Informática, progreso, y tecnocracia
| February 5th, 2021This article was kindly translated to english and published by Dr. Roy Schestowitz, here: introduction, part 1, part 2, part 3.
Hace algunos días me encontré con un artículo que me llamó la atención por varios motivos: https://sysdfree.wordpress.com/2020/12/12/330/
El artículo, originalmente de la gente de Sabotage Linux, y concentrándose en el software libre, nos muestra ejemplos de cómo a veces la idea de progreso se transforma en exactamente lo inverso. Y entre las conclusiones, les autores sospechan de las oscuras manos de “shareholders” detrás de tantas decisiones problemáticas. Es a la luz de este artículo, y de los comentarios que generó, que me gustaría articular algunas reflexiones propias.
Adelanto mi línea de lectura: en una abrumadora mayoría de los casos de conflicto dentro de las comunidades de informática en general, las discusiones parecen tender hacia groseras simplificaciones de orden técnico. Y también pareciera que unánimemente se concluyen diagnósticos de problemas con la única idea de purezas degradadas: la constante sombra de la corrupción, o bien de gente que no entiende los principios rectores en tal o cual situación (y por eso se le llama “idiota”). Considero todo eso síntomas de una profunda inmadurez política gremial, que debemos aprender a considerar con seriedad de cara al rol actual de la informática en la sociedad.
Pero como articular mis argumentos al respecto puede llegar a ser intrincado, muy largo para los estándares actuales de internet, y en diferentes momentos diverger de nociones simples hacia generalidades problemáticas, prefiero comenzar con un pequeño índice de ideas:
1. Tecnocracia, y tecnocracias contemporáneas, en el ejemplo de la economía.
2. La condición filosófica de la idea de progreso.
3. Informática, sociedad, y Software Libre: algunas conclusiones.
1. “Es un problema técnico, estúpido”:
La frase que sirve de título para este apartado, hoy es un meme legendario. Pero ya sea en su iteración meme, como en su versión original de inteligente concepto condensado para una campaña electoral, la frase viene al caso de instalar un sentido común inmediato que adrede reemplaza un debate con una conclusión.
Odio esa frase. Considero a su éxito como meme un síntoma de buena parte de nuestros problemas contemporáneos mundiales. Eso, y el hecho de que sea tan popular la idea de que no se puede pensar más allá del capitalismo. Y es que la economía está en el corazón de nuestra era. Todo el siglo XX se organizó alrededor de la pelea acerca de cuál es el sistema económico definitivo de la humanidad. Y así nos fué.
Esa frase, además, presenta al sombrío mal de la tecnocracia tras un manto de simpatía e inteligencia. Pero a esta altura es tan equivocado encontrar a eso gracioso (o peor, acertado) como lo sería el confundir al Ku Klux Klan como gente alegre en alguna festividad de fantasmas. Esa frase se usa para impartir violencia, someter pueblos, y apropiarse de un poder que le corresponde a otres. Vamos a repasar esto, continuando con el ejemplo de la economía, que hoy por hoy es uno de los referentes fundamentales de tecnocracia en todo el mundo.
Creo que todes estaríamos de acuerdo en que necesitamos planes de producción y distribución estrictos en tiempos de escases, de modo tal que no se desperdicien recursos y no tengamos que padecer situaciones espeluznantes como hambrunas. ¿Verdad? E imagino que de hecho también estaríamos todes de acuerdo en que tales planes deberían ser una prioridad en la planificación de una sociedad. Frente a lo cuál, la economía ciertamente tiene cosas para decir, y bienvenida sea.
Sin embargo, todas nuestras crisis modernas fueron de especulación y sobre-producción. Y no sólo eso, sino que en ningún momento se dejaron de padecer problemas de escases, aunque literalmente sobren cosas tales como alimentos, y literalmente haya tecnología que resuelve cualquier problema logístico. La novedad es que las escaseses modernas son sintéticas: fabricamos escases donde no la hay. Es interesante que en rigor hacemos eso para sostener el “sistema económico” que generó aquella sobreproducción en primer lugar. Pero, más allá de eso, sucede que al ser un problema de producción, entonces incluso por sentido común ha de ser un problema económico. Y así cualquiera rápidamente concluye algo como lo siguiente: “pues bien, entonces se han hecho malos planes económicos, o bien malas implementaciones de los mismos”. O incluso cosas como “entonces hay que cambiar el sistema económico”, y la discusión pasa a ser sobre cosas tales como capitalismo versus comunismo. De una manera u otra, así nuevamente la economía repone su infinita centralidad en la reflexión sobre la sociedad.
