en la parte trasera de un automovil conducido por Joel, desorientada, sin entender qué había sucedido: ella nunca estuvo consciente durante los eventos del hospital. Y frente a eso, Joel le cuenta una mentira: le dice que las fireflies finalmente le hicieron estudios, y determinaron que no era posible hacer una cura; que intentaron, que de hecho no era tan especial Ellie porque había otra gente también inmune, pero que los estudios no llevaban a nada y al final las fireflies se dieron por vencidas en su búsqueda de una cura. Ellie, incrédula y triste, no tiene más opción que aceptar la historia como cierta. Y así concluye el juego.

    The Last of Us, a diferencia de God of War, tiene una historia más bien agridulce, sino directamente amarga. Ese final no dejó satisfecho a nadie, y dividió aguas en los debates por internet acerca de la calidad ética de los actos de Joel y sus justificaciones.

    Pero toda esa polémica iba a ser apenas el preámbulo de lo que se vendría. Años más tarde, el mismo estudio lanzó The Last of Us parte 2, continuando la historia. Y si antes fué polémico, esta vez fué un escándalo.

    La continuación de la historia se dá unos años más tarde, donde Joel y Ellie se instalaron en un pueblo que encontraron en su viaje original, junto con otros sobrevivientes saludables. Ellie ya es una jóven adulta, y Joel ya está cerca de los 60 años. El mundo sigue siendo un lugar hostil, pero la vida en el pueblo es amena, y la comunidad se mantiene estable y sólida; casi como un final felíz para la aventura original.

    Pero eso rápidamente se vé quebrado cuando aparece un nuevo personaje: una jóven musculosa llamada Abby, que junto con un grupo de amigos exploran la zona cercana al pueblo, en busca de algo. Finalmente, eventos problemáticos mediante, se revela que Abby está buscando a Joel para matarlo, en venganza por los eventos sucedidos años atrás en aquel hospital.

    Y por detalles de la historia, muy temprano en el juego y para sorpresa de todes les jugadores, Abby finalmente cumple con su objetivo y asesina brutalmente a Joel a palazos en la cabeza, todo frente a los ojos de una Ellie sometida y gritando desesperada frente a la impotencia de no poder hacer más que verlo morir, casi reescenificando la escena en la que Joel perdió a su hija Sarah.

    The Last of Us parte 2 mata al “héroe” de la parte anterior, y de una manera tan espantosa como impresionante. Pueden curiosear por internet las reacciones a ese evento, y van a ver que fue profundamente controversial y shockeante: no solamente porque Joel ya tenía un vínculo afectuoso con la audiencia, sino también por la brutalidad con la que fue asesinado. Y eso era apenas el principio del juego, que termina siendo una especie de descenso en algunos de los rincones más oscuros de la condición humana.

    La mitad del juego pasa a contar la historia de Ellie yendo a cazar a Abby para vengar a Joel, aventura en la que comete todo tipo de actos cuestionables. Pero en la otra mitad del juego se encarna la historia de Abby, que a su vez buscaba venganza contra Joel.

    Sucedió que Abby era la hija de aquel cirujano firefly, de modo tal que este personaje tan odiado en realidad era un reflejo de lo que ahora pasaba a ser Ellie misma. Y no sólo eso: la historia cuenta cómo las fireflies quedaron terminalmente desmoralizadas después de los eventos del hospital, al punto tal que literalmente dejaron de buscar una cura y desarmaron la organización.

    Buena parte de esa decisión pasó por el hecho de que aquel cirujano era la última persona realmente capacitada para realizar las investigaciones adecuadas: ya no había universidades en ese mundo, ni abundaba mano de obra calificada, así que perderlo a él fue perderlo todo.

    Joel efectivamente había hecho un daño muy profundo, no solamente a Abby sino también al mundo. Y Ellie, en principio, desconocía todo esto y sólo buscaba vengar a su amigo, protector, y padre adoptivo.

    El relato es absoluta y extraordinariamente desgarrador. Durante toda la aventura, ambos bandos generan tanta empatía como rechazo, y ambos a su vez viven sus propias experiencias que los llevan a desarrollarse en diferentes sentidos.

    Por un lado, ambos van conociendo sus propias historias, y tienen múltiples oportunidades de evaluar lo que estaban haciendo, mientras que por otro lado el mundo rara vez les dejó otra oportunidad más que reaccionar con violencia y desesperación e ira.

    Esta vez estamos hablando de gente mucho más jóven: aún cuando sus experiencias hayan sido muchas e intensas, no tuvieron las décadas de maseración que pudieron tener un Joel o un Kratos.

    Y así se puede ver cómo a medida que el juego avanza, el aspecto físico de tanto Abby como Ellie comienza a volverse más demacrado, lastimado, frágil.

    Son muchas las escenas conflictivas donde une quisiera simplemente poder elegir otra cosa pero el juego no lo permite, y al mismo tiempo está tan bien relatado que une no puede más que sentir una profunda empatía por los personajes y no puede dejar la historia sin terminar.

    Entonces las acciones que une realiza se vuelven dolorosas para el jugador, difíciles de vivir, y por momentos preferiría tirar el joystick y apagar el juego para no continuar por ese camino de sensaciones tan insoportables: pero la sensación de que esa historia necesita una resolución hace que tampoco pueda dejarse así sin más. Esa historia exige a gritos una resolución.

    Todo esto lleva hasta una pelea final entre Ellie y Abby, ya muy demacradas después de un viaje infernal, a una altura del relato donde ya nadie quiere pelear ni que esas dos sigan peleando. Ya no pasaba por Joel ni por las fireflies ni por el cirujano, sino que ahora todo era una sincera y profunda empatía con ambas, y la sensación de que no deberían estar peleándose porque sencillamente eran víctimas de cosas que las excedían. Pero sin embargo el juego obliga a que esa pelea tenga lugar cuando Ellie recuerda la imagen de la muerte de Joel, e implícitamente se propone que no va a haber ninguna otra resolución que una de ellas matando a la otra.

    Es desgarrador presenciar esa pelea, y es más desgarrador todavía formar parte de ella presionando los botones para que suceda. Pero finalmente, en el último instante antes de asesinarla, Ellie tiene otro recuerdo de Joel, y esta vez el efecto es que suelte a Abby y la deje ir sin seguir peleando. Luego de eso Abby se vá, y Ellie queda arrodillada conteniendo sus emociones. No debe haber nadie que haya llegado a esa escena y no haya entrado en llanto por el extraordinario nivel de catarsis al que dá lugar. Y esta, que pudo ser la escena final, es continuada por una exploración breve del recuerdo que Ellie tuvo antes de dejar ir a Abby.

    Era un recuerdo donde Ellie confrontaba a Joel, por diferentes cuestiones de la convivencia en el pueblo, que los tenía a ellos dos distanciados. Pero durante ese diálogo mencionan otra cuestión: Ellie se había enterado de su propia historia, de aquellos eventos en el hospital, y no lo perdonaba a Joel por sus acciones; eso era lo que los mantenía distanciados.

    Joel, por su parte, mirándola a los ojos y sin duda alguna en su rostro, le dijo que si estuviera en la misma situación otra vez haría exactamente lo mismo. Entonces Ellie le dice las siguientes palabras: “no creo poder perdonarte nunca por lo que hiciste… pero me gustaría intentarlo”. Y fué uno de los pocos momentos de toda la historia donde se lo pudo ver a Joel con las palabras atragantadas. Ese fué el recuerdo que tuvo Ellie, y por el que decidió romper el ciclo de venganza contra Abby.

    Finalmente, el juego termina con Ellie volviendo al pueblo, donde tendrá que afrontar las consecuencias de sus propias decisiones.

    Después del Last of Us 2, fuí a ver comunidades de internet hablando sobre el juego, y parecían más bien grupos de terapia donde todes se acompañaban unes a otres. La intensidad emocional que genera es tan sorprendente como devastadora, y realmente es necesario un descanso luego de una experiencia como esa.

    El juego fue universalmente aclamado, y también considerado obra maestra como el God of War. Pero su exploración de las emociones y relaciones humanas es profundamente enriquecedora, en especial por la experiencia empática de ponerte en los zapatos del enemigo de una manera tan íntima que termina doliendo.

    “The last of us” es un nombre ambiguo ya en su inglés original.

    Puede ser “el último de nosotres”, o “la última de nosotres”, señalando a alguien en particular, como pueden serlo Joel o Ellie.

    Pero también puede ser “lo último de nosotres”, apuntando con ese neutro a alguna característica más abstracta: ¿el último grupo? ¿la última cualidad? ¿”la resaca” tal vez? ¿quizás “nuestro verdadero ser”, el que queda después de todo ese viaje tan difícil de atravesar? ¿Y quién es exactamente ese nosotres? ¿La familia? ¿La sociedad? ¿La humanidad? ¿Cada une de nosotres individuos? A mí me gusta traducirlo como “lo que queda de nosotres”, respetando un poco la ambigüedad de a qué se refiere, pero abrazando lo neutro, y escapándole a la posibilidad de que estuviera hablando de alguien en particular.

    

Parte 3: otros medios

    El tercer trabajo no sólo no se trata de ninguna obra de ficción, sino que tampoco es una obra pensada para consumo popular masivo ni mucho menos entretenimiento: se trata de un texto técnico y científico.

    Es una tesis doctoral en Historia de las Ideas Políticas, escrita en Sueco para la Universidad de Gotemburgo por Amanda Peralta: conocida como “la primer guerrillera de la Argentina”, figura legendaria de la militancia peronista, y miembra fundadora de las Fuerzas Armadas Peronistas (o “FAP”).

    Este trabajo necesita un poco más de contexto, para entender no sólo su relevancia sino también cuál es la figura de Peralta, así como desde dónde escribe lo que escribe. Y si vamos a hablar de militancia peronista, corresponde entonces una breve caracterización del peronismo, en especial por aquel entonces. Y para caracterizar al peronismo, es necesario también caracterizar el momento histórico del mundo.

    Toda la política mundial de la primera mitad del siglo XX estuvo atravesada por el binomio capitalismo-comunismo, o bien la cuestión de la socialización o privatización de los medios de producción, así como también la cuestión de si la economía debía ser planificada o liberalizada, y en ese último aspecto cuál era el rol del estado nacional como institución.

    En los primeros años del siglo XX todavía era poderoso y masivo el movimiento anarquista, aunque en esas décadas sus ideas fueron más bien mezclándose con las de los polos capitalistas y comunistas, dando lugar a diferentes corrientes de ambos cuadrantes ideológicos influidas por el anarquismo.

    Pero frente a la revolución rusa y el auge de la Unión Soviética, en Europa tuvo lugar una reacción que rechazara al mismo tiempo al decadente liberalismo de primer cuarto de siglo (y en profunda crisis) así como también a las ideas revolucionarias anticapitalistas. De esa manera nacía el fascismo, de la mano de gobiernos de corte autoritario, corporativo, militarista, y nacionalista, junto con lo cuál nacía también la noción política de “tercera posición”.

    El fascismo se proponía también como alguna forma de corriente revolucionaria y hasta defensora de los intereses de las clases sociales populares, en particular por sus críticas a algunas ideas liberales y la defensa del capitalismo de estado: pero una vez en el poder resultaban ser gobiernos articulados en torno a intereses conservadores, y gozosos de un amplio colaboracionismo empresario, dando lugar a un enérgico capitalismo explotador instrumentado por un estado autoritario que ejerciera un control marcial de la sociedad antes que de cualquier mercado.

    El peronismo comienza por aquellos años de la primera mitad del siglo XX con Juan Domingo Perón, quien fué una de las figuras más importantes de la historia política argentina, y llegó a la presidencia del país por primera vez en 1946.

    Para ese entonces finalizaba la segunda guerra mundial, ya había bombas atómicas, ya se habían establecido la Unión Soviética y los Estados Unidos como dos superpotencias mundiales en guerra fría, y el fascismo ya había caido en desgracia.

    Perón era un oficial militar de carrera, llegando al máximo rango de General, y un estudioso de las cuestiones políticas y sociales de su tiempo. Y en particular, Perón puso foco en las relaciones entre clase social, medios de producción, y rol del estado nacional, sin adherir a rajatabla a ninguno de los principios canónicos de su tiempo, sino más bien articulando una combinación más pragmática de principios que dieran lugar a una línea ideológica autóctona y adecuada a la realidad argentina.

    Básicamente, para no extender demasiado el preámbulo sobre peronismo (porque no es el tema de este trabajo), Perón implementó principios promotores de la industrialización, el estado de bienestar, y la conciliación de clases (capital y trabajo), con fuerte tendencia gremialista y laborista, como bases de articulación de un gobierno capitalista y nacionalista.

    El peronismo se proponía entonces como una “tercera posición”, y entre eso y otros detalles (como el nacionalismo, la fuerte intervención estatal en la economía, y el liderazgo carismático, encima este último formalmente en un oficial superior militar) llevó a que fuera rápidamente tildado de “fascismo” por sus detractores y hasta algunos analistas académicos.

    Pero en la práctica, el peronismo fue, si no la primera, a todas luces la más trascendente experiencia de gobierno netamente popular de la historia Argentina, lo cuál puede medirse objetivamente en la cantidad y calidad de derechos ganados y cambios radicales implementados en favor de las amplias mayorías populares del país: algo de lo que ningún fascismo puede hacer gala en ningún lugar del mundo y en ningún momento de la historia.

