Está claro que la mayor crisis política de la generación vigente se vive en todo el mundo no tanto en el plano formalmente político ni el económico, que ya bastante tela tienen cortada por mucho que el sentido común patalee, sino en el jurídico. El poder judicial, acá y en la China, es visto como un apéndice cancerígeno de organizaciones de poder externas (usualmente, pero no necesariamente, el ejecutivo de turno). Y esto es un problema gravísimo: porque extinta la ficción de la justicia, sólo queda el mecanismo de la violencia.
Uno podría decir, sí, está en boga esta cuestión, pero no por eso es ningún tema nuevo. Coincido. Pero algunas particularidades de lo que está sucediendo desde la caida de la unión soviética dejan de manifiesto algunos mecanismos que no estaban claros en otros momentos del mundo. Y quizás una segunda objeción con la que también coincidiría es que siempre estuvieron los que denunciaron estas cosas; pero el orden de magnitud, la presencia, la centralidad de la cuestión, me parece una novedad. Toda la cuestión de la posverdad es apenas uno de estos temas; que en las academias lo sabemos desde siempre, pero en el sentido común parece ser descubrir el fuego. Los marxistas hace 100 años por lo menos vienen hablando de “justicia burguesa” mientras de la vereda de en frente se les cagan de risa y los tildan de monigotes. El poder judicial es una organización política al servicio de intereses corporativos y coyunturales, cuya única neutralidad está en los libros de educación elemental y en los medios de comunicación; exactamente igual que sucede con la ciencia.
Particularmente, viéndolo desde afuera, la cuestión se muestra entre mis pares como un fatalismo más, de esos para los cuales el consumo siempre sabe inyectar un paliativo; “son todos chorros”, “no tienen vergüenza”, y después a seguir con la vida, mirando el partido o comprando porquerías. No parece haber instalada una crítica pormenorizada, como sí tal vez tienen el plano económico (donde cualquier hijo de vecino se te puede poner a discutir la definición del estado de bienestar o las dinámicas macroecoonómicas de la segunda guerra para acá) o político (que agarrás alguien por la calle y le preguntás qué onda, y te dice un montón de condiciones históricas y sociales que determinan un presente trágico, a diferencia de en algún lugar fantasioso al que deberíamos aspirar); los jueces tienen huevos o son cagones, son honestos o son corruptos, apenas sí se animan ahora a decir “son oficialistas” o “son kirchneristas”; en el más generoso y exagerado de los casos, eso sólo sirve como un comienzo de una crítica adecuada para la magnitud del problema. Y por esto me parece llamativo el caso particular del poder judicial.
Yo, que soy un zurdo tibio y un intelectual menor, y que laburo manipulando abstracciones, siempre que reniego del poder judicial me meto con la idea de la persona. Una idea clave del derecho tal y como lo conocemos son todas esas posibles “personas jurídicas”, que hasta donde estoy al tanto acá conocemos solamente a las empresas y tal vez algunas organizaciones sin fines de lucro, pero que extendiendo el concepto podemos facilmente llegar a definir a cualquier cosa como “persona”. Seguro que escarbando entre los textos de los que saben, encuentro toneladas de material sobre esto. Pero, como decía, a mí me toca vivirlo desde afuera, y el sentido común todavía no llegó tan hondo. Hay, decía, una noción de “persona”, que pareciera adecuar conceptos diversos a la legislación que claramente fuera pensada para las personas, así, sin comillas. Por ejemplo las empresas. Y estas “personas” son lógicamente sujeto de derecho, aún cuando no humanos. Lo cuál me parece una adecuación excelente de las abstracciones del sistema, pero que tiene ese code smell típico de los agujeros de seguridad: “esto te lo van a explotar en 15 minutos”.
Estoy al tanto de que las “personas” tienen excelentes casos de uso. Por ejemplo, aplicar personería para los animales, o abstracciones de más alto nivel como “el país” o “la patria”; mi favorito de los que estoy al tanto son los recursos o paisajes naturales (por mencionarlos de maneras vulgares, más vinculado a un esfuerzo por plantear mi punto que por entrar en detalle, dado que la definición precisa de las abstracciones en cuestión me excede). Pero las empresas o corporaciones, a esta alturas todas de entramado multinacional, tienen derechos que parecieran ser muy anteriores a los de las personas sin comillas; “porque sino no vienen las inversiones”, “porque así funciona el mundo de hoy”, etcétera. Y a eso hay que adecuarse. Desde el sentido común, claro está.
Hoy me crucé en Página/12 con un artículo que precisamente trae a colación todas estas cuestiones, mucho mejor de lo que yo podría plantearlas, y por eso lo dejo anotado acá. Copio y pego un par de párrafos.
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El actual totalitarismo plutocrático corporativo aspira a que las sociedades toleren un 70 por ciento de excluidos. Como para contenerlos no es suficiente el formateo de los monopolios mediáticos, apela a la represión, que legitima confesando su ideal totalitario en una distopía de orden : una sociedad con seguridad total, libre de toda amenaza, con prevención extrema, tolerancia cero, supresión de la privacidad, vigilancia y control con cámaras, escuchas y drones, desconfianza al extranjero y al extraño, estigmatización de la crítica y prisionización masiva.
El actual totalitarismo se vale de ficciones inventadas por el derecho, como las personas no humanas (jurídicas), que hoy son los monstruos imaginarios que manejan la política, conducidos por tecnócratas en pos de una acumulación indefinida de riqueza. En este mundo ficcional desapareció el empresario persona humana del capitalismo productivo, y el propio dinero se maneja por computadora (salvo el destinado a coimas groseras); todo es virtual e inventado mediante racionalizaciones jurídicas.
(…) el derecho siempre es lucha y es político y, si bien la paz no se gana con guerras, no es menos cierto que se gana con luchas, que no tienen por qué ser violentas, sino también jurídicas, como la denuncia, pues nuestra herramienta es el discurso, al que todas las dictaduras temen y por eso lo reprimen.
Tampoco tengamos miedo de que el carácter político de la lucha jurídica nos enmugre degradándonos al nivel de los contendientes, puesto que desde nuestra acera nunca podríamos caer en la actual invención de disparates desopilantes, dado que nuestro objetivo político no depende hoy de una arbitraria elección subjetiva y ni siquiera supralegal, sino que lo señala el propio derecho positivo: la lucha por el derecho no puede tener otro objetivo político –hoy y aquí– que empujar el ser (la realidad) conforme a un deber ser que manda que todo ser humano sea tratado como persona.
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Dejo el link al artículo completo: El totalitarismo corporativo plutocrático.