Y sin embargo, una y otra y otra vez los planes económicos se ven sometidos a fallas sistemáticas catastróficas, al menos para amplios sectores de las sociedades mundiales. Y al caso cabe destacar tres cosas. La primera, es que un fragmento absolutamente marginal de esa población mundial en ningún momento dejó de beneficiarse económicamente por esos fracasos escandalosos e innegables de los “sistemas económicos”. En segundo lugar, se insiste con alcanzar hipotéticos estados de pureza (en la planificación, en la ejecución, en la honestidad de quienes participan del sistema, etc) que nunca se alcanzan, y sin embargo allí es donde frecuentemente radica la esperanza de un futuro mejor donde esas cosas ya no sucedan más. Y la tercera perspectiva a destacar, es que tanto en el capitalismo como en el comunismo (los dos “sistemas económicos” antagónicos del siglo XX) se vivieron las mismas escenas de fracaso: pequeños sectores de la sociedad privilegiados por un lado, con gigantezcos grupos de personas perjudicados a niveles escandalosos e inhumanos por el otro.
Así sucede que, como pasa siempre con las ideas que se pretenden demasiado abarcativas, más temprano que tarde comienzan a hacer agua, y de repente el antes sentido común inmediato pasa a requerir importantes esfuerzos racionales y especialistas muy bien formados para sostenerla. Es el caso con la economía hoy en día: al mismo tiempo se nos pide que sea una cosa más o menos obvia, de sentido común, especialmente a la hora de votar; mientras que también se nos exige que no opinemos al respecto porque no somos especialistas. Y también al mismo tiempo sucede que entre especialistas se traten unos a otros de imbéciles e ignorantes cuando simplemente no coinciden sus especulaciones acerca de qué está sucediendo o qué hay que hacer. Por supuesto, sin importar quién hable ni qué diga, con argumentos economicistas siempre se dice “objetivo”, y siempre tiene al “progreso” como horizonte.
Con todo esto, antes que seguir preguntándole a la economía qué hacer, más bien es necesario revisar sus credenciales.
La trampa es que los “sistemas económicos” no son tal cosa sino órdenes culturales. Es absolutamente ridículo pensar hoy por hoy a la economía como una cosa aislada de condiciones geográficas, biológicas, históricas, políticas, físicas, accidentales, y muchas otras más. De hecho, prácticamente nadie habla hoy de economía cuando habla de economía: habla de política. Nadie dice hoy cosas como “comunismo”, “capitalismo”, “socialismo”, “libre mercado”, “intervencionismo”, etc, como si fueran meras condiciones técnicas de producción y transporte de bienes y servicios: se menciona a esos conceptos como banderas en un campo de batalla ideológico que insiste desde hace más de 150 años, y que el siglo XX llevó hasta la guerra.
Y la razón de ello está en qué dicen ambos “sistemas económicos”, comunismo y capitalismo, acerca del ser humane. Sucede que, aunque digan cosas diferentes, la centralidad de la economía es una coincidencia entre ambos. De esa manera, nadie dice algo como “no sé, probemos unas décadas, y después evaluamos en detalle”. Ningún país ni estado parece ponerse de acuerdo en cosas como “esta región pruebe este sistema, esta otra región pruebe este otro, y vayamos comparando las experiencias”. Es más: esa idea suena ridícula, idealista en el mal sentido, o hasta extraterrestre, aún cuando el más elemental uso de la razón fácilmente permite considerarla como una obviedad. Y al mismo tiempo que sucede eso, parecemos estar obligades a pedirle permiso a la economía para opinar sobre mundos futuros posibles.