    Pero el peronismo fue el gran parteaguas de la historia política argentina, y como tal recibió una intensa reacción conservadora y unificada entre diferentes grupos sociales y políticos poderosos, a saber: la oligarquía terrateniente agroganadera, en buena medida instalada desde tiempos de la colonia española y beneficiaria provilegiada de aquella; la embajada de los Estados Unidos bajo las directivas de su Departamento de Estado y de Seguridad Nacional; el capital financiero internacional, en especial por aquel entonces la banca norteamericana; los partidos de derecha, conservadores y racistas, que veían con malos ojos las consesiones populares y la intervención estatal, tildando por esa vía al peronismo de “comunista”; los partidos de izquierda, que veían con ojos igual de malos cómo la figura de Perón opacaba la de los avatares marxistas y conducía al movimiento obrero hacia el sostenimiento del capitalismo; la familia militar, en su mayoría de oficiales conservadores y anticomunistas; entre muchos otros de menor envergadura por aquel entonces (como las empresas mediáticas, todavía bajo explícita línea ideológica orgánica y no todavía llamadas “independientes”).

    Y así sucedió que, durante el segundo gobierno de Perón, luego de ser reelecto, fué derrocado en un golpe de estado en el año 1955. Y si bien el gobierno peronista era incuestionablemente de corte popular, y las amplias mayorías de la sociedad votaron a su favor, sus detractores nunca dejaron de clamar que se trataba de un gobierno autoritario, sometedor, y decadente.

    Y en ese sentido, el golpe de estado de 1955 se autoproclamó “revolución libertadora”, en otro hito más de la histórica perversión de la noción de “libertad” tanto en el país como en la región. Y fué un golpe particularmente notorio, porque resultó ser uno de los extraños casos históricos mundiales en los que un país bombardeó su propio territorio, en el tristemente célebre bombardeo de Plaza de Mayo. Con la connivencia de partidos políticos opositores y de la iglesia católica, las fuerzas armadas argentinas abrieron fuego sobre la población civil, directamente utilizando aviones bombarderos sobre la plaza pública. Por esta razón, sus detractores llamamos peyorativamente a este golpe de estado “revolución fusiladora”.

    Todo eso merece su propio análisis, y pueden encontrar por internet y en cualquier biblioteca miles de trabajos al caso.

    Aquí lo que nos interesa marcar es que, luego de la revolusión fusiladora, el peronismo fué proscripto en Argentina, Perón se fué exiliado a Europa, y las dictaduras y pseudodemocracias de la época implementaron un proceso activo de desperonización de la sociedad.

    Pero para ese entonces, además, también había otra influencia muy importante para la política de la región: el movimiento 26 de Julio en Cuba, que terminara finalmente en la revolución cubana, la primera revolución comunista en el continente americano.

    Y ese es el contexto en el que Amanda Peralta comienza muy jovencita su militancia, como parte de la llamada “resistencia peronista”.

    Sus primeros pasos fueron en 1955, donde con 16 años formó parte de la primera generación de “juventud peronista”, las cuales a su vez se integrarían a las llamadas “fuerzas armadas de la revolución nacional” (FARN), y por la cuál fué encarcelada por primera vez durante algunos meses.

    Eventualmente llegó a formar parte de la “acción revolucionara peronista” (ARP), agrupación liderada por el conocido dirigente John William Cooke, de la cuál sería expulsada luego de apoyar una importante huelga de trabajadores portuarios. Por ese apoyo a esa huelga fué nuevamente encarcelada.

    Pero luego de eso finalmente fundó junto con otros compañeros las “fuerzas armadas peronistas” (FAP), que en 1968 llegó a montar un campamento de entrenamiento guerrillero en la localidad de Taco Ralo, en la provincia de Tucumán. En ese campamento, los guerrilleros fueron sorprendidos por la policía, apresados, y enviados en avión hasta Buenos Aires, donde fueron enjuiciados y encarcelados.

    En 1971 se fugó a los tiros de la prisión junto con otras presas, recibiendo incluso un disparo, y pasando a vivir en la clandestinidad. En 1973 las FAP decidieron bajar las armas, luego de que llegara Cámpora al gobierno, y de esa manera se terminara la proscripción del peronismo (por lo tanto también la resistencia peronista). Cámpora indultó a otros compañeros de Amanda en las FAP, y más tarde volvió Perón al país donde ganó las elecicones.

    Pero incluso bajando las armas y con un gobierno peronista debieron continuar en la clandestinidad debido a la acción de la Alianza Anticomunista Argentina (o “triple A”), un grupo parapolicial y paramilitar orquestado por el ministro de Bienestar Social de Perón, José López Rega.

    En 1974 dá a luz a su primera hija. En 1975 ella y sus compañeros abandonaron ya no la lucha armada sino también la militancia, y en 1976 Amanda y su pareja abandonaron el país luego de un nuevo golpe de estado.

    Este golpe de estado se justificó en la presencia de fuerzas armadas revolucionarias (llamadas “subversivas” por los dictadores), pero lo cierto es que la guerrilla en Argentina había sido derrotada tanto política como militarmente para ese entonces, y el golpe fue uno más de los tantos articulados por los Estados Unidos sobre paises de la región en la llamada Operación Condor, y tuvo como fín último la implementación de cambios sociales regresivos, neocoloniales y neoliberales.

    La guerrilla, que la generación de Amanda Peralta encarnó como herramienta de resistencia y liberación, se había convertido en chivo expiatorio para el sometimiento de su nación.

    Así fué que se exilió primero a Brasil durante un corto tiempo, luego pasó por México durante un tiempo más largo donde también nació su segundo hijo, y finalmente logró instalarse en Suecia, gracias a la intervención de un funcionario del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los refugiados.

    Allí, de alguna manera continuó su “lucha”, porque ya adecuarse a una cultura extranjera no es una tarea trivial, la sueca se mostraba además particularmente desafiante, y en ese lugar del mundo eligió el trabajo académico, que ya por sí sólo es un desafío.

    La primer barrera era el idioma, que no es sencillo para nosotres americanes: en las propias palabras de Amanda, “el sueco no es un idioma, es una enfermedad de la garganta”. Pero además, en Suecia existían muchos prejuicios anti-feministas y anti-inmigrantes no-europeos, con lo cuál era triplemente costoso hacerse un espacio en esa sociedad, muy especialmente en su ámbito académico que tiene sus propios vicios agregados.

    De modo que Amanda Peralta debió aprender el idioma a la perfección, intentar integrarse de alguna manera en el mercado de trabajo sueco, en paralelo cursar los estudios primarios y secundarios para adultos, y finalmente entrar en la universidad.

    Y no sólo lo logró, sino que terminó recibiéndose de doctora y publicando su tesis, ya hacia 1990, también logrando por un tiempo ser directora del Museo de Cultura Mundial, y finalmente quedar como investigadora permanente y profesora de la misma institución.

    La tesis de Amanda Peralta se titula: “…Por otros medios. De Clausewitz a Guevara: guerra, revolución y política en la tradición del pensamiento marxista”. Y la primer parte del título viene al caso de una famosa frase atribuída a Clausewitz, que expresa lo siguiente: “la guerra es la continuación de la política por otros medios”.

    Clausewitz fue un pensador moderno de la guerra, profundamente influyente, y Amanda Peralta precisamente analiza cómo esa influencia opera sobre los modos de la tradición marxista y guerrillera. Para ello recorre la historia de los principales pensadores de la guerra dentro del marxismo, comenzando con Marx y Engels, pasando por Lenin en Rusia y Mao en China, para finalmente llegar hasta Martí y el Che Guevara en la revolución cubana.

    Su ex esposo, Nestor Verdinelli, quien también fuera su pareja durante la etapa de las FAP, describe el espíritu de la tesis de la siguiente manera:

    “Naturalmente, producto de la experiencia vivida, Amanda tenía mucho interés en comprender qué nos había llevado a la catástrofe, luego de la victoria de mayo del 73. Cómo, porqué, las organizaciones político-militares de aquellos tiempos se perdieron en las tinieblas que llevarían a una derrota que costaría a nuestro país la pérdida de más de 30000 compañeros y el exilio de muchos miles más. Fue allí donde nace este interés sobre la teoría de la guerra. De dónde viene, qué influencias nos trae. Por qué caminos llegó a nuestra sociedad y a nuestra militancia”.

    A nosotres nos va a interesar este trabajo porque, efectivamente, esta persona de la generación de mis abuelos y abuelas tuvo una experiencia de vida que la llevó a ser no sólo una sobreviviente activa, que literalmente peleó por su vida para sobrevivir, sino también una teórica de la guerra que llegó a reflexionar sobre sus propias acciones y las de su generación, ya no en los términos inmediatos de las acciones concretas sino en términos generacionales, usando su propia vida como caso de estudio.

    No es una biografía, porque no relata su vida particular, pero de alguna manera también sí lo es: porque las cosas que reflexiona son las que le tocó vivir y encarnar, y que más tarde tuvieron consecuencias nefastas en la sociedad que ella peleaba por liberar. Es su manera de aprender a vivir con ello.

    Pero la historia de alguien no se termina con ese aprendizaje, sino que luego de reflexionar sobre las propias experiencias une pasa a tener un vínculo de referencia para con las generaciones posteriores: gente más jóven, sedienta de sus propias experiencias, sensible al mundo que sus ancestros le dejaron, y muy vulnerable a explicaciones inadecuadas o hasta maliciosas. Amanda Peralta nos dejó entonces, a partir de sus experiencias de lucha, una lectura crítica de esa lucha que diera lugar a una teoría, y una toría que intente explicar un poco lo que pasa en el mundo que nos deja y ayude a entender cómo encararlo.

    Luego de publicar su tesis, continuó sus investigaciones sobre procesos americanos de colonialismo y sometimiento. Primero realizó estudios en El Salvador sobre la Teología de la Liberación, publicando “Teoría y práctica en el universo de los pobres” en 1995, y luego pasó a estudiar la historia y resistencia del pueblo Mapuche: proyecto inconcluso, interrumpido por su muerte en el año 2009.

    Su tesis son unas 250 páginas, de las cuales las conclusiones abarcan apenas las últimas dos o tres. Al caso de ello, apenas al comienzo, ella va a decir lo siguiente: “Si la tesis incluye alguna contribución original -lo cual espero- debe salir a la luz durante el transcurso de la tesis y no aparecer como una Deus Ex Machina en la última página”. Es decir que quien quiera obtener algo de su elaboración teórica y técnica, va a tener que ir a leerla, y ningún rejunte corto de palabras pretende ni va a hacerle justicia a un trabajo de esas características.

    Pero de una manera u otra, para cerrar esta parte, es pertinente traer las últimas palabras de su tesis, que a su vez son una cita a otro reconocido compañero de las FAP, Envar El Kadri: “Cuando uno llega a pensar así, cuando uno se pone un uniforme y adopta los escalafones y los modelos de organización del enemigo, finalmente se termina siendo el enemigo… el enemigo te ha vencido porque ha logrado transformarte en él”.

    

Parte 4: acción y emoción

    Todos los trabajos que presentamos anteriormente nos advierten sobre las consecuencias del uso de la violencia, y en particular acerca de las prácticas de la guerra.

    Eso último queda un poco más difuso en The Last of Us, porque no es el tema central del trabajo, aunque es fácil apreciar por todos lados el pensamiento militar y su instrumentalización, así como también la cuestión de plantearse un enemigo y no descansar hasta destruirlo, como sucede en la segunda parte.

    Pero ese va a ser un detalle menor, porque nosotres aquí leemos otro tema diferente en esas obras, que nos parece pertinente a nuestra realidad actual. Son muchos los detalles, y muchos más los que deben dejarse de lado, pero vamos a intentar armar de a poquito un relato que nos permita atravesar estos tres trabajos con un sólo lente.

    La primer cuestión que tienen los tres trabajos en común es un mundo convulsionado y hostil. Kratos y Joel de hecho viven directamente un “fín del mundo”, lo cuál difícilmente pueda ser superado por eventos traumáticos de mayor envergadura, al menos a nivel civilizatorio.

    Y por ahí para muches hoy no lo parece, pero les invito a que vayan a ver grabaciones, testimonios, de personas que hayan vivido la parte más intensa de la guerra fría, y van a tener oportunidad de apreciar hasta qué punto se vivía con miedo al fín del mundo.

    Yo, de hecho, nací temprano en la década de 1980, y una de las fantasías más insistentes y aterradoras por aquel entonces todavía era “el fín del mundo”; tanto es así, que las ficciones apocalípticas sólo se incrementaron en cantidad y calidad con el paso de las décadas, llegando efectivamente hasta The Last of Us. Esa tradición artística no salió de la nada: salió de la historia.

    Pero podemos concentrarnos un minuto en la experiencia de Amanda Peralta desde este punto de vista, para aclarar un poquito este argumento.

    En 1948 se firma la declaración universal de los derechos humanos. Si algún día tienen oportunidad, vayan a la página web de la ONU, descarguen el PDF, y léanlo. Esa carta de derechos, que no era un documento vinculante pero sí un ideario del que constituciones y tratados internacionales habrían de tomar como base, fue creado luego de los eventos de la segunda guerra, y con el objetivo de que eventos de esas características no volvieran a suceder.

    En la mesa donde se votaban esos derechos estaban los Estados Unidos de América y la Unión Soviética. Y décadas más tarde, en 1966, se firmó el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, esta vez sí vinculante.

    La Unión Soviética había resistido la declaración original, y se abstuvo en la votación, mientras que más tarde fueron los Estados Unidos quienes plantearon una férrea oposición a garantizar derechos tales como la vivienda, la salud, o la educación, además del derecho a autodeterminación de los pueblos que tanto daño hacía a los colonialistas en general.

    Todas esas discusiones traían más problemas que soluciones a los paises poderosos, y los sometía a una serie de trabas tanto legales como ideológicas que debían honrar. Era la política, que se articulaba para no dar lugar a aquellos “otros medios” de Clausewitz, en un contexto donde las cosas estaban a un mal día de una tercera guerra mundial.

    Las declaraciones de derechos universales eran parte del clima de época, porque el siglo XX fué el escenario de conflictos por las llamadas “Grandes Ideas”: conflictos ideológicos, donde las ideas que competían eran aquellas que hipotéticamente habrían de explicar a la humanidad, y regir así las normas sociales, políticas, y económicas, de todo el planeta.

    El “universalismo”, en términos planetarios, era el tema de la época. Y era un tema llevado hasta las últimas consecuencias. Cada acto político, cada pequeña adherencia o rechazo en cualquier debate, era leido casi sin excepción como una pieza del rompecabezas que resultaba ser el mapa hacia el futuro de la humanidad. Ya no era resolver los problemas del ahora, sino también los de un mañana que podía ser trágico a niveles de los mitos religiosos. Después de la segunda guerra y la bomba atómica, ya no se podía pensar sin pensar también en el fín del mundo.

    Por supuesto la ciencia y la tecnología tenían mucho qué ver con eso, tanto por el progreso tecnológico como por sus mostruos militares.

    Pero lo cierto es que las acciones políticas se volvían más intensas y trascendentes que nunca, y era bastante común que cualquier acción menor en cualquier organización ignota de cualquier parte del mundo se pensara enmarcada dentro de las acciones necesarias para evitar un apocalipsis, o bien para una nueva y mejor humanidad.

    Lo cuál, a su vez, cuando se mezcla con las pasiones que todes podemos conocer de la política y con la urgencia de un hipotético y verosimil fín del mundo en el corto o mediano plazo, la justificación para escalar conflictos hasta la violencia armada podía ser tranquilamente sentido común. Ese era el clima de la época.

    Desde ya que no todo uso de la violencia era altruista: los actos criminales de la revolución fusiladora eran poco más que odio racial y clasista articulando un conservadurismo recalcitrante que nada tenía de ningún tipo de visión de futuro sino que, de hecho, su vista estaba anclada en el pasado.

    Esto se apreciaba claro en las tristemente célebres palabras del contraalmirante Rial, quien participara en el golpe de estado y lo justificara de la siguiente manera: “esta gloriosa revolución se hizo para que, en este bendito país, el hijo del barrendero muera barrendero”.

    Cosas como el ascenso social y la distribución de la riqueza estaban mal vistas en esos sectores, y lo siguen estando. Esa mezcla esotérica entre clase social y raza, estirpe, condición de sangre, que en Argentina se agrupa bajo el nombre despectivo de “gorila” y que coincide con el antiperonismo, es uno de los truculentos principios premodernos que insisten en sostener vastos sectores de las sociedades de todo el mundo, en especial cuando se trata de vínculos con los colonialismos. Lo cuál en Argentina en particular, y América en general, es un tema central, del que Amanda Peralta terminó convirtiéndose en referente académica desde Suecia.

    Ella se sumó de muy jovencita a la resistencia peronista, por los eventos de la revolución fusiladora. Pero el peronismo en sí fué siempre muy heterogéneo en su composición: siempre se mostró mucho más como movimiento antes que como partido, siempre tuvo vocación frentista, siempre tomó una centralidad alrededor de la cuál los demás cuadrantes políticos debían reorganizarse, y muy especialmente siempre hubo peronismos de izquierda y de derecha.

    Precisamente, las ex-FAP pasan a la clandestinidad durante la presidencia de Cámpora, porque el peronismo de derecha había llevado su anticomunismo hasta el oscuro punto de la policía secreta. Y es que Amanda Peralta formó parte de ese peronismo “de izquierda”, una históricamente incómoda fracción del movimiento peronista que hacía equilibrio entre las ideas marxistas y el problema empírico de la representación de la clase trabajadora como herramienta de construcción de poder popular en una democracia republicana liberal.

    Eso, sumado al momento histórico del foquismo del Che Guevara, donde la revolución socialista en América se mostraba como un resultado verosimil, llevaba a una convivencia muy tensa con el peronismo en general. En palabras de ella misma: “Tengo la sensación de que siempre estuve en el peronismo haciendo la contra, siempre peleando. Desde que en 1957 llegaron las instrucciones de Perón para votar a Frondizi, nunca estuvimos de acuerdo con nada. Siempre estábamos en la vereda de enfrente”.

    Esa “vereda de enfrente” a las decisiones de las dirigencias peronistas la llevó al foquismo, la estrategia revolucionaria instrumentada y llevada a la fama por Ernesto Che Guevara, y que frecuentemente era confundido con la simple y literal instrumentación de acciones guerrilleras.

    Y el foquismo, a su vez, según sus propias reflexiones, generó un quiebre dentro de la resistencia peronista y el movimiento peronista en general, del que más tarde Amanda Peralta consideraría una de las condiciones de la histórica derrota obrera en la Argentina de los setentas.

    Y aquí son pertinentes nuevamente algunas palabras de la propia Amanda Peralta en primera persona:

    

“Estábamos en pleno foquismo, con las anteojeras puestas. Muy influidos por la Revolución Cubana. El foco era la respuesta mágica, maravillosa y perfecta para los problemas del país. Fue nuestra etapa de mayor sectarismo. El hecho de que el gobierno de Illia fuera democrático se consideraba un estorbo para desarrollar el foco guerrillero. (…) Había toda una idealización de la lucha armada. Pero (…) la estrategia del ERP y Montoneros era errónea. También hicimos una crítica al alto grado de violencia que usaban esas organizaciones. (…) Si hubiéramos actuado en la etapa del salvajismo, creo que hubiéramos entrado en la misma dinámica.

    En general, en todos los procesos guerrilleros prima la visión voluntarista de acortar los plazos. Digamos que es la versión de izquierda de lo que el golpe es para la derecha. Yo no creo que se pueda negar la existencia de procesos violentos. Incluso, en gran cantidad de casos, la violencia es un arma de las masas. Pero hoy diferencio esa problemática de la concepción de guerra, así como diferencio entre lucha de clases y guerra de clases.

    Hay una visión acrítica de los procesos de guerra. Se hace una asimilación de lo ineludible con lo legítimo. No podemos plantearnos erradicar la guerra a través de fomentar las guerras. En 1973 esta confusión era muy grande porque allí la violencia no era necesaria. Sucede que la concepción foquista se formó con dos componentes: el nacionalista –con todos sus valores patrióticos, los héroes, el sacrificio– y la concepción marxista de la lucha de clases como el motor de la historia. (…) Fijate que para nosotros el concepto de lo militar, tan odioso para cualquier viejo anarquista o socialista, llegó a perder el carácter negativo. Hacer política era militar. Lo militar era lo más sagrado de las organizaciones foquistas. Después llegaron los grados, los ascensos, las formaciones militares. Lo más triste es que todo esto se vivía como valores socialistas. Ese militarismo pasó a deformar el pensamiento político. ¿Hay algo peor para el desarrollo de una discusión política seria, honesta, profunda, que la subordinación militar?”

    Todos esos extractos son de una entrevista que le hicieran en 1985, años antes de que su tesis estuviera lista. Y fueron precisamente los temas que desarrolló en la tesis que trajimos a condideración.

    Allí se adentró en esa “visión acrítica de los procesos de la guerra” para desarticularla, entender qué le pasó a su generación con ese tema, y dejar no sólo un testimonio sino algo todavía más valioso: alguna forma de verdad sobre la que podamos construir un futuro donde las tragedias de su tiempo ya no sean necesarias.

    Amanda Peralta cambió las armas por la reflexión, y su lucha universalista dejó de ser la de la violencia que se supone cambie con urgencia el curso de la historia sino la de quién busca verdades universales y dedica su vida al caso: la de la ciencia. Y así se volvió una teórica de la guerra, y discutió las ideas de los referentes de su tiempo.

    Hoy de su lucha no nos queda solamente la miseria de su pasado violento, con todas sus consecuencias nefastas, sino también el trabajo crítico sobre su propia experiencia de modo tal que tengamos oportunidad de no repetirla, así como también otros llamados de atención que van a ser pertinentes más adelante en nuestro trabajo.

    Pero ya aquí podemos tomar un poco de distancia de Amanda Peralta y nuestra realidad histórica, y ver cómo algunos de los temas que vivió y estudió ella se aprecian en otros trabajos que poco o nada deberían tener qué ver.

    Esto lógicamente debe realizarse con cuidado de no banalizar temas en realidad muy serios y sensibles, y precisamente allí es donde se vuelve pertinente el hecho de que Amanda Peralta no haya escrito ni sus memorias ni alguna forma de manifiesto político, sino un texto crítico y científico que permita universalizar los debates sobre la percepción, vivencia, e instrumentalización de la guerra.

    Y de esa manera nos permite adentrarnos, por ejemplo, en God of War.

    Kratos, en su momento más decadente, también vivió la guerra idealizada: en su juventud fué un militar exitoso, y la gloria de la conquista y subjugación de sus enemigos por momentos parecía ser su única razón de vida.

    Aunque antes mencionamos que además había formado una familia en Grecia, que se metieron los dioses del olimpo en el medio, y que de allí surge una tragedia de consecuencias apocalípticas. Ahora llegó el momento de explorar un poco más esa parte de la historia de Kratos.

    En realidad, los dioses de la guerra (Ares y Atena) ya se habían involucrado en la vida de Kratos desde temprano. Kratos tenía un hermano menor, Deimos, que fué secuestrado por Ares, llevado vivo al infierno griego, y encarcelado allí de por vida, bajo vigilancia del dios de la muerte Thanatos. Eso ocurrió cuando Kratos y Deimos eran muy jovencitos, apenas niños jóvenes, y aprendían las artes de la defensa personal y la guerra.

    Deimos era un niño más bien temeroso, y Kratos ya era un prodigio en el uso de las armas para ese entonces, razón por la cuál se convertía un poco en su maestro; pero además, Kratos le había prometido a Deimos que, como su hermano mayor, lo protegería. El día que Ares secuestró a Deimos, Kratos intentó defenderlo, pero no tuvo ninguna oportunidad frente al dios de la guerra y fué derrotado de un sólo golpe. La razón por la que Kratos sobrevivió a esa noche fue la intervención de Atena, que viajaba con Ares, y lo convenció de que dejara vivir a Kratos y se concentrara en Deimos.

    Kratos no supo en ese momento quienes fueron los secuestradores de Deimos: eran simplemente dos figuras misteriosas de adultos a caballo. Pero ese evento marcó su vida para siempre, y fué el verdadero evento bisagra que convirtió a Kratos en un tipo prácticamente desalmado. Y es que perder a Deimos, encima sin poder defenderlo, básicamente le rompió el corazón.

    Eso, sumado a que mucho más tarde en la historia quedara establecido que Kratos era un semidios hijo de Zeus, dejaba claro que los dioses estuvieron involucrados en las tragedias de Kratos desde el minuto cero de su historia. Sin embargo, el secuestro de Deimos es un evento de mayor importancia, porque allí está la clave del inicio del gran conflicto.

    Lo que sucedió fue que los dioses estaban al tanto de una profecía apocalíptica: iba a nacer un guerrero con una marca especial, y ese guerrero iba a exterminar a los dioses del olimpo. Deimos tenía una marca de nacimiento, que más tarde Kratos se tatuó en recuerdo perpetuo de su hermano secuestrado, perdido, desaparecido. Pero por esa marca fué que Deimos fuera secuestrado, mientras que Kratos terminó siendo el guerrero que llevara adelante la profecía.

    La cuestión con los dioses y el destino es siempre complicada, porque cuando se involucran es perfectamente legítimo cuestionar si las acciones de los hombres son realmente sus propias acciones: ¿cuál puede ser el valor de la agencia humana en un mundo de profecías, donde somos poco más que la personificación de las voluntades de los dioses?

    Esa cosmovisión tan evidentemente premoderna, en realidad por la época de Amanda Peralta no era tan obsoleta todavía, y de hecho en muchos ámbitos de la actualidad se sigue sosteniendo. Si reemplazan “profecía” por “historia” o “mercado”, y “dioses” por “economía”, se van a encontrar con muchos lineamientos ideológicos tanto de izquierda como de derecha que se supone expliquen el comportamiento de las sociedades y de la humanidad de manera más o menos determinista. Y esas fueron precisamente la clase de “grandes ideas” que se pusieron en conflicto durante el siglo XX, llegando hasta la sombra del apocalipsis, y todo ello durante tiempos modernos.

    ¿O por qué creen que, más tarde, en aquella entrevista, Amanda Peralta relataba que la democracia se sentía un estorbo para el foco guerrillero, sino por la profecía de la revolución finalmente liberadora? Ímpetu revolucionario liberador que, a su vez, terminó compartiendo Amanda Peralta con los dioses malignos de su historia de origen: la “revolución libertadora”, que también pretendía poner un orden definitivo a la sociedad Argentina, en lo inmediato, y por las vías de la fuerza armada. Comparación odiosa que, sin embargo, coincide con las propias conclusiones de Envar El Kadri cuando reflexionara “nos convertimos en nuestro enemigo”.