Lo que sucede es que la economía es apenas un componente más en un sistema social muchísimo más complejo que los parámetros económicos. La fantasía de que “todo pasa por la economía”, o bien que “la economía es la madre de todos los problemas”, es simplemente eso: una fantasía. La economía no es más o menos importante que la física, la biología, o la sociología, per sé: depende de qué se esté hablando. Todas esas disciplinas son herramientas para resolver problemas. Pero de ninguna manera la economía tiene autoridad objetiva alguna por sobre los demás componentes del sistema. Por eso está en constante e interminable conflicto con básicamente cualquier acción que se pretenda realizar en una sociedad moderna: porque todo cuestiona a los puntos débiles de la economía, que una y otra y otra vez se mete donde no le corresponde, mientras que al mismo tiempo deja de atender cosas que debería estar atendiendo.
Todo eso que acabo de mencionar acerca de la economía en la actualidad, en rigor es un mapa bastante general de lo que constituye una tecnocracia: un sesgo ideológico, manifestado en un área burocrática central de poder, en la que sólo participan aquelles quienes exhiban ciertas credenciales al caso, y a la que todes les demás se someten. La economía como centro del debate social, es ideología. La calificación técnica como condición del debate social, es ideología. La necesidad (en lugar de deseabilidad) de tecnicismos cultos para interpelar a la realidad, es ideología. Y la ideología es política. Eso hacen les economistes y empresaries en las sociedades contemporáneas: política, y ninguna otra cosa. Y es así como la economía no sólo no está resolviendo ningún problema real de ninguna sociedad, sino que además está generando un profundo desprestigio de la política al hacerse pasar por ella.
Por si quien lee este texto todavía no se dió cuenta, las comunidades informáticas están llenas de estos sesgos tecnócratas. Invito a cualquiera a que vaya a leer los comentarios de cualquier discusión sobre cualquier tema que atraviese al IT en general.
Por supuesto que podría poner aquí infinitos ejemplos, especialmente en las cuestiones más polémicas, que suelen generar décadas de flamewars y conflicto. Pero permítanme dejar apenas uno menor, corto, pequeño, que considero bastante ilustrativo de lo que estoy hablando. Se trata de un artículo del 2015 acerca de por qué alguien considera buena idea dejar de hablar mierda de php, y dejar de hablar mierda de los demás en general. Observen las respuestas en reddit, donde hasta se acusa a la gente de php de ser “anti-intelectualistas”, llamando a la objetividad como credencial: https://www.reddit.com/r/programming/comments/4z6vjv/contempt_culture/
Todo nuestro gremio está funcionando así, desde hace tiempo. Y para sorpresa de nadie, durante la última década, nuestro gremio comenzó a caracterizarse por generar problemas donde no los había, afectar comunidades enteras con cambios forzados que les usuaries rara vez pidieron, generar escaseses sintéticas aplicando obsolescencia programada (como es el caso escandaloso de la deprecación compulsiva de i386), someterse vertiginosamente a intereses corporativos como si no tuviéramos historia al respecto, renegar de condicionamientos políticos pero al mismo tiempo ponerse títulos políticos como “democrático” o “abierto”, y tantas otras cosas nefastas más. Y todo esto siempre con las banderas de la objetividad y el progreso.
2. Acerca del progreso:
Siguiendo el ejemplo de la economía, tanto en La Riqueza de las Naciones como en El Capital se encuentran ideas de progreso que marcan el camino de la humanidad: desarrollo de opulencia, sociedad sin clases, y todas las cosas buenas que ya sabemos. Y es que era el clima de aquella época: revolución política en Francia, y revolución tecnológica en Inglaterra. Claramente el mundo estaba cambiando. Y en el corazón de ese cambio estaban el antropocentrismo primero, y la ciencia luego. El Hombre le ganó a Dios, y de repente era dueño de su propio destino, que ya no estaba escrito en las santas escrituras ni controlado por les sabies; y al mismo tiempo, la ciencia era la herramienta para las verdades definitivas y la certeza absoluta. Y ese espíritu aventurero que mezclaba innovación con ingenuidad dio lugar al nacimiento de un nuevo aspecto ideológico en las sociedades del momento: el optimismo tecnológico.