    Si bien requiere un poco de perspectiva, trabajo intelectual, y sensibilidad, en realidad hay muchas coincidencias entre la historia de Amanda Peralta y la de Kratos. Y es que son historias sobre la guerra, como las miles que tenemos en mitos y relatos históricos, aunque contadas con herramientas diferentes, mentalidades diferentes, y mundos diferentes.

    Lógicamente compararlas impone una serie de distancias que deben ser respetadas, en especial en lo que respecta a las víctimas humanas reales del conflicto armado. Pero si es cierto que la tesis de Amanda Peralta es un trabajo científico, entonces sus conceptos deberían ser posibles de ser utilizados también para contrastar los planteos que la historia de Kratos pudiera hacer sobre la guerra sin mayores dificultades.

    Kratos finalmente también toma conciencia de que se convirtió en su enemigo: un monstruo violento y destructor, cuya consecuencia de sus actos fué una absoluta catástrofe que para ese entonces ya no podía ser evitada. Y frente a ese horror, decide quitarse la vida. Pero aquí vale la pena agregar un detalle más a la histora de Kratos, porque ese suicidio no era solamente justificado por el horror.

    Como parte de su búsqueda de venganza contra los dioses, Kratos debió obtener poder para derrotarlos. Y al caso, como es costumbre en los relatos mitológicos, aparecen los artefactos. Hacia el final del juego, el artefacto de la mitología griega que le permitiera a Kratos derrotar a Zeus fue la caja de Pandora.

    Recordemos, el mito cuenta que la caja de Pandora guardaba diferentes aspectos espantosos de la vida humana, pero también guardaba a la esperanza. Kratos liberó todo eso por su cuenta, y utilizó el poder de la esperanza para derrotar a Zeus.

    Y cuando eligió suicidarse, lo que eligió no fué solamente no quedarse con ese poder, sino también distribuirlo, dárselo a la gente desesperada de esa Grecia ahora en ruinas. Las otras opciones eran apropiárselo, tomando el lugar de los dioses asesinados, o bien dárselo a una Atena manipuladora y en la que no se podía confiar.

    Kratos eligió el sacrificio: un poco convenientemente para ponerle un fín a su insoportable historia de miseria y destrucción, pero otro poco también para que después de él quede algo qué vivir, algo de esperanza, y que su historia no sea ni la última ni la única posible. Aunque finalmente no murió, por cuestiones de la historia.

    Un Kratos ya más entrado en años también se retiró a intentar vivir con la experiencia de semejante desastre que fué su vida en Grecia. Y aunque Kratos no entró en ninguna academia, se concentró en su rol de padre antes que nada como mentor, instructor, pretendiendo transmitir su conocimiento crítico de la guerra a su hijo.

    Pero Kratos pretendió esconderse de la guerra, mantenerla lejos, combatirla de alguna manera simplemente quedando fuera de los conflictos del mundo por vías del exilio. Cosa que más tarde se mostró irreconciliable con la realidad cuando su hijo Atreus no sólo quiso aprender los pormenores de la historia de ese mundo, sino de su propia familia también, y por esa vía la búsqueda de conocimiento lo llevaría hacia el conflicto que Kratos tanto pretendía evitar.

    Los intentos de Kratos por mantenerse lejos de la guerra duraron poco, y muy rápidamente su estrategia de vida debió girar hacia intentar él tambien entender la historia que tanto ansiaba conocer Atreus, acompañarlo en esa búsqueda, e intentar usar su experiencia para proteger al futuro de los eventos atroces del pasado.

    Más allá de que una teórica de la guerra pueda tener cosas para decir sobre la guerra, también es cierto que Amanda Peralta fué efectivamente guerrera. O guerrillera, si acaso es pertinente la diferencia. De modo que tampoco debería sorprender que puedan encontrarse vínculos entre su trabajo y los cuentos sobre dioses de la guerra o sobre guerreros legendarios. Sin embargo, The Last of Us no tiene ninguna de esas cosas.

    En The Last of Us, como ya dijimos antes sobre Kratos, lo que hay es una historia de apocalipsis e historia de origen traumática, además de que Joel se presentaba desde temprano como un tipo excepcionalmente prolífero en los usos de la violencia.

    Aunque esta vez no era idealismo, ni venganza siquiera, ni había ningún horizonte de futuro de la humanidad o siquiera ninguna profecía: era una supervivencia cruda, conservadora, y hasta por qué no nihilista. 20 años después del asesinato de su hija, Joel nunca había vuelto a formar otra pareja, intentar armar otra familia, ni siquiera imaginar ningún proyecto de vida, como sí lo hizo Kratos. Si le preguntábamos a Joel, no había ninguna vida qué imaginar ni por la cuál pelear, salvo la de une misme: la vida es una mierda, y une vive para no morir, fín.

    Está claro que ningún ser sensible y racional quedará jamás satisfecho de su propia existencia con una explicación semejante, pero también cualquier adulto sabe que los problemas existencialistas muy fácilmente se las rebuscan para pasar a un segundo plano cuando una realidad hostil se impone, y así la vida se hace llevadera un día a la vez por poco sentido que pueda tener. Ese al menos es el caso cuando une no cae en algún pozo depresivo, o situaciones sejemantes de salud mental. Con lo cuál me parece legítimo aplicarle a Joel el título de “sobreviviente”.

    Pero si en Kratos pudimos encontrar algunas cosas remota y laboriosamente asociables a las experiencias de algunas izquierdas, en realidad Joel parece más un avatar de los principios de las derechas. Joel no está tratando de revolucionar nada, ni está reaccionando contra ningún agresor por ninguna injusticia, ni siquiera pone en juego alguna gran idea de ningún tipo: es la sobreadaptación personificada.

    Su cuasi nihilismo, y aversión al idealismo y los vínculos interpersonales por fuera de las transacciones comerciales vinculadas a la supervivencia, es adaptarse al mundo espantoso que le tocó vivir y poco más que eso. Cuando la supervivencia se plantea como eje rector del proceso de toma de decisiones, las reglas morales, ideales, institucionales, culturales, o de cualquier otro tipo, son todos constructos de grado muy inferior a las condiciones de la praxis cotidiana.

    O, puesto en palabras menos sofisticadas: sobrevivir implica ensuciarse las manos, y cuando eso implica violencia las reglas son directamente un lujo. Si a eso le sumamos que Joel finalmente termina por actuar activamente en contra de la salvación de la humanidad y beneficiando sus propios intereses personales en aquella polémica escena del hospital, y lo hace a plena conciencia, la figura de Joel bien podría coincidir con la del empresario inescrupuloso que hace cualquier cosa con tal de obtener ganancias y nunca perder nada, o incluso hasta con la figura del mafioso.

    Esas lecturas se van desvaneciendo a medida que se le presta atención a la historia y la cosmovisión de Joel se va transformando en algo mucho más humanizado a partir de su vínculo de cariño con Ellie. Pero el temple original de “tipo duro” de Joel en realidad era algo mucho más parecido a ser un absoluto desalmado, como Kratos en su peor momento. Y como Kratos, ese Joel nació de una tragedia familiar dolorosa hasta lo indecible.

    De hecho, pasó buena parte del resto de su vida sin decir una sola palabra al respecto, así como Kratos también tuvo sus serios problemas para poder volver a poner en palabras su propia historia. Y entonces, frente a Joel, cabe la pregunta de por qué seguía vivo.

    Kratos primero vivía por venganza, luego intentó quitarse la vida, y más tarde, al fracasar en su suicidio, simplemente se fué a buscar una vida pacífica donde ya no le hiciera daño a nadie. ¿Pero Joel? ¿Para qué continuaba con su violencia nihilista y desesperanzada de ningún futuro mejor ni compromiso con ninguna generación futura, en lugar de simplemente ponerle fín a su vida?

    La respuesta estuvo merodeando en las teorías de fans a partir de alguna línea de diálogo entre Joel y Ellie, pero finalmente se hizo explícita cuando adaptaron la historia a una serie de televisión. Joel también intentó suicidarse: él no quería seguir vivo. De modo que convivía con ambas cosas: su aversión por la muerte, y su aversión por la vida. Y acá es donde podemos analizar otro aspecto más de los trabajos que estamos considerando.

    Recién decíamos “Joel era de derecha”, y lo comparamos con empresarios o mafiosos. En realidad, el conservadurismo de Joel tranquilamente pudo ser comparado con el de cualquier obrero promedio de clase media o pobre, pero por alguna razón nunca del todo explicada él más bien terminó quedando como una referencia exitosa de un cuentapropismo post-apocalíptico, y hasta un tipo digno ser respetado o de temer: un referente no sólo de violencia, sino también de autonomía.

    ¿Por qué no siguió siendo un carpintero, un obrero de la construcción, en un mundo donde ciertamente esa mano de obra no le venía mal a nadie, si eso también le permitía seguir siendo conservador o hasta nihilista? Y alguien podría decir, considerando aquello del suicidio, que elegir la vida de contrabandista en un mundo ultraviolento era un poco encontrar el ticket al cielo o el infierno: buscar una ocupación que lo expusiera efectivamente a morir de una buena vez.

    Sin embargo, Joel le escapaba a las operaciones demasiado peligrosas por considerarlas idiotas: buena parte de su anti-idealismo se justificaba de esa manera. ¿Entonces? ¿A qué venía esa vida de violencia de Joel?

    La respuesta que proveemos aquí es especulación. Los datos están en el juego o en la serie, pero no está establecida una relación lineal entre el detalle que traemos y el comportamiento de Joel. Sin embargo es verosimil.

    Sucedió que el intento de sucidio de Joel fue al poco tiempo luego de la muerte de Sarah: no pasaron muchos años hasta que decidiera terminar su vida, sino que fue más bien durante el peor momento de dolor por el duelo, probablemente apenas días después del evento. Pero su incapacidad para quitarse la vida no lo llevó precisamente por un camino de bondad y compasión, sino más bien todo lo contrario: la experiencia de Joel era la de odiarse a él mismo, y odiar también al mundo.

    De hecho, el juego relata que, antes de vivir dentro de la zona de cuarentena en Boston, durante algún tiempo que no queda claro cuánto habrá sido, Joel se dedicó a ser “cazador”: un título que se ponía a la gente que emboscaba y asesinaba a otra gente típicamente inocente. Un ladrón y un asesino, básicamente, con la única diferencia de que en ese mundo no había ley que fuera a impedirlo o siquiera cuestionarlo.

    Su ideario de “supervivencia a cualquier costo” más bien sonaba a una excusa para poder ser él mismo violento. Y un poco eso queda evidenciado en su pelea con su hermano Tommy, al que arrastró hacia esa misma vida. Juntos llegaron eventualmente hasta la zona militarizada de Boston, a la cuál entraron de manera ilegal, y allí adentro fué que discutieron y se separaron: Tommy estaba cansado de esa vida nihilista, y había oido hablar de las fireflies, así que se uniría a ellas.

    De modo que Joel, ya enteramente por su cuenta y sin Tommy, se asentó en la zona militarizada y continuó su vida de violencia sin necesidad de exponerse tanto a las inclemencias de los zombies merodeando en la intemperie: algo así como un punto medio entre la civilización y la barbarie, sin grandes compromisos con ninguno de los dos.

    Y con esa perspectiva queremos frenar un minuto y repensar de qué estamos hablando. Yo tengo 40 años, y puedo dar fé que mi generación ya tiene suficiente con las advertencias acerca del uso de la violencia. Desde sobrevivientes de tiempos más violentos como lo es Amanda Peralta, hasta una infinidad de comentarios sobre cómo la violencia en los video-juegos podría volvernos violentes a nosotres jóvenes jugadores y jugadoras, pasando por incontables observaciones sobre la violencia en la televisión, en el cine, en las historietas, o hasta en la música. Pero así y todo la violencia sigue siendo una especie de amenaza infinita y hace falta entonces repetir hasta el hartazgo la misma enseñanza que nadie nunca aprende. Ya desde muy jovencito esto me despertaba serias sospechas de que algo no andaba bien con todas esas denuncias contra la violencia.

    Es cierto que los videojuegos tienen cuotas importantes de violencia, y reconozco que es legítimo llamar la atención sobre ello.

    Pero como marca generacional yo defendí y defiendo mucho a los videojuegos, y en esa defensa siempre supe responder con el siguiente argumento cuando alguien de mis generaciones anteriores me advertía sobre la violencia: “dos guerras mundiales, dos bombas nucleares sobre territorio civil, no sé cuántos holocaustos y genocidios, todo eso sin videojuegos, y nada de eso llevado a cabo por mi generación. ¡Lávense la boca antes de responsabilizar a mi generación por la violencia en la sociedad!”

    La violencia en los videojuegos, aún cuando pudiera ser un reclamo atendible y legítimo, me pareció siempre más bien un chivo expiatorio para otros problemas. Y esto se hace más y más evidente con casos como God of War y Last of Us: dos obras maestras absolutamente aclamadas, donde la descomunal y hasta exagerada violencia no parece actuar en detrimento de poder plantear una historia conmovedora, emocionalmente madura, y fundamentalmente movilizante. Si la violencia es acaso tan nefasta y deshumanizante, ¿cómo es que logra convivir con todo eso otro?

    Y con esa pregunta planteada, finalmente llegamos a la tesis de este trabajo. Lo que aquí vamos a sostener es que, precisamente, el problema no es la violencia.

    Toda esa violencia que vimos tanto en nuestra historia real como en aquellas historias ficticias, no son la enfermedad, sino apenas uno de los síntomas.

    Si bien los tres trabajos claramente nos dicen cosas acerca del uso de la violencia, y si bien algunas son más obvias que otras, queremos prestarle atención a una de ellas.

    La violencia es fácil de pensar en los casos de Kratos, que fuera específicamente criado para ejercerla y luego despojado de cualquier otra forma de elección de vida, y en el caso de Amanda Peralta, donde la violencia era la regla de su tiempo y la marca clara de una injusticia contra la que decidió levantarse sin tampoco muchas otras alternativas operativas; pero en el caso de Joel se vuelve extraña, difusa, mucho más difícil de justificar.

    De hecho, los actos de Joel casi que permiten caracterizarlo como una pésima persona, muy lejana a cualquier idea de heroismo, mucho más cerca de ser entonces un villano, y por esa vía difícilmente ningún avatar de nada que podamos calificar positivamente. Pero sin embargo, y al mismo tiempo, la historia de Joel también es la de una rehumanización, una recuperación de una humanidad que seguía latente dentro de ese cascarón de muerte y cinismo en el que se había convertido. Rehumanización que estuvo mediada también por la violencia, y no alejada de ella, del mismo modo que también le sucedió a Kratos en su paso por Asgard.

    Joel no era violento ni por decisión de los dioses ni musas, ni por ninguna inevitabilidad económico-material de los mercados ni la historia, sino porque esa fué la manera que encontró de vivir consigo mismo. Esa violencia fué la forma en la que pudo canalizar sus emociones en el mundo que le tocó, y así relacionarse con él de alguna manera, por las vías de la catarsis.

    Bajo ningún punto de vista pretendemos instalar la idea de que convertirse en un asesino despiadado es alguna forma de “terapia”, pero sí mostrar que un personaje como Joel se entiende mucho más a través de lo insoportable de sus experiencias de vida que intentando trazar líneas lógicas de razonamiento.

    Ese cinismo o hasta nihilismo de Joel, que a todas luces operaba sobre un trauma y un bloqueo emocional que contuviera aquellas sensaciones sobrecogedoras e invivibles que llevaban hasta al suicidio, por algún lado requerían también alguna forma de conexión con el mundo.

    Lo de Joel no era ningún plan racional de vida: era literalmente supervivencia como le saliera. No era hipócrita, como quien busca excusas para no aceptar la verdad de lo que hace: era sincero, aún cuando no exactamente racional. Y allí, la violencia, más que su problema, era el mecanismo por el cuál podría expresar de alguna manera todo aquello que no podía ni poner en palabras ni tampoco siquiera someter a alguna reflexión minimamente sanadora. Toda esa violencia era la pura catarsis de lo que Joel llevaba dentro.

    Ni Amanda Peralta, ni Joel, ni Kratos reflexionaron sobre la violencia por la violencia misma, por alguna forma de ejercicio ocioso, sino que lo hicieron sólo cuando tuvieron oportunidad de considerar otras alternativas, de ver las consecuencias del uso de la violencia, y muy especialmente de verse a si mismes como articuladores y responsables de tales consecuencias.

    Todes tenían razones para hacer lo que hacían, pero en todos los casos esas razones se volvieron excusas y justificaciones pecaminosas cuando en realidad se daban cuenta de que querían hacer otra cosa, _ser_ otra cosa.

    Y esas ganas de “ser otra cosa” no florecieron porque llegaron a la conclusión racional de que “la violencia es universalmente mala” ni nada por el estilo. En todos los casos, una vez realizada la catarsis adecuada, tuvieron una ventana de oportunidad para apreciar las situaciones desde otro punto de vista.

    Pero atención que eso tampoco fué por obra y gracia del espíritu subjetivo de cada une de elles, sino en enorme medida por las cambiantes condiciones materiales que les rodeaban.

    Esa catarsis de la que hablamos se realiza en relación a sentimientos propios de cada une de nosotres, pero también son sentimientos que tienen un origen y arraigo en la realidad material conviviendo con nuestras voluntades, y existen en busca de un destino hacia donde ser canalizados. En el proceso catártico somos mucho más intermediarios que creadores, y es un proceso que se inicia siempre en relación con la realidad que nos toca vivir.

    Y si bien todo esto último suena sofisticado o hasta dramático, lo que la caracterización de Joel requiere para entender su violencia es lo mismo que requieren tantas otras formas de violencia normalizadas en nuestras sociedades y aceptadas con absoluta naturalidad.

    La violencia como ejercicio de catarsis es lo que explica la violencia en los videojuegos, los deportes violentos, el hecho de que podamos ver películas de gente tirando piñas y patadas como algo que consideramos “espectáculo” o hasta “entretenimiento”, y tantos otros casos culturales más. En tanto que violencia, como acción humana, no queda eximida de ser una vía de catarsis, y de esa manera una experiencia tan liberadora como representativa de nuestras propias emociones.

    Y eso ya son dos dimensiones de análisis. Por un lado, la liberación catártica nos permite readecuarnos al mundo desde otro estado emocional radicalmente diferente al anterior.

    Y por el otro, su representatividad nos permite interactuar, acercarnos, agruparnos, con otras personas que sientan cosas similares, pudiendo así volverse una herramienta rehumanizante en tanto creadora de vínculos sociales, y dando oportunidad a resignificar aquellas emociones originalmente tan problemáticas para canalizarlas con otros fines.

    Pero atención, que nada de esto pretende ser una idealización, ni siquiera reivindicación, de la violencia: por el contrario, en este canal somos intelectuales y pacifistas, no gente violenta.

    Lo que aquí estamos planteando es que resulta técnicamente equivocado advertir sobre la violencia como si fuera una especie de razgo unidimensional de la condición humana, cuasi irracional y perpetuamente injustificable.

    Lo que estamos diciendo es que el problema no es la violencia en sí, sino lo que dá lugar a ella en primer lugar: aquellas emociones que luego deben ser canalizadas, expresadas, representadas y puestas a trabajar en el cambio de condiciones inmediatas de lo que nos toca vivir y se vuelve invivible.

    Esa experiencia catártica también revela una serie de cosas sobre lo que se está sintiendo y expresando, y es donde Joel se vuelve un caso de análisis productivo en su contraste con Kratos o Amanda Peralta. Porque si bien son todos casos de avatares de la violencia, con Kratos o Amanda Peralta siempre vamos a poder justificar sus actos de una manera más o menos racional, pero Joel se muestra mayormente injustificable.

    Y sin embargo, si le escapamos a la racionalidad, los fenómenos son los mismos: les tres tienen un origen trágico, les tres se vuelven violentes, y les tres finalmente escapan al camino de la violencia catártica y encuentran rehumanización.

    Visto desde esta perspectiva, aún tal vez habiéndose convertido en monstruos de acuerdo a algunos juicios, es difícil intentar afirmar que no son también víctimas en primer lugar, y que entonces la violencia que encarnan no es tanto el problema en cuestión: eso sería un poco como culpar a la persona resfriada por sus estornudos, sin prestar atención a la enfermedad de fondo.

    Este nos parece el problema generalizado con la figura de la violencia.

    Es un tema muy serio, pero se lo toma como si se tratara exclusivamente de una especie de ciclo infinito de violencia como repetición de la violencia en sí, cuando en realidad es otra cosa lo que está sucediendo. Y si eso es correcto, entonces la emergencia de la violencia puede tener otros orígenes.

    Del mismo modo que Amanda Peralta llamó a dejar de tomar el concepto de “guerra” o de “militancia” de forma acrítica, nosotres acá llamamos la atención sobre el mismo problema con el concepto de “violencia”.

    Podemos pensar que si bombardean tu ciudad, muy probablemente consideres tomar las armas para luchar contra el ejército enemigo que bombardea tu ciudad, y eso tiene pleno sentido lógico y racional; del mismo modo que si un dios o cualquier otra entidad articula el asesinato de tu familia es verosimil reaccionar jurando venganza.

    Pero cuando salimos a la calle, en nuestra vida cotidiana, la violencia con la que convivimos hoy en día parece mucho más gratuita, desproporcionada, irracional: gente asesinada por discusiones de tránsito, en situaciones de robos menores donde la víctima ni siquiera se defiende, en demostraciones cuasitribales de valía machista entre adolescentes, y demás barbaridades injustificables.

    Eso convive también con grupos criminales dedicados a aterrorizar a la población para someterla a sus mandatos, lo cuál de irracional no tiene nada; sin ir más lejos, compárese con las justificaciones de la revolución fusiladora para entender que tampoco tiene nada de nuevo.

    Pero aquella otra violencia más bien irracional e injustificada también existe, es visible desde que tengo memoria, y todavía hoy parece escapársele al análisis de la persona común y corriente, a sus interlocutores mediáticos, como una especie de incógnita. Como no es “violencia previa” la causa, entonces se le empiezan a decir “violencia” a cualquier cosa, o se empieza por ejemplo a hablar de “microviolencias”, en lugar de criticar la tesis de la “violencia previa” en sí. Y si no es necesariamente “violencia previa” la causa, necesitamos entender qué sí puede serlo.

    Un proceso de violencia catártica no necesita exactamente violencia previa, sino que alcanza con emociones que tiendan a ser invivibles. Y está lleno de situaciones en nuestras culturas contemporáneas a las que nos vemos expuestes y nos generan un constante ejercicio de tolerancia sin el cuál sencillamente explotaríamos en brotes de furia.

    No es solamente violencia: la miseria, la burocracia kafkiana, la incertidumbre económica o hasta directamente alimenticia, la complejidad inabarcable de un mundo al mismo tiempo inmenso y muy chiquitito, los choques culturales, la falta de techo o salud, el vivir con miedo a la violencia aún sin padecer actos concretos de violencia, los conflictos ideológicos, o hasta las propias urgencias emocionales personales. Creo no estar revelándole nada a nadie con esto que digo, y confío sea algo que cualquiera pueda visualizar fácilmente.

    Pero el punto de todo esta parte del trabajo no es revelar, sino plantear y poner en foco, un detalle vinculado a las advertencias históricas sobre la violencia: el problema no es la violencia misma.

    

Parte 5: La virtud de los desalmados

    Hay una frase célebre de Oscar Wilde que dice: “el patriotismo es la virtud de los tiranos”. O, al menos, esa es la versión que me llegó a mí de jovencito, en algún subtítulo de alguna película de acción en VHS.

    Mientras escribía este ensayo revisé un poco la cita por internet, para ver si realmente existía, y encontré que en lugar de “tiranos” frecuentemente lo traducen como “sanguinarios” o “depravados”. El original, aparentemente, decía “vicious”. Y es pertinente para lo que venimos hablando.

    Uno de los importantes análisis que realiza Amanda Peralta en su tesis pasa por la cuestión de la efectividad de la revolución socialista en Cuba.

    Es decir: la cubana fué una excepción entre la numerosa lista de revoluciones socialistas, comunistas, marxistas, en todo el planeta. Las mismas frecuentemente fracasaron, y entonces el caso cubano, cuyo proceso revolucionario continúa vigente hoy en día, se volvió extremadamente inquietante por aquel entonces.

    Y era el mismo momento de las grandes ideas en pugna, y del gran auge de las ciencias sociales luego de la bomba atómica, y de la más sofisticada y tensa diplomacia en medio de la guerra fría… la revolución cubana se volvía una experiencia extraordinariamente valiosa para entender no sólo los procesos revolucionarios, sino directamente los posibles futuros de la humanidad en lo inmediato.

    En ese contexto se intentó conceptualizar y sistematizar la experiencia de la revolución cubana en alguna teoría que operara de marco para repetir la misma experiencia en otros paises. Y esa teoría fue el foquismo.

    Amanda Peralta, cuenta ella misma, se subió a la ola del foquismo, por la que su generación se vió profundamente interpelada.

    El foquismo terminó siendo un fracaso generalizado, Guevara mismo murió asesinado en uno de tales fracasos, y en general lo único que logró fue dañar la percepción popular de las izquierdas y justificar una reacción conservadora, o al menos eso se le recrimina frecuentemente. En algún momento el foquismo se mostró como la estrategia revolucionaria de vanguardia, pero hoy se usa más bien como término despectivo luego de que el juicio de la historia le bajara el pulgar.

    Pero decíamos antes, Amanda Peralta estuvo ahí, vivió eso, y no sólo contó su historia sino que también la analizó, y por esa vía logró desarticular algunos detalles sobre el marxismo, el foquismo, y la teoría de la guerra en general. En primer lugar, supo rastrear una histórica influencia de las ideas de Clausewitz en la tradición marxista, ya desde el momento de Marx mismo, pero muy especialmente a través de Engels.

    Aquello de “la continuación de la política por otros medios”, concluyó, si bien parece algo cercano al sentido común, tiene necesariamente mucho de interpretación ideológica. Ella cita al caso las reflexiones de Clausewitz mismo cuando dice “la guerra tiene su propia gramática pero carece de su propia lógica; su lógica es la lógica política”.

    Y por esa vía, atravesando diferentes conceptos de “guerra”, el rol del Estado, y la relación con la población civil, Peralta notó cómo en aquellos axiomas de Clausewitz se podía llegar legítimamente a inferir que la guerra se convierta en la necesaria e inevitable continuación de la política.