Con el paso de las décadas, los desarrollos científicos y tecnológicos dieron poco lugar al debate, y casi que el único límite para el ser humano era la imaginación. Y no es que no existieran voces críticas ni problemas nuevos: era que la tecnología introducía cambios tan radicales y espectaculares que difícilmente se podía debatir contra las virtudes de su uso adecuado. Por ejemplo, al ver la exclusión y miseria que generaba la propagación de la tecnología, Marx no condenó a la tecnología sino al cómo era utilizada en esa sociedad; y de hecho afirmó que el desarrollo tecnológico para ese entonces era no sólo deseable (ese sería, según él, el camino hacia una sociedad sin clases) sino incluso inevitable.
Pero, aunque Marx fuera más explícito que otres, llegando al colmo de decir que la Historia sólo conducía en una dirección, lo cierto es que en aquel momento la tecnología (y su madre, la ciencia) ya habían escrito clandestinamente el nuevo destino de la humanidad: el progreso. La libertad de las santas escrituras le duró poco a la humanidad, que se inventó otras escrituras sagradas diferentes, con nueves sabies que las cuiden. Me estoy refiriendo al mismo momento histórico donde asomaba el positivismo como escuela filosófica científica, y donde comenzaban las carreras entre naciones para resolver viejos conflictos identitarios en el campo de batalla por la supremacía científica, tecnológica, y económica; ese mismo momento histórico donde generación tras generación el mundo comenzó a moverse más, y más, y más rápido, incrementando la escala de toda acción humana.
El optimismo en eso duró hasta la primera guerra mundial: un conflicto tan escandalosamente devastador, que ni siquiera entraba en las pesadillas de la gente de por aquel entonces. Una generación entera quedó traumada por ese conflicto. De modo que, como dicta el más elemental uso de la razón, se llegó a la obvia conclusión de que al menos eso habría de servir como parte del proceso de aprendizaje del mundo, y seguramente no volvería a pasar; nuevamente, progreso, aunque esta vez el costo fuera francamente demasiado alto. Aunque ya todos estaban avisados, y el mundo entero comenzaba a sospechar de la supuesta bondad incuestionable del desarrollo científico y tecnológico: la carnicería inconmensurable que fue la primera guerra mundial hubiera sido imposible sin la intervención de la ciencia.
Por supuesto, todes sabemos que luego vino una segunda guerra mundial, todavía peor que la anterior, y como si fuera poco terminó con el desarrollo de la bomba atómica: un dispositivo tecnológico, hijo de la ciencia más pura y avanzada, que por primera vez en la historia permitía fantasías verosímiles e inmediatas sobre la extinción del ser humano y de la vida en el planeta tierra en general. Y como si no fuera suficiente, también nos dejó 50 años de guerra fría, que sin mucha vergüenza podemos argumentar que tranquilamente no terminó nunca.
Lo que dejé en esos párrafos anteriores no es otra cosa que una breve historia de la modernidad: un momento histórico de la humanidad. Y la idea de progreso es hija de la modernidad: nació con ella, y murió con ella.
Tomen por favor nota de eso último: el progreso está muerto. Hoy nadie cuerdo y que haya leido algún libro alguna vez puede hablar de “progreso” sin titubear al menos un segundo. El progreso fue literalmente la bandera de los momentos más oscuros de nuestra historia, y generó heridas profundísimas que todavía no han sanado. Hoy hablar de “progreso” en abstracto, aislado de la sociedad en general, es sencillamente negacionista.
Pero además, sucede que la historia de la modernidad y del progreso es también la de las tecnocracias cientificistas. De hecho, el término “tecnocracia” es un término moderno. El auge de la economía como pilar y mandato central de las sociedades modernas fue consecuencia del mismo sesgo ideológico que dió lugar a las otras cosas: el antropocentrismo del renacimiento, unido al optimismo tecnológico moderno. Con esos dos ingredientes, eventualmente fue elemental entender cualquier cosa que exista como un objeto de estudio científico esperando ser explotado por las fuerzas productivas humanas.