    En sus palabras: “No todo el mundo puede distinguir en realidad entre una categoría militar y una filosófica o política. Esto es particularmente cierto en los análisis militares, que tratan de llegar a conclusiones políticas sobre la guerra con su propio aparato conceptual”.

    Pero además de los problemas categoriales y las influencias ideológicas, un caso particular fue notoriamente influyente en la tradición marxista, y especialmente la americana.

    No es lo mismo pensar revoluciones en paises otrora centrales, como pudieran serlo Francia, Alemania, o Inglaterra, que pensarlas en los paises periféricos. En América, todas las revoluciones fueron nacionalistas y anti-coloniales: fueron revoluciones independentistas mucho antes que representantes de conflictos ideológicos que articularan grandes ideas en pugna.

    Por esa razón la idea de “libertad” siempre fué una de las banderas más prolíferas del continente, y en buena medida también por cosas como esas el marxismo nunca tuvo tanta injerencia en América como sí lo tuvo en otros lugares del mundo.

    Y más allá de los muchos detalles en esto, de allí surge una importante característica de la revolución cubana: ni siquiera fué una revolución marxista, sino nacionalista y liberadora.

    El movimiento 26 de Julio, aquel movimiento revolucionario liderado por Fidel Castro, era una gesta revolucionaria patriótica, libertaria, y articulada contra la figura de un tirano. El pueblo cubano no abrió los brazos a los revolucionarios por los textos y principios marxistas, sino por la figura de la liberación nacional, tal y como sucedió muchas veces en todo el continente. Pero no fué sino hasta después de derrocar a Batista que, una vez en situación de necesitar decidir la estructura y lineamiento de gobierno, optaron entonces por el marxismo-leninismo.

    La revolución cubana no fué una revolución comunista, y esa es una parte constitutiva de su éxito: fué una revolución ante todo nacionalista. Ese es uno de los detalles sobre los que Amanda Peralta llama la atención en su análisis, y sobre cómo más tarde se mezcló la tradición de interpretaciones políticas sobre la guerra en el marxismo junto con el nacionalismo. Y cito directamente desde la tesis:

    

“En las ideologías nacionalistas, estas ideas han dado argumentos a la política expansionista nacional y belicista, y en el marxismo han dado estructura a una visión militar de la lucha de clases y a una tendencia a imaginar el proceso revolucionario principalmente en términos de guerra. Esta influencia hace que el conflicto social y político sea percibido casi como un acto de guerra.

    Surge una tendencia a pensar la política en términos militares y el aparato conceptual militar se transfiere a la política. Los objetivos políticos se perciben como alcanzables sólo a través de la guerra. De este modo, el aspecto militar cobra cada vez más importancia desde el punto de vista político. (…) Si el objetivo político de la guerra es un cambio social estructural que acelere el progreso de la historia, la guerra se considera como legítima.

    (…) Durante un proceso de guerra revolucionaria, estas dos diferentes concepciones de la legitimidad generalmente se confunden: la guerra se libra para poner fín a las injusticias sociales, e introducir un nuevo orden económico y social en la sociedad.”

    Está claro que el análisis no se aplica solamente a las tendencias marxistas, y la “gramática de la guerra” opera sobre la política en general. La época de Amanda Peralta tuvo lugar durante la peor parte de la guerra fría, y durante el auge del foquismo.

    Pero el momento cuando ella bajó las armas ya era otro tiempo diferente, donde todo parecía más difícil no sólo de justificar sino también de entender. Ella misma hablaba de “confusión” y de una necesidad de reflexionar sobre lo que estaba sucediendo. Y lo que estaba sucediendo es algo que para mi generación ya está bastante claro: era el momento del auge neoliberal, el anti-socialismo creado en laboratorio por think-tanks muy bien financiados durante décadas.

    Y mientras el “socialismo real” de la Unión Soviética llegaba por momentos a estar casi en las antípodas de los ideales que decía representar, los paises de la OTAN se volvían cada vez más beligerantes, en simultáneo a que el estado de bienestar keynesiano mostraba sus debilidades y aparecían crisis energéticas.

    Lo que pasó fue que el mundo se puso cada vez más hostil para todes. Mi continente en particular tuvo que padecer el Plan Cóndor. Pero la verdad es que el resto del planeta tampoco estaba en su mejor momento.

    En los setentas, las derechas hicieron responsables a las guerrillas de izquierda de toda la violencia instalada en la sociedad.

    Pero de eso hace ya 40 o 50 años, la Unión Soviética no existe más desde hace 30, Cuba es una isla aislada y mayormente intrascendente, el “socialismo del siglo XXI” venezolano implosionó luego de la muerte de Hugo Chavez, no parece haber un sólo análisis sobre la actual China comunista que no le diga a su gobierno “capitalismo de estado”, y en las sociedades en general el marxismo solamente se encuentra en libros bastante polvorientos o en universidades donde se estudian cosas que no son las que terminan garantizando un trabajo digno. Y sin embargo, acá estamos: sociedades cada vez más violentas.

    Las guerrillas marxistas fueron reemplazadas por organizaciones narcotraficantes proveedoras de drogas recreativas ilegales a los paises más ricos del mundo, pero fabricadas en nuestros paises sometidos bajo regímenes de brutalidad. Organizaciones mafiosas de todo tipo condicionan no sólo las voluntades populares sino muy especialmente a sus representantes y funcionaries públiques: jueces, legisladores, presidentes.

    El colonialismo sigue rigiendo de-facto a nuestro continente, sometiéndonos al accionar de servicios de inteligencia, mafias locales, y el sistema financiero internacional, de modo tal que la autonomía de las naciones sea una caricatura y dediquemos nuestra existencia a mantener el modo de vida de otra gente que vive muy lejos nuestro y de maneras muy diferentes a las nuestras. Y en ese contexto, los pueblos no están eligiendo ningún tipo de marxismo, sino más bien extremas derechas. Hoy lo que vuelve no es el comunismo, sino el fascismo.

    Los trabajos que presentamos para analizar nos hablan sobre la violencia. Pero nosotres les vamos a pedir que los vean con otro foco.

    Ya dijimos que la violencia no se explica por sí sola, y con todos sus enormes peligros tampoco es algo necesariamente malvado y perverso. Al caso revisamos comparaciones laboriosas entre Amanda Peralta y Kratos, pero también entramos en el caso de Joel para ver un detalle que la racionalidad causalista frecuentemente omite, y es el de la catarsis.

    Catarsis que como concepto frecuentemente forma parte de los estudios del arte, pero que en rigor es un mecanismo de nuestro aparato psíquico, cognitivo, emocional: una cuestión humana. Y sobre la catarsis mencionamos dos dimensiones de análisis: su necesidad de un contacto con la realidad, y su representatividad frente a otres.

    Dijimos que la violencia en la sociedad actual, si bien en muchos casos es legítimo explicarla en base a la violencia previa, en muchos otros casos no: como sucedía con Joel en su contraste con Kratos y Amanda Peralta, está lleno de casos cotidianos donde la violencia es difícil de explicar, y hasta parece alguna forma de “locura”.

    El chivo expiatorio luego de que dejaran de existir las guerrillas marxistas pasaron a ser “las drogas”, en tandem con “la televisión” o “los medios”: todas cosas que “te vuelven loco” o “te queman la cabeza”. Los videojuegos tienen también su lugar en esa explicación. Y tal y como sucedía con las guerrillas marxistas, son verdades a medias: efectivamente allí hay violencia, pero eso está muy lejos de ser una explicación.

    Una discusión de tránsito que escala hasta el homicidio, por dar un ejemplo típico, se explica mucho más por catarsis que por influencias explícitas o estrictas de violencia previa. Y, francamente, permítanme anotar, lo más probable es que los vieojuegos violentos sean una forma mucho más saludable de hacer catarsis violenta que entrar en peleas con desconocidos por nimiedades.

    Precisamente, nuestros niveles de tolerancia completamente saturados explican mucho mejor las explosiones de violencia furiosa, desesperada, o hasta nihilista, que se ven a diario en nuestras sociedades contemporáneas. Y esa saturación, esa sobrecarga de nuestros niveles de tolerancia emocional, no puede venir más que de nuestras propias experiencias cotidianas.

    Cualquier marxista diría con razón que allí lo que hace falta analizar entonces es “las condiciones materiales e históricas” en las que eventos indeseables como esos suceden, especialmente las condiciones de orden socioeconómico, o si se quiere incluso directamente las de clase social. Esto es evidente: el pobre tiene una vida peor que el rico, no hay discusión seria posible al respecto, y las razones sistémicas de esa pobreza y esa riqueza son entonces absolutamente pertinentes.

    Pero los modos particulares de los fenómenos también son pertinentes, y aquí no creemos que sea enteramente cuestión de clase. Por supuesto que sí lo es: pero también hay otras condiciones, que si estamos en lo correcto no dependen de la clase social, o siquiera necesariamente de la economía, y no por ello dejan de ser condiciones materiales e históricas. Nos referimos a las de orden cultural.

    Una sociedad, en tanto que sistema, consiste en las relaciones entre sus componentes.

    La cultura es un marco de relaciones posibles entre las personas y la realidad material. En diferentes culturas se dá lugar a diferentes acciones políticas, diferentes sistemas de gobierno, y en definitiva diferentes organizaciones de sociedad. Así, la forma en que nos relacionamos entre nosotres forma parte integral de nuestra realidad, tanto cognitiva como política.

    Lo que nos interesa marcar es que en diferentes culturas las relaciones entre las personas y la realidad se va a articular de diferentes maneras, aún cuando seamos todes humanes.

    Y la cultura no es alguna forma de absoluto conceptual para una sociedad dada, sino que existen múltiples culturas implementadas en una sociedad, por los componentes de la sociedad misma, y de esa manera las diferentes culturas se influencian entre sí y van cambiando: no existe una cultura, pura, nítida, inmutable, de la cual hablar, sino tan solo recortes históricos y locales.

    Los intentos por universalizar culturas siguen siendo fallidos hasta la fecha, y en el siglo XX casi llegaron hasta la guerra mundial termonuclear. Lo más parecido a alguna cultura universalizada es esto que vemos hoy en día, y que funciona así de horrible como se lo vé: un mundo de hegemonía neoliberal, que encima se pretende unipolar.

    Amanda Peralta supo ver que algo raro pasaba en los setentas, y que las guerrillas “se convertían en el enemigo”. Para entender eso raro que pasaba fué a ver su propia historia a la luz de la teoría de la guerra.

    Pero sin detrimento alguno a su trabajo, lo raro que pasaba era el giro neoliberal, cuya vanguardia formó parte central del Plan Condor. Y ese giro neoliberal, que fue cuidadosamente diseñado durante décadas y del que ya hablamos en varios videos anteriores, se esgrimía bajo consignas del tipo “no hay sociedad sino sólo individuos”, o bien “no hay alternativa”.

    No era solamente la izquierda convirtiéndose en su enemigo, sino las sociedades de todo el mundo siendo sometidas a una influencia cultural que venía a romper cualquier tipo de lazo social que no fuera el de la competencia individualista: era la creación de una cultura de la crueldad.

    En neoliberalismo se analiza frecuentemente desde sus insostenibles propuestas económicas, pero en lo cotidiano es un sistema mucho más de orden cultural que económico: sus relaciones sociales van a continuar siendo mayormente hostiles y eventualmente invivibles aún en momentos de bonanza económica.

    En los setentas se articuló en base a golpes de estado, donde las fuerzas militares encarnaban la figura de una violencia mafiosa y genocida que supuestamente vendría a purificar las naciones del tan odioso comunismo, y terminó en desastre económico, político, y social.

    Pero pocos años después, en los noventas, cuando el comunismo ya no existía más y el mundo ya era unipolar, se articularon principios socioeconómicos neoliberales que llevaron a la Agentina al desastre económico y político y social en el año 2001.

    Hoy se vuelven a proponer los mismos principios como si nos fueran a salvar de algo: de la pobreza, de la violencia, de la corrupción. Y la razón por la que el neoliberalismo continúa seduciendo a los pueblos después de tanto tiempo de dar solamente decepciones y miseria y desastre, es que efectivamente representa la experiencia cotidiana del pueblo: una vida de crueldad.

    Ante este planteo, pasamos a revisarlo un poco más en detalle.

    Las “power fantasies” que mencionaba Just Write en su video sobre the daddening no son un caso solamente de “poder”. Si curioseamos otros casos de personajes de ficción poderosos y también mayormente orientados a adolescentes, encontramos muchos cuyo poder se articula de maneras protectoras o hasta benefactoras, aún cuando también violentas.

    Por el contrario, esas “power fantasies” como la que encarnan un Kratos o un Joel son crueles. Parte de la catarsis a la que dan lugar, del disfrute que ofrecen, es la posibilidad de ser crueles en un entorno controlado y con un relato que lo justifique.

    La violencia es instrumental para la catarsis, y da lugar a cierta representación en los personajes, pero no por eso la violencia particular que llevan a cabo deja de tener sus detalles importantes.

    La historia de Kratos y de Joel coincide en el camino de vida que realizó Amanda Peralta: un día se dieron cuenta que por su camino se convertían en algo que no querían ser, y tuvieron una oportunidad de elegir otro.

    Amanda Peralta abandonó la lucha armada, y con ello la guerra: aunque en declaraciones posteriores siempre pareció sospechar de que la violencia tampoco podía abandonarse definitivamente. Eso también forma parte del espíritu de su trabajo posterior, “por otros medios”, donde analiza las maneras, los objetivos, los modos posibles de la guerra, no solo intentando reflexionar sobre su experiencia sino también intentando dejarle algo a las generaciones futuras que enfrenten problemas similares. Finalmente ella abandonó la guerra, pero no la lucha, a la cuál transformó en investigación para desentrañar los problemas de su tiempo y de su pueblo.

    Kratos también intentó abandonar la violencia y la guerra, pero tarde o temprano eso se mostró imposible, y entonces la decisión pasó a ser cómo se usa esa violencia, con qué fines, con qué medios: la misma búsqueda que Peralta rastreó desde Clausewitz para entender la tradición marxista.

    A Joel por su parte el mundo no pareció darle nunca la opción de abandonar la violencia: pero no obstante también se cruzó con el problema de en qué se había convertido, por qué razones, y si realmente quería continuar ese camino.

    Y en todos los casos el cambio sucedió recién cuando debieron considerar lo que dejaban a las generaciones siguientes, el cómo se relacionaban con ellas.

    Ni Kratos ni Joel abandonaron finalmente la violencia, sino que la resignificaron: se volvieron protectores, padres, y mentores. Sus catarsis, aquello insoportable que llevaban dentro, no estaba determinado entonces por “la violencia”, sino por el mundo cruel y despiadado en el que les tocó vivir. Y lo que cambió en ellos fue lograr sostener relaciones de cariño con otras personas, pudiendo finalmente así rechazar aquella crueldad que los aislaba de les demás y los reducía a pura violencia.

    Como le sucedió a Amanda Peralta y sus compañeres guerrilleres, por el camino de la crueldad se convirtieron en “el enemigo que antes estaban combatiendo”, y se dieron cuenta que por allí no se podía llegar a ninguna sociedad mejor.

    Aquellas “power fantasies” tienen mucho más qué ver con dejar brotar libremente toda nuestra crueldad acumulada que venimos soportando, y nada mejor que un mundo absolutamente cruel para escenificarlo. Así, el “poder” que se experimenta en esa violencia no es tanto la violencia misma, sino ejercer nosotres una crueldad a la que nos vemos sometides en nuestro día a día.

    Eso nos hace tener un vínculo catártico con los personajes, y por esa vía experienciar alguna forma de representación (y por lo tanto compañía), aún cuando se trate de personajes ficcionales haciendo cosas brutales en un mundo radicalmente diferente al nuestro.

    La crueldad que acumulamos adentro nuestro, si bien viene de afuera, ya es nuestra. Y tenemos esa crueldad adentro en primer lugar porque la misma forma parte de nuestra cultura desde hace ya mucho tiempo.

    Entonces, lo que pasa con esas fantasías de poder no es que nos creamos dioses de la guerra: nos sentimos empoderades al vivir nuestra crueldad como acciones justificadas.

    El problema entonces no es la violencia: el problema es la crueldad. Y lo que se aprecia en esas escenificaciones catárticas es que la crueldad es la virtud de los desalmados.

    Es lo que los hace sobrevivir en un mundo cruel, lo que les permite matar, y lo que finalmente les permite hasta destruir a sus enemigos. ¡Y cuanto mejor si acaso esa crueldad tuviera una justificación en un relato! En ese caso ya no son desalmados, sino alguna forma de héroes.

    Con sensaciones como esas fue que generaciones como las de Amanda Peralta terminaron abrazando un militarismo que prometía gloria y sólo trajo desastre; es la misma historia que se relata de Kratos, cuando la gloria de la conquista militar le dejó finalmente vacía el alma. Y es la misma alma que Joel nunca logró llenar ni con toda la violencia del mundo.

    Es pertinente notar que Kratos y Joel optaron por el suicidio para poner fín a su vida de miseria: así también se siente la crueldad. Pero no tuvieron éxito en sus intentos por morir, y debieron entonces seguir viviendo, frente a lo cuál improvisaron alguna vida posible para la persona en la que se habían convertido.

    Y por muy campeones de la violencia y la supervivencia que pudieran haber sido, no fué suficiente para elles con simplemente seguir viviendo: hasta que no encontraron vínculos sanos y sostenibles con otres, no tuvieron oportunidad alguna de sanar su alma, ni de ser ninguna otra cosa más que instrumentos de crueldad.

    

Parte 6: conclusiones

    Lo que comenzó en tiempos de Amanda Peralta, y que estamos viviendo hoy en día, es la implementación planificada de un sistema social de extrema crueldad.

    Y en estos días mi país está atravesando un proceso electoral donde el pueblo coquetea con votar a Javier Milei: uno más en la larga lista de personajes instalados por gente con demasiado dinero, que se presenta como novedad para quienes viven alienades de la historia del país, y que representa catárticamente gente de toda clase social e ideología al hacer declaraciones mediáticas de crueldad; alguien que le pone voz a esa crueldad, que la legitima, que la publicita como absolutamente necesaria, y así le dá sentido a la vida invivible a la que está sometida mi pueblo.

    Desde esa representación arma un relato mentiroso prometiendo gobernar para los intereses populares cuando sólo menciona propuestas políticas netamente corporativas que beneficiarían a los más ricos y a ninguna otra persona.

    Un tipo que explota el profundo desencanto para con la política establecida, encarnando entonces una “tercera posición” supuestamente original y renovadora, pero trayendo al caso nuevamente el ideario neoliberal, e incluso literalmente a las personas que formaron parte de las anteriores iteraciones de gobiernos neoliberales, incluida la dictadura militar y genocida.

    Argentina está a las puertas de elegir el fascismo, y para ello la crueldad es absolutamente central e instrumental: es, de hecho, la virtud de este desalmado que habla de grandes glorias en la competencia, en la guerra contra un enemigo que resulta ser el pueblo mismo. Pero al que confunde diciéndole que su sufrimiento está justificado por la acción de infiltrados corruptos entre el pueblo, y desde ese planteo nefasto dice luego que las cosas van a estar mejor cuando todo sea todavía más cruel. Darwinismo social neoliberal.

    Este hombre logra representar a una parte importante de la sociedad porque efectivamente esa sociedad vive en condiciones cada día más insoportables: la crueldad que interpela es real, y exige una catarsis cada vez más urgente.

    Y esa crueldad no es solamente “pobreza”, o “pérdida de poder adquisitivo”: es también tener que esperar meses para conseguir un turno médico, tener escuelas públicas que se caen a pedazos o hasta directamente ya no tienen vacantes, tener un transporte público colapsado e inseguro, no poder confiar en las instituciones en materia de seguridad o justicia, o padecer inundaciones y otros eventos naturales sin que durante décadas se implementen las obras de infraestructura necesaria para paliar sus efectos. La clase media también está harta.

    Y no es solamente tampoco una cuestión de clase: esa crueldad va a tocar el corazón de quienes padezcan soledad, marginalización, problemas de salud mental, o dificultades de todo tipo en la vida frente a las que experimenten la insoportable crueldad del desamparo.

    Hace tiempo la sociedad está siendo sometida a un asedio por parte de la derecha mafiosa y parásita de siempre, mientras del otro lado hay una centroizquierda pusilánime que ni enamora ni representa ni parece capacitada para prometer nada: siempre hay excusas para cumplir con urgencia las exigencias del sistema financiero, pero rara vez para cumplir las de los pueblos.

    De esa manera, donde antes había conservadurismo y progresismo, ahora el mapa político está partido en tres bloques equidistantes, donde el tercero representa al hartazgo. Y es un hartazgo cuyo único cable a tierra llega curiosamente por derecha.

    Ojalá fuera solamente un problema de Argentina. Pero lamentablemente se trata de un fenómeno mundial.

    Y por ello ya en el 2021 el doctor en Historia Pablo Stefanoni se preguntaba si la rebeldía acaso se había vuelto de derecha: porque en pocos años comenzaron a aparecer en todos los continentes del planeta, e incluso en paises centrales, un montón de figuras carismáticas de derecha que mezclaban un tanto de incorrección política con otro poco de ideas disparatadas, y parecían ser muy eficientes en la interpelación de juventudes y de otros amplios sectores de la sociedad.

    Estas derechas se muestran “rebeldes”: como en otra época lo hacían las izquierdas que combatían lo establecido hasta tomando las armas, pero que desde el auge del neoliberalismo parecen estar fuera de toda contienda política significativa.

    En este trabajo nosotres sostenemos que el neoliberalismo se convirtió en la base cultural, y no económica, que da lugar a esa clase de fenómenos. Los ciclos económicos van y vienen, y cuando vuelve el keynesianismo sin demasiado esfuerzo se vuelve a elegir más tarde economía neoliberal con las mismas excusas de siempre.

    Y el secreto para ello es sencillamente romper los lazos de solidaridad y humanización en la sociedad, ya sea por la vía de sembrar el miedo al otre o de seducir con la gloria de la competencia, generando en cualquier caso una alienación para con la historia, al mismo tiempo que una constante urgencia por catalizar los niveles cada vez más grandes de angustia y padecimiento personales.

    Por eso, porque ya estamos en ese marco cultural, es que cualquier cosa que suceda en el mundo (pandemia, guerra, desastres naturales) siempre termina capitalizada electoralmente por las derechas. Esa cultura neoliberal al mismo tiempo desempodera a las izquierdas y corre toda discusión política hacia la derecha hasta donde llegue.

    Y la economía es un chivo expiatorio. El objetivo no es enriquecerse, porque el keynesianismo y el estado de bienestar también les permite enriquecerse: el objetivo es un tipo particular de sociedad “donde el el hijo del barrendero muera barrendero”. Que digan lo que quieran sobre el marxismo: en este momento de la historia de la humanidad no existe ningún clasismo más intenso que el de las derechas.

    Para sorpresa de nadie, el marxismo tan supuestamente obsoleto y superado en realidad lo estudian en detalle y utilizan a diario las personas que trabajan en los mercados de valores: el sistema financiero, y las escuelas de negocio. Eso es así porque Marx dejó un mapa conceptual de extraordinaria precisión sobre el funcionamiento del capitalismo, a punto tal que muchos conceptos hoy elementales para explicar la realidad económica son netamente marxistas. El marxismo no fué superado: fué apropiado y por las derechas. Y junto con Marx, ¿saben qué otro autor se lee en las escuelas de negocio?

    Clausewitz. Toda esa “competencia” de “los mercados” que se supone le hace bien a alguien, está profundamente influenciada por la teoría de la guerra, y no debería tampoco sorprender a nadie que efectivamente conduzca hacia ello. Del mismo modo que les marxistes de la época de Amanda Peralta convertían “lucha de clases” en “guerra de clases”, así también lo hacen les capitalistes con sus negocios.

    Amanda Peralta revisó la tradición marxista en su relación con la guerra, porque pudo apreciar que una concepción acrítica de la guerra podía llevar a consecuencias desastrozas. Y efectivamente encontró enmarañados en el marxismo a la guerra, la lucha de clases, la política, y la revolución. Por ese camino terminó rechazando las vías de la guerra, e intentando dejar algunas bases que den lugar a otra forma de política.

    Pero desde aquel entonces, y mientras tanto, las derechas se la pasaron articulando todo tipo de guerras tan espeluznantes en sus consecuencias como costosas en su implementación, y mayormente fracasadas en su resultado final: “guerra contra las drogas”, “guerra contra el delito”, “guerra contra el terrorismo”…

    las derechas insisten e insisten, y nunca parecen pagar el precio altísimo que debió pagar la izquierda por alguna vez haber tomado las armas y llevado violencia a las sociedades. En este trabajo, al respecto, nuevamente llamamos la atención sobre cómo eso es por una cultura, y no una economía, neoliberal: una cultura de la crueldad en la que no se puede vivir sin ciclos brutales de catarsis.

    Y ante este planteo, me permito un breve paréntesis.

    Cualquier marxismo vulgar sostiene que la lucha de clases es el motor de la historia. Respetuosamente, a mí la lucha de clases me resulta más parecida al caño de escape que al motor.

    El juego de poner a la economía en el centro del razonamiento a esta altura podemos decir sin lugar a dudas que no ha beneficiado nunca a ninguna izquierda, y eso tiene mucho más qué ver con nuestra historia que el a qué clase social realmente beneficiamos.

    No es que niegue los intereses de clase: creo haberlos reivindicado durante todo el ensayo. Mi llamado de atención es sobre otras dimensiones humanas que son por lo menos tan importantes como la economía para entender a las sociedades, y en este caso particular me refiero a la cultura.

    Por los mismos años que Keynes le respondía al liberalismo, Freud ya hablaba del “malestar en la cultura” en uno de sus ensayos más citados. Y si tomamos las ideas populares de ese Freud al pié de la letra, de aquello de la sociedad sometiendo al sujeto como “motor de la historia” psicoanalítico probablemente no surja concepto más intensamente catártico que la libertad, el gran avatar neoliberal.

    El punto de este paréntesis es que el neoliberalismo es una perversión del marxismo y del psicoanálisis, entre otras herramientas científicas liberadoras. Como contamos en otros videos, desde los think tanks neoliberales estudiaron a ambos, les quitaron la condición de “ciencia”, y luego usaron sus conceptos contra las voluntades populares. El neoliberalismo siempre fue multidimensional, por muy cavernícola que luzca.