¿Y quienes más calificades que les científiques para organizar esta tarea? Está claro que, teniendo a su alcance conocimiento objetivo e incuestionable, les científiques saben mejor que nadie más qué hacer, siempre. Y si les científiques acaso hicieran algo incorrecto, sólo puede explicarse por desviaciones subjetivas de les mismes: como ser la ignorancia de tal o cual detalle, cuando no directamente oscuros y corruptos intereses personales.
Así llegamos hasta aquel artículo, “when progress is backwards”, donde la gente de Sabotage Linux se pregunta si no será por “la corrupción” que las cosas no progresan y más bien van al revés.
Sucede que la informática es una disciplina nacida en el siglo XX, y que en los últimos 40 o 50 años no deja de acelerar su “progreso tecnológico”, emulando de manera vertiginosa todos los pasos que el resto de las disciplinas supieron dar en los siglos anteriores: primero ingenua, luego optimista, y eventualmente positivista y tecnócrata. Y así hoy nos miramos incrédules, unes a otres, mientras discursos terraplanistas son cada día menos marginales, centenas de miles de personas en todo el mundo reniegan de las medidas sanitarias durante una pendemia en nombre de una libertad que parece tener prioridad por sobre cualquier otra cosa, lunátiques amenazan a la nación más poderosa del mundo con un golpe de estado amparades en conspiraciones demenciales, y no parece existir un sólo lugar en el mundo que no esté cada vez más polarizado y al borde del conflicto social. Desde nuestro gremio francamente me parece… corto de vista, si bien tal vez un paso en la dirección correcta, preguntarse en ese contexto por el progreso en gtk o python, mientras las telecomunicaciones son nuestros tanques de guerra desde hace décadas, e Internet es ahora nuestra propia bomba atómica.
Tal vez es momento de que la informática también aprenda a cuestionar la idea de progreso en general.
3. Software libre y sociedad:
Los dos problemas que mencioné anteriormente se dan por una toma de distancia equivocada con la sociedad. La tecnocracia es el abuso de una tal vez entendible especifidad, mientras que aquel progreso tan nefasto es sencillamente cerrar los ojos a las consecuencias sociales de lo que hacemos. Y frecuentemente siento esas distancias, incluso incrementándose, dentro de las comunidades de la informática. Además, ambas cosas suceden también de acuerdo a cuál es nuestra idea del límite de nuestras comunidades, y por lo tanto nuestra relación con otras. Todo esto es la razón de este texto. Me gustaría anotar algunas alertas que deberíamos tener como comunidad, y tenerlas en cuenta para explicar también nuestros problemas internos.
Pero retomando la cuestión de la bomba atómica, una observación. ¿Saben en qué derivó ese asunto? La declaración universal de derechos humanos. Es muy interesante recordar y reflexionar acerca de ese evento de nuestra historia reciente, apenas hace 70 años atrás. Piensen un segundo en este concepto: la Unión Soviética, DURANTE STALIN, firmando un pacto que dice “todes tienen derecho a la propiedad”, al mismo tiempo que los Estados Unidos, DURANTE EL MACARTISMO, firma un pacto que dice “todes tienen derecho a comida, ropa, vivienda, salud, y servicios sociales”. ¿Entienden lo que tiene que haber sido el estado del mundo para que una cosa como esa fuera firmada por esos dos monstruos? En serio, tómense unos minutos para considerar la magnitud de lo que tiene que haber sucedido en el siglo XX para que esa escena haya sido posible.
Hoy es absolutamente impensable un tratado así, aún cuando definitivamente se muestra urgente. Y eso es sintomático. Al mismo tiempo, hoy no es la física quien está en el ojo de la tormenta sino la informática: esa ciencia jóven que nació al calor, precisamente, de las dos grandes guerras. Hoy desde la biología hasta la astrofísica se entiende al mundo utilizando el concepto de “información”, mientras en los diarios de todo el mundo se puede leer sobre los conflictos entre GAFAM y los estados naciones por el poder de las empresas informáticas. Hoy nosotres, informátiques, somos responsables.