    Pero volviendo a la lectura sobre la guerra y las derechas, si bien Amanda Peralta sólo estudió la tradición marxista, ella publicó su tesis en 1990, cuando la guerra fría estaba terminando y con la caida de la Unión Soviética el marxismo pasaba más a decorar bibliotecas que a pelear ninguna sociedad diferente. Sin embargo, en 2005 hubo una segunda edición de su libro, y en el prólogo anotó algunas observaciones sobre las cosas que fueron pasando en esos años de hegemonía neoliberal planetaria. Y cito:

    

“De algo podemos estar seguros: el mundo unipolar no es un mundo pacífico.

    (…) Aquel mundo tal y como lo conocíamos a principios de los años 90 ha dado un giro insólito debido a la organización en redes, Internet como el gran acelerador tecnológico de la globalización y la velóz internacionalización de diversos fenómenos sociales, desde las organizaciones de base no gubernamentales hasta la cooperación policial.

    Algunos de los conceptos clave de la modernidad han perdido su significado, han sido cuestionados o bien sometidos a nuevas interpretaciones.

    En un mundo donde las estructuras supranacionales se han convertido más en regla que en excepción, el nacionalismo, por ejemplo, se vuelve difícil de localizar y definir. Su papel se hace menos tangible. Aún así el nacionalismo surge todavía fingiendo como si nada hubiera sucedido.

    Al mismo tiempo, el sentimiento nacionalista ha sido en gran medida desterritorializado. (…) Los territorios fijos desempeñan un papel cada vez más reducido para las nuevas identidades que van surgiendo. (…) Podemos constatar que la idea de revolución en sí misma se ha vuelto más difusa y plenamente vinculada a los movimientos sociales que tratan de implementar cambios sociales concretos desde las bases.

    En este ámbito, se puede afirmar que se han superado las creencias militaristas que han dominado al movimiento radical por el cambio social en los últimos 200 años. Después de ese extenso período de tiempo, empieza a ultimarse el divorcio entre los conceptos de guerra y revolución. (…) El pensamiento radical parece tomar una distancia definitiva de la fórmula clausewitziana-marxista-leninista.”

    Ahí termina la cita. El mundo finalmente cambió, la de Amanda Peralta no fué la única izquierda que bajó sus armas sino que todas las demás también lo hicieron, el nacionalismo se hizo cada vez más difícil de articular, y nada de eso hizo que el mundo pasara a ser exactamente más pacífico ni justo.

    Eso fué escrito hace 15 años: otro montón de cosas más sucedieron en el camino. Pero como mencionaba antes, las derechas nunca parecen pagar el costo de la violencia. Amanda Peralta se perdió muchos eventos, pero ya en su momento tuvo oportunidad de escribir esta otra cita que traigo a continuación:

    “Ahora es necesario formular otra pregunta: ¿en qué o en cuáles áreas es todavía actual la idea de Clausewitz sobre la guerra como continuación de la política? (…) El racionalismo de la modernidad con su pensamiento político-ideológico se convierte en un pensamiento cultural-étnico-religioso. El nuevo fantasma aterrador pertenece a otra civilización y adora a otro Dios. Se lucha contra él con la ayuda del propio Dios.

    Las pasiones, los miedos y las creencias son motivaciones irracionales que se convierten en armas apropiadas en una guerra de este tipo. La ambición civilizadora y la afirmación universalista que caracterizaban al sistema mundial moderno-colonialista, viven todavía en el autoretrato occidental. Frases que conocemos desde el apogeo del colonialismo brotan hoy de las bocas del poder y son propagadas con entusiasmo por los medios de comunicación.

    (…) El altruismo de los ciudadanos es un valor del que el Estado no puede prescindir ni puede forzar. (…) El Estado sigue siendo el principal responsable de la guerra, pero hoy cuenta con intereses privados que actúan como su socio o corresponsable. Esto implica que el concepto de política, que para Clausewitz significaba sólo la política del Estado y que los marxistas ampliaron a política de clase, modifica ahora su contenido.” (Fín de la cita)

    Cuando escribió eso, hacía pocos años del atentado a las torres gemelas. Pero ya en su momento le había parecido claro que había una política diferente operando en el mundo, con una guerra también diferente. Una política más xenófoba, oscurantista, corporativa, privatizada. Un poco sostenida en algunas ideas de antaño, pero otro poco también adecuada a una realidad donde el altruismo de los pueblos ya no permitía llevarlos tan fácil hacia el conflicto, y sobre ese altruismo habría que trabajar.

    Fue por esa vía que, apenas en una década, tanto internet como los medios masivos de comunicación comenzaron a experimentar cambios veloces y radicales, al mismo tiempo que crecían las ansiedades de las personas. Convenientemente llegó justo a tiempo una crisis financiera de escala mundial, que llevara a hablar al mundo nuevamente del ajuste necesario y la austeridad y el sacrificio al que se debía someter a los pueblos, mas no a los bancos ni las grandes empresas.

    Súbitamente comenzó a ser estimulada la xenofobia y el racismo ya sin ningún tipo de vergüenza o moralina o siquiera reglamento en los medios de comunicación, y más temprano que tarde empezaron a aparecer por las calles de Estados Unidos hordas envalentonadas de jóvenes con antorchas e iconografía nazi hablando de resistencia.

    La conspiranoia que en un principio generaba burla de repente llenaba estadios, y en 10 años desde que Amanda Peralta llamaba la atención sobre cómo los principios del sometimiento colonial pasaban a ser celebrados en primera plana, llegaba a la presidencia gente como Donald Trump.

    El neoliberalismo, socialmente hablando, es una forma del fascismo: aquel monstruo supuestamente exterminado durante el siglo XX, que se decía popular pero resultaba ser corporativo, autoritario, y cómplice del capital.

    Al respecto, Daniel Feierstein escribió recientemente un libro titulado “la construcción del enano fascista”, donde explora cómo los discursos de odio, y muy especialmente en expresión y representación mediática, son instrumentales para la configuración de prácticas sociales que formen parte de estrategias políticas, coherentemente con lo que venimos denunciando sobre la cultura.

    Feierstein explica que el fascismo se puede caracterizar de diferentes maneras, donde él plantea tres: fascismo como ideología, como forma de gobierno, y como práctica social.

    Él no estaría de acuerdo en nuestra afirmación de que el neoliberalismo coincide con “un fascismo”, pero de una manera u otra dedica buena parte de su libro a llamar la atención acerca de que, en tanto que prácticas sociales, estamos experimentando una ola política que se parece mucho al fascismo. Él advierte que la violencia en la sociedad está siendo estimulada, que los prejuicios acríticos circulan libremente por los medios del mismo modo que las mentiras, y que todo eso está articulado en función de la apatía para con las prácticas políticas. En sus palabras:

    

“(…) aquello que tienen en común [las experiencias nuevas] con las experiencias del siglo XX pareciera resultar mucho más importante que sus diferencias, muy en especial en torno a reflexionar sobre los modos necesarios para confrontarlos políticamente. (…) Caracterizar como fascistas las realidades contemporáneas solo puede tener sentido si es que las experiencias fascistas previas -y la lucha política para contraarrestarlas- puede tener algo para enseñarnos en el presente”. Y algunas páginas más atrás también afirmaba: “allí radica el aporte que pueden realizar las ciencias sociales: identificar similitudes en contextos diferentes”.

    Con eso en mente fue que trajimos una tesis doctoral en ciencias sociales para hablar de nuestra actualidad política, aún mezclada con cosas tan heterogéneas y disímiles como pueden ser videojuegos o historias mitológicas: son contextos totalmente diferentes, donde de una manera u otra podemos encontrar los mismos problemas. Y si hablan de los problemas, también nos pueden ofrecer reflexionar acerca de qué hacer al respecto.

    Nosotres pusimos énfasis en el detalle de la catarsis y la representación por sobre los actos de violencia en sí, y cómo la crueldad previa es un problema mucho más constante, invasivo, e insistente, que la propia violencia.

    A veces mezclar las cosas puede ser banalizarlas, y las comparaciones requieren delicadeza; pero eso no quita que nuestro panteón de cobardes que juegan cruelmente con las vidas de las personas inocentes se llama sistema financiero internacional, que sus montes olimpos son rascacielos, que hoy el dios de la guerra ya no se llama Ares sino BlackRock, que fantasear nosotres con llevar la guerra hasta sus patios es una receta de desastre garantizado, y que si no queremos convertirnos en parte del mismo panteón de crueles y miserables lo que debemos es encontrar otras relaciones con nuestro mundo, otras formas de resistencia más sostenibles, otros medios.

    Amanda Peralta, como nosotres en este canal, eligió la ciencia para continuar su lucha.

    Y es importante notar que resulta además absolutamente intolerable que la violencia se plantee como una especie de tabú corruptor al que se le debe escapar, mientras en rigor la derecha la sigue ejerciendo a discreción sin pagar nunca ningún costo. Los pueblos del mundo tienen que reflexionar con seriedad cuál es el rol de qué violencias para qué sociedades.

    Yo particularmente no estoy convencido de que la violencia sea necesariamente mala, y que no deba ser también una herramienta legítima de los pueblos. Muy especialmente considero esto en lo que respecta a la amenaza narco, a las policías y poderes judiciales corruptos y antipopulares, los servicios de inteligencia bajo control corporativo, y a la defensa de los recursos naturales.

    Pero como muy bien escenifican Joel, Abby, y Ellie, la violencia nunca va a curar las heridas de la crueldad.

    Sin embargo, ni estoy diciendo que haya que perdonar a nadie, ni que existan dos violencias de izquierda y derecha cual “dos demonios” comparables o asimilables: lo que estoy diciendo es que la crueldad es carísima para la sociedad, nuestras generaciones anteriores ya lo aprendieron por las malas, y bajo ningún punto de vista eso puede tomarse a la ligera cuando se piense ni en violencia ni en liberación. O, dicho a la inversa, como bien lo explica Amanda Peralta: nuestro altruismo tiene un precio muy alto como para andar malusándolo.

    Pero hay otra coincidencia más por la que elegimos a Amanda Peralta.

    La historia de Kratos en Grecia es muy distinta a la que luego inicia en Asgard. Allí, la segunda parte en realidad es mucho más la historia de Atreus que de Kratos, y de hecho culmina en Atreus iniciando su propio viaje de vida.

    Lo mismo sucede con la historia de Joel: una vez que salvó a Ellie, su historia no fué mucho más lejos que eso, y la segunda parte es casi enteramente el viaje de Ellie.

    Kratos y Joel lograron encontrar un cierre a su propia historia a partir de que tuvieron un nexo con la generación siguiente. Amanda Peralta, sin embargo, es más bien de la generación de mis abuelos y abuelas. Su generación siguiente es la que hoy conocemos como “generación diezmada”: la que padeció el secuestro, desaparición, tortura, y asesinato, de 30000 personas. Es una generación donde muchas tradiciones históricas quedaron truncadas, mucho conocimiento quedó perdido, y muchas historias no encontraron ningún tipo de cierre.

    Yo soy de la generación que sigue a esa: la que ya nació en pleno neoliberalismo y que nunca tuvo oportunidad de elegir otra cosa más que capitalismo, la que gritó “que se vayan todos” en el 2001 y fué lo más cercano que tuvo a alguna forma de revolución. Soy de una generación de sueños negados, de esperanzas sedadas, que heredó las heridas de la última dictadura y que ahora se aguanta su ira contenida con impotencia.

    Buscar en mis generaciones anteriores es también un intento catártico de reconectar un vínculo histórico roto por la dictadura genocida, en una época donde la violencia y el fascismo parecen querer volver a robarnos los sueños a los pueblos de todo el mundo. Traer a Amanda Peralta es un intento por subsanar algo de ese vacío intergeneracional que me distancia de un mundo anterior al neoliberalismo.

    Pero esto último no es un ejercicio de nostalgia. Por el contrario, sucede que yo ya no soy la generación que encarna la juventud de mi tiempo: yo soy ahora une de les adultes que como mínimo le debe explicaciones a esa juventud acerca de por qué las cosas son como son.

    Y cuando repaso mi propia historia, la soledad que sentí en el 2001, el odio que sentí por mis generaciones anteriores, que me dejaban esa sociedad en ese estado desastroso y sin más explicaciones que balbuceos repetitivos e incoherentes sobre grandes y solemnes ideas muertas, no puedo más que sentir compasión y responsabilidad por les jóvenes que les toque vivir esta era de neofascismo.

    Yo quiero hacer algo por la gente que viene después de mí. Por eso me pareció sensato buscar algún trabajo como ese, y ponerlo a dialogar con obras de esta generación: para que también, cuando a les jóvenes de ahora se le hable de violencia, puedan reflexionar además sobre el fascismo, sobre las izquierdas y derechas, sobre razón y revolución, y qué rol tenemos nosotres y nuestras emociones en todo eso.

    Los pueblos furiosos que eligen derechas no son idiotas: son víctimas. Su ira está justificada, racional y espiritualmente.

    No sé qué va a elegir mi pueblo, en buena medida eso está todavía en manos de los y las líderes de la generación anterior a la mía. Pero si algo claro nos dejan esas tres obras que trajimos, y muy especialmente al ponerlas a dialogar, es el consejo sincero, cariñoso, pero no por eso menos visceral, de que en nuestras elecciones de vida consideremos con la mente y el corazón, e intergeneracionalmente, cuando las angustias cedan y den una oportunidad, qué es a fín de cuentas lo que queda de nosotres.

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