Es injusto hacernos responsables como individuos de semejantes problemas. Claramente estas cuestiones son más grandes que cualquiera de nosotres. Pero no me parece pedir mucho tenerlas en cuenta a la hora de tomar decisiones, destacando además que esto es especialmente crítico frente al proyecto político del Software Libre. Y dentro de la informática eso se traduce en cambiar muchos comportamientos que actualmente parecen inmutables. Veamos algunos ejemplos.
Una vez RMS llamó “ético” a systemd “porque es software libre”. Esto es un caso de ambas cosas: ser demasiado técnico, y desacoplarse absolutamente de las consecuencias del software. Mientras RMS se acota a un aspecto particular del problema, systemd fue y es un vector de absoluta discordia en las comunidades de software libre en particular, y del ecosistema GNU/Linux en general. Esto pudo haber sido una contingencia menor en el hecho de, simplemente, estar respondiendo un e-mail, y ser esa la manera que tiene de responder; todes sabemos que RMS no se toma las cosas tan a la ligera. Pero si vemos el faq de GNU al respecto de systemd (y estoy seguro de que hay unas cuantas preguntas frecuentes vinculadas a systemd y su relación con GNU y el software libre), lo único que encontramos es un breve comentario acerca de la convención de nombres: https://www.gnu.org/gnu/gnu-linux-faq.en.html#systemd
No podemos dar la espalda a los conflictos sociales: ni los conflictos exclusivamente técnicos internos a la informática, ni los de nuestras comunidades de técnicos y usuarios, ni los de nuestras sociedades en general. Lo mismo que sucede con systemd ocurre con wayland, con ejemplos como el que dí de php contra otros lenguajes de programación, también ocurrió antes con debates a todas luces estériles como gnome vs kde, y ciertamente va a seguir ocurriendo. El disenso es bienvenido, pero hacer de cuenta que alguna objetividad escapa a las condiciones sociales y aisla a los argumentos de parámetros subjetivos ya debería ser una idea superada. Y tristemente no lo es.
Del mismo modo, sin importar el conflicto, la conclusión parece ser que alguien “se vendió”: o la FSF se vendió cuando cancelaron a RMS, o RMS se vendió cuando no criticó a systemd, o RedHat compró al gobierno de Debian para que systemd sea estandarizado de facto, o Canonical se vendió a Microsoft, o tal o cuál corporación es responsable de infectar el proyecto en cuestión con su dinero, etc. Cuando no se espera pureza de principios, se espera pureza económica, o hasta pureza de alma. Y la objetividad ciertamente no ayuda a humanizar esos debates. A veces pareciera que se pretende que quienes trabajamos en informática ignoremos nuestras fuentes de trabajo, y si tal o cual entidad nos paga el sueldo entonces somos impuros (o sea, corruptos). O incluso es como si los argumentos hicieran de cuenta que quienes hacen software libre fueran una especie de mártires cuyo único compromiso en la vida es con… cualquiera sean las ideas que quien se queja en ese momento interpreta que deben ser las del software libre; y, por supuesto, que son inmunes a las condiciones económicas del mundo real. El punto debería ser que estamos perdiendo batallas políticas, no que la pureza sigue sin aparecer.
Otro caso típico de inmadurez política: la cuestión de los códigos de conducta. Los movimientos políticos vinculados a los racismos, los feminismos, y los géneros, por dar algunos ejemplos que todos conozcamos, tienen mucho camino recorrido en términos de organización, derrotas, y triunfos. Son movimientos con varias generaciones encima, a diferencia de los informáticos que tenemos apenas una o dos. Y esos movimientos aprendieron a construir poder político real: elles tienen mártires de en serio, con vidas enteras dedicadas a sus causas. Y, coherentemente con su militancia humanista, intervienen en todos las esferas de praxis humana: tal y como hace la economía desde hace siglos sin que a nadie parezca importarle. Si tiene algo qué ver con seres humanes haciendo algo, entonces elles tienen algo para decir, porque discuten lo que significa ser humane. Y en informática les hemos recibido, y seguimos recibiéndoles frecuentemente, con hostilidad y desprecio: no leemos sus libros ni participamos de sus charlas, pero hacemos de cuenta que tenemos cosas profundas para decirles, o bien que debatimos cuando en realidad sólo les ninguneamos. Frecuentemente hablamos sobre la especificidad de lo que hacemos, pero cuando nos corresponde hacernos cargo de que no estamos formados ni en raza, ni en género, ni en feminismo, en lugar de eso les negamos autoridad y hasta intentamos llevar las discusiones hacia un sentido común que atrasa décadas. No nos gusta que desde otras áreas nos digan cómo comportarnos: nos creemos aislados de “toda esa boludez social”. Nunca decimos algo como “la verdad que no sé una mierda sobre género, ni racismo, ni feminismo”: pero eso no es un problema cuando se trata de responderles que cambiar palabras es una idiotez, o que moderar el lenguaje que usamos es censura. Demasiadas veces hacemos de cuenta que nuestra intolerancia está justificada en alguna objetividad que el otre ignora o corrompe, y en estas cuestiones queda evidenciado. Y en todo caso, nuevamente le damos la espalda a cuestiones que la sociedad impone. Lamentablemente, esto es especialmente notorio cuando aparace la palabra “libertad” por algún lado.
Pero además, el velo de la supuesta objetividad nos hace fantasear que somos inmunes a la influencia ideológica, cuando estamos lejos de serlo. Demasiadas veces he visto debates en informática que hablan de pretendidas meritocracias, competencias virtuosas, o hasta directamente críticas a la idea de estado, las cuales coinciden todas con premisas neoliberales. Por supuesto jamás se hacen cargo de tales coincidencias en esas discusiones, ni reflexionan al respecto: ni siquiera cuando desde el feminismo o el anti-racismo se les llama la atención.
Lo que logramos al pretender darle la espalda a la realidad, ya sea pretendiendo que sea más sencilla de lo que realmente es, o bien pretendiendo que cualquier cosa que no se adecúe a nuestros estándares sea considerada alien, es delegar el poder político de esos asuntos a otros actores. Y allí es donde las relaciones públicas corporativas se hacen un festín, aprovechando todos estos espacios que dejamos vacíos para ejercer elles poder político en nuestro nombre. Hoy claramente estamos siendo usados por corporaciones que hacen de la informática un lugar peor para usuarios y desarrolladores por igual, y además están haciendo un daño estremecedor a la sociedad en general, mientras hizan nuestras banderas con hipocresía y de esa manera nos avergüenzan.
Y es doblemente trágico cuando todo esto afecta al Software Libre en particular, porque es un espacio desde donde tenemos mucho para ofrecer a la sociedad. Así como las militancias del racismo o el feminismo se meten en el mundo del software, nuestras reflexiones sobre la naturaleza del intercambio, del conocimiento, de las prácticas comunitarias, y de la colaboración, tienen profundas consecuencias una vez propagadas en la sociedad, y trascienden por lejos al software. Tenemos la capacidad de, como elles hacen, confluir en movimientos heterogéneos y masivos de poder político, para así establecer agendas de cambio social. Mientras tanto, GNU/Linux ganó la guerra de los servidores pero nunca en los escritorios, GNU no tiene injerencia en móviles, Linux es cada día más corporativo, systemd cada vez está más cerca de reemplazar a GNU por completo, las corporaciones tienen cooptados a les usuaries, y nosotres como comunidad hacemos esfuerzos por seguir discutiendo quién es un idiota.
Quienes trabajamos en informática no deberíamos pretendernos aislados del resto de la sociedad. Pero quienes además llevamos adelante iniciativas políticas, como lo somos quienes formamos parte del movimiento Software Libre, tenemos la obligación de reflexionar sobre estas cuestiones y hacer nuestro mejor esfuerzo para encararlas con inteligencia y responsabilidad. Pero lo más importante de todos: hacemos ideología, y tenemos que aprender a abrazar esa idea de una vez por todas. Les propongo entonces que hagamos ideología con honestidad intelectual y sensibilidad, ya que nuestra militancia hoy tiene mucha más necesidad de empatía que de objetividad.